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Progresismo de selfie: mostrar al otro, quedarse con el like

Fuentes: Rebelión

Queríamos hacer de este artículo un balance de la coyuntura política en 2024, pero caímos en tantos lugares comunes que decidimos hacer otra cosa; proponemos humildemente un ejercicio de honestidad sobre el progresismo sin dejar de mirarnos y asumir responsabilidades.

La derecha viene acaparando la política en su concepción primaria y el sentido común con distintas herramientas; desde  las redes sociales, la proliferación de pensadores y referentes, hasta la administración de varios gobiernos. Los espacios progresistas generan respuestas, o en realidad reacciones, pero ninguna con la capacidad de hacer camino. Las voces de dirigentes, referentes y comunicadores progresistas, que son muchas, se confunden y generan una polifonía disonante, abrumadora y hasta molesta.

El uso de redes sociales y el scrolleo infinito se ha convertido casi en una obligación social. Los que tenemos el algoritmo programado para saciar nuestro interés político -entre otras cosas, porque también somos humanos- consumimos recortes de debates, análisis y memes; sin embargo, al final, nos encontramos con monólogos en loop que no son suficientes para posicionar nada en la agenda pública. Los grandes medios de comunicación no nos dan ni nos darán cabida, eso ya lo sabemos; y sin embargo, los medios alternativos, que hoy son cada vez menos alternativos y más establecidos, priorizan sumar seguidores para clavar una tendencia en X o verse bonitos en Instagram. 

Hoy el mercado, el marketing y las redes sociales tienen un fin estandarizante y lo progre, en su intento de vender ideas, se sube a este carro y genera, también, contenidos enlatados. Todas y todos queremos más o menos lo mismo y pretendemos vernos más o menos igual, como en Pinterest. También desde el progresismo hay tanta oferta redundante que no es suficiente para plantar gérmenes de transformaciones.

Apretemos un poco más: además de la mercantilización de las ideas progresistas, hay algo cruel en la decisión de a qué sujetos se quiere vender estas ideas y peor aún, a quiénes se intenta representar con ellas. El progresismo se ampara en un lenguaje que no le pertenece y que despolitiza constantemente; habla ligeramente del “campo nacional y popular”, de feminismo o de la economía popular. Lo hace desde un lugar de privilegio del que no reniega y que utiliza como pedestal para atribuirse la representatividad de “los otros”.  Esos otros son los negros, los pobres, los migrantes, los villeros, y son objetos, pero no sujetos, en las discusiones políticas.

En realidad, las y los progres se militan a sí mismos mientras pretenden traducir, generalmente en posteos, la voz de esos “otros”. Sin embargo, por su propio ensimismamiento, no los conoce y mucho menos los quiere realmente. Hay una distancia simbólica entre el progresista y “los otros” y sin embargo, físicamente están lado a lado, habitando las mismas ciudades y los mismos espacios. En Argentina, una de cada dos personas es pobre y una de cada cinco es indigente; ¿Será que alguno de los que lee este texto en este país (o de los que lo escribimos) tiene amigos indigentes? ¿O será que son invisibles excepto cuando (nos) sirven para un objetivo electoral?

Ahora bien, las y los progres convierten a esos “otros” en un “nosotros” por tiempo limitado, generalmente en campañas electorales para ellos mismos ocupar espacios de poder en el Estado. Hay algo sociópata en intentar generar empatía y hasta afectos en personas que no tienen cara ni nombre y de las que se sirven constantemente. Si bien la servidumbre es de abajo hacia arriba, lo progre pretende una enseñanza y un asistencialismo de arriba hacia abajo. Pablo Fernández Rojas, en su artículo “bailando entre la servidumbre y la libertad” publicado en la Revista Crisis N° 65 dice con su voz migrante y porteña que habita el Bajo Flores en la Ciudad de Buenos Aires: “La lógica de la militancia, la relación militante-militado, no permite una dinámica horizontal, sólo produce verticalidad. Hay una verdad que el militante tiene que transmitir al militado. Esa iluminación. En ese vínculo, mal concebido, encuentro la respuesta a nuestra anulación política.”

A pesar de la visible falta de creatividad política de las y los progres, y de la nula capacidad de acción o movilización, son una resistencia que está de moda ante la motosierra de la derecha. Sin embargo, “el progresismo buena ondita” -como le dijo Andrés Manuel López Obrador- no se atreve a cuestionar ni los sistemas de dominación ni las instituciones instauradas. En ese sentido se parece a la derecha más tradicional, incluso en su forma de manejarse desde la endogamia. No por nada caló tan fuerte el denominativo de “casta”. Entonces, estamos acá frente a otro conflicto; ¿es el progresismo el mal menor? Y sobre todo, ¿todavía tenemos ganas de seguir militando el mal menor? ¿No será acaso tiempo de dejar de vender humo?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.