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Siete razones del éxito en campaña de Jean-Luc Mélenchon

Fuentes: Sin Permiso

Jean_Luc Mélenchon, el hombre que se acuesta furioso y se levanta encolerizado. El color púrpura. Recordemos los primeros meses laboriosos de su campaña en Francia cuando los observadores se preguntaban si iba a franquear la barrera del 5% y no tendría que ceder el paso a Eva Joly [candidata de Europa Ecología-Los Verdes]. Su poderoso […]

Jean_Luc Mélenchon, el hombre que se acuesta furioso y se levanta encolerizado. El color púrpura. Recordemos los primeros meses laboriosos de su campaña en Francia cuando los observadores se preguntaban si iba a franquear la barrera del 5% y no tendría que ceder el paso a Eva Joly [candidata de Europa Ecología-Los Verdes]. Su poderoso ascenso ha pasado inadvertido durante mucho tiempo. Hoy se le presenta como una de las sorpresas de estas presidenciales, luego como una burbuja mediática, y después como un hacedor de reyes. Lo cual da vértigo a nuestros mejores derviches [giróvagos] editorialistas.

Más allá de sus resultados y de las multitudes que ha conseguido movilizar, Mélenchon ha logrado encarnar bien, sin embargo, un momento fuerte de estas elecciones. Y eso por razones varias.

La primera razón es que este político con mucha labia, que zanja, reprende, acusa, truena, también es delicado, un orfebre. Hace falta ser un verdadero artesano para haber logrado una marquetería política así. Dadle algunos restos de viejas planchas ideológicas y os puede construir una pieza de seguidor del Tour de Francia. En un santiamén, el comunismo paliducho de [Pierre] Laurent [Secretario Nacional del PCF] y [Marie-George] Buffet [Secretaria Nacional hasta 2010, candidata en las presidenciales de 2007] recupera sus colores. Ha vuelto a aprender en este gran cuerpo enfermo que era el partido Comunista que su balance era «globalmente positivo». Puesto que ha pasado mucho tiempo en el aparato del Partido Socialista -en un escalón local, luego nacional-hemos terminado por olvidar que Mélenchon es también un «intello» [intelectual]. «Las palabras son nuestras alas para pensar», le gusta decir.

Lo mismo vale para la masonería. Defensor de la República y de la laicidad como buen trotskista lambertista en otro tiempo, ha despertado las obediencias dormidas e impuesto en el estudio de las logias la siguiente pregunta: ¿se puede defender el humanismo y el Gran Ocaso? Lo cual ha desembocado en la «revolución ciudadana», que se ha tomado, de partida, por un concepto un poco hueco, pero que también ha acompañado este auge notable.

La segunda razón es que un político debe ser más zahorí [sourcier] que hechicero [sorcier]. Pues bien, Mélenchon ha sabido detectar tres fuerzas políticas, ligar sus destinos, darles un lenguaje común y hacerlas marchar al mismo paso.

La primera se desprende de lo que se han llamado los «acontecimientos de 1995». Esto puede parecer muy lejano, pero, al fin y al cabo, cuando se dice que el mapa electoral de la Sarthe [departamento del Oeste de Francia] sigue trazándose de acuerdo con los esquemas revelados por el historiador Paul Bois en su obra Paysans de l´Ouest [Campesinos del Oeste, obra fundamental de 1960 que trata la evolución ideológica y electoral en la región desde la IIIª República]…Este otoño hemos visto en la calle resurgir expresiones políticas — que creíamos desaparecidas a causa de su arcaísmo (comunistas versión Gracchus Babeuf, feministas insurgentes, ecologistas tendencia La Gueule ouverte [La boca abierta, primera revista ecologista creada en Francia en 1972])-que se han mezclado en las manifestaciones con la angustia del desclasamiento social de los cuadros profesionales. Esas fallas de las que se han escapado esos surtidores de cólera nunca se habían sellado.

