La meteórica y sorpresiva irrupción de Payo Cubas todavía está dejando perplejo al país. En las elecciones de abril alcanzó casi 700 mil votos, convirtiéndose en el tercer candidato presidencial más votado, fracturando las aspiraciones opositoras, que hizo su elección más amarga de las últimas décadas. El más beneficiado del fenómeno payista es el cartismo, y su víctima mayor el progresismo que se quedó con una solitaria banca en el senado.
La emergencia de Payo Cubas
El surgimiento de Payo Cubas como un líder no es casualidad. Las clases trabajadoras arrastran una larga historia de empobrecimiento, discriminación e injusticia, condimentada por una desvergonzosa corrupción estatal. El es el reflejo del hartazgo social, exacerba por la pandemia, que sigue golpeando a miles que quedaron sin trabajo. El subempleo llega al 63%, el desempleo al 7%, y el 80% de los trabajadores no gana ni siquiera el salario mínimo, de por sí miserable. Las mayores víctimas de la pobreza son los jóvenes, que no encuentran lugar en una sociedad cada vez más excluyente. La delincuencia es la única salida que les queda para sobrevivir. Cada 6 minutos ocurre un delito protagonizado por jóvenes según datos oficiales, pero en la realidad es mucho mayor.
La crispación social sigue recorriendo las calles, alcanzando niveles de conmoción social. En este escenario, de hartazgo y crispación, Payo Cubas logró emerger como líder. Él supo interpretar la realidad, y con habilidad se colocó a la cabeza de las demandas de la gente que sobrevive penosamente, viendo cómo los políticos sin ningún pudor ostentan la riqueza escamoteada al Estado. Cubas logró sintonizar con la angustia de esa gente condenada a la pobreza y marginalidad, la que cada cinco años recibe ofertas de un cambio que nunca llega.
Marketing político
Cubas, al estilo Bukele, hábilmente se puso a la cabeza de los reclamos más sentidos, asumiendo una crítica radical al poder, llamando a moralizar la política. Su retórica que casi llega al paroxismo, logra seducir a un electorado harto de la injusticia, la corrupción y la desigualdad más escandalosa del continente. Construye un liderazgo carismático asociado a un discurso persuasivo y cargado emocionalmente de acciones grandilocuentes, cautivando a jóvenes y a las clases más pauperizadas.
Haciendo uso de sus habilidades de comunicación se autoasigna la legitimidad del pueblo y de la defensa de sus intereses contra la “élite corrupta”. Apela a las emociones, y siguiendo una estrategia tradicionalmente populista pero apuntalada en una táctica de comunicación política sofisticada, Cubas logra presentarse como el portavoz de las clases populares indefensas ante el poder. Se confronta violentamente con los referentes institucionales más aborrecidos por los paraguayos, como el poder judicial, la policía y el legislativo. Golpea a policías, defeca en la oficina de jueces, escracha a fiscales y sin empacho alguno derrama agua en la cara de políticos, hasta el punto de perder su banca parlamentaria, y como remate amenaza con fusilar a todos los ladrones. Payo es un líder, producto de este tiempo de desesperanza, plagado de venalidad, impunidad y corrupción.
Su innovación y discurso irreverentes se sustentan en las redes sociales, que se convierten en su arma principal. La publicidad y el marketing son la llave que le abrió las puertas a una comunidad joven que se encuentra, principalmente, en las redes sociales, plataformas claves para su estrategia electoral. Un transgresor, que no se ubica ni en la derecha ni a la izquierda, pero como pocos líderes ha generado elogios y críticas de estos sectores al mismo tiempo. Encarcelado por una justicia putrefacta, antes que diezmarlo lo potencia como un perseguido político, víctima del poder.
La izquierda ausente
Durante todas la contienda electoral, los dirigentes del progresismo se pasaron repartiendo cargos como si fueran propietarios de la voluntad popular. Efraím Alegre incluso llegó a formar su gabinete antes de las últimas elecciones. Mientras, en el otro polo, Payo Cubas, combinando la lucha social y electoral subía en las encuestas. Teníamos por un lado al progresismo, sumergido en la repartija de cargos, y por el otro, a Cubas que crecía políticamente, movilizando a su electorado.
La izquierda no supo (y no sabe) interpretar la realidad electoral, que no es otra cosa que el reflejo de la realidad social. ¿Los centenares de concejales de izquierda que en estos años ocuparon (y siguen ocupando) cargos públicos, en qué se diferenciaron en su práctica con los políticos conservadores?, ¿desde sus espacios de poder generaron algún cambio? ¿El progresismo se planteó alguna vez la formación sistemática de cuadros para apuntalar un proyecto político?, ¿destinaron parte de sus recursos en la movilización popular? La izquierda al igual que la derecha prometió un cambio que nunca llegó, y el pueblo le pasó la factura. Cubas no hizo otra cosa que ocupar el espacio histórico que la izquierda abandonó. De no ser por el desatino político, los votos payistas deberían haber sido de la izquierda.
Retomar el camino
La irrupción de Payo Cubas debería obligar a la izquierda a procesar una nueva lectura de la realidad y repensar en su estrategia política. El fracaso electoral le debería hacer repensar en la lucha social. No hay cambio social sin lucha social.
El progresismo paraguayo sigue sin entender que los triunfos electorales de la izquierda latinoamericana (a la que pretende imitar) fueron productos de años de acumulación de fuerzas y de la maduración de la lucha social. Chávez, Evo Morales, Ortega o Correa, llegaron al poder gracias a largas movilizaciones populares. Es decir, los triunfos electorales fueron la culminación de luchas populares y de confrontación con el poder.
La izquierda paraguaya jamás se propuso confrontar con el poder. Al contrario, privilegió la lucha institucional, abandonando su legado histórico: la lucha social. Payo no escamoteo el voto de la izquierda, la izquierda le cedió. Paradójicamente, el fenómeno payista es la confirmación de que las condiciones subjetivas para la construcción de un proyecto de cambio están plenamente vigentes. Solo falta que la izquierda la entienda.
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