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El doble rasero de Alemania

No hay «responsabilidad histórica» para los herero y los nama

Fuentes: Sin Permiso

Cuando la semana pasada el ministro de Asuntos Exteriores alemán Guido Westerwelle intervino en la Asamblea General de la ONU para aclarar la posición oficial de su gobierno respecto a la propuesta de creación de un estado palestino, gravitaba sobre su discurso lo que los alemanes llaman, eufemísticamente, su «responsabilidad histórica hacia Israel». No muy […]

Cuando la semana pasada el ministro de Asuntos Exteriores alemán Guido Westerwelle intervino en la Asamblea General de la ONU para aclarar la posición oficial de su gobierno respecto a la propuesta de creación de un estado palestino, gravitaba sobre su discurso lo que los alemanes llaman, eufemísticamente, su «responsabilidad histórica hacia Israel». No muy lejos del Bundestag y la Cancillería se encuentra en Berlín el Monumento a los judíos de Europa asesinados: 2.711 estelas de hormigón en un campo inclinado de 19.000 metros cuadrados. Se trata tan sólo de una muestra del colosal trabajo de memoria histórica de los alemanes hacia su pasado reciente, que no se encuentra en el Reino Unido o Francia (donde existen museos que celebran sin ningún pudor su pasado imperialista) y mucho menos en el Reino de España (donde además de las calles y placas dedicadas a notorios fascistas, existe una estatua de Hernán Cortés en Medellín pisando la cabeza cortada de un indio). El sufrimiento humano es inaceptable y no admite comparación. Pero por esa misma razón resulta tanto más doloroso el silencio con el que Alemania ha enterrado el genocidio colonial que cometió en África a comienzos del siglo XX.

Veinte cráneos

 

Un cable de la agencia EFE de la pasada semana informaba de que «el acto de entrega a Namibia de 20 cráneos de víctimas del genocidio perpetrado por el imperio alemán durante la guerra colonial despertó el viernes en Berlín la indignación de la delegación namibia ante la ausencia por parte germana de ministros del mismo rango.» De hecho, la representante del gobierno, la liberal Cornelia Pieper, secretaria de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores, fue interrumpida constantemente durante su discurso y hubo de abandonar la sala antes de tiempo. Aunque el motivo original de la disputa fueron los cráneos de veinte miembros de las etnias herero y nama -entre los cuales, cuatro de mujeres y uno de un niño de entre tres y cuatro años- que se exponían en el Hospital de la Charité en Berlín, donde a comienzos del pasado siglo se emplearon con la pretensión de fundamentar las teorías raciales en boga, lo que provocó verdaderamente la indignación de la delegación namibia fue que Cornelia Pieper pidiese a los pueblos herero y nama su «conciliación» (Versöhnung) en vez de ofrecerles sus «disculpas» (Entschuldigung). La elección del término no es casual: una disculpa oficial obligaría al gobierno alemán, como sucesor legal del Reich, a pagar reparaciones económicas a Namibia, algo que reclamó ya en el 2002 Kuaima Riruako y otros 199 herero en un tribunal estadounidense tras haber fracasado la misma iniciativa en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya.

El término «conciliación», además, elude la gravedad de los hechos situándolos en un contexto de dominio colonial y no en el de un genocidio. La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de la ONU, adoptada por la Asamblea General el 9 de diciembre de 1948 y ratificada a día de hoy por más de 140 países -entre ellos Alemania-, entiende por genocidio una serie de actos «con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal [es decir, como tal grupo, AF]», entre los cuales: «a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.» Todo eso es precisamente lo que intentaron llevar a cabo los alemanes en sus colonias africanas.

