Descontento social y crisis capitalista imponen una dinámica de desintegración. Degradada la socialdemocracia se fortalecen opciones de ultraderecha y tambalea un proceso de 60 años. Desde el estallido en 2007 de la más grave crisis del capitalismo mundial la Unión Europea (UE) sufre un resquebrajamiento, ocultado pero persistente, que se manifiesta de varias maneras […]
Desde el estallido en 2007 de la más grave crisis del capitalismo mundial la Unión Europea (UE) sufre un resquebrajamiento, ocultado pero persistente, que se manifiesta de varias maneras y provoca temores, la mayoría de ellos fundados. Tuvo que pasar una década para que, a 60 años del Tratado de Roma que dio origen a la Comunidad Económica Europea (CEE), antecedente y cimiento de la UE, para que los gobiernos reconocieran oficialmente la magnitud del problema.
En su diagnóstico los llamados líderes europeos se empeñan en incluir los factores exógenos y en público subestiman la crisis económica, social, laboral y política que envuelve a sus propios ciudadanos, partidos políticos y gobiernos. Hablan de terrorismo internacional, crisis de refugiados, la elección de Donald Trump en Estados Unidos y las relaciones con el resto del mundo. Hacia adentro mencionan al brexit (salida de Gran Bretaña del bloque), el creciente movimiento de quienes rechazan la integración europea y pocas cosas más. No se ve, salvo excepciones, una autocrítica por las exigencias de ajuste fiscal hacia las economías más chicas, la pérdida de derechos sociales y la caída de una socialdemocracia que no mostró diferencias con la derecha liberal a la hora de aplicar ajustes, avalar guerras imperialistas, ejercer el racismo y la xenofobia y establecer acuerdos con sectores conservadores para impedir el surgimiento de nuevos partidos de masas.
La cumbre que se realizó el 25 de marzo en Roma para conmemorar los 60 años de la Unión es un buen ejemplo de ese ocultamiento de los síntomas más graves. Los líderes de los 27 países miembros acordaron una serie de compromisos para los próximos diez años pero no hubo un abordaje profundo de la crisis que sacude al bloque.
El documento de Roma promueve una Europa «segura, próspera, social y más fuerte en la escena mundial». También se compromete a adoptar una «política migratoria eficaz y sostenible» que genere «crecimiento y empleo».
El texto establece que «en los diez próximos años queremos una Unión más segura y protegida, próspera, competitiva, sostenible y socialmente responsable, que tenga la voluntad y la capacidad de desempeñar un papel fundamental en el mundo y de modelar la globalización».
Un párrafo señala, de manera genérica, que «la UE se enfrenta a retos sin precedentes, tanto mundiales como interiores: conflictos regionales, terrorismo, presiones migratorias crecientes, proteccionismo y desigualdades socio-económicas».
El documento fue largamente negociado para determinar de qué manera se abordarían los asuntos más espinosos del bloque. Temas discutidos en lo previo pero no abordados en el documento final son la caída de los índices sociales en muchos de los países, las políticas de ajuste y el proteccionismo económico exigido por algunos socios.
Durante las semanas previas el gobierno conservador polaco puso en duda la firma de la declaración. Estaba en contra del concepto de «una Europa a dos velocidades», según el cual el bloque se desarrollará de acuerdo a las posibilidades asimétricas de cada uno de los países.
Esta teoría del crecimiento dispar, que había sido acordada a comienzos de mes en una cumbre entre los principales líderes europeos, finalmente quedó lavada en el documento final: «actuaremos juntos, a distintos ritmos y con distinta intensidad cuando sea necesario, mientras avanzamos en la misma dirección».
Escépticos y decepcionados
Un reciente estudio de Ipsos señala que los ciudadanos de las cinco naciones más grandes de Europa piensan que su país se encuentra en declive: 73% de los encuestados en Italia, 69% en España, 67% en Francia, 57% en el Reino Unido y 47% en Alemania. Según el trabajo la mayoría de los franceses (61%), italianos (60%), españoles (56%), alemanes (44%) y británicos (43%) creen que su generación tiene una vida peor que la de sus padres.
Buena parte de ese escepticismo descansa en los jóvenes, los que más han sufrido las consecuencias de la crisis disparada en 2008. Según Eurobarómetro la mitad de ellos se siente excluida y marginada de toda participación significativa en la vida social y económica. Tres de cada cuatro europeos piden más medidas para combatir la falta de empleo en una región que cuenta con jóvenes altamente calificados, pero más de 4,2 millones de jóvenes menores de 25 años están desempleados. En países como Grecia, España e Italia el problema es realmente grave, con cifras que van del 38 al 45%.
