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Dos hechos se cruzan e inician otra oportunidad

Sobre el conflicto de Panamá versus Sacyr e Impregilio

Fuentes: Rebelión

A inicios de este año dos hechos aparentemente aislados, al coincidir, desataron una secuencia de efectos culturales, psicológicos y políticos que aún desconocemos hasta adonde llegarán. Como el encuentro de dos que al cruzarse abren otro camino, o de dos grandes ríos que al confluir en el punto exacto crean el portento que es el […]

A inicios de este año dos hechos aparentemente aislados, al coincidir, desataron una secuencia de efectos culturales, psicológicos y políticos que aún desconocemos hasta adonde llegarán. Como el encuentro de dos que al cruzarse abren otro camino, o de dos grandes ríos que al confluir en el punto exacto crean el portento que es el Amazonas o, en nuestras tierras, donde reunión del Tuira y el Chucunaque origina el estuario maravilloso donde ellos se abrazan con el mar.

Hace bastante sabíamos que estaba por darse el cincuentenario del 9 de Enero. Muchos ciudadanos dispersos sentían en su intimidad que tan importante aniversario histórico no podía volver a pasar inadvertido. Como una chispa al fondo de la oscuridad, el movimiento ciudadano por la identidad nacional reclamó a la Asamblea que esa fecha se exceptuara del calendario de días puente, para conmemorarla como se debe. Y esa chispa removió miles de corazones a lo largo del país, que dejaron de latir en solitario y volvieron a palpitar panameños.

A la vez, por otro lado empezábamos a conocer que en las obras de expansión del Canal estaban dándose problemas. Tal como suele pasar con las grandes transnacionales de la construcción, el consorcio presentó un ultimátum que, en el mejor estilo mafioso, pretendió extorsionar al país con la amenaza de suspender los trabajos si no se le pagaba una suma tan enorme como antojadiza. Nada vale la excusa de que Sacyr ya era una empresa quebrada, puesto que el socio fuerte es la próspera Impregilio, quien más exige ese botín. Tampoco el pretexto de que el contrato debió adjudicarse a otro, puesto que «otro» es la imperial Bechtel, que tampoco es la Madre de Calcuta y cuyos cuentos harían sonrojar a los italianos.

Y de pronto en los albores de 2014 ambos torrentes confluyeron. El fervor del 9 de Enero se potenció ante la evidencia de que el Canal, por cuya panameñidad nuestros muchachos se sacrificaron hace medio siglo, está nuevamente amenazado. La indignación motivada por esa amenaza igualmente se multiplicó al recaer sobre ella el resplandor y el luto de Enero. Por los corazones panameños cruzó un pensamiento que evocó la veterana advertencia de Omar: ciertamente, hemos avanzado ‑el Canal es nuestro, por decisión nuestra fue mejorado, por nuestra decisión se amplía y al Estado panameño van sus dividendos‑ pero la lucha continúa.

Como para propios y extraños se ha evidenciado, los capos de estas grandes constructoras europeas cometieron un craso error: le tocaron los huevos al águila. Al pretender entrarle a saco a las finanzas del Canal golpearon un punto tan sensible que este pueblo, últimamente tan deprimido y hasta degradado en su conciencia cívica, a la luz del cincuentenario de Enero, finalmente reaccionó. ¿Cómo puede explicarse que esos capos europeos, tan avispados para otros menesteres, se hayan equivocado de semejante manera?

Por supuesto, deben haber tenido pésima asesoría local. No extraña que ellos puedan haberse dicho que este es un gobierno manirroto, de un país que hace más de 6 años crece en riqueza y que ahora ‑sin mucho ni poco pudor‑ reparte adendas, contrataciones directas, jugosos subsidios y abultados sobrecostos entre amigos, paniaguados y socios, incluso de ultramar. Por consiguiente se preguntarían que, si el Canal es una empresa pública, ¿por qué, no meterle garra ellos también? Pero ni ellos, ni los apátridas locales que los hayan asesorado, percibieron que esa empresa es un santuario de la memoria histórica del Istmo. De la memoria y la sensibilidad actual de una nación que se formó como tal peleando, desde los tiempos del Estado Soberano y la Tajada de Sandía, la larga controversia de la ruta interoceánica.

Si el encuentro entre los caudales de estos dos bravos torrentes ha iniciado un despertar, no será lícito evadir la pregunta de qué fue lo que antes doblegó y degradó la conciencia pública dominante en nuestro país. Aquí no cabe intentar una explicación, pero sí una pincelada para rememorar el paso de unos tiempos. Después de la brutal muerte de Omar y la subsiguiente destorrijización, todavía en los años 80 latió un corazón patriótico, crecientemente decepcionado al constatar que sus sucesores no contribuyeron a rescatar sus ideales sino a dejarlos ir por el drenaje de un cambio de época. El «campo socialista» colapsó, Estados Unidos se volvió la omnímoda superpotencia global que fue, América Latina y Europa capitularon ante el tsunami neoliberal y su mitología ideológica.

Tras la aplastante experiencia de La Invasión y la incapacidad del siguiente régimen para recuperar la confianza pública, nuestro pueblo pasó a cruzar el largo y penoso desierto moral y cívico del neocolonialismo mental y la descomposición de la cultura y el sistema políticos, que después hemos malvivido. Una esperanza de recuperación ética pasó por la presidencia de Martín, pero enseguida los acontecimientos demostraron que el problema no es apenas quién gobierna, sino el sistema que hace lustros entró en decadencia. Decadencia que inmediatamente después la sucesión presidencial y el siguiente gobierno aceleró hasta zambullirnos en el pantano de estos últimos años, más fétidos que los 110 anteriores.

Pero tanto va el cántaro al agua que la paciencia acaba y la indignación crece y va dándose formas. Formas y fechas. El año moral que empezó este 9 de Enero ahora pasa por la prueba de la confrontación entre el Canal panameño y el consorcio ‑técnicamente eficaz y moralmente filibustero‑ que le está dando a nuestro pueblo una nueva oportunidad de recuperar estatura cívica. Luego, pasará por los imponderables del próximo torneo electoral y de sus resultados. Pero, más allá de estos, a continuación deberá plantearse el reto de celebrar con mucho mayor dignidad las demás festividades patrióticas de este año luchando, contra todos los avatares, por devolverles significado histórico y moral, como otros tantos hitos de nuestra identidad nacional, y no como meros días de asueto.

Pero ahora cuando el Canal cumple su primer siglo, esos y otros grandes ríos seguirán confluyendo y, en la etapa final del año, todos tendremos el reto de conmemorar conscientemente, como la nación merece, un nuevo aniversario del 20 de Diciembre. Día al cual será preciso llegar superando con anticipación los muros de silencio que por demasiado tiempo han secuestrado esa fecha ‑dolorosa pero aleccionadora‑ que ya reclama nuevos esfuerzos tanto de recuperación de la capacidad de comprender lo acontecido, como de reunir las corrientes de quienes en aquel entonces fuimos «familia rota», y de la cuantiosa mayoría de los compatriotas nacidos después de aquellos tiempos.

Porque así lo demanda la actual necesidad, y la presente oportunidad, de reemprender juntos las nuevas batallas, no solo por nuestro Canal sino por la conciencia patriótica y por la decencia nacional, que ahora tesoneramente debemos recuperar y fortalecer.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.