«Intentamos cambiar el rumbo del Titanic«. George Papaconstantinou, ministro griego de Economía, se refirió así, recientemente, a los esfuerzos de su Gobierno orientados a enderezar la trayectoria de Grecia en mitad de una de las peores crisis económicas que haya conocido el pequeño país mediterráneo. Lo curioso del caso es que, dicho enderezamiento, está siendo […]
«Intentamos cambiar el rumbo del Titanic«. George Papaconstantinou, ministro griego de Economía, se refirió así, recientemente, a los esfuerzos de su Gobierno orientados a enderezar la trayectoria de Grecia en mitad de una de las peores crisis económicas que haya conocido el pequeño país mediterráneo.
Lo curioso del caso es que, dicho enderezamiento, está siendo promovido a partir de planteamientos abiertamente monetaristas, a pesar de que el Gobierno actual (de centro-izquierda) fue escogido -hace apenas seis meses- a partir de una plataforma política contraria al ajuste neoliberal que, durante todo 2009, habían sugerido la derecha y la Unión Europea.
Pese a su legitimidad de origen, a los pocos días de su toma de posesión -ya en 2010- el nuevo Gobierno griego anunció un abanico de medidas que estaba dispuesto a tomar para salvar al país de la bancarrota.
La comparación con el Titanic, en dicho contexto, no fue casual: pretendió transmitir una idea de dramatismo.
No es para menos: las medidas de ajuste -que, en realidad, no son las primeras, tomadas con el objeto de promover la recuperación económica- van desde subidas del IVA y de los impuestos directos, hasta reducciones salariales en la función pública (el Estado es una de las fuentes de trabajo más importantes del país), pasando por toda una serie de recortes en el gasto público, endurecimiento en los métodos de recaudación fiscal y combate a la economía sumergida (cuyas dimensiones están estimadas en el equivalente a un 25 o 30% del PIB).
Se pretende así, reducir el déficit público para este mismo año (bajándolo del 12.7% al 4% ¡en apenas unos meses!) y el endeudamiento externo, que actualmente frisa el 110% del PIB (y que se estima que para 2010 alcanzará el 120%) para 2012.
El cóctel de alto déficit público y elevado endeudamiento externo (que en una proporción significativa es deuda pública) llevó a la prensa internacional a calificar la situación de tragedia griega y a muchos países de la Zona Euro a preocuparse por el efecto dominó que la eventual declaración de una bancarrota en Grecia podría desencadenar.
Lo grave de esta situación es que, en Grecia, una bancarrota social ha precedido, con mucho, a la supuesta bancarrota económica que, actualmente, amenazaría al pequeño país mediterráneo. Además y como consecuencia de todo ello, incluso el sistema político vigente desde hace 35 años (desde el fin de la dictadura de los coroneles) está en quiebra.
Grecia es, desde 1981, miembro de la Comunidad Europea (posteriormente, Unión Europea, UE) y desde 2001, miembro de la Zona Euro. Al país, ser miembro de la UE, le ha beneficiado en algunos aspectos: ha propiciado estabilidad macroeconómica, tasas de interés reducidas (para la banca y para el ciudadano de a pié), financiamiento para infraestructuras, consultorías de alto nivel, libertad de circulación para sus ciudadanos, etc. Aunque los referidos beneficios resultan innegables, el debate público suele frenarse aquí, sin examinar los perjuicios que la pertenencia de Grecia a la UE pudiera haber acarreado. Porque también los hay…
Grecia, de hecho, antes de ingresar a la UE era un país con un sector agrícola muy grande y en general, una estructura económica radicalmente diferente a la actual. Un país que, al ingresar en la UE e ir transformando su estructura económica, fue perdiendo sus ventajas competitivas de antaño. De hecho, liberalizar su comercio supuso un desequilibrio estructural -casi permanente- en su balanza comercial que es el que, en última instancia, explica el endeudamiento (externo) actual. Dicho endeudamiento se resume, en buena medida, en pagos por productos importados del Norte de Europa lo cual quiere decir que Grecia está financiando, indirectamente, a otros países de la UE.
