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El referéndum irlandés sobre el Tratado de Lisboa

Sudores fríos en Dublín

Fuentes: L’Humanité

Traducido por Caty R.

Los sondeos dan una ligera ventaja a los partidarios del sí, pero continúa el suspense total en cuanto al resultado del referéndum de ratificación del Tratado simplificado.

El próximo jueves, los irlandeses deben pronunciarse sobre el Tratado de Lisboa, un refrito del proyecto de Tratado constitucional europeo rechazado en 2005 por los franceses y neerlandeses. Único país de la UE que debe someter la ratificación al escrutinio popular, procedimiento obligado por la Constitución irlandesa, la República de Irlanda está presa de la duda y la indecisión, como no han dejado de señalar los sondeos desde hace seis meses. De repente, el escenario irlandés de 2001, cuando la ratificación del Tratado de Niza (hubo más del 58% de «no»), no es una hipótesis descabellada y bien podría detener la máquina institucional europea.

Numerosos indecisos

Hasta ahora, el «sí» parece en condiciones de triunfar, un sondeo del 25 de mayo publicado por el Sunday Business Post le daba cerca del 41% de los sufragios contra el 33% al «no»; el porcentaje de indecisos era del 26% (el 34% en abril, ¡prácticamente el doble que a finales de 2007!). Pero aunque los partidarios del Tratado están en cabeza, no consiguen distanciarse de sus rivales que, poco a poco, a fuerza de explicaciones, van mordisqueando terreno.

La presión parece máxima. A la vista de los desengaños pasados, el gobierno de Dublín inyectó más de cinco millones de euros en su campaña de información. Cercado por la justicia, un escándalo de corrupción y la oposición, Bertie Ahern del Fianna Fail (centro derecha), tuvo que dimitir a principios de mayo -para evitar un voto de castigo a Irlanda- de su cargo de «taoiseach» (Primer Ministro), después de once años a la cabeza del gobierno. La tarea de su sucesor, el viceprimer Ministro y Ministro de Hacienda, Brian Cowen, y sus aliados de la coalición gubernamental (que incluye a los Verdes) fue asegurar «urgentemente» la victoria del «sí». Y este hombre, procedente del condado rural de Offaly, no ha ahorrado esfuerzos para movilizar a los políticos y los medios de comunicación para evitar el psicodrama de 2001 (el rechazo del Tratado de Niza, que finalmente se adoptó un año después). Entonces Cowen estaba al cargo de los asuntos europeos.

La mayoría de los partidos políticos representados en el Parlamento piden la ratificación del Tratado: el Fianna Fail, el Fine Gael (centro izquierda), principal partido de la oposición liderado por Enda Kenny, el Partido laborista (LAB) y el pequeño Partido demócrata progresista (PD). El Partido verde está dividido (alrededor del 60% favorable al Tratado en el congreso de enero), ya que se consultó a sus militantes individualmente y se adhirieron, a título personal, a uno u otro bando. Antes de su dimisión, Bertie Ahern predijo una catástrofe en caso de que gane el «no» y apeló a la especial responsabilidad de Irlanda recordando en sucesivas ocasiones lo que el país, gran beneficiario de los fondos estructurales regionales, debía a Europa. En la misma línea su sucesor, apenas investido, lanzó: «Digamos sí a la apertura, sí a la nueva Europa y sí al final del totalitarismo; y no escuchen a los que afirman que vamos a hundirnos». No se puede ser más ridículo.

Un refuerzo de peso para el campo del «sí» ha sido la adhesión, in extremis, de los agricultores, tras los productores de leche. El martes, la poderosa Asociación de agricultores, que cuenta con 85.000 miembros, preocupada por la caída de las exportaciones de sus producciones, decidió apoyar el Tratado en respaldo del Primer Ministro, que mantiene negociaciones con la OMC. Cowen dijo, en efecto, que «está dispuesto» a utilizar su veto si el acuerdo fuese desfavorable para Irlanda.

«Vamos a contactar con todos nuestros miembros a través del país (…) así como con todas las personas que trabajaban en el sector agroalimentario y los servicios vinculados, para incitarles a votar sí», aseguró el presidente de la Asociación de agricultores, Padraig Walshe, quien hasta hace pocos días todavía promovía el voto en contra porque, desde su punto de vista, las propuestas del comisario europeo Peter Mandelson podrían conllevar la pérdida de 100.000 empleos en la agricultura y la industria alimentaria en Irlanda y costar 4.000 millones de euros a la economía del país…

El sector del «no» tiene su base en los partidos de izquierda, las clases medias y los abandonados por el «Tigre celtique», afectado de lleno por la caída del crecimiento, la crisis inmobiliaria y las restricciones de crédito, mientras el desempleo y la inflación van en alza. Este sector incluye también a una parte de la derecha católica opuesta a cualquier liberalización del fracaso y a los xenófobos que afirman que el Tratado va a impedir que Irlanda controle sus fronteras. A la izquierda once organizaciones, entre ellas el Sinn Fein, con representación en el Parlamento, el Partido socialista, el Partido comunista de Irlanda (CPI), el Partido de los trabajadores y el movimiento irlandés contra la guerra, crearon un colectivo y un comité para el «no». Este comité hace campaña cuestionando la neutralidad militar (política de defensa y seguridad común), la falta de democracia y el ataque a la soberanía irlandesa, pero también sobre los ataques contra los derechos sociales y los servicios públicos; y lo más importante, las privatizaciones. Sus argumentos se han convertido en una bola de nieve que está provocando sudores fríos a los dirigentes europeos enviados estas últimas semanas a Dublín para llevar la buena nueva del Tratado de Lisboa. Parafraseando al presidente de la Comisión de Bruselas en abril: en caso de «no», «no hay plan B», dijo. ¿No les recuerda nada?

Original en francés:
http://www.humanite.fr/2008-06-06_International_Sueurs-froides-a-Dublin

Bernard Duraud es periodista del diario francés L’Humanité.

Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.