El poeta es el ente de esa imprudencia necesaria del ser que no deja de expandirse. Él es el que acude a la cita con el peligro, a la cita con lo prohibido (por Nerón-Bush o por Nerón-Fortuño), o a la cita con lo indebido de ser. El poeta es el Urgente de las políticas […]
Yván Silén
Cuando mis amigos hispanoparlantes me preguntan, quién es Luis Fortuño, les contesto con un mapa. Para llegar al gobernador, les pido que pasen primero por algún ensayo lírico de Yván Silén, y que después escuchen a Néstor Duprey en Radio Isla. Entonces, les digo de frente que Luis es su propio Jano de tres cabezas. Rara avis. Desde una de sus cabezas, el gobernador es la versión boricua del argentino Carlos Menem; desde la otra, es el George W. Bush del Estado Libre Asociado.
Fortuño es la idea de la privatización eflorescente, con poca conciencia histórica, del neoliberalismo orgásmico. El mismo frenesí que Menem implementó en Argentina durante los noventa, en plena ideología de la paridad peso-dólar, cuando la filosofía «win-win» gringa se quedó con el imaginario peronista de Menem (que desangró al país). Casa tomada.
Fortuño es también la idea del autoritarismo político de Bush. El mismo deseo oligárquico y plutocrático de concentrar los tres poderes en un partido político, para instaurarse de inmediato en el iceberg de la violencia. Por eso, las guerras de Bush, hacia fuera (Irak) y hacia dentro (contra los derechos constitucionales y los intereses económicos de la clase media y trabajadora), se convierten en las guerrillas que desata Fortuño contra los núcleos de disidencia, incluida la literatura (que censuró), la universidad (a la que apaleó y desfondó) y el derecho (cuyo Colegio de Abogados atacó).
Como Menem, Fortuño vende todo lo público barato; como Bush, lo que toca, lo rompe.
Jano de tres cabezas. La cara de Menem de Fortuño, además de abocarse a la privatización neoliberal, tiene este rostro más retorcido: la cara del político que parece gobernar para la nación, pero que lo hace sobre todo para los intereses extranjeros. La careta del Menem que gobernó la Argentina al ritmo de los intereses usamericanos y españoles, se transforma en la jeta de Fortuño, que ha (des)gobernado la isla para demostrarle al partido republicano usamericano que él, latino-puertorriqueño, es más republicano que los republicanos: un Ronald Reagan todavía más chapucero, exacerbado por el trópico. Esa cara de Menem hace de Fortuño un traidor de las prioridades nacionales: rostro del que hace de la política local un medio para llegar a un fin groseramente personal.
La cara de Fortuño se ve ahora con las patillas decimonónicas de Menem. Los puertorriqueños escupen.
La de Bush, además de la cara de la guerra furibunda del militarismo corporativo, le da a Fortuño un rostro inesperado, que resulta interesantemente poco heroico. Y ello porque Bush es también la cara de la derrota (de la unipolaridad usamericana, del ALCA en América Latina). Pero eso no es todo. Desde el fracaso de la privatización de la seguridad social; una patraña que ni los republicanos le creyeron a Bush cuando la promovió; la derrota del ex presidente gringo se transforma ahora en el rostro del Fortuño que, al cabo de dos años de gobernación (2009-11), se da cuenta de que la posibilidad de nominación a la vicepresidencia del partido republicano usamericano, su mayor ambición política, se desvanece.
Carne de su traición a Puerto Rico: el deseo de inscribirse en la política de allá, pone la política local de la isla en el plato de los republicanos usamericanos, lo que requirió, entre otros, el sacrificio salarial de más de 30,000 trabajadores públicos puertorriqueños, cesanteados para demostrar que el gobernador es un fiel creyente del gobierno pequeño por el que pregonan ciegamente los republicanos ultraderechistas del Tea Party (a la vez que, como Reagan, Fortuño endeuda hasta las entrañas el país).
Por sus derrotas, Bush es la cara del Fortuño que no va a ganar las elecciones en noviembre de 2012.
Como Jano sui generis de tres cabezas, Fortuño se pone el rostro del neoliberalismo tardío de Menem, un esperpento al que le llueve sobre mojado, cuando le promete al Puerto Rico post-2009, golpeado por la Ley 7 (y sus despidos), las maravillas de la economía de mercado al estilo del GOP republicano. Un regalo viejo. Como cataclismo que rompe lo que toca, la cara de Fortuño es el rostro de la quiebra neoconservadora de Bush (un silencio del que los republicanos gringos, afásicos, no hablan, sobre todo cuando contemplan la deuda pública del país, creación soberana de George W.).
Cuando mis amigos hispanoparlantes terminan el recorrido cartográfico que les doy para llegar a Fortuño, me dicen que al fin y al cabo ya lo conocían, porque el neoliberalismo de Fortuño lo han vivido en sus países, también desangrados por la derecha corporatocrática. Entonces, para demostrar que el neoconservadurismo de Fortuño no tiene parangón en el mundo hispanoparlante, les digo que en ninguno de sus países el presidente de la nación se ha atrevido decirle al pueblo, como hizo Fortuño recientemente, en plena campaña de reelección, que nunca ha creído en el gobierno (comentario que lo debería eliminar para las elecciones), pues ese tipo de antigobierno fundamentalista viene del Tea Party, un derechismo gringo, demasiado republicano, que Fortuño profesa con devoción religiosa.
Jano de tres cabezas: de Fortuno se dice en Puerto Rico que tiene cara de lechuga.