En Perú hubo un golpe de Estado el pasado día siete.
Da vergüenza que ciertos gobiernos y personalidades definidas como progresistas se nieguen a utilizar el nombre preciso y a desenmascarar a los protagonistas del hecho y vacilen al calificar a Dina Boluarte como lo que es: una lacaya que, vestida de progresismo, buscó la protección de las élites peruanas y se puso al servicio de la Embajada de Estados Unidos.
Solo por el compromiso con la oligarquía y las ataduras con la política imperialista, gobernantes como Gustavo Petro y Gabriel Bóric utilizan para hablar de la situación política en Perú los mismos términos que Luis Almagro, el desacreditado secretario general de la Organización de Estados Americanos (la colonialista OEA), y que Lissa Kenna, embajadora de Estados Unidos en Perú.
Vale destacar que el gobierno de Cuba y el de México han reconocido como culpables a los sectores oligárquicos de Perú y que Nicolás Maduro (de Venezuela) y Xiomara Castro (de Honduras) han hablado, sin medias tintas, de golpe de Estado.
En la otra posición, Luis Inacio (Lula) Da Silva declaró: “Siempre hay que lamentar que un presidente elegido democráticamente tenga ese destino, pero entiendo que todo caminó dentro de los moldes constitucionales”.
¿Acaso ahora opina lo mismo sobre la maniobra “legal” mediante la cual fue destituida y enjuiciada Dilma Rousseff y apresado él mismo? Esta manifestación de desmemoria traducida en abyección retrata su compromiso con la derecha, pero además deja claro que sus acuerdos con la clase dominante y el poder imperialista van más allá de la selección del derechista Geraldo Alckmin como compañero de boleta.
No es posible tapar el sol con un dedo. La aplicación de la estrategia del golpe blando culmina en la destitución de un gobierno cuando las condiciones están dadas. Es una vieja práctica que no tiene otro nombre. Ha sido aplicada en Nicaragua, en Venezuela, y con tintes particulares en Cuba, donde, desde el inicio de la década de 1960 se impuso un bloqueo económico, se han utilizado armas biológicas, se ha intentado repetidamente el magnicidio y los programas de desestabilización son financiados con fondos de Estados Unidos y de las potencias europeas.
El imperialismo y las élites sociales realizan una labor constante de conspiración.
¿AGENTES DE CAMBIO EN IDILIO CON LA DERECHA?
Para disfrazar de ayuda su odiosa injerencia y garantizar la impunidad de sus tropelías, la oligarquía y los jefes imperialistas siempre han buscado terreno fértil.
En el caso de Perú, aprovecharon la atomización de los grupos de apoyo al gobierno de Pedro Castillo y la carencia de una plataforma política que le sirviera de sustento.
Estados Unidos ofreció “trabajar de cerca” con el gobierno golpista. No hay que hacer mucho esfuerzo, entonces, para definir al equipo que se instala.
El nuevo primer ministro, Pedro Angulo Arana, tiene trece acusaciones en materia fiscal y en el año 2011 tuvo que retirarse del Ministerio Público tras ser denunciado por acoso sexual contra dos mujeres, una de ellas fiscal adjunta y la otra fiscal asistente.
Ese es el primer ministro seleccionado por Dina Boluarte, primera mujer en ocupar la presidencia de Perú. ¡Ya se sabe que es demagógica cualquier declaración sobre la igualdad de género!
El detalle no es intrascendente y se asocia con el hecho de que Lula Da Silva tomará posesión en Brasil junto a un vicepresidente derechista y miembro del Opus Dei.
El elemento de unión en ambos casos es el compromiso con la derecha. Es lo que impide también que algunos dirigentes reconozcan en Boluarte a una servidora de la embajadora yanqui previamente preparada para colocarse en la presidencia y para proclamar que todo se ha desenvuelto en el marco constitucional y se ha actuado en aras de defender la democracia.
El poder mediático hace el coro, pone los adjetivos y repite en cápsulas el catecismo elaborado por la derecha y por la ultraderecha, presentando la represión como democrática diligencia para mantener el orden.
Los medios controlados por el capital utilizan en la labor de difusión esa palabrería para construir un tapiz de zarandajas bajo el cual se oculta lo fundamental, que es el control de los recursos, la distribución del ingreso y la riqueza y todos los elementos a considerar en el marco general de la dominación política.
Los dirigentes comprometidos con la sociedad de clases intentan negar ante las mayorías la existencia de la lucha de clases, que es el motor de los cambios. Pero no es posible ocultar lo esencialmente cierto.
Dina Boluarte desempeña hoy en Perú el papel que desempeñó Porfirio Lobo Sosa (Honduras, 2009) y el de Jeanine Áñez (Bolivia, 2019). No puede haber reparo en afirmarlo porque la OEA y Estados Unidos la presenten como garantía de continuidad de la democracia. ¡Muy retorcido es el concepto de democracia que manejan!
Si un dirigente político vacila al calificar a Dina Boluarte como derechista protegida por las élites y cobijada por la Embajada, es porque esa definición coincide con la suya.
Ese dirigente no pone en apuros a los organismos directores del actual ordenamiento político iniciando un proceso para sacar de su país las bases militares yanquis, no enfrenta a las mineras transnacionales y, en lugar de repudiar las invasiones que el imperialismo presenta como intervenciones humanitarias, suma a las mismas el ejército bajo su mando.
No es difícil asociar a esta definición ciertos nombres.
La falacia política se llama demagogia y la claudicación es traición. No hay eufemismos para sustituir estos términos.
La naturaleza de un gobierno está dada por su compromiso con el pueblo y su contribución a la conquista de la soberanía, la autodeterminación y la justicia social.
Un gobierno obediente al imperialismo es traidor y entreguista… Y deben saber sus dirigentes que, más temprano que tarde, el pueblo les pedirá cuentas.
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