«Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto» [1] Con la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) se rompió la inercia que inmovilizaba a la integración regional. Hasta ese momento, parecía inconcebible que este continente, forjado en una historia compartida y el pensamiento de sus Libertadores, careciera […]
«Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto» [1]
Con la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) se rompió la inercia que inmovilizaba a la integración regional. Hasta ese momento, parecía inconcebible que este continente, forjado en una historia compartida y el pensamiento de sus Libertadores, careciera de un organismo independiente y ajeno de las injerencias estadounidenses y europeas.
Más de doscientos años, después de iniciado el camino de la independencia, fue necesario para que al fin pudiera concretarse un espacio llamado a convertirse en el foro de la unidad latinoamericana.
Esta unidad, bajo las actuales condiciones, resulta estratégica para los pueblos y los gobiernos de la región. En estos tiempos, donde por doquier se levantan alianzas económicas, y se conforman y reconfiguran grandes bloques para la competencia en el mercado mundial, resulta esencial disponer de un espacio soberano que defienda los intereses comunes.
Frente a la crisis, además, la integración se concibe como una oportunidad para resguardar el comercio e incentivar el crecimiento económico.
Pero el camino a transitar no es sencillo, sino más bien está plagado de obstáculos y desafíos, de cuya superación depende la materialización de todas las expectativas que se han depositado en la Celac.
Sería oportuno entonces comenzar analizando -sin pretender ser exhaustivos, pero como un ejercicio imprescindible- algunos de esos obstáculos a los cuales se enfrenta la integración latinoamericana. Identificar las dificultades es parte del camino a transitar para su solución.
(1) En primer lugar, nuestra región no ha podido evitar la presencia de múltiples conflictos entre sus países. Disputas territoriales -pudiera mencionarse la solicitud boliviana realizada a Chile para recuperar su salida al mar-, conflictos de naturaleza política, o inclusive confrontaciones en el ámbito militar -recuérdese la incursión de tropas colombianas en Ecuador en 2008-, lastran las potencialidades reales de impulsar un proyecto común.
(2) A ello habría que sumar el sesgo ideológico de ciertos líderes latinoamericanos, en ocasiones mucho más interesados en contubernios con las grandes economías que en desarrollar el potencial de la región. Detrás de ellos, están por supuesto, los poderes económicos que buscan la ganancia a toda costa y no dudan en enrolarse en el juego de la subordinación-conjunción con los capitales provenientes del Norte.
La integración, resulta entonces la alternativa que una vez surgida desde la defensa de «lo latinoamericano» entra en contradicción con esos poderes e influencias foráneas, que constituyen un serio obstáculo para su consecución.
Así asoman la cabeza, los «Judas» a los que se refirió José Martí, al hablar sobre «El agrupamiento de los pueblos de América» en 1883, que actúan dispersando el esfuerzo continental y de cierta forma desdeñan la construcción de esquemas genuinos dentro de la región, lo cual, a la larga, contribuye a su des-integración.
(3) En tercer lugar, en muchas de las esferas de la integración, se carece del sustrato teórico que sea capaz de satisfacer las necesidades de los países implicados. Cuanto se ha concebido hasta ahora -con la excepción del ALBA- posee una fuerte influencia librecambista, neoliberal y a partir de allí resulta en extremo difícil -considerando las relaciones de producción capitalistas dominantes- brindar un tratamiento adecuado a las asimetrías entre los países, más allá del otorgamiento de ventajas comerciales que resultan generalmente transitorias.
(4) Tampoco resulta fácil conciliar las demandas del conjunto de países latinoamericanos, determinada por la poca complementariedad entre sus economías. Nuestra región, subdesarrollada y dependiente, en la mayoría de los casos ve limitada su oferta a recursos naturales o servicios tradicionales, como el turismo, y esto en la práctica desestimula el esfuerzo integrador, que se diluye en la competencia entre sus países por captar cuotas de mercado e inversiones.
(5) Ello se ve agravado por la falta de una infraestructura adecuada (energía, telecomunicaciones, transporte, etc.), es decir, de un «sistema circulatorio» que viabilice las iniciativas de la integración. En este ámbito, aunque se trabaja en la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) y se realizan esfuerzos similares en Centroamérica, sus resultados aún resultan insuficientes en relación con las necesidades de la región.
Pero aún pensando que estos valladares puedan ser superados, quedan al menos otros tres no menos importantes a la hora de concebir el proyecto de unión continental
(6) Aunque América Latina no dispone de un espacio de integración diseñado a escala regional, los esquemas subregionales, una densa red de Tratados de Libre Comercio (TLCs) y otros acuerdos similares, conllevan a que -en ciertas ocasiones- los compromisos ya alcanzados obstaculicen la posibilidad de avanzar en nuevos acuerdos.
