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Francia

Parar completamente para pararles los pies

Fuentes: mediapart.fr

Dando continuidad al movimiento de los chalecos amarillos, la movilización contra la reforma de las pensiones plantea una reto político que va más allá de las reivindicaciones sociales propias de esta movilización: la victoria o la derrota de un liberalismo autoritario que combina un Estado policial, una democracia débil y un mercado salvaje. En estos […]

Dando continuidad al movimiento de los chalecos amarillos, la movilización contra la reforma de las pensiones plantea una reto político que va más allá de las reivindicaciones sociales propias de esta movilización: la victoria o la derrota de un liberalismo autoritario que combina un Estado policial, una democracia débil y un mercado salvaje.

En estos momentos en los que Macron vive su momento thatcheriano, buscando una victoria histórica contra los trabajadores y trabajadoras que aún tienen la capacidad de paralizar el país, es la movilización en el sector ferroviario la que nos trae a la memoria un buen consejo. Gébé, que entró en la SNCF [ferrocarril público] como diseñador industrial, publicó sus primeros comics en La Vie du rail. Ahora bien, entre 1971 y 1974 fue el autor de un cómic profético que se publicó en serie en Politique Hebdo y más tarde en Charlie Mensuel y Charlie Hebdo. Comic que en 1973, de la mano de Jacques Doillon, se convirtió en película: L’An 01. Su mensaje era tan simple como radical: Lo paramos todo. Y la primera escena se desarrolla en una estación de tren.

No es casualidad que hoy en día la juventud de la generación de Greta Thunberg se sienta atraída por esta película y este comic. Un día de 2018 la propia Greta decidió dejar de ir a la escuela para salvar el clima. «¿Para qué estudiar, se decía ella, por un futuro que quizás ya no exista?»

Casi cincuenta años después de su invención, la fábula de L’An 01 se da cita con la urgencia ecológica, el rechazo del productivismo, la crítica al mercado, el rechazo al consumismo, la señal de alarma sobre la contaminación, la inquietud por las alienaciones, la protesta contra las opresiones…; es decir, la rebelión general y pacífica contra un mundo que destruye lo común y el bienestar, la solidaridad y el compartir, la simple felicidad y la alegría apacible, la belleza y la bondad.

Tierra desconocida, según la invención de la palabra por Thomas Moro, la utopía no es una ingenuidad, sino una radicalidad: la manera de atacar a la raíz de nuestros infortunios o de nuestros sueños, a las causas de lo primero y a la impotencia de los segundos. ¿Y si, entre todos y todas, lo paráramos todo para mejor pararles los pies? Si, detener esta carrera al precipicio al que nos llevan los gobernantes en plena guerra contra su propia sociedad, al servicio de intereses socialmente minoritarios y cargándose derechos sociales básicos.

El movimiento de los chalecos amarillos, que emergió a partir de la reivindicación espontánea de igualdad ante los impuestos, puso al desnudo la violencia social del poder, haciendo emerger una represión policial sin precedentes, tanto por su brutalidad como por su impunidad. Impulsada por las organizaciones sindicales representativas, la movilización contra la reforma de las pensiones confirma la intransigencia de este mismo poder, determinado a no cambiar un ápice su programa de desmantelamiento sistemático de los derechos sociales conquistados durante decenios por el mundo del trabajo.

Si logra su objetivo, no solo serán revisados a la baja, recortados, debilitados derechos sociales básicos: derecho al bienestar más allá del trabajo, a condiciones dignas en situación de paro, a poder conservar el empleo, a vivir en condiciones de buena salud, sino que, fundamentalmente, será una de victoria simbólica que se utilizará contra las protestas que emerjan de la sociedad frente a la injusticia y la desigualdad, y las resistencias frente a los abusos de poder que las protegen y las prolongan. Será una victoria que pondrá un candado más al orden establecido para beneficio de los privilegiados y los ricos.

Desde el bunker protector de las instituciones monárquicas, que le aseguran un poder personal que ha incrementado la omnipotencia, Emmanuel Macron impulsa a marchas forzadas una contrarreforma cuyo programa fue enunciado en los años 1970 por los teóricos de un liberalismo autoritario. Su documento fundacional fue el texto de la Comisión trilateral sobre La crisis de las democracias, subtitulado Informe sobre la gobernabilidad de las democracias, uno de cuyos autores, Samuel Huntington, teorizaría más tarde el choque de las civilizaciones.

Requisitoria contra el exceso de democracia que conduciría a su desbordamiento por el pueblo soberano y a su puesta en cuestión por la dinámica de la sociedad, este informe es un alegato a favor de una democracia restringida y limitada. Una democracia apagada y aletargada en la que el gobierno esté libre del control de quienes le han elegido y su actividad quede al margen en la deliberación pluralista. Una democracia en la que el Estado se situaría al margen de la voluntad general, sin someterse a disputas, sin posibilidad de ser cuestionado, de forma que pueda dedicarse sin ninguna traba a proteger los intereses económicos de quienes se han acaparado de él.

En un libro pionero, La Société ingouvernable, el filósofo Grégoire Chamayou reconstituye de forma minuciosa la genealogía de este liberalismo autoritario en el que el Estado fuerte actúa al servicio del mercado salvaje. Bajo ese régimen, «la libertad económica, la del individualismo posesivo, no es negociable, en tanto que la libertad política es opcional», nos dice, trayendo a la palestra los compromisos explícitos de Friedrich Hayek, principal teórico de esta ofensiva reaccionaria, con las dictaduras chilena, argentina o portuguesa, así como con el régimen de apartheid en África del Sur.

