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No hay soldados para tanto

Fuentes: Público

Un alto mando del Ejército de los EEUU destacado en Afganistán ha declarado: «El problema no es ganar batallas; podemos ganar todas que haga falta. El problema es ocupar el territorio». Lo más chocante es que lo ha afirmado con gran solemnidad, como si fuera un hallazgo suyo, cuando se trata de una verdad más […]

Un alto mando del Ejército de los EEUU destacado en Afganistán ha declarado: «El problema no es ganar batallas; podemos ganar todas que haga falta. El problema es ocupar el territorio». Lo más chocante es que lo ha afirmado con gran solemnidad, como si fuera un hallazgo suyo, cuando se trata de una verdad más vieja que Matusalén. Dejando a un lado la baladronada sobre su capacidad para ganar todas las batallas que les haga falta (alguna han perdido), el hecho es que, en efecto, cuando lo que unas Fuerzas Armadas se plantean no es imponerse en un enfrentamiento concreto sino ganar una guerra, no les basta con zurrar durante unas horas al enemigo a base de bien y dejarlo hecho migas. Luego tienen que administrar el resultado. Y para ello resulta obligado quedarse sobre el terreno.

Es un inveterado escollo contra el que han chocado todos los imperios. Lo tuvo Alejandro Magno. Lo tuvo Atila. Lo tuvo Julio César. Lo tuvo -vaya que sí lo tuvo- Napoleón Bonaparte. Lo tuvo Adolf Hitler. Uno puede abrirse paso a sangre y fuego y llegar hasta los Urales a tiro limpio. Gran hazaña. Pero, una vez que está allí, ¿qué hace? ¿Volverse para casa en el siguiente tren o quedarse a vivir?

En ese punto, la clave la tienen siempre los hipotéticos aliados aborígenes. Todo depende de si están por la labor o no; de si aceptan el nuevo orden impuesto por los invasores y de si son capaces de hacerse cargo de él por su propia cuenta. Porque no hay estado que cuente con los suficientes soldados como para ocupar la mitad del globo terráqueo por su cuenta y riesgo.

¿Los estrategas del Pentágono estarán empezando a descubrir eso ahora? Pues cuéntenselo a Obama, que a Bush ya no vale la pena.