Actualmente, el dramatismo de la situación por la que atraviesa el país se explica por el hecho de que los ataques especulativos están radicalizando una situación, de por sí, insostenible: los intereses, elevadísimos, que tiene que pagar la banca griega en el exterior (sobre todo, en los países del Norte de Europa) están incrementando exponencialmente el endeudamiento del país y está suponiendo, en paralelo, una reducción drástica del crédito interno.
El problema no está en el tamaño de la economía: ser miembro de la UE siendo pequeño no es necesariamente negativo, sobre todo si la economía está basada en exportaciones o en servicios financieros. Los problemas de Grecia tienen que ver, mucho más, con su sistema político y con el modelo de desarrollo vigente desde hace 35 años.
Grecia es, actualmente, una democracia representativa en la que apenas dos grandes partidos (el Partido Socialista, PASOK, actualmente en el Gobierno y el conservador, Nueva Democracia, ND) siempre suman, en todas las elecciones, como poco, tres cuartas partes de los votos. Hasta hace muy poco, la abstención era insignificante y aunque últimamente está creciendo, sigue sin ser elevada, comparada con otros países europeos.
Ambos partidos gobiernan un sistema clientelar y corrupto que tiene ramificaciones en todos los aspectos de la vida pública. En los últimos años, se han hecho públicos todo tipo de escándalos que implican a la clase política. Pese a ello, en las últimas elecciones -celebradas en octubre de 2009- ambos partidos obtuvieron, juntos, un porcentaje de votos cercano ¡al 80%!
En el fondo, no debiera extrañar: PASOK y ND utilizan al Estado como núcleo de su sistema clientelar. Y para que esto se entienda bien, un ejemplo concluyente: Grecia debe ser uno de los pocos países del mundo donde un Gobierno de derecha, de orientación teóricamente neoliberal -como el gestionado por ND, entre 2004 y 2009- es capaz de aumentar, sin pestañear -¡ni sentirlo como contradictorio!- el tamaño del sector público y por ende, del gasto.
En Grecia, PASOK y ND, no solo utilizan el Estado con fines clientelares sino que, a partir de este último, han alumbrado un sector privado parasitario de la Administración Pública, cuyos puntos de interconexión tienden a ser opacos. Ello resulta significativo ya que el sector privado griego no solo es, conceptualmente hablando, una mala copia del público sino que, además depende de este último, prácticamente, a todos los niveles. Resulta paradójico escuchar, por ello, a la elite empresarial surgida durante los últimos años reivindicar principios neoliberales típicos de estructuras empresariales mucho más maduras -como la liberación de los mercados o la de las relaciones laborales- ya que la cruda realidad es que sus márgenes de inversión todavía son mínimos y lo que es más grave, su productividad -y por ende, su competitividad- muy deficiente.
Una prueba fehaciente de la irresponsabilidad social y política del empresariado griego es que, en el marco de la actual crisis, una considerable cantidad de capitales nacionales -¡más de 10 mil millones de euros!- han huido del país para eludir al fisco. Dicha evasión -a pesar de lo que los medios de comunicación inducen a pensar- ha sido realizada por empresarios que operan en la economía informal y no por asalariados que trabajan en la estructuras productivas formales. El pato, sin embargo, parece que van a pagarlo ¡los asalariados! sobre todo, además, los del sector público…
En Grecia, de hecho, en el contexto de una crisis tan grave son detectables tres lecturas diferentes, que dan lugar a otras tantas propuestas de superación de la situación actual: el Gobierno del PASOK, la oposición conservadora de ND y la extrema derecha están de acuerdo con las medidas neoliberales impuestas desde la UE que, argumentan, salvarán al país de la bancarrota aumentando, además, los términos de su competitividad económica, la racionalidad de sus políticas públicas y la eficiencia de su Administración. Para los partidarios de dicho punto de vista, el problema no radica tanto en la existencia de una elite apátrida con vínculos transnacionales -que durante todos estos años ha obtenido ganancias sin precedentes- como en la -teórica, todavía, nunca comprobada- combinación de bajo rendimiento y alto costo de la mano de obra.