Para Hayek la libertad del mercado está por encima de la libertad política y, por tanto, de la democracia. Es lo que explica sin rodeos desde 1978 en relación a Margaret Thatcher: «Cuando la señora Thatcher afirma que la libre opción se debe ejercer en relación al mercado más que en las urnas, se limita a recordar que la primera opción es fundamental para la libertad individual, en tanto que la segunda no lo es: además, la libre opción puede coexistir bajo una dictadura capaz de limitarse, pero no bajo el gobierno de una democracia ilimitada»; «prefiero una dictadura liberal a un gobierno democrático sin liberalismo» añadirá en 1981 durante una visita a Chile.

Estos pretendidos liberales no aman la libertad. Lo que denominan «democracia ilimitada» es simplemente una democracia viva y real: el derecho a controlar a los gobiernos, a exigirles cuentas, el derecho a organizarse, protestar, manifestarse, plantear reivindicaciones ignoradas, inventar nuevos horizontes de emancipación, etc. La única libertad que defienden es egoísta y particular: la de enriquecerse, beneficiarse y poseer.

Dicho de otro modo, la que acaba de ilustrar el oligarca Carlos Ghosn, patrón expulsado de Renault-Nissan, con libertad para huir de la justicia gracias a una evasión pagada a base de millones y promovido como héroe de su mundo de secesión. En contraste, como lo muestra su reivindicación de una implacable represión de los movimientos sociales, las libertades de la mayoría son una amenaza y un peligro, porque pueden conducir a que un día sus privilegios y su dominación sean puestos en cuestión.

Su Estado, dice Chamayou, es un «Estado fuerte-débil, fuerte con unos, débil con otros», fuerte contra las reivindicaciones democráticas de redistribución social, débil en relación al mercado, a las finanzas y a las y los accionistas. Políticamente antiliberal, porque queriendo restringir nuestras libertades democráticas y nuestros derechos sociales, este liberalismo autoritario es «un autoritarismo socialmente asimétrico», negándose a poner en cuestión las desigualdades sociales pero autorizando una represión implacable hacia quienes protestan contra ellas.

Este autoritarismo es un proyecto de sociedad que va más allá de los simples abusos de poder estatal, en el que la violencia policial es su manifestación más viva. Teniendo como objetivo hacer irreversible su dominación, el mundo de los negocios tiene la intención de «hacerse ingobernable para gobernar mejor a los demás», define Grégoire Chamayou. La ingobernabilidad organizada de los mercados, la libertad desenfrenada de las y los accionistas, la incitación a la especulación y al enriquecimiento constituyen un método de gobierno que generaliza la violencia en las relaciones laborales, en el seno de las empresas y en las condiciones de las y los trabajadores.

«La política neoliberal, explica el filósofo, en la medida que practica la desregulación, sobre todo del derecho laboral, que refuerza el poder del empleador en la relación contractual y precariza y desestabiliza a los trabajadores y trabajadoras, debilitando su relación de fuerzas, reduciendo su capacidad de rechazo, su libertad; en la medida que favorece la acumulación de riqueza, agravando las desigualdades y exacerbando más aún las oportunidades de subyugación de todo tipo, implica un fortalecimiento del autoritarismo privado. En ese sentido, en sentido social, no sólo estatal, el liberalismo económico es autoritario».

El proyecto político que impulsa Emmanuel Macron, del que Friedrich Hayek bien podría haber sido el inspirador, nos pone colectivamente a merced de un retroceso duradero de nuestras libertades individuales y de nuestros derechos colectivos. Sin contar que, en las elecciones [presidenciales] de 2022 pueda hacer la cama a un poder aún más autoritario. Con su obstinada promoción de la extrema derecha como única opción electoral alternativa, nos expone a redobladas violencias, de las que la crisis ecológica puede ser un acelerador. Porque vaciando la democracia, desarma a la sociedad. Y de esa forma, hace posible lo peor.

En su último libro, Plan B para el planeta, Naomi Klein se alarma ante la posibilidad de un ecofascismo que utilice el argumento de la urgencia climática para promover ideologías racistas y supremacistas en una guerra de todos y todas contra todos y todas. Porque, subraya Naomi, «la crisis climática nos conduce a un terreno que repugna mucho a las mentes conservadoras: redistribución de riquezas, compartir los recursos y reparación». En consecuencia, los intereses afectados, para escapar a este cuestionamiento, corren el riesgo de acentuar, aún más, a nivel planetario, su secesión del mundo común, incluso mediante la adopción de ideologías racistas, xenófobas, anti-migrantes, a fin de justificar sus barricadas y sus privilegios.

Derechos sociales, libertades democráticas, lucha ecológica, todo está unido, de forma indivisible e indisociable. Avanzarán o retrocederán juntos. La feliz profecía de L’An 01 se ha convertido ahora mismo en una preocupante emergencia. Si no logramos parar aquí y ahora a un poder que pone en peligro nuestros derechos y libertades, mañana ya no tendremos la oportunidad de hacerlo.

Fuente original: https://www.mediapart.fr/journal/france/090120/tout-arreter-pour-les-arreter

Edwy Plenel, periodista y escritor. Director de Mediapart desde 2008, comenzó su carrera periodística en Rouge (diario de la LCR) en 1978.