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¿Qué dicen los violentos (en Francia)?

Fuentes: Rebelión

El otro día leí un artículo de Le Monde en el que unos periodistas pasaban varias horas con unos jóvenes de barrio en plena «faena» destructora de coches. Uno de ellos decía (entiendo que eran palabras textuales puesto que iban entre comillas) que ya que Sarkozy, el ministro de Interior, les llamaba «racaille» (gentuza), ellos […]

El otro día leí un artículo de Le Monde en el que unos periodistas pasaban varias horas con unos jóvenes de barrio en plena «faena» destructora de coches. Uno de ellos decía (entiendo que eran palabras textuales puesto que iban entre comillas) que ya que Sarkozy, el ministro de Interior, les llamaba «racaille» (gentuza), ellos iban a hacer honor a su nombre; y que -y esto es la que me pareció más alarmante- se sentían como un perro al que se le deja solo frente a un muro: el perro se pone nervioso y ladra. El joven, casi adolescente, matizaba que no es que ellos fueran perros pero que la reacción era igual en ambos casos.

Unos minutos después, en la radio, escuché unas declaraciones de Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique. Afirmaba que se trata de la mayor revuelta en Francia desde mayo del 68, y que nos encontramos ante una nueva forma de protesta, que se parece más a las rebeliones de las clases marginadas del siglo XIX, que a las de los partidos políticos y sindicatos del XX. Sin duda Ramonet tiene razón pero su versión no me impactó tanto como la imagen del chico, seguramente de origen argelino, interpretando su situación mediante el símil del perro acorralado, con los puños apretados, a punto de pegarle fuego a un peugeot 605.

Estas dos versiones de los hechos apuntan hacia dos formas cognitivas distintas: el joven «interpretaba» y Ramonet «explicaba». Desde un punto de vista puramente teórico, la interpretación nace de la experiencia, mientras que la explicación reconstruye la experiencia, integrando los hechos en un contexto más amplio de causas y efectos. Ambas estrategias son necesarias e insustituibles y están en gran medida condicionadas mutuamente. En la práctica, interpretación y explicación no están tan diferenciadas como en la teoría. La versión de Ramonet nace, igual que la del joven, de su propia experiencia de lo que está sucediendo estos días en Francia. El problema es que, en el caso de Ramonet (y la mayoría de los que escriben sobre el tema), se trata de una experiencia tan alejada de la vida cotidiana de los protagonistas de los hechos, que su versión termina desdibujándose en un frío resumen histórico. Lo cual es en sí mismo un buen reflejo de lo que está sucediendo estos días en
Francia.

Una atención excesiva a datos históricos y sociológicos que no tengan en cuenta las motivaciones de los jóvenes «revoltosos» puede ser engañosa. Al hacer hincapié en las causas generales (formación de guetos en el extrarradio de las ciudades, abandono institucional, paro, racismo latente, guerra de Argelia, analogías con otros movimientos rebeldes como los señalados por Ramonet, Islam etc.) se puede caer en el error -aparentemente fatalista pero en el fondo autocomplaciente- de pensar que las cosas sólo pasan «porque tenían que pasar». Sin embargo, sabemos por experiencia que el resultado del acontecer histórico es en última instancia, como el clima o un partido de fútbol, impredecible. Si no, Ramonet hubiera dicho hace unos meses lo que dijo el otro día y se hubieran tomado medidas preventivas (en el caso de que no se le hubiera ignorado tachándole de exagerado).

En otras palabras, las causas históricas son causas «suficientes» pero no «necesarias» con respecto a los hechos. Esto es así porque los llamados hechos históricos nacen de la experiencia de sus autores y testigos, así como de la experiencia de quien escucha o lee esos testimonios. Para avanzar en la comprensión de cualquier hecho, los investigadores buscan nuevos testimonios que a su vez permiten re-interpretar los anteriores. Si no escuchamos las versiones de los jóvenes «casseurs» (destrozadores) no podremos saber si tienen algún objetivo (hay quien ha dicho que el movimiento carece de reivindicaciones que vayan más allá del impulso de romperlo todo); y, lo que es peor, seguiremos analizando la sociedad francesa únicamente a partir de las interpretaciones de acontecimientos pasados. Lo que equivaldría, a nivel de la experiencia, a negar los hechos mismos y, a nivel epistemológico, a que el presente no fuera el presente sino el pasado.