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Nepal: O muere la guerrilla o muere la monarquía

Fuentes: lavanguardia.es

El golpe de estado del rey Gyanendra ha dibujado un potencial escenario de máxima inestabilidad política sin precedentes en Nepal. No hay vuelta atrás; la conjetura precipitada por el monarca bien podría resumirse con la siguiente disyuntiva: o muere la guerrilla o muere la monarquía.El fondo de la cuestión, pues, es esencialmente una declaración de […]

El golpe de estado del rey Gyanendra ha dibujado un potencial escenario de máxima inestabilidad política sin precedentes en Nepal. No hay vuelta atrás; la conjetura precipitada por el monarca bien podría resumirse con la siguiente disyuntiva: o muere la guerrilla o muere la monarquía.

El fondo de la cuestión, pues, es esencialmente una declaración de guerra por parte del rey; sin embargo, la situación política en Nepal es más compleja. Aparte del rey con su ejército y policía por un lado y la guerrilla maoísta por el otro, existe también el conjunto de los partidos democráticos como un tercer actor. ¿Es posible que, definitivamente defraudados por la actitud del jefe de Estado, los partidos democráticos nepalíes se planteen seriamente su fidelidad hacia la monarquía constitucional como sistema político del Estado? Entiendo que hay razones para pensar que en los próximos meses, si la diplomacia internacional no interviene enérgicamente, asistiremos a una radicalización severa de las posiciones de las tres facciones.Y que, a lo mejor, habrá una deriva gradual de los partidos democráticos a favor de la república.

En primer lugar, desde su oscura -posregicidio- ascensión al trono el 2001, Gyanendra, un segundón impopular, ha situado la monarquía, con sus abusos de poder y su predilección por el lujo, muy lejos de la complacencia del pueblo. Nunca antes el supuesto origen divino del rey había importado tan poco.

En segundo lugar, los dos componentes constitucionales del país, la monarquía y la democracia multipartidista, han resultado incompatibles durante los últimos tres años. De hecho, los principales partidos políticos solamente se han mostrado decididamente unidos y han colaborado los unos con los otros cuando las continuas interferencias del rey han sido inaceptables. Sin embargo, en los últimos meses, los partidos gobernantes no han sido capaces de elaborar -bajo la presión asfixiante del monarca- una hoja de ruta conjunta para diseñar un calendario electoral y proponer, desde una posición unificada, soluciones al conflicto de la guerrilla.

En tercer lugar, aunque la insurgencia maoísta ha sido un fenómeno básicamente rural desde su consolidación, sobre todo a partir del año 2001, también actúa con comodidad en Katmandú, donde es probable que, con el último movimiento autocrático del rey Gyanendra, amplíe su red de apoyos. Su poder es considerable: controlan una decena de distritos del país y este verano dejaron prácticamente aislada la capital durante una semana con un bloqueo de carreteras. Sus ataques siempre van dirigidos a las fuerzas de seguridad y no son indiscriminados sobre la población civil. Además, un dato atestigua su determinación: en los últimos tres años no ha habido ningún mes en que el número de víctimas infligidas a las fuerzas armadas haya sido superior al número de bajas de la propia guerrilla. Mueren más que matan, pero también pueden empezar a matar en la gran ciudad.

Finalmente, un clima de tensión política y militar permanente en Nepal empeorará, aún más si cabe, la precaria situación económica de los nepalíes. Los turistas irán a gastar sus divisas a Bután, Tíbet o India.

Es difícil predecir cómo evolucionará la hipotética convergencia de intereses y objetivos entre la guerrilla y los partidos democráticos -matizada porque el discurso intelectual de la guerrilla maoísta es instaurar una dictadura del proletariado-, pero sí que es seguro que el desafío de Gyanendra de arrasar él solo -junto a su Ejército Real y las violaciones sistemáticas de los derechos humanos- contra todos acercará las posiciones de las dos partes opositoras.

El papel de las potencias en esta crisis tiene que ser analizado. India necesita, por intereses económicos y, sobre todo, por cuestiones geoestratégicas y de seguridad, un Nepal políticamente estable, controlado y bajo su influencia.

Visto desde Delhi, el caos en el país vecino -el estado tapón entre India y China- permite actividades anti-India de un amplio abanico de organizaciones: desde las conexiones directas entre la guerrilla maoísta nepalí y sus homólogas indias, hasta el secuestro de un avión de pasajeros indios por parte de un grupo terrorista de Cachemira en Katmandú. La tendencia a tutelar el reino y a redefinir cuestiones básicas de soberanía -después del secuestro, los vuelos entre los dos países únicamente se reanudaron cuando Nepal cedió a las peticiones indias de llevar a cabo controles de seguridad en aeropuertos nepalíes- arranca desde el nacimiento de India como Estado nación moderno.

Aunque India ha asistido militar y logísticamente a las fuerzas armadas nepalíes en los últimos meses y ha declarado su apoyo incondicional al rey Gyanendra en la lucha contra la insurgencia, el golpe de Estado es un abuso que ahora no le conviene tolerar. Aun así, la nota del Ministerio de Asuntos Exteriores indio, en la que expresaba su contrariedad por el retroceso democrático nepalí, no es lo suficientemente contundente para persuadir al nuevo dictador. Si India quiere convertirse en la potencia que aspira a ser, tiene que apresurarse a negociar hábilmente y superar la prueba de fuego que constituyen la ambición extrema de Gyanendra y la sangre vertida de muchos guerrilleros. Porque, si deja pasar mucho tiempo, se encontrará con el mismo dilema que tienen muchos habitantes de Katmandú en estos momentos: ¿qué es prioritario, la plena normalización democrática del país o el fin de la insurrección maoísta?

* Bernat Masferrer. Profesor de Geopolítica India en la Universitat de Barcelona.