El gobierno irlandés de Dublín está arriesgando. Al convocar un referéndum sobre el último tratado europeo, se arriesga a enfrentarse a lo que se enfrentan la mayoría de los gobiernos europeos -prácticamente todos los partidos que aplicaron medidas de austeridad están siendo rechazados por sus electorados. Un tratado europeo que promete reducciones permanentes del gasto […]
El gobierno irlandés de Dublín está arriesgando. Al convocar un referéndum sobre el último tratado europeo, se arriesga a enfrentarse a lo que se enfrentan la mayoría de los gobiernos europeos -prácticamente todos los partidos que aplicaron medidas de austeridad están siendo rechazados por sus electorados. Un tratado europeo que promete reducciones permanentes del gasto público no puede tener un resultado mucho mejor.
No es, del todo, sorprendente que la austeridad no sea popular. No es más de lo que la transferencia de las rentas del trabajo y de los pobres para el capital y para los ricos. Una de las grandes falacias de esta crisis es que «no hay más dinero». Esto es totalmente falso. Hay empresas por toda Europa nadando en dinero. Y la participación de los beneficios en la renta nacional aumentó. Es por esto que los mercados de acciones y los beneficios de las empresas están al alza.
En algunos casos, como en Irlanda, el nivel total de los beneficios ha subido, incluso cuando la renta de las familias ha descendido y la caída de la inversión privada sobrepasa la contracción del PIB.
Pero el gobierno de Dublín no está lleno de jugadores irresponsables. La coalición gubernamental comenzó por resistir todas las exigencias de un referéndum sobre el tratado. Pero tuvo que ceder a la presión popular para la votación de más de un tratado de largo alcance. La persistencia en el rechazo del referéndum habría llevado, muy probablemente, a una contestación legal de la decisión. El nuevo Presidente de la República irlandesa, Michael Higgins, que es en sí mismo un producto del cambio hacia la izquierda en la política irlandesa, ayudó a ejercer presión.
Todo el pasado reciente indica que los electores irlandeses serán fuertemente presionados a votar «sí». Si votasen «no», serían acusados de destruir el euro y de todas las desgracias que seguirían.
Pero quien está destruyendo la economía europea, y potencialmente el euro, son los políticos que permiten que el capital circule libremente en la Zona Euro cuando éste es distribuido por los poseedores de obligaciones, e impiden que el Estado redistribuya capital de acuerdo con lo que entiende ser económicamente racional. El sistema federal en EE UU, o en Alemania, y hasta cierto punto en Gran Bretaña, garantiza que si, por ejemplo, Rhode Island entra en quiebra, la estabilidad de la unión monetaria del dólar americano no corre peligro. Grecia representa poco más para la Zona Euro que Rhode Island para EE UU. La diferencia es que la mayor parte de los gastos y de la recaudación de impuestos es asumida por el gobierno federal americano. Lo que está causando una crisis estructural de la Zona Euro es el rechazo por parte de Europa de un mecanismo de transferencias presupuestarias que sea compatible con una unión monetaria.
En vez de esto, como contrapartida del rescate a los acreedores griegos, la troika de la UE, BCE y FMI insiste en aún más austeridad, o sea, más transferencia de rentas del trabajo para el capital. El tratado determina una restricción gubernamental de «déficits estructurales», cuya existencia nebulosa permite que tecnócratas no electos impongan a Europa todos los recortes que consideren. Así, la «austeridad» será la norma, tanto en el centro como en la periferia de Europa.
Y mientras tanto, es obvio que estas políticas no están dando resultados; y ahora se habla de abandonar a los griegos a su suerte, con la imposición de cláusulas de compensación que nos hacen recordar los tiempos del Tratado de Versalles [puso fin formalmente a la 1ª Guerra Mundial en junio de 1919, imponiendo gravísimas «indemnizaciones» a los perdedores, Alemania en primer lugar].
Si los electores irlandeses rechazasen el tratado estarían prestando un enorme servicio a la población de Europa. Puede ser el punto de cambio en Europa y no solo; un freno a la ola de austeridad antes de que se torne incontrolable.
En el otro lado de Europa, en Grecia, ha habido una oposición sistemática a las medidas de la troika. A pesar de lo mucho que se oye de que protestar no vale la pena, Grecia tuvo una reducción de la deuda y la tasa de interés que está obligada a pagar fue reducida.
En Irlanda, las circunstancias políticas favorecen la posibilidad de un ataque político objetivo a las medidas desastrosas y antidemocráticas que han sido seguidas desde el inicio de la crisis.
Un voto SÍ significa la continuación de la pesadilla. Un voto NO sería un golpe a favor de todas las víctimas de la austeridad y de todos los demócratas de Europa.
Traducción (a partir la versión portuguesa de esquerda.net) de Adrián Sánchez para anticapitalistas.org
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4947