«Tan violentamente dulce». Así la describía, con amor, Julio Cortázar, quien instaba al mundo a ponerse del lado de la revolución sandinista que Washington quería arrasar.
Muchos latinoamericanos amamos a Nicaragua, antes o después de leer ese libro de 1983, del gran autor argentino. En mi caso tuve la fortuna de ir a trabajar solidariamente a esos pagos en enero y febrero de 1987, en la “Brigada de Café Malvinas Argentinas”, junto con otros militantes populares. Allí me enamoré de una brigadista argentina, Irina Santesteban, y terminé casándome con ella. Seguimos juntos 34 años después.
Esos sentimientos hacia un proceso liberador no se pueden borrar, pero eso no puede llevarnos a adoptar una determinada postura. Sigo defendiendo a la patria del general Sandino porque me parece que, aún con errores y límites que todo gobierno tiene, como fue la eliminación del aborto terapéutico en 2007, es un gobierno popular que busca lo mejor para su pueblo. Y que por eso mismo es agredido por el imperio, que perdió en Managua a sus dictadores preferidos de muchas décadas y negocios. A ese clima de agresión se suman alegremente otros gobiernos que cacarean en el ministerio de Colonias, léase OEA, sobre todo los de Colombia, Brasil, Chile, Paraguay, Ecuador y otros que no superan una prueba básica de democracia de vara bien baja.
La oleada anterior para ver si podían dar un golpe de Estado en Nicaragua fue en abril de 2018. Se inició con protestas sociales contra una reforma de la previsión social y con luchas por la autonomía de las universidades, con acompañamiento de la Iglesia, que generalmente tuvo al frente a cardenales reaccionarios como Miguel Obando y Bravo. Se inventó la muerte de un estudiante y se volvió a las calles con violencia, con “tranques” (barricadas) y enfrentamiento a tiros con la policía sandinista y militancia del FSLN. Allí sí hubo muertos, pero de los dos lados, aunque las agencias de noticias y la OEA conformaban las listas como si fueran todos manifestantes contrarios al gobierno. Ese intento de golpe de estado provocó 328 muertos. La mano de Washington y su embajadora en Managua, Laura F. Dogu, estaba muy al descubierto.
En ese momento Daniel Ortega estaba ejerciendo su mandato ganado en las elecciones de noviembre de 2016, cuando había triunfado con el 72,5 por ciento de los votos. Era su tercer mandato al hilo (y el cuarto históricamente pues el primero fue entre 1985 y 1990). Volvió a ganar como candidato del FSLN en 2006, 2011 y 2016. En Estados Unidos se iniciaba la administración del neonazi Donald Trump, quien no toleraba la idea de que el sandinismo siguiera como aliado de Nicolás Maduro en Venezuela, Raúl Castro en Cuba y Evo Morales en Bolivia.
Los brazos ejecutores de la agresión fueron los mismos: la OEA, el Departamento de Estado, la mafia gusana de Marco Rubio e Ileana Ros-Lehtinen, la USAID, NED y otras fundaciones y ONGs, y las cadenas mediáticas de la Sociedad Interamericana de Prensa.
¿Qué les molestaba tanto del gobierno de Ortega-Rosario Murillo? En ese momento el país tenía 6.1 millones de habitantes y la pobreza –según el Banco Mundial- descendió del 42,5 por ciento al 29,6, entre 2009 y 2014, gracias a políticas inclusivas y de desarrollo.
SEGUNDA ETAPA DE AGRESIÓN
En 2021 recrudeció la agresión contra el gobierno sandinista. En la Casa Blanca se aposentó Joe Biden, continuador de lo esencial de las políticas de su predecesor hacia Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Es el bipartidismo republicano-demócrata o invierta el orden si le parece mejor.
La nueva oleada agresiva tiene un doble motivo. En lo geopolítico, porque Ortega mejoró sus relaciones políticas y comerciales con la China de Xi Jinping, con vínculos con el proyecto global de Nueva Ruta de la Seda. Y también lo hizo con la Rusia de Putin, adquiriendo buses y material de defensa. Para completar el panorama sombrío para Washington y esa cosa tan fea, la OEA, Nicaragua recibió brigadas médicas solidarias de Cuba y millones de dosis de sus vacunas contra el Covid-19. La difícil situación que atraviesa Venezuela hizo bajar su aporte fraternal, pero no se olvida la ayuda de Petrocaribe, el comercio ganadero desde Managua y créditos de los años anteriores. Eso en parte explicó esa bajante notable de la pobreza en la patria de Rubén Darío y su crecimiento anual del PBI del 4 y 5 por ciento.
El otro motivo desencadenante es que el 7 de noviembre habrá elecciones presidenciales, de 90 legisladores a la Asamblea Nacional y 20 al Parlamento Centroamericano. Y todo indica que la dupla Ortega-Murillo obtendrá otro cómodo triunfo. La derecha y el imperio mienten con que la “dictadura” compite sin adversarios. Falso. Hay otras cinco fórmulas de partidos pero que no van a poder frustrar la victoria sandinista. Para ganar en primera vuelta se necesita el 45 por ciento de los votos, o el 35 por ciento y 5 de ventaja sobre el segundo. Y al FSLN le sobra apoyo popular para superar esos requisitos legales.