Siempre desde esta perspectiva, ahora, la existencia de la mayoría tiene que cambiar para que el país progrese. Se suele olvidar que el contrapoder que todavía ejercen algunas estructuras (a veces, incluso, tan solo en forma de supervivencia de algunos derechos) resulta cada vez más marginal en relación con el poder de unas élites que son las que, en realidad, guiaron al país al callejón sin salida en el que se encuentra en la actualidad.
Una segunda gran visión del país y de sus problemas, contrapuesta a la anterior, es la de una parte de la izquierda que insiste en que nada debe cambiar y que solo así, en algún momento, el proletariado despertará emprendiendo su propia Revolución, encaminada a la implantación de un sistema comunista.
Otra parte de la izquierda, por último, no piensa igual: plantea, para comenzar, un referéndum para sacar al país de la UE y para continuar, un cambio radical en la política económica que, a través de un sistema autárquico, a nivel local, primero y regional y nacional, posteriormente, transforme por completo la base productiva (y también, política) de la sociedad.
La realidad de los hechos es que, a pesar de que estos dos últimos planteamientos (de izquierda) son en realidad, mucho más ricos de lo que cabría deducir de esta breve esquematización, no tienen gran predicamento en Grecia. La izquierda -que además está bastante fragmentada- frisa, con dificultad, el 12% de los votos, un porcentaje que no ha variado significativamente durante los últimos 35 años.
Ahora mismo, el discurso neoliberal sigue siendo hegemónico en el país mediterráneo. No debiera extrañar: los grandes medios de comunicación -controlados por las élites- imponen, día a día, la primera de las visiones aquí citadas. En ocasiones se ha llegado al paroxismo que, desde estos mismos medios, se ha exigido al Gobierno tomar medidas de ajuste, mucho más radicales y con mayor celeridad de la que se están tomando. ¿Existirá acaso miedo de que, como ha ocurrido en otros países, de repente el pueblo despierte, oponiéndose a todo lo que ahora está siendo asumido en silencio?
Algo podría estar moviéndose, de hecho, en el subsuelo. Como decía hace poco un connotado comentarista político: «si la oligarquía ha estado maquillando, a lo largo de todos estos años, la contabilidad nacional, ¿acaso no puede promover ahora encuestas a su favor?». Esa parece ser, de hecho, la tendencia: antes, incluso, de que el Gobierno tomara las medidas que se han descrito en este artículo, ya había encuestas circulando que concluían que la mayoría de la población griega es favorable a las medidas neoliberales. Por supuesto, después de que las medidas fueron tomadas, la operación se repitió con el resultado de que ¡el pueblo pedía aún más ajustes!
En los últimos días, empero, algo parece estar cambiando. Para empezar, en el seno del PASOK, parece haber cierta división entre los miembros del ejecutivo y los del legislativo. Todavía no es un tema muy público pero sí, políticamente significativo: la disciplina partidaria siempre ha sido en Grecia, a lo largo de los últimos 35 años, algo más que férrea…
Socialmente hablando, además, en 2010 ya se han sucedido dos ambiguas huelgas generales: por una parte es cierto que, aunque han contado con un apoyo considerable, tampoco han sido masivas pero es que, tampoco hay que olvidar que los propios sindicatos convocantes dependen (y hasta cierto punto son controlados) por el propio PASOK. Por eso, lo interesante es lo que está comenzando a suceder al margen del sistema: últimamente, en Grecia, comienzan a proliferar espontáneas e innovadoras formas de resistencia social y política contra el capitalismo. Aunque las razones para el pesimismo son grandes, al fondo, parece haber ciertas luces…
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