¿Turquía es europea? ¿Será aceptada en la Unión Europea? Estas cuestiones, que persisten desde hace 20 años (si no es que 50), apenas si reciben atención fuera de esa nación y de Europa occidental -aunque ahí, ésta es menor. No obstante, será uno de los aspectos geopolíticos más importantes en décadas venideras. Una respuesta inteligente […]
¿Turquía es europea? ¿Será aceptada en la Unión Europea? Estas cuestiones, que persisten desde hace 20 años (si no es que 50), apenas si reciben atención fuera de esa nación y de Europa occidental -aunque ahí, ésta es menor. No obstante, será uno de los aspectos geopolíticos más importantes en décadas venideras.
Una respuesta inteligente a esas preguntas requiere que comencemos por el siglo XVI, cuando el Imperio Otomano estaba en su apogeo bajo el mandato de Solimán el Magnífico. En ese tiempo parecía estar contra Europa -imperio musulmán que se expandía por todos los rincones, incluida la Europa cristiana. No sólo controlaba la mayor parte de lo que ahora consideramos el mundo árabe, sino que conquistaba todo el sureste europeo. Esto culminó en el siglo XVII, en el llamado Türkenjahr, cuando el emperador de Habsburgo logró resistir el segundo sitio otomano de Viena, en el centro de Europa. Después de esta derrota, el Imperio Otomano comenzó a languidecer lentamente hasta el siglo XIX. Entonces lo llamaron «el enfermo de Europa». Pero noten que era «de Europa».
El Imperio Otomano se colapsó finalmente al estallar la Primera Guerra Mundial. El héroe militar de la batalla de los Dardanelos, en 1915, Mustafá Kemal (luego conocido como Atatürk, padre del pueblo turco), fundó en 1919 el movimiento de liberación nacional, encaminado a la creación de una república turca, nacionalista y secular. Hacia 1922 se abolió el sultanato otomano. En 1923 se proclamó la República de Turquía, con Atatürk como presidente. En 1924 fue abolido también el califato, es decir, la autoridad religiosa que encarnaba el sultán otomano. (Cuando en 2001 Osama Bin Laden se refería a los 80 años de humillación musulmana, situaba el inicio de esta afrenta en la abolición de aquel califato.)
El programa de Atatürk fue decididamente «occidentalizante» -la transformación del sistema legal, la liberación de las mujeres, la abolición de los símbolos religiosos (tales como el uso del fez) y, sobre todo, la instauración del Etatism-, en el papel central del Estado y en la vida de los ciudadanos. «Occidentalizante» pero no pro europeo, ya que la República de Turquía era vigorosamente antimperialista y jugaba un papel en la Liga de las Naciones que hoy asociamos con el que tiene India en Naciones Unidas: una crítica constante al colonialismo y al imperialismo. Aunque en un principio las relaciones con la Unión Soviética fueron buenas (compartían sentimientos antimperialistas), se deterioraron seriamente en el periodo entre la primera y la segunda guerras mundiales. En la segunda Turquía fue neutral, lo cual disgustó enormemente a los aliados.
Cuando Gran Bretaña anunció en 1946 que se retiraba de Medio Oriente, Estados Unidos tomó las riendas. La Doctrina Truman puso a Estados Unidos exactamente tras los gobiernos de Grecia y Turquía para encarar lo que se consideraba una amenaza soviética. Así, cuando en 1949 se formó la OTAN, parecía evidente que Turquía sería uno de sus miembros. Cuando Naciones Unidas pidió tropas para ir en auxilio de Corea del Sur, en 1950, los turcos respondieron de manera importante. En ese momento Turquía viraba su modelo cultural de «occidentalización» -de Francia (favorecida en los años 20) hacia el de Estados Unidos.
Cuando el partido fundado por Atatürk comenzó a perder fuerza por vez primera, en el periodo posterior a 1945, las fuerzas armadas turcas se movieron al primer plano, como garantes principales del nacionalismo secular y del Etatism (es decir, asumiendo una versión jacobina homogénea del papel del Estado).
En los 70, cuando la entonces Comunidad Económica Europea comenzó a expandirse por el sur de Europa, Turquía expresó su interés, pero fue ignorada. No queda claro, sin embargo, que esa nación estuviera muy ansiosa de unirse a Europa en ese momento.
