Traducido del inglés para Rebelión por Christine Lewis Carroll
Hace sólo un año los Juegos Olímpicos de Londres se recibieron como «un momento decisivo» para el nacimiento de una Gran Bretaña orgullosa de su multiculturalismo. Esa afirmación fue exagerada, pero ahora suena decididamente hueca -hasta peligrosamente indulgente- a la luz de acontecimientos recientes: el avance electoral del UKIP [Partido de la Independencia del Reino Unido], las crecientes amenazas de la EDL [Liga de Defensa Inglesa) y las agresiones de las que han sido víctimas los musulmanes y las mezquitas como consecuencia del asesinato de Lee Rigby [soldado del ejército británico] en el barrio de Woolwich.
El resurgimiento de la extrema derecha en Gran Bretaña y a lo largo de Europa plantea diversos desafíos a la izquierda. Pero hagamos lo que hagamos, hemos de reconocer que la extrema derecha refuerza -y se alimenta de- un fenómeno más difuso: el racismo, el chovinismo y la xenofobia inherentes al discurso dominante.
No es difícil encontrar el racismo en el discurso dominante. Sólo hay que ver las páginas del Daily Mail o del Daily Express -mucho más eficaces en transmitir la propaganda racista que la extrema derecha- o las series de televisión como Homeland o Argo (en las que, de acuerdo con los rancios estereotipos, los enemigos musulmanes de Occidente se retratan como implacables y brutalmente irracionales, a la vez que calculadores y embusteros). El racismo ha infectado también casi todas las principales instituciones de nuestra sociedad, desde el fútbol a la policía, las cárceles y las universidades de Oxford y Cambridge.
Lo supuestamente «indecible»
Los políticos de los tres principales partidos coquetean con el racismo. El truco reside en decir algo «indecible» pero que muchos tienen en la cabeza, como fue el caso de Jack Straw cuando habló de la niqab hace algunos años. Ahora Ed Miliband argumenta que el Partido Laborista no «escuchó» al «pueblo» con respecto a la «inmigración» (pongo las tres palabras entre comillas porque ninguna de ellas significa realmente lo que debería significar).
En estos momentos el centro político de este país parece adoptar la postura de que la extrema derecha expresa algún tipo de queja auténtica que los demás debemos escuchar. De esta manera el fundamento perverso del racismo se legitima y el verdadero mensaje de la extrema derecha no se cuestiona. Lo más espeluznante de los resultados electorales del UKIP fue lo rápido que obtuvo concesiones de Cameron y otros. Una vez más constatamos que el gran peligro de la extrema derecha es cómo arrastra el discurso político dominante hacia sus posturas.
Lejos de imponerse lo «políticamente correcto», los pensamientos supuestamente «indecibles» sobre el racismo son moneda común en todo tipo de conversaciones educadas, incluidos los medios de comunicación y los intelectuales. Nada de lo que pueda decir la EDL es más obsceno que las divagaciones de Martin Amis con respecto a la culpabilidad musulmana. Y fue evidente la maligna necedad de Tony Blair cuando declaró recientemente que de alguna manera, al fin y al cabo, el «islam» tiene sin duda la culpa.
En cuanto a la BBC, el corazón de la clase dirigente «liberal», ha legitimado tanto al UKIP como a la EDL, pero lo más importante es que es uno de los grandes propagadores de la cosmovisión «nosotros» contra «ellos». Su tratamiento estándar de la etnicidad, en casa y en el extranjero, encierra un comentario supraétnico -es decir liberal occidental y de hecho muy «inglés»- que se enfrenta a todo lo que esté fuera de su alcance privilegiado como «los otros», es decir todo lo que «nosotros» no somos: tribales, fanáticos, sectarios, más allá de la razón y sobre todo de nuestra responsabilidad. El discurso dominante -liberal y conservador- está impregnado de esta óptica habitual que asigna a «los otros» el lado oscuro de la sociedad (el odio, la violencia, la corrupción).
El racismo es flexible, elástico, desplaza sus objetivos y los motivos de queja. La línea entre nosotros y ellos se dibuja una y otra vez. Durante dicho proceso está aceptado que «ellos» es una fabricación, un fantasma, una proyección. Pero es verdad también que «nosotros» es el corazón de la supremacía blanca y occidental, un nosotros invocado alegre y rutinariamente en todo el discurso dominante.
El contexto global del racismo
El racismo nacional tiene un contexto global. En la guerra contra el terror los musulmanes -y otros- se convierten en los representantes del enemigo exterior que convive con nosotros y es siempre sospechoso. Ante la deshumanización de las matanzas llevadas a cabo por los aviones no tripulados y la negativa a asumir responsabilidad de la muerte y destrucción a gran escala en Irak y otros lugares, el doble rasero de la conciencia racista es inconfundible, también al consentir que Narendra Modi -cómplice del pogromo contra los musulmanes de 2002 en Guyarat- sea el futuro primer ministro de la India y al conferirnos con toda naturalidad las prerrogativas que negamos a otros, lo que incluye la posesión y uso de armas de destrucción masiva. Reside en cada uso no ponderado del pronombre «nosotros» cuando se debaten las intervenciones en el extranjero.
En contra del cuento de la derecha, el pasado imperial de Gran Bretaña en general ni se examina ni se reconoce y por tanto sus conjeturas contribuyen a formar nuestro punto de vista sobre el presente. Vivimos todavía en un mundo modelado material e imaginativamente por la era del Nuevo Imperialismo, durante la cual un pequeño número de Estados europeos dominó las economías y las formas de gobierno de la mayor parte de la humanidad. Este tipo de episodios dejó marcados a los dos partidos. La supremacía blanca, el racismo y el nacionalismo xenófobo forman parte del patrimonio cultural occidental tanto como lo que se denomina libremente «los valores de la Ilustración». Es un legado que debe desaprenderse sistemáticamente.
La respuesta racista al asesinato de Lee Rigby no fue automática ni natural. El racismo no es un fallo de configuración. Es una ideología, una fabricación, un gigantesco edificio psicosocial que hay que demoler ladrillo a ladrillo. No es una enfermedad que pueda curarse caso por caso. La terapia debe ser colectiva, algún tipo de trauma que confronte, cuestione y altere lo que la gente tiene en la cabeza cuando dice «nosotros».
Como vivimos sometidos a un capitalismo global que reproduce todo tipo de jerarquías sociales, la conciencia antirracista no se consigue mediante una conversión: es una lucha continua, un proceso en el que hay que comprometerse conscientemente. No hay descanso porque la ideología contra la que luchamos no descansa nunca.
Cabeza de turco
Un ejemplo de esto es que el multiculturalismo se ha convertido en cabeza de turco, declarado un fracaso por Merkel, Cameron y un ejército de expertos. Sin ningún fundamento es el origen de diversos fenómenos poco atractivos, desde el acoso sexual de muchachas por parte de hombres asiáticos a la supuesta autosegregación de las minorías. El hecho es que, como otros tormentos racistas, el multiculturalismo es en gran medida un fantasma. Las políticas generadas bajo aquella rúbrica fueron concesiones hechas en el pasado a consecuencia de las movilizaciones de las comunidades negra y asiática. Siempre hubo objeciones por parte de la izquierda al marco multicultural que conceptualizaba a las minorías como comunidades homogéneas con identidades culturales fijas.
Sin embargo la campaña de la derecha no trata de la teoría del multiculturalismo sino de su esencia; es decir de la existencia de personas a las que sentimos culturalmente ajenas. Las sociedades europeas modernas están y estarán compuestas de numerosas «culturas», de una abundancia de subculturas y contraculturas que se superponen y se entrecruzan. Negar o lamentar esta realidad es negar y lamentar la presencia de dichas personas a las que sentimos ajenas culturalmente. En este contexto las demandas de integración son demandas para adherirse a una norma cultural establecida por el grupo dominante. Es asombroso que algunas personas que presumen del legado de la Ilustración no consideren esto una tiranía.
Bajo el disfraz de una agresión contra el relativismo del multiculturalismo, lo que está ocurriendo es una reafirmación de la forma privilegiada de relativismo ético, la supuesta superioridad de la norma occidental. La forma más estridente y poderosa de la política de identidad en nuestra sociedad sigue siendo la identidad blanca u occidental: la identidad mayoritaria dominante a la que le gusta considerarse una minoría amenazada, bajo asedio en su propia tierra.
La respuesta a las deficiencias reales y no imaginadas del multiculturalismo no es un retroceso al eurocentrismo, a la cultura única o a la creación de una nueva síntesis cultural exhaustiva. Reside en la lucha política por la igualdad -no su mera representación- y el ejercicio de una solidaridad que va más allá de la cultura. El multiculturalismo al estilo olímpico no sirve de nada. El único antídoto contra la cultura del racismo es cultivar la resistencia.
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