Fijarse en los resultados electorales de las listas en presencia para juzgar la orientación de los europeos, francamente no me parece una cosa seria. O al menos, una operación exhaustiva. Porque el dato más significativo no es el relativo a tal o cual partido, sino la abstención: creciente, generalizada. Signo de una derrota del proceso […]
Fijarse en los resultados electorales de las listas en presencia para juzgar la orientación de los europeos, francamente no me parece una cosa seria. O al menos, una operación exhaustiva. Porque el dato más significativo no es el relativo a tal o cual partido, sino la abstención: creciente, generalizada. Signo de una derrota del proceso de construcción europea, cuyo alcance todos parecen minusvalorar, pero también del estado de desorientación política de los habitantes del continente. Que en número cada vez mayor muestran no tener confianza ya en los partidos históricos: buscan, en consecuencia, nuevas, ambiguas y confusísimas expresiones poco estables; sobre todo, desertan de las urnas desencantados de la política y por lo tanto de la democracia
Se dirá que el fenómeno tiene que ver sobre todo con la izquierda, dado que las fuerzas que constituyen el partido popular europeo salen de la votación del 6 de junio bastante mejor. Pero también para ellos vale la exigüidad del muestreo, el desamor por el ejercicio electoral. Es cierto que la abstención afecta mucho más y muy particularmente a la socialdemocracia que, con la excepción de algunos países donde la tendencia es diversa (Suecia y por otra parte, Grecia) sufre ,en los principales países de la Unión, un hundimiento histórico
Un inimaginable 16 por ciento en Gran Bretaña y en Francia, y un 20 por ciento en Alemania . Militantes que a pesar de rehusarse a votar a otros, -como resulta , por ejemplo, claro, en Alemania- ya no están dispuestos tampoco a premiar a la vieja SPD, desgarrada e incierta. Castigada también por ser siempre el más acrítico de los paladines de esta antidemocrática Unión Europea
Bien les va por el contrario en todas partes a los Verdes (triunfalmente en Bélgica donde alcanzan el 18´5 por ciento), incluso allí donde nunca ha existido un verdadero movimiento, como es el caso de Francia, y donde el empeño en este frente es desde hace tiempo obtuso; o como en Alemania donde sin embargo estuvieron directamente involucrados en el gobierno de Schroeder, cuyas antipopulares medidas han castigado en cambio al SPD. Pero los verdes gozan hoy de una confianza apriorística, que tiene poco que ver con lo que hacen en concreto: su propio nombre es hoy símbolo de la protesta contra el desastre del ecosistema, respecto del cual una parte no irrelevante del electorado se ha hecho afortunadamente muy sensible. Y aguantan bien porque es la clase media culta la base electoral de estos partidos y es, por el contrario, en la fuerza tradicional de la socialdemocracia, entre las masas populares, -golpeadas duramente por la crisis, expuestas más que los otros a los dramas de la globalización- donde se produce la mayor desorientación.
Mejor librada, al estar entre las opciones de los pocos que han votado, sale la extrema izquierda, que generalmente se mantiene, aunque sean pequeños porcentajes, sustrayéndose a la catástrofe: y así ocurre en Alemania donde Die Linke aumenta, aunque menos de lo previsto (llega al 7´5%); en Francia, donde el Front de gauche (PCF e izquierda del PS) obtiene un 6´8% muy respetable, tanto más si se le añade el 4´8% del Nuevo partido Anticapitalista; en Holanda y Dinamarca, donde, respectivamente, el Partido socialista (ex maoísta) y el Socialista popular superan el 7 por ciento. Una izquierda que en algún caso, como en Portugal, roza incluso un éxito clamoroso: el Bloco de Esquerda (casi un secuaz de nuestro Manifesto) que triplica los votos alcanzando el 9%, mientras que el tradicionalísimo Partito Comunista alcanza análogo porcentaje. Que obtiene otro tanto también en Grecia donde, por los habituales litigios internos, el Sinapismos, se queda por el contrario en el 4%. En su conjunto, el Gue, el grupo a la izquierda del PS, tendrá incluso una representación no secundaria con 33 diputados. Estarán ausentes, como es notorio, por vez primera los italianos, que han sido siempre uno de sus principales componentes.
Creo que se podría apostar que dentro de cinco años, en las próximas elecciones europeas, el escenario será completamente diverso. En su conjunto el voto expresa una crisis generalizada, una transición, quizá el último suspiro del largo ventenio que siguió a la caída del Muro, un acontecimiento que ha acarreado consecuencias a la socialdemocracia y no tan solo a los partidos comunistas, y con ellos a la historia europea, cosa sobre la cual nadie ha tenido el valor de reflexionar seriamente, todos atrapados por el ansia de darle carpetazo apresuradamente y de una igualmente sumaria homologación con el mundo global. En los días transcurridos, al término de la visita del presidente de los Estados Unidos, ha sido notorio que Obama no ha parecido darle demasiada importancia a su relación con Europa. ¿Por qué hubiera debido hacerlo? Como interlocutores ha encontrado a una derecha no acorde con el viento que sopla en América y una izquierda distraída, a vueltas con sus retortijones de barriga, carente de identidad, tanto para sí misma como para Europa. Nuestro famoso y celebrado modelo histórico -el modelo europeo- aplastado y olvidado.
Luciana Castellina es una reconocida periodista y analista política italiana que colabora regularmente con el cotidiano comunista Il Manifesto. Fue miembro del partido socialista y pacifista Democrazia Proletaria y luego de Rifondazione Comunista. Ha sido diputada en el Parlamento italiano y en el europeo. Recientemente se ha adherido al llamamiento a una lista unitaria de la izquierda italiana para las elecciones europeas impulsado por figuras como Luigi Ferrajoli, Rossanna Rossanda, Pietro Ingrao o Danilo Zolo.
Traducción para www.sinpermiso.info : Joaquín Miras