La segunda fuerza señala más bien la tectónica de placas. Después de diciembre de 1995, se ha visto crecer el descontento social en numerosos oficios relacionados con la cultura. La socióloga Dominique Schnapper, poco sospechosa de ser una revolucionaria desenfrenada, es quien ha detectado la existencia de un verdadero «tercer estado intelectual» en Francia, que reagrupa a todos los que quedan por su cuenta y riesgo en una mundialización que privilegia la cultura y la producción de masas. Jean-Pierre Chevènement tuvo la intuición de esta fuerza política durante las presidenciales de 2002. Pero su campaña bac + 8 [propuesta sobre educación universitaria] ha vuelto su mensaje inaudible.

La tercera fuerza nació del rechazo, el 29 de mayo de 2005, del Tratado Constitucional Europeo (TCE). Como ha advertido Mélenchon, que participó activamente en la campaña del no: la participación «fue más fuerte en las categorías populares que en las importantes». Esta fractura no se ha cerrado nunca. Una gran parte de los franceses consideró – y sigue considerando-, tras la gira de trileros europeos, que la democracia quedó bien confiscada por la validación parlamentaria del TC. De ahí esta idea persistente que retoma Mélenchon en todos los tonos de que «se ha engañado al pueblo».

El pueblo. La gran crisis de 2008 ha pasado por ahí. Ya no se ponen aquí en oposición los de abajo y los de arriba, los ciudadanos y las élites sino el pueblo y los ricos. Ahí, de nuevo ha trabajado Mélenchon como un orfebre. Tratándose de los ricos, se ha apoyado tanto sobre los trabajos de los Pinçon-Charlot [Monique y Michel, importantes sociólogos por sus trabajos sobre la oligarquía y gran burguesía francesas] como sobre su verbo inagotable para alancear a esas gentes «perfumadas».

¡Que se vayan todos! (Qu´ils s´en aillent tous!) [Flammarion, París, 2010] fue el título de su libro-proyecto, que vendió más de 80.000 ejemplares. En un tour de force, testimonio de sus arrestos políticos, el candidato del Frente de Izquierda ha conseguido devolver sus cartas de nobleza a la palabra «populismo». Como a todo el mundo lo han tratado de populista a diestro y siniestro, ha recogido el término y blande el «pueblo» como estandarte. Sus amigos y él multiplican en sus expresiones las referencias al trabajo manual, al mono de trabajo, al sudor. [Maurice] Thorez [Secretario General del PCF entre 1930 y 1964] se convierte en producto vintage [con solera]. Y se ve a los cuadros profesionales o representantes de la clase media cuyos padres eran ellos mismos cuadros o funcionarios dejarse mecer por un «obrerismo» que abandonó hace mucho la clase obrera.

Su defensa del pueblo ha llevado a Mélenchon a menudo a tomarla con la prensa que filmaba o preguntaba en sus mítines a los «caretos», viendo en ello un signo de desprecio social. Mélenchon puede lanzarse a un vibrante homenaje a los «pescuezos» de todos los abismos de la modernidad, los maltrechos por la vida. Mélenchon es el anti-Deschiens.[Les Deschiens, comedia televisiva basada en estereotipos familiares y regionales franceses]

La tercera razón tiene que ver con el talento oratorio. Hasta sus enemigos políticos lo reconocen: sabe inflamar los auditorios, como antaño el republicano severo Jean Poperen [1925, antiguo diputado y ministro socialista] pero también el florentino Mitterrand. Pues el mitterrandismo de Mélenchon es asimismo tan profundo como el de François Hollande. Los dos líderes de la izquierda comparten ese gusto por la retórica. Pero el primero hace soñar más, en sus vuelos líricos, con el Mitterrand de 1981, es decir, el de la época del programa común, mientras que el segundo está más cerca del Mitterrand de 1988, versión la fuerza tranquila [lema electoral de Mitterrand en esa campaña]. No obsta: si se descarta esta mofa más cercana a los personajes de Eugène Dabit [1898-1936, escritor encuadrado en la llamada «literatura proletaria»], el autor de Hôtel du Nord, que a Jacques Chardonne [1884-1968, literato conservador y colaboracionista], con su voz desde la garganta que puede crecer y volver a bajar de un solo golpe, se sitúa bien dentro de la tradición mitterrandiana. El ejemplo perfecto de ello fue el discurso pronunciado en Marsella, extremadamente escrito, extremadamente literario, y que es la respuesta que los militantes de izquierda ya no esperaban en los discursos de Dakar y de Grenoble.

