En varias oportunidades señalé mi preocupación por la escasa o nula relevancia que la prensa internacional le otorga al proceso de transformaciones y reformas uruguayo, a su cultura política, y fundamentalmente, a las históricas particularidades de su izquierda, no exenta de dificultades y moras. Este ninguneo no le es exclusivo, sino que con diversos matices, […]
En varias oportunidades señalé mi preocupación por la escasa o nula relevancia que la prensa internacional le otorga al proceso de transformaciones y reformas uruguayo, a su cultura política, y fundamentalmente, a las históricas particularidades de su izquierda, no exenta de dificultades y moras. Este ninguneo no le es exclusivo, sino que con diversos matices, varios países sudamericanos del giro progresista sufren similar indiferencia mediática. Las excepciones normalmente están vinculadas a notas de color, o directamente tratadas como tales, como por ejemplo la iniciativa de monopolio estatal de la producción y distribución de marihuana o la nota de la BBC que titula al Presidente Mujica como «el presidente más pobre del mundo», a pesar que en el propio video él mismo reniega del rótulo cuestionando el carácter ideológico de la interminable carrera por la acumulación individual de riqueza material. Otras irrupciones mediáticas las encontramos ante la emergencia de algún escándalo como aquel de la candidata a rectora universitaria privada que entendía como misión de su institución priorizar la selección de personal en base a una heterosexualidad que su propio celibato le impide practicar, exhibiendo además una furibunda homofobia que no es óbice para llevarla a habitar en comunidad de autosupliciadas del mismo sexo: mucho más que un detalle de color.
No obstante, la razón del lugar que se le otorga, no se explica sólo por divergencias, que obviamente los grandes medios tendrán para con los gobiernos progresistas y que cada tanto exponen editorialmente sin mayores referencias empíricas, sino de banalización y reduccionismo. Sin embargo, quiero detenerme en esta oportunidad en algunas omisiones de la propia prensa uruguaya que además la exceden y que en algo contribuyen al relativo aislamiento comunicacional externo.
El escritor uruguayo Jorge Majfud fue reconocido en el mes de octubre por los lectores de la revista digital «Foreign Policy en español» como el intelectual iberoamericano más influyente de 2012. No encontré en toda la prensa uruguaya mención a esta noticia -aunque siempre algo puede pasárseme- y menos aún, para mi mayor sorpresa, en este diario en particular en el que se publica a Majfud con alguna frecuencia. No soy lector de esa publicación electrónica (http://www.fp-es.org) sino que me enteré por un reportaje que otro medio electrónico de la ciudad argentina de Mendoza (que también desconocía) le realizó a propósito de esa distinción y cuyo link me fue enviado, supongo que por la caprichosa imprudencia de mencionarme en él. Quizás la intención de retribuir el afecto que su amistad me inspira y que debe contabilizarse como presupuesto consciente de estas líneas, expliquen la referencia. La autoconciencia crítica de tal presupuesto no evita la contaminación afectiva y consecuente parcialidad que porosamente se reflejará en mi satisfacción y agrado por el reconocimiento a un entrañable amigo epistolar, ya que a pesar de haber estado a veces a algunos cientos de kilómetros de distancia en algunos países, nunca pudimos coincidir y conocernos personalmente.
El carácter de la omisión se amplifica aún más si consideramos comparativamente que la intimidad de la boxeadora Chris Namús, por ejemplo, ha sido objeto de recurrente curiosidad de la prensa y la opinión pública. Se conoce más el trasero de la deportista que la obra y repercusión del escritor, cosa que resulta un indicador, aunque parcial, de las prioridades y ponderación relativa de los medios y la sociedad. Tampoco encontré referencias en otras publicaciones internacionales donde también solemos coincidir como colaboradores con Majfud. Pero la desatención es doble porque además de la noticia del reconocimiento para un intelectual uruguayo de la diáspora, venido del interior sin más recursos que su propio talento, el escritor introduce en el reportaje un debate sobre el rol del intelectual que tiene una importancia y actualidad cardinal, para Uruguay en particular y para los países que vienen intentando construir izquierdas tanto renovadas cuanto pragmáticamente eficaces para intentar transformar, al menos parcialmente, la realidad social. Cuando en la campaña política interna del Frente Amplio uruguayo el entonces candidato Mujica convocó a una reunión de intelectuales, presentada por la actual senadora y politóloga Constanza Moreira, creí ver la posibilidad de un resurgimiento de debate intelectual en Uruguay que finalmente no se ha desarrollado, al menos con el ímpetu que requeriría. Tampoco creo que la demanda actual de «actualización ideológica» como la que impulsa el ex Presidente Vázquez lo logre estimular en lo inmediato por su vaguedad. Iniciativas encomiables como el proyecto de creación de una universidad tecnológica en el interior del país que aprobó la cámara de diputados difícilmente ocuparán esta vacancia. No es un tema universitario, aunque muchos intelectuales se forman en -y participan de la vida de- la universidad. Pueden construirse y planificarse escuelas de expertos y científicos, también de tecnócratas diversos, pero difícilmente se podrán fabricar intelectuales por fuera de una sinergia político-intelectual de grandes conglomerados movilizados, de un clima general de cuestionamiento, interrogación y provocación instalado en toda la sociedad y a través de ella en los medios.
Aunque relativizando los significados de los términos «intelectual» e «influencia», la primera conclusión de Majfud en el reportaje (http://www.mdzol.com/nota/429768/) es que el rol del intelectual viene languideciendo en la vida política contemporánea. No se refiere a una noción genérica y amplia, de tipo inclusivamente gramsciana, sino más acotada y específica del intelectual comprometido como Sartre en los ´60 o Chomsky en la actualidad, aunque resulte finalmente un «generalizador», o más bien una suerte de abarcador incurable. La razones que le atribuye son por un lado la pérdida de organicidad para con el pueblo, ahora sí en el sentido de Gramsci y por otro el pragmatismo de la derecha que logró atribuirle un carácter superfluo y hasta obstaculizador a su función y actividad. Agregaría a ello, que esto último sería imposible si ciertas izquierdas no hubieran compartido también este desprecio por la actividad intelectual.
El debate esbozado no puede agotarse en unas pocas líneas, pero introduce un problema vital frente a la tentación tecnocratista ante el acceso de las izquierdas y los progresismos al poder político. Creo ver en este intelectual «generalista» de Majfud al «amateur» con que Edward Said lo define por oposición al «profesional», más próximo al experto, al tecnócrata, al científico. El del compromiso apasionado por oposición al profesional de pretensión objetiva. Al arriesgado por oposición al diplomático y conservador. Al expuesto por sobre el resguardado. Al vulnerable para debatir y dejarse implicar en causas mundanas. Al despreocupado por las recompensas materiales o simbólicas. En este punto hay cierto subjetivismo en Said que lo hace irreproducible e infabricable por fuera de la dinámica social desde donde se genera el lazo de organicidad. «Con el paso del tiempo -dirá Said- el intelectual se vuelve hacia el mundo político en parte porque, al contrario que la academia y el laboratorio, este mundo está animado por consideraciones de poder e interés que de manera clara y evidente mueven a toda una sociedad o nación, y que, como fatalmente anunció Marx, arrancan al intelectual de cuestiones relativamente discretas de interpretación para meterlo en otras mucho más significativas de cambio y transformación social». Creo que en última instancia, así definido, el intelectual es alguien que surge de la dinámica, efervescencia y la lucha social, y no a la inversa.
Majfud diferencia a los intelectuales de los profesionales o expertos que realizan obviamente trabajo intelectual. Es muy probable que buena parte de los intelectuales se desempeñen como científicos, profesionales y hasta tecnócratas, sea en las universidades, los centros de investigación, el Estado, los medios de comunicación, los centros culturales, etc. Pero agrego que no es tan probable que buena parte de los expertos devengan intelectuales. La insubordinación, el inconformismo, la rebeldía no se compadece demasiado con las formalizaciones académicas o burocráticas, aunque esas actitudes y posicionamientos, alienten el narcisismo que resulta un problema nada menor ni despreciable de los intelectuales. Creo particularmente vital el señalamiento de este problema para la izquierda uruguaya actual ya que tres grandes amenazas mutuamente complementarias se ciernen sobre ella: la desmovilización de las bases, la declinación del debate intelectual y el carácter fuertemente personalista que anida en la vida intelectual, mediática y política.
Nunca le atribuí fundamento lógico y consistencia a los refranes populares, más allá de reconocer el ingenio cuasi aforista de algunos de ellos. Pero no estaría tan errado en este caso del uruguayo emigrado, aquél que reza que «en casa de herrero, cuchillo de palo» ya que no creo cometer una infidencia revelando que el escritor es hijo de un carpintero de Tacuarembó.
La modestia de Majfud le impide valorar el reconocimiento obtenido. Comparto su afirmación de que «esas listas siempre han sido muy discutibles» aunque disiento con su explicación y corolario cuando afirma que «alguien me escribió diciendo que había propuesto mi nombre luego de leer el prólogo que le escribí a Noam Chomsky. Es decir, son circunstancias del momento que luego se olvidarán».
No me siento comprendido por esa generalización suya. No suelo olvidar las alegrías.
Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
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