La lucha de clases y su despliegue en la estructura social está presente en el mundo contemporáneo. No se distingue con la nitidez del siglo XIX, pues se manifiesta mediante nuevas formas que esconden el contenido de antaño. Siempre se pueden identificar a los explotadores y a los explotados. Para ser de izquierda hay que estar del lado de los explotados.
El terreno donde se desarrolla la lucha de clases puede ser en un país determinado y también a escala regional o planetaria. En su análisis hay que tener en cuenta los distintos niveles geopolíticos en los cuales se desarrolla y el entramado de su interrelación. La globalización lo determina. La existencia de Estados y gobiernos progresistas y socialistas junto a Estados capitalistas e imperialistas le imprimen una complejidad adicional.
En este escenario hay que distinguir entre política gubernamental y posición ideológica. A veces no coinciden. La ideología es responsabilidad, principalmente, de los partidos políticos y los movimientos sociales; la aplicación de la política oficial, nacional y exterior de un país en un momento determinado, es del gobierno.
Otro decisivo aspecto a tener en cuenta en la actual lucha de clases es la revolución científica y tecnológica, en especial, en el campo de la informática y las comunicaciones. Su impronta está presente en todos los ámbitos de la economía y la sociedad.
Estas son algunas de las características que establecen los retos a los que se enfrentan las fuerzas políticas de izquierda en América Latina y el Caribe. El despliegue de su actuar revolucionario en la lucha de clases los tiene que tener muy en cuenta.
Sin pretender un orden de prioridades, hay varios elementos a evaluar. El mejor escenario para que un país latinoamericano pueda avanzar en el camino de la emancipación de su pueblo es la integración regional, tanto en su carácter físico, como económico, social, cultural y político. Y no solo de los Estados y gobiernos, sino también de los partidos políticos y movimientos sociales. La unidad en la diversidad debe presidir estos esfuerzos integradores.
Factor decisivo es la conciencia política del pueblo. Sin conocimiento, convicción y teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario. El éxito de las masas populares en la lucha de clases viene determinado por la organización y desarrollo consciente de su actuación. La formación política está a cargo, principalmente, de los partidos y las organizaciones sociales correspondientes. En ella también inciden los Estados y gobiernos.
Las condiciones actuales de la región determinan que el pueblo debe librar su lucha por el poder mediante la vía pacífica electoral. No es el momento de las insurrecciones armadas. No obstante, la ilegal e inmoral actuación de las burguesías transnacionalizadas en los países donde detentan el poder van determinando que el pueblo se decida a tomar las armas. Ya aparecen algunas manifestaciones de ello.
Hoy, el objetivo del pueblo es lograr una aplastante representación en los parlamentos. En ello es decisiva la participación popular y consciente en las elecciones. Ningún trabajador ni ciudadano honesto debe permanecer en su casa el día de las elecciones. Hay que acudir a las urnas y votar conscientemente respaldando a los representantes populares. En este esfuerzo no caben la inacción, el abstencionismo electoral, el pesimismo ni los supuestos apoliticismos.
Otra cosa ocurre si se logra el establecimiento de un gobierno revolucionario o, al menos, progresista. La burguesía reaccionaria no acepta su derrota y utiliza abiertamente, entre otros recursos, los medios masivos de comunicación y el sistema judicial para evitar el avance de las medidas populares y desbancar al gobierno. Especial tarea le asigna al ejército, la policía y otras instituciones armadas, con las cuales reprime violentamente a la población. Las experiencias recientes en nuestra región lo reafirman.
Por ello, desde antes de la toma del poder, las fuerzas de izquierda deben realizar un inteligente y paciente trabajo con los institutos armados para ganar su confianza, al menos de una parte de sus efectivos. Una vez en el gobierno, hay que intensificar este trabajo y formar milicias populares armadas. Quienes no lo hacen, no sobreviven al error. La exitosa experiencia de Cuba, Venezuela y Nicaragua así lo demuestra.
La revolución en curso en la tecnología de la información y los medios masivos de comunicación transforma las características actuales de la lucha de clases. Las posibilidades de expresión se han ampliado considerablemente y modifican aspectos de la vida interna de las entidades políticas y los métodos de divulgación y propaganda que utiliza la izquierda. La organización y funcionamiento de los partidos y movimientos sociales deben atemperarse a esta nueva situación.
La democracia debe ganar espacio frente al centralismo, tanto en la sociedad en su conjunto como a lo interno de los partidos políticos y organizaciones sociales. El reto consiste en no ocultar las verdades, ampliar y publicar la autocrítica, convencer con argumentos y no aplicar métodos verticales de ordeno y mando en los debates. Siempre conocer el espíritu y la disposición de las masas y actuar en consecuencia.
La izquierda tiene que mostrar tolerancia cero con la corrupción. Los eventuales dirigentes, militantes y simpatizantes que sean corruptos deben ser denunciados y expulsados de las filas revolucionarias y progresistas. Tampoco puede acudir a financiamientos ilegales, como el narcotráfico.
Especial importancia para la actual lucha revolucionaria adquiere la definición del Sujeto Revolucionario en Nuestra América, concebido como la fuerza del cambio, la encargada de llevar a cabo la transformación social con vistas a lograr la emancipación del pueblo. La acción del sujeto revolucionario se plasma en la lucha de clases. De ahí que la identificación de la estructura de las clases y grupos sociales constituye la primera aproximación para conceptualizar al sujeto revolucionario en un momento y lugar determinados.
En el concepto de sujeto revolucionario de la región hay que incluir a todos los trabajadores manuales e intelectuales y a la llamada clase media, que comprende a la pequeña y mediana burguesía. Solo se excluiría a la cúspide de la burguesía nacional vinculada a los intereses imperialistas. Parte de la burguesía nacional, y no solo la pequeña burguesía, podría incorporarse a la lucha por los intereses populares.
También hay que tener en cuenta los grupos étnicos, de género, etarios y otros con intereses económicos, políticos y sociales específicos, como son las organizaciones religiosas, las sociedades fraternales, los ateos, los defensores del medio ambiente, de los animales, grupos LGTBI, y otros muchos.
Estas ideas sobre el sujeto revolucionario en Nuestra América ya se habían proclamado en la Segunda Declaración de La Habana (4 de febrero de 1962) al decir: “En la lucha antimperialista y antifeudal es posible vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía nacional…Ese movimiento podría arrastrar consigo a los elementos progresistas de las fuerzas armadas…”.
Fidel Vascós González. Doctor en Ciencias Económicas de la Academia de Ciencias Sociales, Moscú; Profesor Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Profesor Titular Adjunto de la Universidad de La Habana. De 1976 a 1994 fue Ministro-Presidente del Comité Estatal de Estadísticas de Cuba, y miembro del Consejo de Ministros. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)