De la insurrección de los herero a la guerra contra los «hotentotes»

 

Como es sabido, la tardía y nunca bien resuelta unificación de Alemania en 1871 hizo que el Reich se sentase a la mesa del reparto colonial como último comensal. A pesar de las autocomplacientes teorías del Sonderweg y el aparente desinterés hacia el deseo de poseer colonias a ultramar, el país codiciaba, como lo hacían todas las demás potencias coloniales, participar en el saqueo mundial de materias primas para alimentar a su industria en desarrollo y ganar acceso al control de las rutas comerciales por mar. La oportunidad la brindó el denominado «reparto de África», materializado en la Conferencia de Berlín (1884) -que en Alemania se conoce significativamente como Conferencia del Congo (Kongokonferenz)- organizada por el canciller alemán Otto von Bismarck y en la que las grandes potencias europeas aparcaron sus diferencias, como hacen siempre los grandes capitanes de industria, para explotar más y mejor África -al margen y a costa de los africanos, por descontado- en lo que supuso el disparo de salida de la fase imperialista del capitalismo. De esta conferencia se recuerda especialmente el papel de Leopoldo II de Bélgica, quien superó a todos los demás mandatarios europeos en desfachatez adjudicándose la propiedad privada del así llamado Estado Libre del Congo, del que sacó pingües beneficios a través de la concesión de licencias para la explotación de las minas y la extracción de caucho así como de la venta de marfil. En el país de Leopoldo II a los trabajadores que no cumplían con las exigentes cuotas de producción se les cortaba una mano y, como nadie se tomó la molestia de censar a los congoleños, aún hoy se desconoce la cifra exacta de muertos -por extenuación o ejecutados por la Force Publique-, que se estima entre los 5 y 10 millones. En la Conferencia de Berlín Alemania se quedó con Togoland (actual Togo y Ghana), Camerún, África Oriental Alemana (hoy Burundi, Ruanda y Tanganika) y África del Sudoeste Alemana (hoy Namibia), donde tuvo lugar el genocidio.

La confiscación de tierras con el fin de entregarlas a los colonos alemanes para convertirlas en grandes extensiones de cultivo desplazó a los herero y nama de sus tierras, que aparecen invariablemente en las estampas de los libros coloniales como despobladas, aguardando la supuestamente laboriosa azada europea. El modo de vida de ambas tribus se basaba principalmente en un ganado que, debido la escasez de tierras para el pastoreo y fuentes de agua, comenzaba a menguar, a lo que se sumaron fatalmente las enfermedades vacunas traídas de Europa, un brote de tifus, una plaga de langostas y una temporada de sequía. Privados de su tradicional medio de subsistencia, muchos herero se vieron forzados a trabajar como jornaleros para los colonos alemanes -subvencionados por el estado alemán a través de su oficina colonial con sede en Berlín- o alistarse en su ejército. No todos, claro. En 1904, Samuel Maharero, un dirigente de la comunidad herero, consiguió aglutinar el descontento y organizar una columna de 8.000 hombres para combatir al ejército alemán que consiguió desbordar inicialmente en número a las tropas coloniales alemanas (Schutztruppen) y librar una efectiva guerra de guerrillas que consiguió cercar Okahandja así como bloquear las comunicaciones de los alemanes destruyendo las vías de ferrocarril en Osona y las líneas del telégrafo en Windhoek, retrasando la llegada de tropas llegadas por mar desde Swakopmund. En la región de Waterberg los insurrectos expulsaron a los colonos, se apoderaron de armas e infligieron graves derrotas a los colonos alemanes.

