Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
En realidad se llama Nicolas, pero en el momento en el que convoca con solemnidad a diputados y senadores en la histórica corte de Versalles, el presidente Sarkozy se exhibe como el rey que jamás sucedió al desastroso Luis XVIII, heredero a su vez de Luis XVI, guillotinado en la Revolución y nieto del creador de la gran corte de Versalles, Luis XIV, el Rey Sol. No creo que nos ciegue esta versión real de Sarkozy: a diputados y senadores les quiso anunciar sus intenciones para la segunda mitad de su mandato. Poca cosa. Además, Versalles tiene gafe: fue desde allí desde donde el gobierno ilegítimo y siervo de los alemanes invasores se movilizó para masacrar la Comuna de París.
Podríamos encogernos de hombros si no fuera porque Sarkozy no es sino una variante monárquico-megalómana del vendedor ambulante-megalómano que nos gobierna, Berlusconi. Tanto en un caso como en otro, las formas antaño usuales de la democracia, el diálogo y la mediación, el conflicto y las alternativas en contraste, se han sustituido -según los usos de cada país- con shows televisivos interpretados por histriones desenfrenados. Y si la Francia republicana siempre ha sentido nostalgia de su pasado imperial (y colonial) y tuvo en el pasado presidentes similares a reyes (como De Gaulle), nuestra pequeña Italia sufre de ambiciones frustradas de potencia fallida, de manera que cíclicamente ha producido fanfarrones que mostraban sus belfos desde los balcones y se jactaban de actuaciones sexuales de super-hombres. La farsa se está repitiendo, después de una guerra y una Constitución, con un anciano animador de complejo hotelero turístico que cree que es listo haciendo que crean en todo lo que él desea, y que por la noche, para sentirse potente y poderoso, contrata a chicas que lo llaman «Papi».
Francia e Italia, dos hermanas desesperadas.