Nos enteramos, desde Buenos Aires, que en los próximos días se realizará un concierto al aire libre en Santiago de Chile.
La noticia publicada por The Clinic comenta los pormenores del evento, de qué manera este concierto va a realizarse desde una terraza, respetando las normas de la cuarentena y con los cuidados que todos debemos tener. Los cuidados respecto al contagio. Pero también los otros: los del alma, si cabe. El concierto será en vivo. Rara vez una expresión tomó tanta importancia. En vivo. Para los vecinos, para quienes tengan esa suerte de vivir ahí, alrededor, y poder escuchar desde sus ventanas o balcones. Quizás desde la vereda mientras se va en busca de un bien esencial. Esencial es también esta iniciativa llevada a cabo por la productora Quijote Films y The Clinic en la promoción de todo un ciclo de música itinerante. La nota precisa que el concierto se difundirá a través de las cuentas de Instagram @QuijoteMusic y @TheClinic_Cl Esto será el domingo 26 de julio a las 16:30 h desde una azotea de Ñuñoa. El primer artista en presentarse será Pedropiedra.
Es una noticia que da mucho que pensar. Hace unos días, aquí, en la ciudad de Buenos Aires, en el marco de los anuncios oficiales por cambio de fase de la cuarentena, se hizo hincapié en el hecho de que las posibilidades de contagio son mucho mayores en espacios cerrados que en espacios abiertos. Si eso es así, corresponde entonces abrir la discusión y plantear la cuestión de cuáles son los escenarios compatibles con la cuarentena tal como se vive hoy en los distintos territorios. Con esto quiero subrayar el hecho de que hacer arte hoy no necesariamente implica sentarse frente a una pantalla y prender una cámara. Y que tampoco es necesario elegir entre tocar para los vecinos y difundir vía tal o cual plataforma internet sino que se trata de opciones compatibles que pueden colaborar entre sí. Pero a sabiendas de que lo esencial es “en vivo”. Es lo que me/nos llega sin tantas mediaciones, en ese pequeño espacio en el que todavía podemos algo (bueno) unos con otros. Unos frente a otros.
Desde los inicios de la cuarentena, nos han llegado noticias del mundo entero sobre un tipo especial de acción cultural que no tuvo como protagonistas centrales a las instituciones culturales ni a los gestores culturales, aunque en ocasiones hubo participación institucional. En muchas de esas experiencias, los protagonistas fueron los vecinos. Los vecinos en su voluntad de compartir con otros vecinos. Es así como músicos profesionales y amateurs ocuparon ventanas, terrazas y balcones en distintas ciudades y también en las nuestras. Como, por lo demás, lo habían hecho hace poco en contextos dramáticos. Caso de Santiago de Chile, durante el toque de queda adoptado tras el estallido social de octubre 2019. Con esa misma creatividad y a la vez con una gran sencillez, se cantó desde ventanas y balcones en Irán, en Italia, en Francia, etc.
Si bien la música cumplió un rol central, hubo lugar para otras formas de expresión. Esto ya lo he contado y pido disculpas por la repetición: en el peor momento de la cuarentena en Francia, en la ciudad de Pau, en un edificio, puertas adentro, una mujer, una narradora, ofreció a sus vecinos contarles un cuento. Todos los días, a las cinco de la tarde, usando los espacios comunes del edificio. El que quería oír, solo tenía que abrir su puerta y quedarse en el umbral. El mismo espacio común… amplificaba la voz.
En Buenos Aires también hemos visto acciones de este tipo. No siempre alcanzan visibilidad porque precisamente están pensadas para los más cercanos, para los que van a disfrutarlas cuando pasan. Una de esas iniciativas, en la que participo en calidad de vecina, consiste en dejar afuera algo que habitualmente está adentro. No cualquier cosa. Algo que amamos, que tiene que ver con nuestros quehaceres, usando ventanas, balcones y la vereda misma como lugar de exposición. Dentro de este pequeño circuito llamado “Cercanías Muestras al paso”, sobresale la exposición de fotos (una foto sola cada vez) de Valeria Erlijman y las pinturas de Rubar, visibles desde las alturas.
También es importante el gesto de la vecina, maestra jardinera, que ofrece su ventana para que los niños del barrio expongan ahí sus dibujos o sus cuentos cuando salen a pasear (ya que existe ese pequeño tiempo de paseo autorizado en Buenos Aires). Otra experiencia relevante es la de Federico Peyrille, escultor, que lleva años exponiendo sus esculturas en la vereda, frente a su casa-taller, y que decidió dejarlas. En este contexto, decidió dejarlas…
Ninguna de estas propuestas ni otras que deben estar realizándose aquí, allá, en tantas partes, supone una violación de la cuarentena. Nadie deja de cuidarse porque cuando va a comprar pan o leche, se encuentra en su camino con un cuadro de Rubar o una fotografía de Valeria Erlijman. Nadie deja de cuidarse ni de cuidar a los demás porque al abrir su ventana se encuentra de pronto con Pedropiedra… o con el canto del Tata Cedrón o el bandoneón de Julio Coviello, o con una vecina actriz que comparte un poema o un texto desde su balcón. Todas ellas acciones de apertura a través de las cuales el metro y medio de distancia se vuelve cercanía y permite el encuentro.
La pandemia la padecemos. Las reglas que nos rigen ahí donde estamos son las que nuestras sociedades han podido consensuar a través de sus gobernantes en estrecha relación con autoridades sanitarias. Pero la manera en que reinventamos los posibles en este marco, con los cuidados que corresponden, es responsabilidad nuestra.
Y esto, que muchos vecinos e hijos de vecinos han hecho espontáneamente, no puede no llamar la atención de autoridades y gestores culturales que tienen medios para potenciar estas y otras propuestas, en un sector que, como tantos, se encuentra hoy en peligro.