A pocas horas de la contienda electoral del próximo domingo 5 de noviembre en Nicaragua, la última palabra no está dicha, a pesar que el candidato del Frente Sandinista (FSLN) Daniel Ortega lleva la delantera en las encuestas. Tres factores jugarán un peso decisivo en las urnas: los indecisos; el «güegüense» – o las incertidumbres de las encuestas- y el impacto de la ofensiva final de la embajada estadounidense en Managua
Cinco candidatos se disputan la presidencia de la república. En tanto varias centenas de otros aspiran a llegar a la Asamblea Nacional, legislativo unicameral nicaragüense.
De los cinco presidenciables, Daniel Ortega por el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional ) y Edmundo Jarquín del escindido Movimiento de Renovación Sandinista (MRS) intentan atraer el electorado que en los ochenta conformó el otrora unido y poderoso movimiento sandinista.
Otros dos, José Rizo y Eduardo Montealegre, apuntan a captar los votos de la derecha, autodefiniéndose como «liberales» y recuperando las banderas neoliberales el ex – presidente Arnoldo Alemán y del actual mandatario Enrique Bolaños.
Muy por detrás, sin ninguna presencia significativa en el electorado, Edén Pastora, el otrora «Comandante Cero» de los setenta, reconvertido a la contrarrevolución una vez el sandinismo llegara al poder y actualmente sin prestigio político alguno.
¿ORTEGA VENCEDOR?
Según la Constitución nicaragüense, para ganar en las urnas, el candidato más votado debe obtener al menos el 40 % de los votos. O en su defecto, más del 35 % de los sufragios emitidos pero con una diferencia de al menos 5 % por sobre el segundo.
Dos de las últimas encuestas dadas a conocer en la última semana de octubre, la de «Borge y Asociados» y la Zogby Internacional atribuían al ex – presidente Daniel Ortega (1979-1990) porcentajes oscilantes entre 33 y 35 % de los votos. En tanto su más inmediato seguidor, Eduardo Montealegre, de la Alianza Liberal Nicaragüense, recibiría en torno al 20 % de los votos.
Por su parte José Rizo, de la otra agrupación de derecha, se alzaría con entre 14 y 16 % de los votos y Edmundo Jarquín, de la renovación sandinista, obtendría entre 10 y 14 %, según uno u otro sondeo. Los indecisos oscilaban a mediados de octubre en torno al 20 % de los encuestados.
Cifra considerable como para poder modificar cualquier cálculo previo haciendo mover la balanza para uno u otro. Todo relativo, sin embargo, en un país donde las encuestas sufren, históricamente, el síndrome del «güegüense». Personaje mítico de la historia colonial que para protegerse frente al conquistador decía una cosa pero hacía otra.
La ofensiva máxima de los últimos días impulsada desde Estados Unidos, ratificando el carácter de enemigo principal de Ortega y anticipando posibles «incidentes graves el día de la votación», pueden incidir en la actitud de los votantes.
Por su parte el ministro de comercio estadounidense Carlos Gutierrez lanzó un dardo claro: se reconsideraría la «cooperación» si ganara Ortega. Todo esto en un país donde la sombra de la guerra de los ochenta contra el sandinismo impulsada desde Washington no termina en disiparse y golpea aún, de una u otra forma, el consciente colectivo.
Ofensiva que coincide con el discurso «oficioso» de ciertos voceros norteamericanos. Como el caso del ex teniente Coronel Oliver North, mano derecha de Ronald Reagan en la política hacia Centroamérica en aquella década y promotor de la «contrarrevolución».
En visita a Managua la última semana de octubre señaló que «es mi esperanza que el pueblo nicaragüense en los próximos días tome las riendas de su propio destino y evite la agonía del pasado», en alusión al gobierno sandinista encabezado por Ortega en aquel momento.
LAS PROMESAS ELECTORALES
Los dos candidatos liberales anticipan, en caso de ganar, un poco más de lo mismo, es decir la continuidad de las políticas neoliberales actuales. Prometiendo un desarrollo nacional sobre la base de los acuerdos de libre comercio, la extensión del esquema de las maquilas y buenas relaciones con la Casa Blanca.
En el espectro sandinista, la confrontación entre ambos sectores se ha convertido en uno de los ejes de campaña. Mientras la «renovación» denuncia el pacto de gobernabilidad de fines de los 90 entre Ortega y Arnoldo Alemán -hoy condenado a prisión por corrupción- y promete la «moralización de la política», el FSLN refuerza su retórica contra el neoliberalismo y acusa a sus ex – correligionarios de revisionismo en esa dirección.
«El pueblo va a enterrar al capitalismo salvaje» que obligó en los últimos 16 años a emigrar del país a más de 800 mil nicaragüenses y condena a la pobreza a un 80 % de la población, expresó Daniel Ortega en uno de sus últimos discursos de campaña.
El FSLN, que cuenta con el apoyo explícito de Venezuela – y su petróleo- y Cuba, se ha reacomodado drásticamente en la escena nacional. Lleva como candidato a la vicepresidencia un antiguo jefe «contra» e hizo la paz con la jerarquía católica, obteniendo el apoyo tácito del Cardenal Obando y Bravo -otrora principal enemigo de los sandinistas. La «readaptación» de su discurso ideológico, condenando por ejemplo el aborto terapéutico, explican este reacomodo del FSLN con el afán de reconquistar el gobierno.
En cuanto a la «renovación sandinista», bastante sola en el terreno internacional, acaba de anunciar «10 medidas para los primeros 100 días» en caso de ganar el 5 de noviembre. Entre ellas la reducción a la mitad de los salarios del ejecutivo (unos 8 mil dólares mensuales) y sus ministros; el aumento del 15 % del salario mínimo -que hoy oscila entre 50 dólares en el campo y 65 dólares en la ciudad -, y la construcción de 100 mil nuevas viviendas.
Programas – retóricas- electorales, en un país que siempre sigue dando sorpresas políticas. Con una derecha dividida en dos (a pesar de la gran presión norteamericana por unificarla) y un sandinismo fracturado también en dos posiciones aparentemente irreconciliables.
Con la eventualitad que un sector de sandinistas podrían pronunciarse por el voto «cruzado», indicando a Ortega para la presidencia pero al MRS para el legislativo. Con el fin de optar por un «voto útil», es decir llevar a Ortega al ejecutivo para frenar a Montealegre y su proyecto claramente neoliberal. Aunque, al mismo tiempo, apostando a una bancada sandinista crítica al «pactismo» (Ortega- Alemán).
En todo caso todo anticipa que en caso que no haya un vencedor en la primera vuelta, el segundo turno puede presentar escenarios políticamente surrealistas. Como por ejemplo que sandinistas renovadores voten a un candidato de derecha al mismo tiempo que sectores de derecha «dura» podrían apostar por Daniel Ortega.