Un dato novedoso del contexto actual es la incidencia de los súbditos de Trump en la región. Han logrado un inédito protagonismo que intentan reforzar con mayores bendiciones de la Casa Blanca.
Bukele ofrece el espantoso sistema penitenciario de El Salvador, cómo depósito para los deportados de Estados Unidos, a cambio de una módica suma del Departamento de Estado. Novoa mantiene en Ecuador la dolarización, ofrenda tropas y se dispone a reformar la Constitución para reconstituir las bases de los marines. Boularte espera alguna retribución por el libre ingreso de gendarmes estadounidenses al Perú.
El argentino Milei se ha convertido, por su parte, en un vocero directo del magnate en los foros internacionales. Garantiza el voto en esos organismos, apoya el genocidio en Gaza y convalida la retirada de la Organización Mundial de la Salud. Imita todas las acciones de Trump, impulsando criptomonedas, hostilizando a los inmigrantes y agrediendo a China.
El paraguayo Santiago Peña se alinea en el mismo campo, mientras la familia Bolsonaro estrecha vínculos en Miami y conspira contra Lula, siguiendo los consejos del lobby de Florida.
SEMEJANZAS CON EL MANDANTE
La ultraderecha latinoamericana comparte la estrategia autoritaria de Trump y su intención de estrangular las conquistas democráticas, dentro de los regímenes políticos actuales. Coincide en criminalizar las protestas populares y en someter a los opositores, exaltando idearios míticos del pasado para anular los logros del progresismo.
Sus exponentes despliegan el mismo estilo prepotente del magnate, violentando las formalidades de la política tradicional y acrecientan sus patrimonios utilizando mecanismos de corrupción muy semejantes. Coquetean también con los intentos bonapartistas de gobernar con el aval del poder legislativo o judicial y con el sostén de una base social plebeya.
En todos los casos exhiben liderazgos parecidos, que combinan el fanatismo con el oportunismo y el mesianismo con la megalomanía. Los dirigentes de ese espectro no emergieron de un partido establecido, pero se afianzaron capturando esas organizaciones.
Todos aprovechan el auxilio de formaciones intermedias asentadas en las redes sociales. Son apuntalados por un ecosistema digital de influencers, que opera con micro emprendedores especializados en la manipulación política. Esos personajes reemplazan a los punteros tradicionales, con un novedoso repertorio de charlatanería. Ponderan el individualismo y se presentan a sí mismos como encarnación de la meritocracia, pero son prohijados por poderosos capitalistas que les proporcionan recursos económicos y resonancia mediática.
SINGULARIDADES REGIONALES
El trumpismo latinoamericano conforma una cuarta ola de la derecha en la región. La primera coincidió con el auge del fascismo europeo, la segunda con la Guerra Fría y la tercera con el neoliberalismo y el Consenso de Washington (Goldstein, 2024:13-30). La marea actual converge con el rechazo a la política tradicional que sucedió a la pandemia y expresa el desplazamiento de la derecha convencional por vertientes explícitamente reaccionarias.
Todos emulan a Trump, pero con unas agendas distintas. El magnate privilegia la recuperación económica de Estados Unidos, con un programa proteccionista para contener el avance de China. Sus homólogos del Sur no propician un proyecto económico singular y tan sólo apuntalan la continuación del neoliberalismo. Abjuran del tradicional desarrollismo de la derecha y adscriben a variantes extremas del thatcherismo, como la escuela austríaca enaltecida por Milei o las desregulaciones del pinochetismo exaltadas por Guedes (ministro de Economía de Bolsonaro).
Para conciliar su inclinación liberal con la tradición nacionalista de la ultraderecha, los teóricos de la cuarta ola (Agustín Laje, Axel Kaiser) han elaborado ¨una mirada fusionista” que sintetiza ambos legados. Pero la escasa gravitación que el trumpismo latinoamericano asigna a un perfil económico novedoso, torna irrelevante ese sustento conceptual.
Los ultraderechistas de la región han irrumpido para apuntalar relaciones sociales de fuerza favorables a los poderosos y adversas para el movimiento popular. Surgieron para disipar los efectos de las rebeliones, esperan sepultar el primer ciclo progresista e intentan frustrar la segunda oleada de esa tendencia. Repiten las respuestas regresivas que siempre emergieron en América Latina para contener el descontento popular.
