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Bruselas fue uno de los epicentros de la protesta contra el sistema financiero mundial

Miles de indignados por todo el planeta

Fuentes: Página 12

«La Bolsa o la vida.» La pancarta colgada en la fachada del edificio de la Bolsa de Bruselas sirvió de hilo conductor de la jornada Unidos para un Cambio Global, que congregó a decenas de miles de personas en todo el planeta. A lo largo del trayecto por la capital belga, cada vez que los […]

«La Bolsa o la vida.» La pancarta colgada en la fachada del edificio de la Bolsa de Bruselas sirvió de hilo conductor de la jornada Unidos para un Cambio Global, que congregó a decenas de miles de personas en todo el planeta. A lo largo del trayecto por la capital belga, cada vez que los 7000 manifestantes pasaban por un banco o cualquier otra institución financiera un coro de silbidos y gritos en todos los idiomas posibles rompía el consenso festivo de la marcha. Al igual que en otras capitales del mundo, la impune industria bancaria fue el blanco principal del encono popular. «Culpables, ladrones, cabrones», gritaba un apuesto señor belga de unos 50 años a quien un indignado español le había enseñado a decir esas palabras en castellano. Cuando la marcha llegó a la sede de la Bolsa, el griterío se volvió un slogan común: «¡Puaj, Culpables!». Acto seguido, los indignados venidos de varios países de Europa arrojaron una lluvia de zapatos contra el edificio de la Bolsa ante el mirada atónita y llena de incomprensión de los periodistas belgas que cubrían el evento. Un inmenso foso sigue separando a las círculos oficiales de los medios y a los miles de jóvenes y no tanto que salieron a expresar su hartazgo y la repugnancia frente a un sistema mundial que protege y subvenciona a los ladrones y castiga a las víctimas con todo el peso de la irresponsabilidad y la indolencia.

A lo largo del recorrido, los indignados pegaron decenas de cartelitos en los distribuidores automáticos de billetes, hicieron una sentada en la plaza de Burckère, lanzaron profusos insultos ante la sede del banco Euroclear -la institución se dispone a despedir a 500 personas- sin cansarse jamás de cantar el himno mundial de las marchas: «We are the 99%», es decir, el 99 por ciento de la humanidad víctima de la barbarie social perpetrada sin piedad por esos señoritos con corbata, salarios de reyes y cuentas de banco con dinero que no les pertenece, según explicaba André, un joven belga con un diploma de ingeniero en redes, pero sin trabajo. A medida que iba pasando el tiempo y las cifras de la participación en otras ciudades del mundo iban llegando a sus oídos, los indignados celebraban y aplaudían el éxito y la visibilidad planetaria del movimiento. «No somos ni marionetas, ni mercadería del liberalismo, somos gente con conciencia y aquí estamos para que nos vean», decía Antonio, un indignado español que se expresaba con orgullo y en un tono bien subido de voz. Jon Aguirre Such, uno de los miembros del grupo Democracia Ya que impulsó el movimiento del 15-M, resumió muy bien la situación cuando explicó que el alcance y la extensión de las protestas «demuestran que no se trata de un tema que atañe únicamente a los españoles, sino al mundo entero. La crisis es mundial, los mercados actúan a escala global, la respuesta es entonces mundial». Hasta los más aguerridos militantes contra el sistema financiero mundial observan azorados la forma en que, paulatinamente, la bronca financiera, el repudio a la forma en que se empañó la democracia van ganando las capitales del mundo. En este sentido, el economista Thomas Coutrot, copresidente del movimiento Attac, señalaba que «lo que está ocurriendo es un fenómeno muy prometedor. Los ciudadanos ya no quieren delegar las decisiones en los hombres políticos y los partidos. Hoy quieren influenciar. Es una suerte de retorno a las fuentes de la democracia».

