Traducido por Ana Martínez Huerta y revisado por Gorka Larrabeiti
¿Sabían ustedes que algunos agentes de la Guardia di Finanza iban a la caza de tunecinos en Lampedusa con camisetas en las que ponía «G8 2001, YO ESTABA ALLÍ»? ¿Y que entre los policías había algunos que bajo el uniforme llevaban camisetas con un águila negra y la palabra «MERCENARIOS»? Habrá quien diga que son minucias. Sin embargo, en mi opinión, da la medida de adónde hemos llegado. La frontera está fuera de control. No hay ley ni información. La ley se confía a grupos de matones exaltados. Los mismos torturadores responsables de la masacre de Génova, las recurrentes muertes sospechosas en cárceles y en las comisarías (ver Cucchi, Uva, Aldrovandi… [1]), y de las palizas cada vez más frecuentes en los Centros de Identificación y Expulsión (CIE). Todo hay que decirlo: es cierto que en los días de la reconquista de Lampedusa los agentes no fueron los únicos que golpeaban porque con ellos también había operadores de «Lampedusa acoge» dando palos. Los testigos, sin embargo, son pocos. Porque a los periodistas los mantuvieron lejos, los intimidaron e incluso los maltrataron. Total, las imágenes a las redacciones las proporcionaba directamente la policía. Quien va a explicarnos cómo funcionaba la censura en esos días es de nuevo Alessio Genovese, uno de los pocos fotógrafos que se encontraba en la isla y que se quedó junto a los jóvenes tunecinos hasta las violentísimas cargas de la policía. Le hemos pedido que recuerde los hechos. La gravedad de lo sucedido así lo requiere. A continuación, su testimonio.
La batalla de Lampedusa, segunda parte
Por Alessio Genovese, reportero gráfico
Lampedusa en estos días ha sido un ejemplo de lo que en breve podría suceder en Italia. Hemos visto a los hombres de la Guardia di Finanza pasearse vestidos con uniformes muy a la moda. Había una camiseta que, en la manga derecha, decía «G-8 2001, YO ESTABA ALLÍ» y otra con un detalle más en la parte posterior: «MERCENARIOS«. A los periodistas se les prohibió llevar a cabo su trabajo adecuadamente. Los lampedusanos y las fuerzas de seguridad impidieron que hablaran con los cerca de 300 tunecinos que habían montado una sentada pacífica en el pueblo amenazando, intimidando e incluso golpeando a cámaras y fotógrafos.
Las únicas imágenes que han circulado han pasado un doble control: antes y después de los hechos. Los únicos que pudieron hacer fotos y grabarlo eran todos policías. Esta meticulosa selección eliminó la parte donde se podían ver las caras y la actuación de los matones lampedusanos.
No se han visto las escenas en las que hombres con el uniforme de «Lampedusa acoge» (la cooperativa que presta servicios al interior del centro de acogida de Contrada Imbriacola) golpeaban con palos, barras de hierro y piedras a los tunecinos.
En Lampedusa, después de la carga del 21 de septiembre, vimos partir a los tunecinos con signos evidentes de golpes y violencia. Los vimos caminar en fila india con dos policías que los acompañaban a un avión y luego hacia un barco. Sin embargo, nadie tuvo la oportunidad de preguntarles cómo se habían roto las piernas o los brazos. Se censuró todo, los traslados y las repatriaciones continuaron. Las irregularidades y los abusos no tendrán consecuencias.
Los redacciones de los periódicos que buscaban y querían sólo las imágenes más cruentas «ésas en las que los tunecinos cargan contra los lampedusanos», «ésa en la que un chico con el encendedor en la mano que intentó hacer estallar las bombonas». Imágenes que era imposible que existieran porque lo que ocurrió no fue eso en absoluto.
Pero el trabajo de un periodista debe ser contar los hechos, hablar con la gente, ir a ver con sus propios ojos, y seguir siendo humanos. Sólo así pudimos conocer a Mehdi. Un estudiante de 19 años en el último año del bachillerato de ciencias.
Mehdi se abre paso entre la multitud, se acerca con una sonrisa y repite un par de veces: «Choose a number, choose a number [Elige un número, elige un número]» El truco es el siguiente: se elige un número y se multiplica por dos. Se suma el resultado y se divide por dos, en este punto, se resta el número que se escogió al principio y el resultado es la mitad del número que se eligió.
Mehdi tiene un hermano que vive y trabaja desde hace años en Legnano, donde vive con su familia, su hermana vive desde hace quince años en Niza. Él sueña con ir a casa de su hermana y poder matricularse en la Facultad de Ciencias Exactas. Jura que si lo devolvieran a Túnez, intentará regresar a Europa otras 100 veces. Esta es su batalla.
Y es que a lo mejor es cierto: tal vez los tunecinos que llegan a Lampedusa están librando una batalla. Decidieron hacer frente al enemigo con las manos desnudas, con sus cuerpos y a cara descubierta. La suya es una guerra cultural. Derribar una definición, un concepto: la idea de frontera, tal y como la conocemos hoy.
Los lampedusanos no es de los tunecinos de quienes tienen que defenderse. Sino de Roma, gobierno y ministerio, redacciones de periódicos y telediarios. Son ellos los que han creado un clima de guerra y de miedo del Otro. Ellos son los que han creado la frontera.
Son ellos los que han hecho de la isla de Lampedusa «el confín extremo de Italia en armas», como dice el monumento a los caídos que domina el puerto de la isla. El confín que se convierte en marca fronteriza, militarizada hasta los dientes. Campo de pruebas y de ejercitación para otra guerra.
La que vendrá después. La que el Estado va a librar contra los italianos, los contagiados de la alergia de la primavera árabe. Los que estamos cansados de vivir sin perspectivas de futuro en un país mediocre. Los que emigran del Sur al Norte y de ahí al extranjero. Los jóvenes que siguen siendo jóvenes hasta los cincuenta años y los que viven de prácticas y de voluntariado.
¿Qué pasaría si nos dejaran hablar con los jóvenes tunecinos? ¿Qué pasaría si, de pronto, entendiéramos que nuestras historias son sus historias? ¿Por qué tienen miedo de esto?
En cambio, ¿por qué no tienen miedo de que se desate una espiral de violencia contra los italianos en Túnez? ¿Qué pasaría si también ellos, los tunecinos, empezaran a odiarnos y nos atacaran apenas nos vieran? Las sociedades, las empresas y los italianos que viven en Túnez, los centenares de familias de origen siciliano del barrio de Petit Sicile en la Goulette, ¿qué les estarán diciendo a sus vecinos, colegas y empleados tunecinos?
Nota:
1. Cucchi, Uva y Aldobrandi fallecieron víctimas de malos tratos a manos de las fuerzas de seguridad del Estado italiano.
Fuente: http://fortresseurope.blogspot.com/2011/09/hanno-insabbiato-tutto-prove-di-regime.html
rCR