Tras la dimisión del gobernador, Theodor Leutwein, Lothar von Trotha -un militar con experiencia en la supresión de las revueltas en África oriental alemana y la Rebelión de los bóxers en China (1898-1901)- asumió el cargo junto al de comandante en jefe de la región con la misión de aplastar la insurrección de los herero. Von Trotha, que declaró a un periódico berlinés que «una guerra no puede conducirse humanamente contra quienes no son humanos», llevó a cabo una despiadada campaña cuyo fin explícito era del exterminio de los herero como pueblo, asesinando indiscriminadamente a heridos, prisioneros, mujeres y niños, aterrorizando a la población y posiblemente envenenando sus acuíferos, méritos por los que fue condecorado personalmente por el káiser Guillermo. Von Trotha llegaría a firmar tras la expulsión de los herero de la región una «orden de exterminio» (Vernichtungsbefehl) el 2 de octubre de 1904 -de la que se conserva una copia en el Archivo Nacional de Botswana- que contrasta vivamente con el comportamiento de los combatientes herero, que perdonaron la vida a mujeres, niños, africanos y blancos no alemanes. En la batalla de Waterberg, von Trotha consiguió rodear, gracias a un ejército moderno -con una toma de decisiones centralizada y tecnológicamente superior-, a los herero, que, superiores en número pero mal equipados, acabaron sufriendo una dura derrota. Aunque hoy se debate si fue un error técnico de von Trotha o una decisión deliberada, los herero pudieron huir del cerco a través del desierto de Omaheke, donde la mayoría murieron de hambre y de sed en una auténtica marcha de la muerte (Todesmarsch). Se cree que al menos 30.000 herero murieron en esta travesía, más que en cualquier otra batalla contra los alemanes. Sólo 1.000 herero, incluyendo a Maharero, consiguieron cruzar con vida el desierto y llegar a la británica Bechuanalandia (actual Botswana). 2.000 de ellos escaparon hacia Ovamboland, al norte, o a Namaland, al sur, donde informaron a los nama -hasta no hace mucho, su enemigo histórico- del trato recibido por los alemanes. Muchos habían desertado antes del ejército alemán precisamente por esa misma razón.

Los nama retomaron el testigo de la lucha anticolonial contra el dominio alemán bajo el liderazgo de Henrik Witbooi -un antiguo oficial del ejército colonial- y Jakobus Morenga -hijo de un herero y una mujer nama, por cuya cabeza el káiser Guillermo II ofreció personalmente 20.000 marcos- librando una guerra de guerrillas que, como antes la de los herero, comenzó con éxito para los insurrectos en sus ataques a propiedades privadas, edificios gubernamentales e instalaciones militares alemanas. Pero nuevamente la superioridad tecnológica de los alemanes decidió la suerte de los nama: Witbooi fue herido de muerte en 1905 durante un ataque a una columna de transporte alemana, Morenga murió en combate en 1907 contra los alemanes y los británicos, que entretanto habían unido sus fuerzas contra el enemigo común. Simon Kooper, bajo el mando del cual se reunieron los restos de las fuerzas de los nama, consiguió llevar a su gente hasta Kalahari, lejos de los alemanes, donde negoció con el gobierno colonial británico para que no se extraditase a los combatientes nama. Quienes no consiguieron escapar fueron hechos presos y enviados a campos de concentración -inspirados en los establecidos por los británicos en sus guerras coloniales- de Okahandja, Windhuk y Swakopmund y otros lugares, donde trabajaron como mano de obra esclava en la construcción de carreteras y vías de transporte: en Shark Island (desde donde se enviaron por cierto los veinte cráneos que ahora Alemania ha devuelto) 1.359 presos de un total de 2.014 murieron en la construcción de una carretera entre Lüderitzbucht y Keetmannshoop. Los nama presos en los campos fueron diezmados a causa de enfermedades como el tifus, la disentería y el escorbuto, cuyo efecto se multiplicó por la falta de asistencia médica y de agua potable y el hacinamiento.

De los 17.000 herero capturados tras la guerra de 1904 y enviados a campos de trabajos forzados, 6.000 perecieron sólo en 1907. Los supervivientes fueron separados y enviados a trabajar en las granjas de los colonos alemanes con el objetivo de borrar de la faz de la tierra su cultura. De los aproximadamente 20.000 nama que vivían en 1904, sólo 9.800 habían sobrevivido para 1911 al hambre, la horca y el trabajo esclavo. El oficial médico jefe de Swakopung describió gráficamente a los presos nama como «piel sobre huesos , literalmente «, una expresión que se repetiría cuarenta años más tarde, cuando los soldados estadounidenses y soviéticos derribaron las puertas de los campos de concentración nazis.