En el plano político, la crisis social y la caída en desgracia de partidos tradicionales han dado lugar a la emergencia de movimientos progresistas (deslegitimados por los sectores de poder y víctimas de sus propias contradicciones) y también de extrema derecha. En diciembre pasado las elecciones en Austria dieron un primer aviso de que el fenómeno debe tomarse seriamente. El socialdemócrata ecologista Alexander Van der Bellen venció por poco a Norbert Hofer, representante del nacionalista Partido de la Libertad, xenófobo y contrario a la Unión Europea.
El mismo mes el primer ministro italiano, Matteo Renzi, había sido derrotado en su intento por reformar la Constitución mediante un referendo y renunció a su cargo. Tras el alivio en las elecciones de Holanda donde la derecha frenó el ímpetu ultranacionalista, los europeos están atentos a lo que suceda en Francia y Alemania y el futuro de los gobiernos de España e Italia.
Uno menos
Abril y el resto del año estarán atados a los efectos del «brexit», la evolución de la crisis y la credibilidad de la población en un proceso que tambalea. El brexit, palabra que sintetiza la decisión de la mayoría de los británicos de separarse de la Unión Europea, ya está en marcha. A fines de marzo la primera ministra Theresa May, del Partido Conservador, aplicó el artículo 50 del Tratado de Lisboa (la ley madre del bloque) y comenzó el proceso de negociación. Es la primera vez en la historia de la UE que un país abandona el bloque, exactamente 60 años después de la firma del Tratado de Roma.
Como parte de la UE Gran Bretaña fue la segunda potencia económica luego de Alemania. Como principal socio comercial de este país, recibe vehículos y manufacturas en gran escala. Estudios privados previos señalan que con la ruptura británica Alemania podría perder anualmente entre una y tres décimas en su PIB. Pero hay naciones que sentirían un impacto mayor, como Irlanda, Luxemburgo o Bélgica.
Cuando se consolide la ruptura ya no habrá fronteras comerciales abiertas entre Londres y los países del bloque. Esto explica que May quiera firmar acuerdos de libre comercio entre Londres y la UE de manera paralela a la salida británica. El objetivo máximo es que de aquí a dos años Gran Bretaña no tenga obligaciones institucionales con la UE, pero sí libre intercambio de bienes y servicios. Los líderes europeos son menos optimistas y más desconfiados; además temen que Gran Bretaña se transforme en un paraíso fiscal. El camino es largo en un mundo en crisis.
Proyecciones
Las pautas generales de lo que se abrirá para Londres tras el brexit fueron mencionadas por May en enero pasado, siete meses después del referendo en el cual casi el 52% de británicos decidió abandonar la Unión Europea, tras haber sido en 1973 parte fundadora de la Comunidad Económica Europea. En su presentación ante el Parlamento el 17 de enero la líder conservadora entregó una lista con los 12 puntos fundamentales para esta etapa de divorcio, entre ellos la ya referida pretensión de libre comercio con sus futuros ex socios.
Entre los 12 propósitos de la hoja de ruta está limitar el número de ciudadanos de la UE que llegan a Gran Bretaña y sólo atraer a «los mejores» que quieran trabajar y estudiar. Uno de los compromisos de May es acordar con Bruselas (capital de la Unión Europea) que se mantengan los derechos para quienes ya están viviendo en el mercado común y también para los tres millones de ciudadanos de la UE que actualmente viven en Gran Bretaña. Lo mismo prometió para mantener los derechos laborales de los trabajadores que actualmente están regulados por las leyes europeas.
La UE perderá con el brexit los 10 mil millones de euros anuales que Gran Bretaña aportaba al presupuesto comunitario. En un momento delicado, con necesidad de aumentar gastos sociales para atender la crisis y mientras suben los gastos militares, los 27 socios europeos tienen dos opciones: aumentar proporcionalmente sus contribuciones o reducir el gasto.
Previsiones privadas estiman que de acuerdo al crecimiento de la economía de países y bloques, en 30 años (ya sin Gran Bretaña) el peso de la Unión Europea en la economía mundial será de apenas 9%. Para 2050 Gran Bretaña sería la décima economía, Francia estaría fuera de las primeras 10 e Italia más allá de las 20 primeras. En el reparto global India representaría el 15% de la economía mundial, China el 20% y Estados Unidos el 12%.
A comienzos de marzo un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) señaló que el «modesto» repunte de la economía global no tiene «sólidos cimientos». Apuntó que hay una «notable desconexión» entre cierta confianza detectada en los mercados financieros y la realidad de los fundamentos económicos. La economista jefe del organismo, Catherine Mann, advirtió que «la mejoría en la confianza de los mercados contrasta con el continuado bajo crecimiento del consumo y la inversión, que sigue bastante por detrás de previas recuperaciones, y la ralentización en el crecimiento de la productividad junto con la persistente desigualdad de ingresos». Remarcó que «la confianza (global) ha aumentado (pero) el consumo, la inversión, el comercio y la productividad distan de ser fuertes».
El mismo informe detalló que en la zona euro (países de la UE que tienen al euro como moneda) continuará el ritmo «moderado» de crecimiento económico con 1,6% en 2017 y 2018. Para la Ocde, Alemania tendrá este año un crecimiento estimado del 1,8%, Francia crecerá 1,4% e Italia 1%. Detectó para Europa «señales alentadoras de que la inversión de las empresas se puede estar fortaleciendo», pero alertó sobre «el alto nivel de créditos morosos y un mercado laboral aún débil en algunos países de la zona». En el Reino Unido la expansión prevista para este año será del 1,6% y del 1% en 2018, atado a «la incertidumbre acerca del futuro de sus relaciones comerciales».
Dependientes
La primera ministra May espera a Donald Trump para comenzar a tejer una alianza muy compleja, pese a que parlamentarios, dirigentes políticos y ciudadanos de a pie juntaron más de un millón de firmas para pedirle que no lo reciba. Trump apoyó el brexit durante su campaña electoral y cree en la disolución de la UE producto de la llegada masiva de refugiados y el desencanto de la población con el bloque. Su candidato a embajador ante la UE, Ted Malloch, provocó la ira de conservadores y socialdemócratas cuando anticipó que habrá otros brexit y un colapso del euro como moneda común.
Aunque parezca exagerado, buena parte del futuro de la UE depende de las políticas comerciales y económicas de Trump, quien ya anunció que reforzará barreras e impuestos a los productos importados de Europa. La reunión en Washington con la alemana Angela Merkel del 17 de marzo no dejó ver una luz en el túnel.
El presidente del Consejo Europeo Donald Tusk advirtió a los jefes de Estado de la UE: «el cambio en Washington coloca a la Unión Europea en una situación difícil, con una nueva administración que parece cuestionar los últimos 70 años de política exterior americana». Lo dijo en la misma reunión en la que el presidente francés, François Hollande, pidió a sus socios que reaccionen ante los ataques del nuevo administrador de Washington: «cuando Trump habla del modelo del brexit para otros países, debemos responderle. Cuando añade medidas proteccionistas que podrían desestabilizar las economías europeas y a las principales economías del mundo, debemos responderle». Cuando Trump pise suelo europeo, seguramente en mayo al visitar la Otan, Hollande estará dejando la presidencia de Francia a manos de la derecha o del ultranacionalismo.
La Cumbre de primavera de los líderes europeos (Bruselas, 9 de marzo) reafirmó su «firme compromiso con una política comercial robusta y un sistema comercial multilateral abierto» como «una clara señal en tiempos en los que están reapareciendo tendencias proteccionistas». El gobierno derechista de Polonia se opuso a ese compromiso de libre comercio y otros prefirieron acompañar esa declaración de principios. Polonia lidera un pequeño grupo de naciones junto a Bulgaria, Rumania, Estonia, Letonia y Lituania que comparten necesidades: se benefician con los fondos europeos a cambio de ser base de operaciones militares de la Otan en su lucha contra Rusia. Otra nación del este de la UE, Hungría, literalmente cierra sus fronteras y Ucrania marcha a la deriva en su lucha armada contra los separatistas pro rusos.
Reino apenas unido
Hacia dentro el gobierno conservador de Theresa May trata de contener los aires independentistas de escoceses e irlandeses del norte. El 28 de marzo el parlamento de Escocia aprobó la propuesta de la ministra principal, Nicola Sturgeon, de convocar a un nuevo referendo para decidir si el país debe independizarse o no del Reino Unido. La propuesta fija un lapso de tiempo para la consulta popular entre fines de 2018 y principios de 2019. Sturgeon defendió que la independencia de Escocia será la mejor alternativa frente a las consecuencias que tendrá el brexit, que «será un desastre para la economía y nuestra sociedad». Y concluyó: si Londres no autoriza la consulta popular, el Reino Unido se romperá.
En septiembre de 2014 los escoceses se habían pronunciado contra la separación de Gran Bretaña (el No obtuvo 55,3% en el referendo) y dieron por cerrado el debate en torno a la independencia. En la reciente consulta por el brexit, el 62% de los escoceses optó por permanecer en la UE pero el triunfo de los antieuropeos en el recuento general de Gran Bretaña volvió a encender las posiciones nacionalistas y el rechazo a Inglaterra.