CONVERGENCIAS Y SUBORDINACIÓN
La ultraderecha regional motoriza la restauración conservadora que auspicia Trump. El magnate ya intentó esa regresión durante su primer mandato, apadrinando el Grupo de Lima y ahora retoma esa embestida con los consejeros de Miami. Marc Rubio y Claver Carone comandan la arremetida contra los gobiernos de centroizquierda.
En la nueva fase Trump se inclina por estrategias bilaterales, para neutralizar cualquier iniciativa de CELAC o UNASUR. Busca paralizar esos organismos para socavar el mandato de varios presidentes. Pretende debilitar la gestión de Scheinbaum con la revisión del T-MEC y la deportación de inmigrantes, busca afectar el mandato de Petro facilitando las conspiraciones sus aliados uribistas y auspicia la erosión de Lula de la mano del bolsonarismo.
Las agresiones contra los procesos radicales son más intensas. Trump mantiene en carpeta las operaciones destituyentes y retoma la agenda golpista ensayada en Bolivia y consumada en Perú (García Linera, 2025). En el 2019, su coequiper Elon Musk respaldó abiertamente la asonada militar contra Evo Morales y apoyos igualmente significativos aportaron los trumpistas al asalto de la embajada mexicana en Ecuador. Allí fue secuestrado el asilado político Jorge Glas, violando normas internacionales que ninguna dictadura se atrevió a quebrantar (Rivara, 2025).
La purga en curso en la estratégica agencia USAID, apunta a concentrar bajo el mando presidencial directo todas las acciones desestabilizadoras. El objetivo es acotar la tradicional discrecionalidad y autonomía de la DEA, la CIA o el Pentágono, para evitar descontroles en los ritmos o alcances de cada ofensiva.
Trump inauguró su nuevo mandato tipificando otra vez a Cuba como un Estado terrorista. Acentuó el bloqueo con sanciones a los barcos que transportan mercancías a la isla y renovó las advertencias contra las empresas estadunidenses, que auspician lazos comerciales con La Habana.
El magnate cuenta con el servilismo incondicional de Milei. En su corto mandato, el presidente argentino ha viajado más veces a Estados Unidos que a cualquier localidad de su país y se desespera por obtener fotos con su jefe. Mientras acelera la instalación de bases militares en Tierra del Fuego, reniega de la soberanía de Malvinas para que la OTAN mantenga su total control del Atlántico Sur.
TENSIONES Y ADVERSIDADES
La sumisión de los criados latinoamericanos potencia el estilo despectivo de Trump, que arbitra en su propio entorno los conflictos de negocios, las disputas personales y las ambiciones políticas de sus allegados. El magnate suele zanjar esas desavenencias con el patrón de maltrato (y previsible despido) que aplica al ucraniano Zelensky.
Pero Trump también recurre a la realpolitik para priorizar su estrategia de recuperación proteccionista de la economía estadounidense. Por eso exhibe tanta ambigüedad frente a Venezuela. Apuntala las conspiraciones contra el chavismo, pero registrando el fracaso, aislamiento y repliegue de Corina Machado. Percibe que los escuálidos afrontan adversidades semejantes a Zelensky y con el mismo realismo que en esas circunstancias negocia con Putin, abrió una ventana de tratativas con Maduro.
Obviamente el petróleo es el principal tema de esas conversaciones. Para que Chevrón reafirme sus inversiones en la extracción del crudo venezolano, el gobierno bolivariano demanda el replanteo de las sanciones. Trump juega a un equilibrio con otras compañías yanquis, que concentran sus negocios en Guyana e incentivan el conflicto de Esquivo. Últimamente tomó por partido por los beligerantes, pero podría girar hacia la postura opuesta.
El potentado utiliza la deportación masiva de venezolanos como moneda de cambio. Ya revocó la extensión del estatus de Protección Temporal (TPS) que conservaba ese sector de inmigrantes en Estados Unidos y comenzó a implementar el exilio forzoso de los afectados. La ultraderecha venezolana está indignada y observa esa postura como acto de traición, pero la deslealtad es la norma de conducta de Trump con sus subalternos (Oppenheimer, 2025). Los utiliza mientras son efectivos y los desecha cuando pierden funcionalidad.
El trasfondo de todas las desventuras que afectan a la ultraderecha regional es la sujeción a una potencia en declive. Trump exige mucho y ofrece poco, porque comanda un imperio en decadencia. Oculta esa orfandad con soberbia, destrato y humillaciones. Pero recurre a las sanciones porque no puede prometer, ni concretar inversiones equiparables al rival chino.
En esas condiciones salta a la vista que la sumisión a Estados Unidos agravará el subdesarrollo de América Latina. Gran parte de la región tiende a repetir la penosa trayectoria que siguió Argentina en los años 30´ por su atadura al decrépito imperio inglés. En esa época suscribió un tratado (Roca-Runciman) para mantener su cuota de exportaciones, frente al giro proteccionista concertado por Gran Bretaña con viejos socios coloniales (Commonwealth).
Ese sometimiento involucró monumentales concesiones, que acentuaron la subordinación comercial y financiera de Argentina a Londres y la consiguiente regresión de la floreciente economía del Cono Sur (Carro, 2024). La ultraderecha latinoamericana repite con Trump ese antecedente a escala regional.
¿LUMPENBURGUESÍA?
Todos los mandatarios de la ultraderecha latinoamericana han transitado por el bajo fondo de la política. Son trepadores, descontrolados, bravucones, provocadores e inmanejables. Bolsonaro y Milei compiten por situarse en el podio de esas aberraciones. Su conducta los asemeja al perfil de gobernantes habituados al fraude, las estafas y el saqueo del erario público, que Marx identificaba con la lumpen-burguesía. Esa caracterización es retomada para retratar a Milei y a sus secuaces (Astarita, 2025).
No cabe duda que buscan enriquecerse con maniobras especulativas, pero esa corruptela es un vicio generalizado de la casta política. Ciertamente encabezan gestiones aventureras e impredecibles, pero las clases dominantes los sostienen sin considerarlos parte de su círculo íntimo, por el servicio que brindan para aplastar las protestas y sofocar los proyectos radicales.
Los dos principales exponentes del trumpismo latinoamericano -Bolsonaro y Milei- han extremado su desfachatez y descontrol en el manejo del Estado. Designaron exóticos personajes en los puestos claves y desecharon a los funcionarios experimentados que apadrinó el establishment. Por esa razón, los grandes medios de comunicación exhibieron resquemor con los disparates de sus gestiones y malestar con su grotesco comportamiento cotidiano.
Pero ese alocado manejo no distanció a Bolsonaro, ni a Milei de los sectores capitalistas que apuntalaron su presidencia. El brasileño privilegió el agronegocio y el argentino al capital financiero. Con fisonomías próximas a la lumpen-burguesa, mantuvieron su servilismo a la crema del poder.
Por su sostén del agronegocio, Bolsonaro redobló la política extractivista de extensión de la frontera agropecuaria, destruyendo bosques, ríos y reservas ambientales. Resistió incluso las presiones estadounidenses de mayor distanciamiento con China, para evitar la pérdida del valorado mercado asiático de los agro-exportadores.
Milei no disimula los privilegios que otorga al capital financiero. Promueve la bicicleta de capitales golondrinas, que consiguen fortunas lucrando con los bonos en pesos. Para asegurar esos beneficios, dilapida el superávit comercial, el blanqueo impositivo y las reservas del Banco Central. Jerarquiza sobre todo el suministro de dólares a los financistas, para protegerlos del eventual infortunio de una gran devaluación. Prioriza, además, el pago de la deuda externa y accede a todas las demandas del FMI.
La ultraderecha latinoamericana no opera como un sujeto autónomo, ni focaliza sus gestiones en el mero enriquecimiento de sus allegados. Ha establecido sólidas alianzas con los poderosos grupos que financian sus actividades, siguiendo el modelo español de Vox. Milei fue una creación de medios de comunicación solventados por empresarios de la construcción (IRSA) y Bolsonaro emergió del lobby agropecuario. La misma pauta de sostén capitalista se ha verificado en todos los personajes de la ola marrón.
SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS CON EL FASCISMO
Se discute mucho si el trumpismo es fascista y frecuentemente el debate se oscurece por la variedad de sentidos asignados a ese concepto. La ultraderecha actual difiere sustancialmente del fascismo clásico, que germinó en una era de guerras mundiales, explosiones revolucionarias y predicamento del socialismo. Esa pesadilla concluyó con millones de muertos, devastó a Europa y legó una perdurable identificación de Hitler y Mussolini como las mayores desgracias de la humanidad.
Trump, Le Pen, Bolsonaro o Milei tienen muchos puntos de contacto con esa nefasta tradición, pero actúan en un contexto muy diferente. El escenario actual no incluye hasta ahora amenazas de revolución, protagonismo del proletariado, centralidad política del comunismo o guerras generales entre potencias imperiales equivalentes (Katz, 2024: 119-130).
El primer mandato de Trump fue ilustrativo de esas diferencias. Intentó contrarrestar el declive económico del Estados Unidos, con acciones geopolíticas muy distantes de la conflagración mundial. No reprodujo tampoco en el plano económico, los conflictos de mitad del siglo XX, que oponían en las metrópolis a los dinámicos sectores de la exportación con los estancados segmentos agrarios. El magnate canalizó más bien un proceso inverso de reacción del capital local americanista, frente a la competencia foránea tolerada por los globalistas.
El surgimiento del trumpismo no estuvo signado, además, por las movilizaciones de la sociedad que rodearon a las revoluciones y contrarrevoluciones de la centuria pasada. Despuntó como un fenómeno electoral con gran incidencia mediática y sin protagonismo callejero. Ha desenvuelto su prédica a través de las redes sociales, mediante un impacto simbólico distante de la acción directa.
La ultraderecha actual desarrolla su batalla cultural con los publicistas del universo digital, alejada de los movimientos jerárquicos del fascismo clásico. Ha procesado además sus disputas en partidos y no en formaciones paramilitares.
El trumpismo difiere del recetario de la centuria pasada. No confrontó con una clase obrera organizada, movilizando el descontento reaccionario de los sectores medios. Exacerbó por el contrario la división racial, étnica y cultural ya imperante entre los trabajadores, con discursos contra las minorías, los migrantes y los profesionales.
Finalmente, el magnate no accedió al gobierno invitado por la cúpula del establishment. Capturó esa gestión mediante el despliegue de sus propias fuerzas. En su segundo mandato repite y profundiza esos rasgos, que lo asemejan más al bonapartismo del siglo XIX que al fascismo clásico (Riley, 2018).
VARIANTES DE LA FASCISTIZACIÓN
La ultraderecha actual igualmente incluye numerosos elementos de una potencial deriva fascista. El macartismo anticomunista, la prédica contra las minorías y el fomento del odio contra los opositores son ingredientes de esa impronta. El trumpismo ha convertido a las redes sociales en cloacas de insultos, que multiplican los resentimientos, mediante la difusión de noticias falsas que desprecian la verdad.
La presencia de bandas criminales opera como otro factor de conexión con el fascismo. Hasta ahora mantienen un alcance marginal, pero son milicias activas que han consumado numerosos atentados en Estados Unidos y preservan un aceitado nivel de organización subterránea en Europa. Los vínculos de Bolsonaro con los grupos armados son tan visibles, como la influencia de las ¨fuerzas del cielo¨ que auspicia Milei, con retóricas y estéticas copiadas de Mussolini.
Los grupos que en distintos países reclutan militares, propagandizan la práctica de tiro y propician insultos racistas cuentan con el sostén de grupos capitalistas. Sin conformar una estructura fascista, incluyen componentes de esas formaciones.
Todos idolatran a Netanyahu, que con sus despiadas matanzas de Gaza se ha convertido en el principal artífice de ese rumbo. Su ferocidad habilita las acciones de la ultraderecha mundial, que propicia naturalizar o la crueldad cotidiana de un genocidio televisado (Pappe, 2025).
A diferencia del pasado, nadie puede argumentar desconocimiento de lo que está sucediendo. La masacre de los palestinos convierte en posible los delirios del trumpismo. Netanyahu ha cruzado todas las líneas rojas del salvajismo y envalentona las campañas para atemorizar a los opositores sin filtros, ni vergüenzas.
Pero el giro de gobiernos ultraderechistas hacia regímenes próximos al fascismo, supondría la transformación de la actual retórica agresiva en una práctica violenta. Implicaría generalizar el terrorismo de estado para establecer sistemas totalitarios. Ese viraje no se consumó hasta ahora en ninguna experiencia gubernamental. No ocurrió con el primer Trump, ni con Bolsonaro u Orban.
El salto hacia el fascismo transitaría por una radicalización desde la cúspide del poder, que Hitler consumó en forma vertiginosa y Mussolini concretó de manera más pausada (Renton, 2025). Esos giros no se han verificado en el escenario actual, pero constituyen potenciales peligros, que muchos analistas describen con aditivos alusivos a esa proximidad (neo, pos o proto fascismo).
Esos agregados también resaltan las diferencias con el patrón clásico, pero también subrayan las tendencias del capitalismo a recrear modalidades contemporáneas de ese modelo. Qué los partidos de ultraderecha fijen la agenda política del conservadurismo tradicional, ya ilustra la significativa gravitación que esa fuerza.
La identificación de la ultraderecha actual con el autoritarismo reaccionario, permite conceptualizar en forma acertada los procesos embrionarios de fascistización. Destaca esa conexión registrando cómo se estrangulan las conquistas democráticas y de qué forma se recrean los mitos nacionalistas, para multiplicar los enfrentamientos entre sectores populares (Forti, 2025).
El autoritarismo en curso ya incluye objeciones explícitas a la democracia como sistema político y reivindicaciones de su reemplazo por modalidades autocráticas, monárquicas o despóticas de la gestión gubernamental.
Como el fascismo persiste como un término detestado, la ultraderecha anarcocapitalista niega rotundamente su afinidad con esa corriente. Responde con irritación a las acusaciones de familiaridad, destacando que su reivindicación del individualismo y el mercado la sitúa en un campo opuesto al fascismo (Laje, 2025).
Pero esa ligazón no desaparece con la simple contraposición de principios liberales abstractos. La sintonía con el fascismo deriva de la defensa extrema y compartida de la propiedad como principal atributo de la sociedad.
Ese enaltecimiento motoriza la violencia que incuba el capitalismo para perpetuar la desigualdad social. Al aceptar tan sólo los valores de la democracia que no vulneren la supremacía de la propiedad, los libertarios de la ultraderecha convalidan el uso de la fuerza para sostener la dominación de los explotadores. Por esta razón, Hayek aprobó en forma entusiasta a Pinochet y Milei se rodea de exaltadores de Mussolini.
PRESENCIA EN LA PERIFERIA
Todas las miradas críticas alertan contra la propensión fascista del neoliberalismo contemporáneo. Pero la presencia de ese régimen en América Latina suscita debates en el propio campo de la izquierda.
Existe una vieja mirada que objeta la existencia de esa modalidad en las regiones periféricas del planeta. Estima que esa categoría tan sólo se aplica a los países desarrollados, que confrontando por la dominación del mercado mundial alimentan formas de totalitarismo interno (Verbitsky, 2024).
Pero esa localización histórica del fascismo clásico, no inhibe su reproducción en las economías subdesarrolladas, puesto que las necesidades represivas del capitalismo se extienden a todo el planeta. El fascismo constituye una política contrarrevolucionaria para estabilizar la explotación demoliendo las rebeliones populares. Ese propósito rige con gran intensidad en las convulsivas zonas de la periferia y por eso irrumpió como una fuerza significativa contra los proyectos socialistas de posguerra.
En América Latina adoptó formas singulares de proto-fascismo con el pinochetismo chileno y el uribismo de Colombia. Y tal como como ocurrió con Salazar en Portugal o con Franco en España, no derivó en sistemas políticos equiparables a Hitler o Mussolini.
El fascismo en la periferia amolda su perfil a la estructura dependiente de esas formaciones, pero cumple funciones internas análogas a los países del centro. Como se ha verificado en la última década en Medio Oriente, utiliza atroces formas de violencia para aplastar las demandas democráticas (Primavera Árabe) y los anhelos nacionales (Palestina).
Es importante caracterizar con cuidado al fascismo de la periferia, para evitar el tradicional equívoco liberal de asemejarlo con el nacionalismo. Esa confusión condujo en el pasado a ubicar en el campo de la ultraderecha, a líderes populares progresistas como Perón. La superación de ese error no transita por negar la posibilidad del fascismo en la periferia, sino por señalar cuáles son sus exponentes. Qué el peronismo no integre ese conglomerado no anula existencia del fenómeno.
CENTRALIDAD POLÍTICA, MÚLTIPLES DIMENSIONES
El fascismo es un régimen político y su presencia debe dilucidarse en ese terreno. Incluye dimensiones psicológicas, antropológicas, simbólicas y culturales, pero esos rasgos complementarios no definen la existencia de un movimiento, líder o gobierno fascista.
Los estudios de esos planos adicionales clarifican muchos aspectos del fenómeno, especialmente su incidencia psicológico-emotiva y sus dinámicas irracionales (Carbone, 2025a). Esas investigaciones esclarecen también la forma en que el ecosistema mediático y las redes, impactan sobre las formas cognitivas contemporáneas, quebrantando la vida social y potenciando el individualismo (Carbone, 2025b).
Esas miradas resaltan además sin titubeos, la presencia de componentes fascistas en la ultraderecha actual. Con esa óptica se refuerza la denuncia y el rechazo frontal de la oleada reaccionaria, en contrapunto con las visiones que omiten ese peligro (Carbone, 2024:13-30).
Pero el abordaje cultural-simbólico del fascismo puede dificultar la definición precisa de cada gobierno o régimen derechista y las consiguientes estrategias para enfrentarlo.
Milei concentra, por ejemplo, la experiencia más retrógrada de las últimas décadas, pero tiene menor proximidad al fascismo que Videla. Los separa una descomunal distancia, en el grado de violencia ejercido por las clases dominantes contra el pueblo y esa diferencia es sustancial para caracterizar la presencia o no del fascismo. La omisión de esa primacía política en la evaluación del fenómeno facilita la banalización del fascismo, como equivalente a otro tipo de males (como el extractivismo o la violencia machista).
La mirada que jerarquiza el parámetro político integrando otras dimensiones, permite caracterizaciones concretas de gobiernos como Milei, que sin inscribirse en el fascismo incluyen ingredientes potenciales de ese universo. La mera tipificación de los presidentes ultraderechistas como fascistas puede derivar en exageraciones, que socavan la credibilidad de su impugnación.
La visión que combina respuestas afirmativas y negativas frente al potencial perfil fascista de Milei, permite distinguir su personalidad, sus discursos y sus actitudes del régimen político que comanda (Boron, 2025). No ha establecido el sistema totalitario que singulariza a esa vertiente, pero anida ese peligro (De Casas, 2025). Los criterios políticos centrados en evaluar conductas, proyectos o apoyos sociales aportan parámetros para dirimir hacia dónde se inclina su gobierno (Pinedo, 2024).
El fascismo es un peligro, pero no una realidad presente en los gobiernos de la ultraderecha actual. Es importante tener en cuenta ambos datos para evitar la sobrevaloración o la desconsideración del problema.
El primer defecto se verifica en el uso indiscriminado del término para desacreditar a un rival. Con esa displicencia, el fascismo se transforma en un simple insulto, para descalificar opositores durante las campañas electorales. Ese desmanejo es muy corriente en Estados Unidos, entre los líderes del partido Demócrata que responden con agresiones simétricas a la absurda acusación de socialistas, que esgrime el conductor de los Republicanos. Esa pirotecnia verbal anula el significado de ambos términos.
El desacierto opuesto es la subestimación del peligro fascista, extremando las diferencias con los precedentes clásicos. Se olvida que ese patrón aporta una referencia comparativa y no un prototipo inamovible. El fascismo del siglo XXI puede reproducir las mismas atrocidades con distintas modalidades.
EL ESTANDARTE DE LA IZQUIERDA
Todos los debates sobre el grado de fascismo presente en los gobiernos ultraderechistas son útiles, si apuntalan la movilización popular contra esos regímenes. En muchos casos, tipificar frontalmente y sin mediaciones sus conductas como fascista ha facilitado esa resistencia.
Es el caso de Argentina, dónde los insultos de Milei a la diversidad sexual transformaron la tradicional marcha de ese sector, en un acto multitudinario que desbordó todos los precedentes. Esa reacción instaló el antifascismo en la agenda pública, como un término estrechamente asociado a la lucha contra intolerancia y la amputación de los derechos conquistados por el feminismo y los sectores LGTB.
El antifascismo es el emblema de los Congresos organizados en Caracas, para desplegar múltiples iniciativas contra ese flagelo. Esos eventos propician la confrontación directa con el centro coordinador de la ultraderecha, que Milei ha establecido en Buenos Aires.
Ese contrapunto desborda el ámbito regional y pavimenta la gestación de un polo global contra el proyecto trumpista de gestar una Internacional Reaccionaria. La batalla contra esa amenaza requiere enarbolar banderas antiimperialistas y exponer sin titubeos las raíces capitalistas del fascismo. Con esa mirada la iniciativa venezolana promueve una amplia agenda de acciones para sumar intelectuales, jóvenes, juristas, feministas y pueblos originarios a la campaña mundial contra la ultraderecha.