Repercusiones políticas e históricas

Menos conocido aún es el impacto que tuvo la represión del alzamiento en la política de la metrópolis y, notablemente, en la socialista, al punto que las elecciones de 1907 llegaron a ser conocidas como «las elecciones de los hotentotes» (Hottentottenwahl) por su acalorado debate sobre la supresión del pueblo nama que estaba sucediendo y que se había mantenido en secreto desde 1904. Mientras el secretario de Estado de la Oficina colonial, el banquero Bernhard Dernburg, afirmaba que «no puede haber ninguna duda de que en el proceso de civilización, algunas tribus nativas, como algunos animales, deben ser destruidos, pues de lo contrario degeneran y se convierten en una molestia para el estado», y desde la bancada conservadora se insistía incluso en que «la raza blanca había de considerarse doquiera como la raza superior», el gran dirigente socialdemócrata August Bebel fue difamado por sus adversarios por su oposición a la guerra, que criticó en declaraciones como la de que «una guerra como ésta puede llevarla a cabo cualquier aprendiz de carnicero, no hace falta ser general o un alto oficial.» El genocidio de los herero también sería tenido en cuenta por Rosa Luxemburg en varios de sus escritos, señaladamente el «Panfleto de Junio» (1915).

El genocidio contra los herero y los nama tuvo también repercusiones históricas poco conocidas. Como ha señalado Ben Kiernan en Blood and Soil. A World History of Genocide and Extermination from Sparta to Darfur (New Haven, Yale University Press, 2007), «Heinrich Göring, padre del futuro dirigente nazi Hermann Göring, sirvió en 1885-91 como Reichskommissar de África del Sudoeste Alemana […] Entre los alemanes que allí participaron en el genocidio de las poblaciones herero y nama entre 1904 y 1908 se encontraba el futuro gobernador nazi de Baviera, Franz Ritter von Epp, quien durante la Segunda Guerra Mundial fue responsable de la liquidación de virtualmente todos los judíos y gitanos bávaros. En una concentración nazi en Nuremberg de 1931, von Epp y Hermann Göring aparecen juntos frente a Hitler. […] Otro futuro nazi, Eugen Fischer, llevó a cabo su investigación racista en la África del Sudoeste Alemana […] [Fischer llegó a ser] el presidente del Instituto Alemán Káiser Guillermo para la Antropología, la Herencia Humana y la Eugenesia, denunciando a las «personas de color, los judíos y los híbridos gitanos», y proporcionó a Hitler una copia de su obra mientras este último redactaba Mi Lucha en prisión. Tras tomar el poder en 1933, Hitler nombró a Fischer rector de la Universidad de Berlín, donde comenzó la depuración de profesores judíos. El instituto de Fischer más tarde instruyó y patrocinó investigaciones seudocientíficas llevadas a cabo por médicos nazis, entre los cuales el notorio Josef Mengele.»

Gestos de «conciliación», desde luego, los ha habido: la visita del canciller Helmut Kohl a Namibia en 1990 con la promesa de ayuda financiera; la visita a Waterberg de la ministra para la Cooperación y el desarrollo Heidemarie Wieczorek-Zeul en 2004, que incluyó la inauguración de una placa conmemorativa; o las disculpas sinceras de los herederos de von Trotha. Todo esto, sin embargo, no puede ser visto más que como migajas por los herero y los nama, pues el estado de Israel -que prácticamente se arroga en exclusividad el derecho a percibir las compensaciones económica por el Holocausto, en detrimento de otras comunidades judías- ha recibido 25 mil millones de euros en reparaciones -la cifra no es definitiva- y goza de la posición de socio preferente de Alemania, quien, entre otras cosas, suministra al ejército israelí camiones Unimog -producidos por Mercedes-Benz en Wörth am Rhein (Renania-Palatinado)-, avionetas Grob -fabricadas por la empresa sucesora de Grob-Werke, que utilizó a judíos como mano de obra esclava durante el Holocausto- y submarinos Dolphin, fabricados especialmente para las fuerzas armadas israelíes por la Howaldtswerke-Deutsche Werft, una compañía -ironías de la historia- propiedad de la ThyssenKrupp. Pero para los herero y los nama sigue sin haber «responsabilidad histórica».

Àngel Ferrero es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso.

www.sinpermiso.info