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Sismo en el Oriente Medio

Fuentes: Insurgente

Al paso que va la zona, los analistas de noticias no deben temer en demasía el limbo del desempleo, a no ser que algún editor de este mundo peque de miope, como de miope está pecando el cesáreo George W. Bush -toro miura ante su matador-, emperrado en la idea de implicarse aún más en […]

Al paso que va la zona, los analistas de noticias no deben temer en demasía el limbo del desempleo, a no ser que algún editor de este mundo peque de miope, como de miope está pecando el cesáreo George W. Bush -toro miura ante su matador-, emperrado en la idea de implicarse aún más en la guerra a pesar de la creciente percepción de que los Estados Unidos están abocados a la más estrepitosa derrota allá en las ardientes arenas de la Mesopotamia.

Mientras los asesores del Presidente discuten, en el mejor estilo bizantino, sobre la ampliación del número de efectivos o, en su defecto, la concreción del traspaso del «control contrainsurgente» al incipiente, tambaleante ejército iraquí -palos te darán bogues o no, George-, los analistas de marras tendrán que seguir emborronando cuartillas con términos como crueldad, devastación e iniquidad, que espigamos en las líneas de un colega que no se arredra ante la patética carga de calificativos. Porque el patetismo es la propia realidad de una región donde solo en un país, Iraq, campean la anarquía, los enfrentamientos confesionales, la inseguridad ciudadana, la ingobernabilidad y la más «conspicua» violación de los derechos humanos, de manos de la corrupción y la pobreza. Todo ello, debido a la «caritativa» invasión aliada.

Invasión causante de la muerte de más de 660 mil iraquíes en 2006, lapso en que la cifra de heridos se torna incalculable, como la cantidad de presos sometidos a las más crueles torturas y vejámenes. De otra parte -menuda contraparte-, las bajas de soldados norteamericanos se acercan al golpe psicológico de las tres mil, y también amenazan con multiplicarse geométricamente, en andas de una resistencia juzgada por muchos incontrolable.

Pero la situación también pinta mal para los gringos en otros recodos del área geopolítica. Sucede que sus más aguerridos socios en esos lares, los sionistas, tuvieron que salir escaldados, por el empuje de las milicias del chiita Hizbolá, de un Líbano imbricado en el proyecto israelo-estadounidense del Oriente Medio trocado en enorme y seguro lago proveedor de petróleo y en pantagruélico mercado para productos industriales de marcas norteamericanas y hebreas. Claro, las legiones en estampida dejaron tras sí una nación devastada y un panorama de necrópolis multiplicada: más de dos mil 800 bajas fatales entre los civiles.

¿A la postre escuchará George Walker Bush los consejos emanados del informe bipartidista Hamilton-Baker en el sentido de que la Casa Blanca comprenda las causas del fracaso en Iraq y enmiende los errores de procedimiento, o se empeñará en una escalada que cada vez con mayor frecuencia está siendo comparada con la de Viet Nam, hasta en la posible derrota? ¿Tomará nota de que «en diplomacia, un país puede y debe coordinar con sus adversarios para tratar de resolver conflictos y diferencias relacionados con sus propios intereses», disponiéndose a un arreglo con Siria e Irán, impertérritos en el rechazo a la injerencia yanqui en sus asuntos, o se lanzará contra estos, como al parecer le exigen los halcones más recalcitrantes?

Estas preguntas serían contestadas solo desde las márgenes de la especulación. Del arte adivinatorio. Y como el oráculo de Delfos se difuminó en el tiempo, solo anotemos que, a pesar de comisiones e informes, USA e Israel se resisten a liberar los territorios de Gaza y Cisjordania, Estado soberano e independiente en el sueño del pueblo palestino, el cual, desde el inicio de la Intifada de Al Aqsa -28 de septiembre de 2000-, ha sufrido la pérdida de más de cinco mil de sus hijos, 985 de ellos niños y mujeres.

Pero, eso sí, los palestinos tendrán que aprender las duras lecciones de la historia, y abstenerse de enfrentamientos fratricidas entre la islámica agrupación Hamás, ganadora de las últimas elecciones, y la laica Al Fatah, desplazada del poder por el voto ciudadano. Sin duda de ninguna índole, una guerra civil tendría como único beneficiario a Israel, cuyos gerifaltes deben de estarse frotando las manos ante las arremetidas de una y otra facción, aunque se muestren solícitos con la del presidente Mahmud Abbas (Al Fatah), a todas luces más proclive a las negociaciones con Tel Aviv.

En todo este arremolinado y umbrío panorama, que se extiende al poco mencionado Afganistán -¿acaso el silencio mediático borrará la creciente antiyanqui y antiOTAN?-, una cosa cobra medida de incuestionable: si el Gobierno de Bush y su adláter sionista no han logrado convertir la región en el cacareado Nuevo o Gran Oriente Medio, no ha sido por falta de deseo, sino por la resistencia de los pueblos a convertirse en habitantes de una gigantesca aldea de borregos, inequívoco fin de la globalización neoliberal, que asoma con fuerza en la región.

Y ojalá que el sismo del Oriente Medio cese de una vez por todas, aunque algún que otro analista se vea compelido a cambiar de tema.