La cuarta razón es que el discurso mélenchoniano está habitado. En un país atormentado por la duda, recurrir a la Historia se convierte en una ardiente necesidad. Ese «el pasado hay que hacer añicos» [de La Internacional, en francés: «Du passé faisons table rase»] en absoluto es del gusto del antiguo lambertista que también en esto ha seguido los pasos de François Mitterrand, con una excepción notable: recitará más con mayor placer los nombres de los miembros del Comité de Salud Pública que la lista de los papas de Aviñón. Su primer flechazo político lo experimenta leyendo la Historia de la Revolución Francesa de Adolphe Thiers. Pero Mélenchon es más lector del gran historiador comunista Albert Soboul [1914-1982] que de Jacques Bainville [1879-1936, periodista e historiador monárquico y ultraderechista]. Con él resurgen capítulos por los que los historiadores pasan -tras una genuflexión-sin detenerse. Durante su primer cara a cara con Marine Le Pen en el canal BFMTV, se vio al jefe del Frente de Izquierda infligir a la presidenta del Frente Nacional una verdadera lección de historia. Se dice que esto hizo enfurecer a Jean-Marie Le Pen, que le propuso un debate en el curso del cual «iba a dejarle sin calzones». El interesado replicó: «Demasiado tarde: ¡yo ya soy sans-culottei

La quinta razón se refiere a la estrategia: Frente contra Frente. La mayor parte de los editorialistas no han comprendido esta voluntad anunciada desde el comienzo de pelear con el partido de Le Pen. Tanto más cuando metían ellos en el mismo saco Frente de Izquierda y Frente Nacional. ¿Cuánto tiempo ha hecho falta para que dejaran de pretender que Mélenchon deseaba salir del euro? No es seguro que el Frente de Izquierda tenga como competencia en las clases populares al Frente Nacional. No se trata de los mismos segmentos de electorado obrero. Como desquite, bien que ha conseguido Mélenchon perturbar la operación de «respetabilidad» de la candidata frentista. Sus militantes han impedido a los del FN presentarse a la salida de las fábricas y él mismo ha torpedeado la intervención de Marine Le Pen en el estudio de «Des Paroles et des actes» [Palabras y actos, programa televisivo de TV5]. ¿Hay que ver ahí orgullo ideológico? Sí, si se le añade, como a menudo en Mélenchon, una preocupación táctica: convocar a esta lucha a toda una parte del pueblo de la izquierda que, desde hace casi treinta años, dobla el espinazo, contentándose con peticiones de principio de la izquierda moralina

Sexta razón: Esta estrategia ha permitido a Mélenchon asentar -y acaso de forma duradera- su OPA sobre la izquierda de la izquierda, extrema izquierda incluida. Su inteligencia política ha estado en no buscar una vez más crear el gran partido centralizado que reuniría a todas las capillas, sino hacer una especie de UDF (o FGDS) de la izquierda de la izquierda. El jacobino convencido ha impuesto a todas estas formaciones una estructura girondina. ¡Chapeau, artista! En el Frente de Izquierda, el micromovimiento FASE [Federación por una Alternativa Social y Ecológica] de Clémentine Autain puede hablar de igual a igual con el Partido Comunista de Pierre Laurent.

Séptima razón: proponer un proyecto colectivo en un momento en que la crisis pone en apuros al individualismo. » C´est un joli nom, camarade » [«Un bonito nombre, camarada»] cantaba Jean Ferrat [1930-2010, notable cantautor cercano al PCF]. Mirar el entorno inmediato de un hombre político constituye algo a menudo rico en enseñanzas. ¿Cuánto tiempo conserva sus colaboradores, sus equipos? Los de François Bayrou, por ejemplo, pasan regularmente a la gran centrifugadora. Nada de eso en Mélenchon. El hombre riñe, reprende, recupera el dominio de si mismo, pero conserva siempre un vínculo con aquellos que se han cruzado en su camino. En los mítines de Mélenchon, esos grandes baños colectivos, uno se mantiene caliente. En esta última cualidad es en la que deberá apoyarse los cinco años venideros.

Joseph Macé-Scaron es periodista del semanario francés Marianne.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

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