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Racismo y dominación

Fuentes: La Jornada

Un fantasma recorre el mundo: el poderoso adalid colectivo a favor de la igualdad social en la Tierra. La efervescencia social contra la dominación y el racismo emerge en todas partes, bajo formas distintas y como efecto de detonadores diversos. La lucha «antiterrorista» de Bush ha tenido como efecto la multiplicación del terrorismo y previsiblemente […]

Un fantasma recorre el mundo: el poderoso adalid colectivo a favor de la igualdad social en la Tierra. La efervescencia social contra la dominación y el racismo emerge en todas partes, bajo formas distintas y como efecto de detonadores diversos.

La lucha «antiterrorista» de Bush ha tenido como efecto la multiplicación del terrorismo y previsiblemente continuará creciendo entre los pueblos que se saben explotados, dominados y discriminados por siglos.

El altermundismo tiene esas raíces y la tienen todos quienes se manifestaron hoy contra el ALCA; está en la base de los ingleses musulmanes que hicieron estallar bombas en Londres y entre la que empieza a cobrar visos de revuelta social en Francia. El inventario de las expresiones sociales de ese adalid tiene mil formas y, por ahora, es imprevisible las sinergias que desarrollarán.

Se puede ser distinto culturalmente, pero hoy todos quieren ser ciudadanos del mundo con los mismos derechos. Estamos ante un tsunami social emergente, que no acepta más el racismo, la dominación, las desigualdades brutales, atributos en vitrina del mundo global de nuestros días.

El 27 de octubre pasado dos jovencitos de color oscuro murieron en París electrocutados al intentar escapar de la policía francesa. Ese fue el detonante de una expresión social de violenta protesta contra el racismo en un país donde por ley el racismo está prohibido: las hipócritas diferencias entre el mundo legal y el mundo real. Los marginados quieren ser ciudadanos del planeta con igualdad frente a una ley que sea reflejo real de las prácticas sociales efectivas. Los reportajes recientes muestran que el racismo es una realidad contundente en la civilizada Francia.

El desempleo entre la gente de origen francés es de 9.2 por ciento, pero entre quienes son de origen extranjero, especialmente árabes y negros, la cifra es de 14 por ciento.

Manuel Valls, diputado socialista en la Asamblea Nacional francesa y alcalde de Evry, en la periferia parisiense, ha escrito un libro sobre la falla del modelo de «integración» francés. «Se ha estropeado el ascensor social. El inmigrante italiano, español o portugués, e incluso los argelinos antes de la Segunda Guerra Mundial, llegaban como obreros; sus hijos conseguían ser maestros y sus nietos catedráticos de universidad… La crisis actual afecta a los hijos y los nietos de la inmigración, que son franceses. En la Asamblea Nacional no hay ni un solo diputado de origen magrebí o de piel oscura, a excepción de los tres de los territorios del Caribe. Y un solo musulmán, el representante de Mayotte, en el Indico». Y agrega: Francia «no puede decirle qué hacer al Reino Unido o a Estados Unidos», en materia de política migratoria. «Estamos pagando 30 años de segregación social, territorial y étnica. Lo que sucede es un espejo de la Francia que vive en la miseria y padece una crisis de identidad. Hemos perdido el sentido de lo que es ser francés. Además, estos 30 años perdidos van acompañados por tres años de un gobierno conservador, cuyas primeras decisiones fueron desmantelar lo que ahora nos hace más falta: por un lado, los empleos jóvenes, que puso en marcha con éxito Jospin y, por otra, la desaparición de la policía de proximidad, integrada en los barrios, conocida por la gente y en la que confían; yo soy partidario de una policía de orden contra la delincuencia, pero la apuesta de Sarkozy de tener sólo una policía represiva es lo que ahora pagamos tan caro.»

Hace 28 años Michel Foucault dictó un ciclo de conferencias en el College de France sobre la Genealogía del racismo. El asunto fundamental, dijo, está centrado «en la configuración -o reconfiguración- del poder en la civilización de Europa occidental». Foucault toma el concepto nietzscheano de genealogía concebida como «el registro histórico en la relación de disputas entre distintos saberes. Cuando estas disputas se instituyen en circunstancias desiguales se originan luchas asimétricas entre un discurso dominante y otros conocimientos que resultan sometidos al poder oficial… Cuando un grupo determinado detenta el poder e instituye como verdad un discurso dominante y logra imponer sus intereses en las clases subalternas de manera que sean reconocidos como propios, estamos en presencia de un gobierno totalitario que establece un proceso de dominación cultural». Hoy todo eso se debilita. Las nuevas generaciones ven el mundo de distinta manera.

Y mientras el proyecto del genoma humano descubre que 99.99 por ciento del material genético de los humanos es idéntico en todo el planeta, mostrando la igualdad humana, Sarkozy, ministro del interior, expresa, diazordacísticamente, que «el gobierno tiene una posición unánime de firmeza» frente a los disturbios y no tiene ninguna otra idea.

El racismo abierto de Estados Unidos, el racismo encubierto de multiculturalismo en Inglaterra, o el racismo disfrazado de política de integración en Francia provocan que el fantasma de la espada contra la dominación racista esté enardeciéndose en todo el mundo.