En pleno desarrollo de la pandemia del coronavirus y la emergencia sanitaria y económica mundial, resulta importante valorar la generación de condiciones políticas para hacer posible un cambio de rumbo en la región, algo que se verifica con el triunfo de Luis Arce y David Choquehuanca en Bolivia.
La fórmula que asumirá los primeros días de noviembre es un acontecimiento que genera enormes expectativas en la región, en simultáneo con los interrogantes que genera, casi en simultáneo, el desenlace de la elección estadounidense.
A un año del golpe perpetrado en Bolivia con apoyo del poder global y con fuerte impacto regresivo, la respuesta popular supo organizar una réplica no visibilizada por consultoras y analistas electorales, desbordados en sus pronósticos con el 55% de una votación que alejó cualquier duda sobre el consenso a una perspectiva de cambio progresista de la realidad. La movilización social todo lo puede, más allá del poder de los principales medios de comunicación, de la represión y los intentos de manipulación local y global que se ejercen con impunidad.
El poder popular es definitivo a la hora de discutir el rumbo de la sociedad, poniendo en debate un tema trascendental como la cuestión del poder, asociado al dinero, la violencia y la manipulación ideológica.
Cuando observamos el mapa y la Argentina rodeada por regímenes orientados hacia la derecha del arco político, el cambio que anticipa la voluntad electoral boliviana resulta estratégico, especialmente cuando nuestro país discute con el FMI una deuda odiosa que se impone al conjunto de nuestro pueblo. Aun cuando algunos imaginan un fondo más amigable o con expectativas que este aporte más recursos, algo que desaconsejamos de modo enfático, para paliar la situación crítica de reservas en el país.
Enfrentar al poder financiero, del que el FMI es exponente, requiere aprender de la experiencia boliviana para acumular fuerza social para confrontar con el organismo internacional y el poder en su seno de EEUU, responsable de financiar el fallido intento de un segundo mandato de Mauricio Macri.
Junto a la experiencia boliviana destaca la lucha popular chilena, recuperando un año de la revuelta popular, ejercida mayoritariamente por jóvenes, en una lucha que emergió contra el aumento del transporte público y se extiende contra el régimen privatizado de jubilaciones en las AFP, tan cuestionadas en Chile y que fueran modelo de privatización previsional para toda la región. Importa Chile porque es el origen de la restauración liberal, llamada “neoliberal”, que no es nueva ni liberal, especialmente en estos tiempos de dominación de las transnacionales.
La elección boliviana y las luchas populares en la región establecen un límite a la política exterior estadounidense que pretende asociar a los gobiernos de la región en su estrategia de injerencia y obstáculo a cualquier intento de política autónoma y soberana. Por eso hay que profundizar la denuncia contra la OEA y Luis Almagro, su titular, ejemplo de burócrata al servicio de la dependencia.
Esta política de subordinación y sumisión se asume en defensa del orden capitalista y su esencia, el régimen de propiedad y explotación y saqueo, una cuestión que está en discusión en el país, no solo desde el punto de vista de la polémica intelectual o discursiva, sino por procesos relativos a ocupaciones, caso Guernica entre otros, o por el proyecto “Artigas” en Entre Ríos, en confrontación con el clan Etchevehere, expresión del poder oligárquico y de la Sociedad Rural de la Argentina.
Lo que se discute es la propiedad privada de los medios de producción, particularmente la tierra. La propiedad se discute también a propósito del impuesto a las grandes fortunas o al frustrado intento de intervención, expropiación a Vicentin, con la pretensión originaria de transformarla en una empresa testigo que apunte a modificar el modelo del agro negocio de exportación.
El poder no resigna sus posiciones, menos sus propiedades si no es a manos de un poder mayor. Por eso destacamos la reciente experiencia boliviana, necesaria para hacer realidad la confrontación con la gigantesca estafa de Vicentin. Bolivia recupera en un año una acumulación histórica de poder popular, que ahora inaugura un nuevo ciclo con enormes esperanzas más allá de su territorio.