May acusó al Gobierno escocés del Partido Nacionalista Escocés (SNP) de tener una «visión de túnel sobre la independencia» y centrarse en la independencia en detrimento de otras necesidades de la autonomía. «Pienso que lo que la gente quiere es que el gobierno del SNP se ocupe de los asuntos que requieren atención a diario», dijo May a la BBC. Allí lanzó una frase que generó disgusto en las corrientes independentistas: «la política no es un juego».
Lo cierto es que el gobierno escocés presentó a comienzos de marzo un detallado plan para mantener a Escocia dentro del mercado único. May aseguró que la iniciativa se está «examinando» y que «hay cuestiones que han planteado que hemos incorporado» al proceso del brexit. Prometió que el futuro acuerdo comercial de Londres con la UE, cuando se firme, «funcionará para todo el Reino Unido y, lo que es clave, que funcione también para Escocia».
Otro proceso similar podría desatarse en Irlanda del Norte, donde la población también había votado mayoritariamente por la permanencia en la UE. En ambos casos, para convocar legalmente un referendo se necesita la autorización de la primera ministra. A diferencia de Inglaterra y Gales, Escocia e Irlanda del Norte votaron por amplia mayoría a favor de permanecer en el bloque en el referendo del pasado 23 de junio.
Las elecciones parlamentarias del 4 de marzo dejaron como resultado un equilibrio de fuerzas entre unionistas y nacionalistas. El probritánico Partido Democrático Unionista (DUP) de Arlene Foster ganó por un solo escaño (28) al nacionalista Sinn Féin de Michelle O’Neill (27). El gobierno británico se apuró a pedir «cuanto antes» un Ejecutivo compartido en Irlanda del Norte para evitar la profundización de la crisis.
Del lado de los laboristas las cosas no van mejor. Jeremy Corbyn, líder de izquierda del laborismo, está siendo azotado por las encuestas de opinión dentro de sus partidarios de cara a las elecciones de 2020. Un sondeo de la firma YouGov difundido a comienzos de marzo revela que la mitad del Partido Laborista cree que Corbyn debería dimitir antes de los comicios generales (36% para que renuncie ahora y 14% para que lo haga antes de 2020). El 44% de los consultados apoya la continuidad del dirigente. El mismo trabajo reveló que el economista John McDonnell, aliado de Corbyn, es el político favorito al interior del laborismo. Ambos representan corrientes que se ubican a la izquierda del partido, que celebrará elecciones internas el 4 de mayo.
Reformismo
La socialdemocracia deambula sin rumbo por Europa, como lo muestran los escenarios de España, Italia, Francia, Gran Bretaña. A la par, la experiencia de Alexis Tsipras en Grecia fue un golpe duro para la denominada «nueva izquierda», como lo fue también la derrota de Podemos en España, que sucumbió al acuerdo de cúpulas entre derechistas y socialdemócratas. La extrema derecha ocupa espacios perdidos por los progresistas y sólo en escasos escenarios asoma una izquierda que intenta distanciarse de los sectores desorientados.
Un caso particular es Portugal, como Grecia severamente castigado por la crisis y el ahogo del sistema financiero europeo e internacional. Desde 2015 el primer ministro António Luís Santos da Costa gobierna una coalición entre el Partido Socialista, el Bloque de Izquierda, el Partido Comunista Portugués y los ecologistas, que mostró un incipiente alejamiento de la ortodoxia del ajuste fiscal, redujo el desempleo, mejoró la situación laboral general con aumento del salario mínimo y jubilaciones. El PS se vio obligado a un pacto con la izquierda para poder mantener la mayoría parlamentaria.
Trabajosamente en Alemania una corriente del viejo Partido Socialdemócrata Alemán (SPD, actualmente aliado a la Unión Demócrata Cristiana de Angela Merkel) trata de hacerse un espacio para enfrentar a la actual canciller el 24 de septiembre próximo. Hasta enero pasado el secretario del SPD, Sigmar Gabriel, vicecanciller y ex ministro de Economía de Merkel, fue candidato a disputar la jefatura de Estado pero perdió en las primarias a manos de Martin Schultz, un representante de las corrientes más progresistas del SPD.
En Francia, el Partido Socialista se derrumba de la mano del presidente Hollande, pero la izquierda no logra ocupar ese espacio. Algo similar ocurre con el debilitamiento de la socialdemocracia italiana, sin que surjan organizaciones de masas que cuestionen el sistema.
Mientras tanto, la Unión Europea tambalea y ve cómo se eclipsa un proceso de integración madurado durante décadas que en los últimos diez años golpeó con dureza a los trabajadores del continente.
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