El éxito de esa confrontación depende del afianzamiento de corrientes radicales que superen las vacilaciones del progresismo. En gran parte del siglo XX la izquierda logró masificar su mensaje por la firmeza que exhibió en la lucha contra el fascismo. Retomar ese antecedente en el escenario actual es un desafío tan relevante, como esclarecer las alternativas que evaluaremos en el próximo texto.
RESUMEN
El trumpismo latinoamericano acata las órdenes de su jefe, imitando sus comportamientos y falacias. Pero la atadura a una potencia en declive anula los réditos de esa sumisión. Irrumpe para sofocar rebeliones y erradicar el ciclo progresista, con programas neoliberales opuestos al proteccionismo de su padrino. Exhibe personajes exóticos lindantes con la lumpen-burguesía, pero actúa en sintonía con el gran capital.
El fascismo es un peligro, pero no una realidad inmediata y es tan equivocado sobrevalorar como desconsiderar ese desemboque. El anarcocapitalismo converge con esa derivación por su fanática defensa de la propiedad y la condición periférica no exceptúa a América Latina de esa amenaza. El fascismo es un fenómeno político que integra otras dimensiones y la prioridad es resistirlo.
REFERENCIAS
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-García Linera, Álvaro (2025). América Latina y el «neoliberalismo soberanista» de Trump, Entrevista, 16-2 https://espai-marx.net/?p=17248
-Rivara, Lautaro (2025). ¿Por qué el gobierno ecuatoriano asaltó la embajada mexicana? https://www.pagina12.com.ar/727554-por-que-el-gobierno-ecuatoriano-asalto-la-embajada-mexicana
-Oppenheimer, Andrés (2025) ¿Traicionó Trump a la oposición de Venezuela? https://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/andres-oppenheimer-es/article299525159.html
-Carro, Amílcar (2024). ¿Qué fue el Pacto Roca-Runciman? 13 junio, https://resistenciaonline.com/que-fue-el-pacto-roca-runciman/
-Astarita, Rolando (2025). Milei, Trump y lumpenburguesía 26/02/2025 https://rebelion.org/milei-trump-y-lumpenburguesia/
-Katz, Claudio (2024). América Latina en la encrucijada global, Buenos Aires Batalla de Ideas; La Habana: Editorial de Ciencias Sociales,
-Riley, Dylan (2018). Theses on Fascism and Trumpism, https://sase.org/wp-content/uploads/2018/05/2-Riley-final.pdf
-Pappe, Ilan (2025). El silencio de Occidente sobre Gaza | 21/04/2025
-Renton, D.K (2025). Trump, el fascismo y el giro autoritario 19/04/2025 https://spectrejournal.com/trump-fascism-and-the-authoritarian-turn/
-Forti, Steven (2025) El tsunami reaccionario. Comprenderlo para hacerle frente, https://vientosur.info/el-tsunami-reaccionario-comprenderlo-para-hacerle-frente/
-Laje, Agustín (2025). ¿Por qué el libertarismo no tiene nada que ver con el fascismo y el nazismo? https://www.facebook.com/61569860161123/videos/1347474466675136
-Verbitsky, Horacio (2024). Astillas, Fragmentación y desconcierto político y debate acerca del presunto fascismo de Milei Oct 27 https://www.elcohetealaluna.com/astillas
-Carbone, Rocco (2025a). Adolescencia política. https://lateclaenerevista.com/adolescencia-politica-por-rocco-carbone/
-Carbone, Rocco (2025b). Hay que organizar una fuerza antifascista,https://www.pagina12.com.ar/781371-rocco-carbone-hay-que-organizar-una-fuerza-antifascista
-Carbone, Rocco (2024). Lanzallamas. Milei y el fascismo psicotizante
2024, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.
-Boron, Atilio (2025). ¡Hay un Gobierno fascista en Argentina?, 13-2-2025 https://atilioboron.com.ar/hay-un-gobierno-fascista-en-argentina/
-De Casas, Mario (2025). ¿Es o no es?, esa es la cuestión La calificación de fascista del gobierno de Milei, 12-1-2025 https://www.elcohetealaluna.com/es-o-no-es-esa-es-la-cuestion/
-Pinedo, Jorge (2024). ¿Fascismo? Ni ahí Las tácticas y estrategias de la derecha extrema, Goldstein https://www.elcohetealaluna.com/fascismo-ni-ahi/
Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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