Pensar desde la soberanía
Cambiar el rumbo económico en Argentina y en el mundo es imprescindible en tiempos de tanta regresión y penuria social.
Toda la estadística mundial indica que los avances, si los hubo, de combate a la pobreza y a la miseria, con la situación actual se están revirtiendo de manera alarmante.
Se necesita modificar sustancialmente el orden económico y eso solo puede hacerse si existe sujeto social consciente y organizado en disposición de modificar el estado de situación. No se trata de volver al “Estado del Bienestar”, o a un “capitalismo más humano” como algunos imaginan, un imposible ante la ofensiva capitalista, que solo se frena desde un proyecto alternativo poblado por sujetos colectivos organizados y conscientes.
Por ello, resulta imprescindible pensar en términos de soberanía alimentaria, energética o financiera, lo que demanda la construcción de poder popular organizado.
Solo bajo esas condiciones socio políticas se facilitará la imposición de otro sentido común hacia aquel sustentado por los que acumulan la riqueza socialmente generada, y atender las necesidades de la mayoría social afectada en el capitalismo realmente existente.
El déficit habitacional alcanza a millones, como el desempleo y la pobreza, que solo puede combatirse si se generan condiciones socio políticas de reversión del modelo productivo y de desarrollo, que tiene base en la propiedad territorial consolidada en el país desde 1880 con la conquista violenta de territorios patagónicos que estaban en posesión de pueblos originarios. La violencia ejercida desde el Estado consolidó el poder territorial sobre la tierra que hoy se defiende para frenar cualquier proceso de “reforma” socioeconómica, política y cultural.
La soberanía se juega regionalmente, especialmente cuando el gobierno de Brasil avanza en la subordinación al proyecto regional empujado por EEUU, con la suscripción de acuerdos de libre comercio, a contramano de una orientación de privilegio a la integración regional. El presidente brasileño se asocia a la disputa de guerra comercial entre EEUU y China, desandando un camino histórico de asociación entre Argentina y Brasil como parte de una región que tiene que mirar más cerca para pensar en caminos comunes de soluciones soberanas.
No hay dudas que los cambios nacionales intervienen en la situación regional, por eso importa lo que acontece en cada país. Resulta imprescindible pensar y actuar decisiones soberanas en un mundo cada vez más interrelacionado y condicionado por la ofensiva del capital contra el trabajo, la naturaleza y la sociedad.
La soberanía del comercio exterior es un tema estratégico. Cualquier gobierno que no logre manejo soberano de su sector externo no podrá intentar un rumbo de independencia. Vale la reflexión en momentos donde la agenda económica del país se concentra en el tipo de cambio. Por estas horas se insiste desde el gobierno argentino que no existe posibilidad de devaluación de la moneda, sin embargo y más allá de la presión de grandes exportadores y especuladores, la realidad es que el precio del dólar aventaja al promedio de los precios y más aun de los ingresos populares, salarios, jubilaciones y beneficios sociales. La realidad de la política cambiaria termina siendo de ajuste de la mayoría de la población que vive de ingresos fijos.
En ese marco debe reflexionarse sobre la disputa de poder que supone intervenir en la política cambiaria, monetaria, de comercio exterior y de distribución del ingreso y la riqueza. Lo que ocurre en definitiva es puja distributiva, de ingresos y de riqueza, entre los más concentrados de la economía y la mayoría empobrecida del país. Si algo hace falta en nuestra coyuntura, es precisamente atender la demanda social contra la pobreza, por el empleo, estimular la reactivación para mejorar la demanda de la mayoría de la sociedad. Es el rumbo necesario para avanzar soberanamente en una perspectiva de bienestar social, sin falsas expectativas en un capitalismo humanizado, sino orientado en una perspectiva de emancipación social.
Julio C. Gambina es presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP