La discusión entre las izquierdas en torno al fin del ciclo de los progresismos parece precipitarse, y mutar hacia otros escenarios no considerados en los debates. El fin del ciclo de los gobiernos progresistas, de políticas inclusivas con subsidios a las clases más empobrecidas, ha dejado un vacío ocupado con celeridad y oportunidad por el […]
La discusión entre las izquierdas en torno al fin del ciclo de los progresismos parece precipitarse, y mutar hacia otros escenarios no considerados en los debates. El fin del ciclo de los gobiernos progresistas, de políticas inclusivas con subsidios a las clases más empobrecidas, ha dejado un vacío ocupado con celeridad y oportunidad por el neoliberalismo más reaccionario. En pocos meses, Latinoamérica ha cambiado su rostro para perfilar un panorama similar a dos décadas atrás, bajo las consignas de FMI, Banco Mundial y los consensos de Washington. La derecha se ha apropiado del aparato del Estado para comenzar a desmantelar, en una estrategia propia de la doctrina del shock , el sistema de protección social levantado en varios países de la región durante al menos los últimos diez años.
Hay una serie de aspectos que parecen relacionarse, además de integrarse con una estrategia, una agenda, no transparentada. Si bien ha sido evidente la dependencia de los programas sociales de estos gobiernos con los dulces ingresos generados por más de una década con el alto precio de las materias primas, ha quedado también en evidencia la falta de una alternativa económica y política capaz de mantener esos subsidios. Una falta que con el cierre del flujo de divisas cortó no sólo los programas sociales, sino el horizonte y la estabilidad política de estos gobiernos. Los ejemplos están a la vista y no es ni necesario nombrarlos.
Si esta es una realidad bastante analizada y debatida por sectores de la Izquierda latinoamericana, hay otros aspectos que no fueron suficientemente discutidos y evaluados. La derecha y los capitales corporativos globalizados a través de todo el aparataje que va desde el corazón de Washington a través de numerosas agencias y medios de comunicación, han mantenido una campaña que responde a una agenda coordinada y oscura. La lucha no se ha dado, como en muchos otros momentos de la historia de nuestra región, en la institucionalidad política, sino bajo cuerdas y a través de firmas de comunicaciones y propaganda, activismo mercenario y otras herramientas desestabilizadoras.
La pérdida del Poder Ejecutivo en las urnas en Argentina, y el inmediato golpe de Estado parlamentario en Brasil, son eventos concatenados hilados por las mismas manos y con un sólo objetivo: restaurar, mediante la doctrina del shock , el Estado neoliberal, intención que ha quedado clara al observar los primeros meses del gobierno de Macri y escuchar las declaraciones del brasileño Michel Temer y sus ministros. A diferencia de las izquierdas, que tardan años en poner en marcha sus planes, la reacción conservadora aplica los suyos desde el día siguiente de recuperado el poder.
El episodio brasileño, sin entrar en estas líneas a lo que está aconteciendo en Venezuela, del mismo modo como hace un tiempo ocurrió en Honduras y Paraguay confirma la baja solidez política que tiene en estos momentos la política institucional, asediada ya sea desde otros poderes del Estado, por los medios de comunicación corporativos o por oscuras agencias externas.
La restauración neoliberal que penetra con fuerza en América del Sur, sellada con el golpe en Brasil, es un asalto al Estado para entregar los recursos y las riquezas a las corporaciones. No hay proyecto ni de desarrollo ni tampoco de gobernabilidad. Con una crisis del sistema capitalista sin precedentes desde 1929, con una incapacidad de generar empleos y estabilidad social, el capital corporativo entra de lleno a saquear con una rapidez cercana a la desesperación los recursos naturales.
Immanuel Wallerstein ha anunciado desde hace años esta tensión en torno al Estado. La crisis terminal del capitalismo advertida por el sociólogo estadounidense y numerosos otros académicos, entre ellos el geógrafo marxista David Harvey, levantará importantes batallas entre las ciudadanías y los dueños del capital por el control del Estado. Una batalla en pleno curso en la cual las tradicionales instituciones políticas, cooptadas y corruptas y actualmente alimentadas por el capital, tendrán que fragmentarse o disolverse. La reacción de las fuerzas conservadoras en estos meses es sólo una batalla más en una intensa lucha que se prolongará, siguiendo al profesor Wallerstein, por ésta y las próximas décadas.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 853, 10 de junio 2016.