CLARÍN MIENTE
Clarín miente en política argentina y en la internacional. Su editor de Internacionales, Marcelo Cantelmi, en su columna del 22/10 “¿Qué se defiende cuando se defiende a la dictadura de Nicaragua?”, tuvo una pifia, al asegurar que Ortega aspira a su tercer mandato consecutivo.
Error Marcelito. Va por el cuarto al hilo. Informate bien ya que vas a macanear de lo lindo. Eso no es lo más grave, porque errores de ese tipo tiene cualquiera. Lo tremendísimo es que identificó a Ortega con los dictadores Videla y Pinochet basándose en que los tres hablaban de atacar a los “traidores a la Patria”. Si es por eso podrías poner a San Martín y Bolívar entre los “dictadores”. ¿Tanto te piden Magnetto y los Ricardo (Kirschbaum y Roa)?
Textual: “Al aplicar la misma fórmula, Ortega y su vice y esposa, hacen mucho más que parecerse a esos despotismos, acaban por reivindicarlos en sus métodos e intenciones. Por eso, simplemente, hay sorpresa cuando algunos gobiernos de la región, sobre todo los que tienen la memoria fresca de ese pasado siniestro, esquivan condenar estos atropellos a las instituciones y a la propia humanidad”. Ese último fue un palo para Alberto Fernández y Andrés M. López Obrador, cuyos gobiernos se abstuvieron en la OEA en junio y octubre.
Tanto Clarinete como el otro vocero de la embassy, Desinfobae, dicen que el gobierno sandinista detuvo a opositores y precandidatos presidenciables. Las detenciones de políticos, o sea “políticos presos”, diría el gran Hugo Chávez, son ciertas pero tienen explicación legal. Lo de “presidenciables” es falso porque ninguno tenía su inscripción como candidato.
¿Dónde radica la mentira de esos medios alineados con el imperio?
Después del intento de golpe de estado de 2018, con 328 muertos (más de la mitad defensores del gobierno orteguista) y una pérdida del 15 por ciento del PBI, el Frente Sandinista hizo aprobar la ley de “Defensa de los Derechos del Pueblo a la Independencia, la Soberanía y la Autodeterminación para la Paz”. No podrían ser candidatos quienes traicionaran a su país siguiendo órdenes y financiamiento de gobiernos extranjeros. Las ONG como la Fundación Chamorro debían blanquear sus ingresos, egresos y autoridades. La USAID, NED y otros donantes estadounidenses no podrían disfrazar como “dinero nica” lo que daban por debajo de la mesa a fundaciones como esa. Se cortó la financiación ilegal y externa a los partidos opositores.
En función de esa ley, la justicia ordenó las detenciones de una treintena de opositores, entre ellos Arturo Cruz, Félix Maradiaga, Juan S. Chamorro, Miguel Mora, Medardo Mairena y Noel Vidaurre que incurrieron en “traición a la patria”; y a Cristiana Chamorro, por ese cargo y el de lavado de activos.
El Consejo Supremo Electoral aceptó una petición del opositor Partido Liberal Constitucionalista (PLC) para que a Ciudadanos por la Libertad (CxL), le fuera suspendida su licencia legal. El PLC argumentó que CxL cometió “constantes violaciones a la Ley Electoral” y que su presidenta, Kitty Monterrey, tiene doble nacionalidad (estadounidense-nicaragüense).
En el país hay pluralismo. Una buena nota de Mario Eduardo Firmenich, titulada “Trece realidades sobre la situación en Nicaragua” (Agencia Paco Urondo, 22/7), puntualizaba: “El único partido que existe con gran organización de modo permanente en todo el territorio nacional es el FSLN. Hay 19 partidos políticos reconocidos legalmente. Otros 16 partidos (incluyendo varios partidos indígenas) son aliados del FSLN. Sólo hay 2 partidos opositores inscriptos legalmente y además se pelean entre sí”.
Para el embajador yanqui Ken Sullivan sigue siendo un dictadura feroz. Debe añorar a los Somoza, Violeta Chamorro y Arnoldo Alemán. La web de la embajada da el prontuario de Ken: “Representante Permanente Interino y Adjunto de la Misión de los Estados Unidos ante la Organización de Estados Americanos (OEA). El Embajador Sullivan ha servido como Jefe de Misión Adjunto/Encargado de Negocios en Argentina”.
De cara a las elecciones del 7 de noviembre (falta que Antony Blinken acuse que es un homenaje de Ortega al aniversario de la revolución soviética de 1917), Ortega competirá contra Alfredo Montiel, de la Alianza Liberal Nicaragüense (ALN); Mauricio Orúe Vásquez, del Partido Liberal Independiente (PLI); Walter Espinoza, del Partido Liberal Constitucionalista (PLC); Guillermo Osorno, de Camino Cristiano Nicaragüense, y Gerson Gutiérrez Gasparín, de la Alianza por la República (APRE).
Se ve venir la victoria sandinista. Aún con algunos tragos amargos, como el del aborto, Nicaragua sigue siendo tan violentamente dulce como cuando la saboreaba Cortázar y los jóvenes que cortábamos café en Matagalpa.