(7) En séptimo lugar, el papel clave que desempeña América Latina en el contexto geoeconómico y geopolítico mundial, entre otras causas, por las enormes reservas de recursos naturales, la hace una región no desdeñable para los objetivos imperialistas de las grandes potencias y destino de sus esfuerzos encaminados a obstaculizar el esfuerzo de unificación. Para estas, resulta muy distinto influir sobre las posiciones de países aislados, que en una concertación capaz de ofrecer singular resistencia a habituales prácticas de dominación.
(8) Por último la «integración real» presiona los avances en la firma de acuerdos integracionistas y sobrepasa los límites de la integración «dirigida» desde los Estados. Esta pudiera ser, una de las fuerzas que actualmente está determinando la materialización de diferentes variedades de asociaciones con los países asiáticos, y no puede descartarse que su influencia vaya en detrimento de los esfuerzos centrados en la integración latinoamericana.
Sin embargo, todos estos obstáculos no han sido suficientes para frenar la voluntad de la integración regional, ni para detener las fuerzas que la van conformando. Sobre las individualidades y las divisiones, entonces se imponen la necesidad de la unidad y la visión del futuro compartido, que resultan apoyadas desde los gobiernos y desde los pueblos, representados por sus movimientos sociales. De estas voluntades -a pesar de todos los desafíos- es que se renuevan las esperanzas y las oportunidades para América Latina. La Celac forma parte de ellas.
Y es bajo estas condiciones que surge la llamada Alianza del Pacífico.
Esta nueva entidad, que agrupa a México, Perú, Colombia y Chile, e incorpora como observadores a Costa Rica y Panamá [2] , fue creada para alcanzar «el libre flujo de bienes, servicios, capitales y personas, a fin de situar a esos países en mejores condiciones para el acercamiento y consolidación de las relaciones económicas y comerciales con la dinámica región asiática» [3] . A pesar de este objetivo declarado, su verdadera razón de ser puede llevarla más allá. En el complicado ajedrez de la integración latinoamericana, faltaba la cofradía de países representantes de la derecha y defensores a ultranza del libre mercado.
Es por esta causa que tras su arribo al contexto latinoamericano, la Alianza del Pacífico inaugura una época, donde se pasa de un modelo de integración subregional, basada en la comunidad territorial (Sistema de la Integración Centroamericana, Comunidad del Caribe, Comunidad Andina de Naciones, etc.) a una integración sustentada por las afinidades ideológicas. En la actual coyuntura, al menos para lo político, la Alianza del Pacífico es percibida como la antítesis del ALBA, y en el ámbito económico, del Mercado Común del Sur (Mercosur).
Para comprender esta última idea, tendría que señalarse el potencial efecto que tendría en el ámbito regional un grupo de países, que priorizando en su relacionamiento exterior a ciertos países asiáticos, pudieran colocar en un segundo plano las oportunidades que brinda el fomento de la integración orientada hacia América Latina y en especial hacia sus economías más dinámicas. Nótese que esto tampoco se encuentra reñido con los deseos de algunas grandes potencias de obstaculizar la unión de los pueblos latinoamericanos, a las cuales se les estaría haciendo un gran favor.
Pero en el relacionamiento entre los América Latina y Asia, a la Alianza del Pacífico habría que adicionar, al menos, otros dos instrumentos de acercamiento birregional, la denominada Alianza Transpacífica y el Foro de Cooperación Asia – Pacífico (también conocido como APEC, por sus siglas en inglés), los cuales incluyen en su membresía a países asiáticos [4] .
La «mirada» hacia los países asiáticos, resulta absolutamente lógica y estratégica para nuestra región, considerando el nuevo papel que dicha área desempeña en las relaciones económicas internacionales.
Desconocer esa realidad sería un suicidio económico para América Latina.
La asociación con Asia responde entonces a la necesidad de redimensionar las relaciones con una región que ha ido adquiriendo un papel protagónico dentro de la economía latinoamericana. Por ejemplo, pudiera considerarse el rol que previsiblemente ocupará China en los intercambios comerciales entre ambas regiones. De mantenerse el actual ritmo de crecimiento de la demanda de los productos latinoamericanos en los Estados Unidos, la Unión Europea y el resto del mundo, y si la demanda de ese país asiático crece solo a la mitad del ritmo registrado en la década 2001-2010, China superará a la Unión Europea en 2014 como segundo mayor mercado para las exportaciones de la región. De forma similar, en el caso de las importaciones se prevé que China supere a la Unión Europea en 2015 [5] .
Por esas razones, no todo el esfuerzo de acercamiento económico entre Asia y América Latina ha de reducirse a la sencilla y rutinaria práctica de mejorar las relaciones bilaterales a través de mecanismos para la facilitación del comercio o las inversiones. El problema fundamental que se plantea, radica en cómo se van a ir construyendo esos lazos, si se van a ir creando nuevos mecanismos que resulten mutuamente ventajosos, o si por el contrario, se continuará copiando el modelo neoliberal de integración, que a la larga reproduce la posición subordinada de nuestra región y afianza el modelo primario extractivista que la reduce a suministrador de materias primas de bajo valor agregado.