Turquía se consumía en problemas internos: algunos sectores de las fuerzas armadas se habían hecho del poder en varias ocasiones, existía una rebelión emergente de la vasta población kurda en el sureste del país y comenzaba el resurgimiento del islamismo. Para los turcos apegados a la corriente dominante y, en especial, para las fuerzas armadas los kurdos no existían. Había únicamente turcos. No eran propensos a reconocer derechos colectivos, incluidos los de lenguaje. Las fuerzas armadas reprimieron la rebelión con costos altísimos. Tampoco quisieron hacer concesiones a los islamitas. También los reprimieron. Pero esto ocurría en una época en que en Europa crecía el interés por los derechos humanos y se consideraba inaceptable la tendencia a los golpes militares y las represiones militares, sobre todo en un país que aspiraba a integrarse a las instituciones europeas.
Hubo también una segunda consideración. A finales de los 50, Europa occidental requería un flujo de obreros que sostuviera sus industrias. Y buscaron a los turcos. Esto fue particularmente cierto en Alemania, que contaba con un enorme programa Gastarbeiter. Pero en los 70, al iniciarse la fase B del ciclo Kondratieff y aumentar en consecuencia el desempleo, los gobiernos y la gente comenzaron a pensar que los turcos debían retornar a casa. Sin embargo, para ese momento se trataba de turcos de segunda generación, nacidos en Alemania y otros países de Europa occidental, que se consideraban nativos de estos países con deseos de permanecer en pleno ejercicio de sus derechos como ciudadanos. Dado que los turcos se quedaron en Europa occidental y muchos norafricanos migraron a esas naciones (en especial a Francia, pero no únicamente), comenzó a crecer marcadamente el porcentaje de la población musulmana. Conforme el islamismo empezó a cobrar influencia entre éstos, se dispararon agudos conflictos culturales (y políticos) que llegaron a jugar un papel muy importante en la vida cotidiana de Europa occidental.
En los 90, después del colapso de la Unión Soviética, Europa occidental emprendió la incorporación de la Europa central y del este a sus instituciones. Y Turquía quedó relegada, siempre, tras estos países. Entretanto, en Turquía ocurrió un suceso notable: accedió al poder un movimiento islamita, inusualmente «moderado», que entusiasmó más que el Etatism militar en cuanto a su integración a Europa. Los islamitas en el poder vieron a Europa como garante de sus derechos civiles -pero igual la vieron los kurdos. Estados Unidos también favorecía la integración turca, suponiendo que esto frenaría cualquier tendencia turca a romper con Occidente (y con Estados Unidos).
Ante la perspectiva de que Turquía se sumara a la Unión Europea, algunos líderes de Europa occidental comenzaron a verbalizar sus miedos. Muy notablemente, fueron Valérie Giscard d’Estaing y Helmut Kohl quienes sugirieron que Turquía no encajaba. Lo que querían decir, por supuesto, era que incluir a Turquía aumentaría repentinamente el porcentaje de musulmanes en Europa. Pero en ese momento se prohibía en Francia que las niñas usaran la cofia musulmana en las escuelas. Y por toda Europa los políticos comenzaron a responder abiertamente a sus miedos contra los musulmanes.
De pronto, el punto se agudizó. Para Europa, el punto es si basará su futuro en seguir siendo una cultura cristiana o en asumirse secular. Debemos recordar que actualmente los europeos debaten fieramente si en la nueva Constitución debe existir una referencia explícita a la herencia cristiana del continente, algo que se impulsa con fuerza desde el Vaticano. El estallamiento de esta agitación interna, que crece, depende de que Europa pueda (o no) hallar maneras de abrirle espacio cultural a la población musulmana que inevitablemente se expande. Para algunos, integrar Turquía conducirá a mayores agitaciones. Otros piensan que es la mejor manera de desactivar cualquier estallido.
Entretanto, en el Medio Oriente ampliado, como lo llama el gobierno de Bush, rechazar a Turquía podría ser un factor crucial en la ecuación. Es una nación musulmana, pero también la heredera de la dominación otomana sobre el mundo árabe, y es vista con gran sospecha por las poblaciones y los estados árabes desde el momento en que se independizaron.
Por otra parte, si Turquía quedara relegada totalmente es muy posible que el islamismo «moderado» de ahora diera paso a una versión menos conservadora, algo que terminaría rebotando en Europa de manera significativa. Turquía, en Europa, no es un asunto menor.
Traducción: Ramón Vera Herrera