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Nicaragua: La derrota del miedo

Fuentes: Rebelión

Lo intentó todo EEUU, salvo la amenaza militar, para impedir la victoria electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y de su candidato, Daniel Ortega. Desde el año 2005, su embajador en Managua, Paul Trivelli, asumió el papel de director supremo del antisandinismo y presionó, intrigó, amenazó, sobornó y castigó a todos aquellos que, […]

Lo intentó todo EEUU, salvo la amenaza militar, para impedir la victoria electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y de su candidato, Daniel Ortega. Desde el año 2005, su embajador en Managua, Paul Trivelli, asumió el papel de director supremo del antisandinismo y presionó, intrigó, amenazó, sobornó y castigó a todos aquellos que, en su opinión, se oponían u obstaculizaban la formación de una nueva coalición antisandinista, como las que habían triunfado en las elecciones de 1990, 1996 y 2001, siempre bajo la égida tutelar de Washington.

El objetivo fundamental de EEUU era el ex presidente Arnoldo Alemán, quien, pese a ser procesado y condenado por malversación de fondos públicos, seguía controlando con mano de hierro al Partido Liberal Constitucionalista (PLC). Trivelli presionó cuanto pudo para que Alemán dejara el partido y lo entregara a su candidato, Eduardo Montealegre, entonces ministro de Finanzas y protegido del presidente Enrique Bolaños. Al no lograr la retirada de Alemán, se promovieron juicios en su contra en Panamá y EEUU, por corrupción. Luego siguió un sistema de premios y castigos, sancionando con la retirada de la visa estadounidense a los dirigentes del PLC que se negaban a secundar su línea. Trivelli fracasó. Alemán impuso a su candidato (José Rizo) y la lista de diputados a la Asamblea General. Montealegre fue expulsado del PLC y debió crear su propia plataforma política, la Alianza Liberal Nicaragüense (ALN).

El sandinismo también veía ahondarse su división, con la entrada en la contienda electoral del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), al que se afiliaron figuras señeras de la revolución, como el padre Ernesto Cardenal, el ex presidente y escritor Sergio Ramírez y tres ex miembros del directorio revolucionario, además de una extensa lista de prominentes figuras. EEUU contempló satisfecho esta división, que debilitaba a su archienemigo y reducía sus posibilidades electorales.

La reacción del FSLN fue sagaz. Retomando la fórmula integradora aplicada en 1978 y 1979, para unir a distintos partidos y agrupaciones en una causa común, la dirigencia sandinista fue cerrando flancos. Se reconcilió con la Iglesia Católica y su enemigo visceral, el cardenal Obando. Se abrió el partido a grupos de centro, antes antisandinistas, como los socialcristianos y conservadores. Por último designó candidato a vicepresidente a un ex director de la contra, que abrió este movimiento al sandinismo. Los lemas de campaña resumían el espíritu de aquella singular alianza: Unidad, paz, reconciliación. «Unida, Nicaragua triunfa». El rosado era su bandera de combate.

Tras fracasar los intentos por unificar a los liberales, el embajador Trivelli promovió la guerra sucia contra el FSLN. Para ello contó con el apoyo del gobierno de Bolaños y del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), órgano que reúne a todos los grandes grupos económicos de Nicaragua. Usando como punta de lanza a los medios de comunicación en manos del COSEP, se empezó a propagar noticias falsas sobre el riesgo de guerra, tomas de tierra, asonadas y restablecimiento de las tarjetas de racionamiento y del servicio militar. Se buscaba generar miedo en la población, una táctica que había demostrado su fuerza intimidatoria en las tres elecciones anteriores.

Ante el hecho de que las encuestas seguían reflejando una notable ventaja del FSLN y Ortega, se promovió, en las semanas anteriores a la elección, la visita a Nicaragua de congresistas republicanos, altos funcionarios del Departamento de Estado y ex miembros del gobierno Reagan, vinculados a la guerra en los años 80. Todos advertían que un triunfo del FSLN provocaría represalias por parte del gobierno Bush. La presión alcanzó su cúspide cuando tres congresistas republicanos amenazaron con bloquear las remesas de los emigrantes nicaragüenses en EEUU, pidiendo a Bush la aplicación de legislación antiterrorista a Nicaragua, en caso de victoria de Ortega. Era el golpe más bajo que podían dar, habida cuenta que las remesas de los emigrantes son la primera fuente de divisas del país y que provienen principalmente de EEUU. La terrible amenaza, sin embargo, no bastó para atemorizar a un número suficiente de de votantes.

En la noche del 5 de noviembre, cuando empezaron a conocerse los primeros resultados, que daban a Daniel Ortega más del 40% de votos, EEUU intentó una última y disparatada maniobra. La delegación enviada por el presidente Bush emitió un comunicado en el que afirmaba la existencia de graves irregularidades en las elecciones, que podía poner en duda la imparcialidad y transparencia del proceso electoral. Desde la sede diplomática y Washington se presiona a la OEA, el Centro Carter, la Unión Europea y otros organismos, para que asuman la línea de EEUU. Nuevo fracaso. Insulza, desde Uruguay, confirma la decisión del organismo regional de avalar la transparencia de las elecciones y la validez de sus resultados. Para disipar las nieblas que emite la embajada estadounidense, a las siete de la mañana del 6, la organización Ética y Transparencia, en rueda de prensa, valida el proceso electoral y afirma que, según sus conteos internos, el FSLN va a ganar las elecciones con el 40% de votos.

No eran, realmente, elecciones libres. Desde 1990, los nicaragüenses acuden a los procesos electorales con una pistola en la cabeza. En 1990, era la continuación de la guerra, el bloqueo económico y las penurias. Desde 1996, la amenaza de sanciones, bloqueos y represalias, en medio de una atroz campaña interna, agitando el fantasma de la guerra. La coacción llegó al extremo que el presidente Arnoldo Alemán ordenó, en los días previos a las elecciones de 2001, un despliegue general del Ejército, hecho que aterrorizó a muchos ciudadanos, que vieron en la medida un anticipo de la guerra.

En las elecciones de 2006 fracasó la estrategia del miedo y la coacción. EEUU fue incapaz, no sólo de mantener la coalición antisandinista, sino de amedrentar a un número suficientes de votantes. De ahí que la victoria sandinista sea un revés tan duro para el gobierno Bush. Porque el ascenso al poder, nuevamente, esta vez por medio de las urnas, permitirá al sandinismo gobernar sin guerras, bloqueos, destrucción y muerte. Tendrá, ahora, la oportunidad de hacer lo que la guerra de agresión frustró en la década de los 80. Si estos cinco años venideros son bien aprovechados, el pueblo terminará de perder el miedo y podrá comprobar, con hechos, las bondades de un gobierno nacionalista y de izquierdas. Si el FSLN lo hace bien, puede haber gobierno sandinista para rato.

* Profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid. Su última obra es La Paz Burlada, los procesos de paz en Centroamérica 1983-1990.