«Los países de la Zona Euro pusieron 160 mil millones de euros para salvar a Grecia sin consultar con nadie, y eso en momentos en que los sistemas sociales de Europa se están hundiendo bajo el peso de los recortes. Eso no es democracia», dice colérico Jean, otro joven indignado belga. Al lado de él, en la concentración ante la Bolsa, Javier, un indignado español que vino a Bruselas hace una semana a participar en los talleres sociales organizados desde el domingo pasado, completa el panorama con cifras más concretas: «Si hacemos un balance, da escalofríos: los Estados europeos entregaron 5,3 billones de dólares para rescatar a los bancos de la crisis. Ningún Estado consultó con la población, es decir, con quienes votamos a los que están en el poder. Esa suma equivale a 16 veces la deuda de Grecia y es más del cuatrocientos por ciento de lo que todos los países de la Unión Europea gastan juntos en educación o salud pública. ¡Pues nos están tomando por tontos o por dormidos!». Los argumentos de estos indignados dejan en una posición excéntrica al puñado de contramanifestantes que se habían congregado al principio de la marcha para protestar contra los indignados. Era un grupito de dandies, vestidos a propósito como tales, a quienes un indignado les dijo: «Si ustedes no nos dejan decidir, no los vamos a dejar dormir». Con algunos incidentes, vidrios rotos pero sin choques fuertes con la policía, la marcha belga se congregó para el acto final en el Parque del Centenario.

El 15-0 levantó a buena parte del planeta, con mayor o mejor éxito según los lugares. En Roma, la protesta sobrepasó las intenciones de los indignados (ver aparte). Bajo una enorme pancarta que decía «Gente de Europa, de pie», decenas de miles de italianos llenaron las calles de la capital italiana expresando su indignación. Estudiantes, hombres políticos y representantes de las asociaciones civiles recorrieron Roma con globos y carteles en lo que fue una caminata pacífica hasta que un grupito de violentos sembró el caos en el centro de la ciudad. Los incidentes estallaron cerca de la estación de trenes Roma Termini, en la Via Merulana. No caben dudas de que los disturbios fueron provocados por lo que se conoce como «profesionales de la provocación urbana». Los 200 violentos quemaron autos, rompieron cajeros automáticos, saquearon vitrinas e incendiaron un anexo del Ministerio de Defensa. Los disturbios dejaron un saldo de 70 heridos. Nada de ello ocurrió en Londres. La marcha londinense se inició en un clima festivo, pero con episodios graciosos debido a la carrera de gato contra ratón entre la policía y los manifestantes. Scotland Yard protegió con un muro de policías el objetivo final de los manifestantes, es decir, la London Stock Echange, o sea, la Bolsa de Londres. A fuerza de dar vueltas por el recinto, los manifestantes consiguieron rodear la Bolsa, pero sin mayores incidentes. Ante la sorpresa general, Julian Assange, el fundador de Wikileaks demorado en Gran Bretaña a la espera de una decisión, una medida judicial sobre su extradición a Suecia, se sumó a los manifestantes. Assange dijo a la multitud que había venido «por solidaridad con los movimientos que se desarrollan en el mundo entero» y porque «todos queremos que haya un poco de justicia en el sistema financiero mundial».

Madrid y Barcelona también fueron escenario de movilizaciones impresionantes. En Madrid, los indignados llenaron la plaza Cibeles y volvieron a copar la Puerta del Sol, ya símbolo histórico de las protestas del 15-M. Los indignados de la capital española pusieron en escena un «escudo antimercados». Cada manifestante levantó el amuleto que tenía en la mano para ahuyentar «la magia negra» de los mercados. En Barcelona, decenas de miles de personas se concentraron en la Plaza de Cataluña con el mismo propósito que el resto del planeta. La única diferencia radica en una cifra: el de-sempleo de los jóvenes alcanza en España el 20,89 por ciento.

Curiosamente, en Francia, el país de Stéphane Hessel, el autor del libro Indígnense que le dio el nombre al movimiento a través del mundo, las marchas tuvieron un impacto limitado. En París hubo varios grupos de manifestantes que luego convergieron ante la sede de la Municipalidad, donde celebraron una asamblea popular. Los indignados se congregaron también en una decena de ciudades del país, pero sin alcanzar jamás la intensidad de otras ciudades del mundo. Los analistas explican la escasa movilización por el hecho de que el desempleo de la juventud es menor y que, globalmente, la situación es más sana que en España o Italia. Sin embargo, el sistema financiero goza de los mismos privilegios y la misma impunidad que en Londres, Madrid o Nueva York. El 15-0 demostró ayer que el espíritu de la revuelta y del hartazgo sembrado hace siete meses en la Plaza del Sol irradia hoy en todo el planeta mientras las clases políticas concernidas guardan un silencio de muertos ante el desfile de las decenas de miles de seres vivos que marchan con la misma consigna: «¡Basta, ladrones!».

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-178998-2011-10-16.html