En este sentido, uno de los peligros a los que se somete la economía latinoamericana, consiste en desaprovechar la oportunidad de establecer nuevas relaciones que pudieran ser promotoras de su progreso y simultáneamente, bajo la seducción que los mercados asiáticos producen en varios países, desestimar lo poco alcanzado en materia de integración regional, boicoteando las oportunidades que esta pudiera proveer.
Y es sabido que la frustración de la unidad latinoamericana, sería bienvenida por todos aquellos países que se aprovechan de ella, por ejemplo, para continuar negociando en absoluta tranquilidad Tratados de Libre Comercio.
Habiendo sintetizado hasta este punto algunos de los más relevantes desafíos que ha de enfrentar la integración latinoamericana, resulta conveniente concluir identificando un conjunto de premisas que no pueden ser pasadas por alto a la hora de llevarla hacia adelante.
Retomando la idea de que su consecución resulta una necesidad para nuestro continente, no puede perderse de vista que la integración regional, no es solo un tema de interés para los pueblos latinoamericanos, pues esta debe hacerse en confrontación con las ansias de dominación hegemónica de los Estados Unidos, o de otras potencias que se benefician de la subordinación y dependencia de América Latina.
También es necesario insistir en que la integración por sí misma no resolverá los múltiples problemas que aquejan a los pueblos de la región, aunque pudiera ser un poderoso instrumento para hacerlo.
Para que cumpla con esa función, entonces tendría que ser edificada partiendo de las condiciones reales de los países latinoamericanos, sin pretender copiar ningún otro esquema por sólido o exitoso que en determinado momento hubiese podido parecer, en esta área o en otras latitudes.
De ahí que los senderos por los cuales ha de transitar la integración latinoamericana tengan que construirse sobre la base de un pensamiento propio, que se remonte a los fundadores de la independencia latinoamericana y que se asiente en la cultura y la historia compartidas. Ya desde 1875 Martí había dicho que «La economía ordena la franquicia; pero cada país crea su especial Economía. (…) Aquí se va creando una vida; créese aquí una Economía. Álzanse aquí conflictos que nuestra situación peculiarísima produce: discútanse aquí leyes, originales y concretas que estudien, y se apliquen y estén hechas para nuestras necesidades exclusivas y especiales» [6] .
Finalmente, en su concepción y avance, la integración latinoamericana no puede vincularse solo al ámbito de la circulación, sino que debe incluir dentro de la dimensión económica esferas como la productiva y la tecnológica, guardando el espacio necesario para lo social y cultural, como imprescindibles ejes articuladores del esfuerzo integrador. Asimismo el tratamiento a las asimetrías entre los países no podrá faltar en la agenda.
Sobre estas bases, es que la recién creada Celac, se constituye como una oportunidad para ir concretando, a partir de un proyecto propio, ese espacio de integración profunda que tanto tiempo se ha buscado. El proceso será largo y no estará exento de contradicciones. Desde este momento, resulta una tarea urgente fortalecer su posición, yendo mucho más allá de ser un foro político, pues de lo contrario, corre el riesgo de verse suplantada por otros esquemas de integración que satisfagan esa necesidad regional.
En el futuro, sin lugar a dudas, la integración latinoamericana seguirá siendo uno de los grandes temas de la agenda continental.
Por ello ha de continuar el debate. Bienvenido sea.
Notas:
[1] Martí, José. Agrupamiento de los pueblos de América. Publicado en La América, Nueva York, en octubre de 1883.
[2] Uruguay también ha solicitado su incorporación al bloque
[3] Sobre los países integrantes de la Alianza del Pacífico, así como su participación en la economía regional, véanse Bullón, Mariano (2012). La Alianza del Pacífico. Posible impacto en la integración latinoamericana. Disponible en: http://www.alainet.org/active/
[4] Conforman la Alianza Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés) once países: Chile, Perú, México, Canadá, Estados Unidos, Vietnam, Singapur, Australia, Malasia, Brunei y Nueva Zelanda, con la existencia además de negociaciones por parte de Japón para sumarse a este esquema. El APEC (21 países) se encuentra integrado por: Australia; Brunei Darussalam; Canadá; Chile; República Popular China; Hong Kong, China; Indonesia; Japón; República de Corea; Malasia; México; Nueva Zelanda; Papua Nueva Guinea; Perú; República de las Filipinas; Federación Rusa; Singapur; Taipei chino; Tailandia; Estados Unidos; y Viet Nam. Al respecto véanse Bullón (2012). Ob. Cit. y el sitio http://www.apec.org/About-Us/
[5] Véase de Rosales, Osvaldo y Kuwayama, Mikio (2012). China y América Latina y el Caribe. Hacia una relación económica y comercial estratégica. Documento de CEPAL, disponible en: www.eclac.org
[6] Martí, José. Trabajo publicado en la Revista Universal, México el 14 de agosto de 1875.
Guillermo Andrés Alpízar es Investigador del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.