Traducido por Jorge Aldao y revisado por Caty R.
El 1 de julio de 2008 Nicolas Sarkozy asumió la presidencia de la Unión Europea, con el objetivo declarado de poner en marcha el que considera un proyecto innovador, la Unión Euromediterránea, dirigido a transformar las tumultuosas relaciones entre las dos orillas del Mediterráneo, entre las que el choque cultural ha constituido durante mucho tiempo el entramado de la historia de la humanidad.
Pero dicho proyecto estrella de la diplomacia de Sarkozy tropieza, de entrada, con un malentendido fundamental que puede convertirse en un impedimento absoluto y que ha sido expuesto, paradójicamente, por el propio autor del proyecto en su discurso de Túnez -equivalente para el mundo árabe a su discurso de Dakar sobre el mundo africano, de julio de 2007- al basar la asociación transmediterránea en una división racial del trabajo que combinaría la «mano de obra» árabe con la «inteligencia» francesa.
I. El discurso de Nicolas Sarkozy en Túnez: una asociación fundada en una visión racista de la división del trabajo sobre la base de los estereotipos coloniales de Francia.
Nicolas Sarkozy lo declaró sin rodeos y con una nitidez que no deja lugar a dudas: «Ustedes tienen una mano de obra que sólo necesita ser adiestrada y nosotros tenemos mucha inteligencia y mucha capacitación (…) Juntos, con su mano de obra, nuestras escuelas y nuestras universidades, con todo lo que intercambiaremos, podemos crear un modelo que triunfará en todo el mundo», expuso, el 29 de Abril en Túnez, el presidente de Francia ante una asamblea de quinientos empresarios franceses y tunecinos asegurándoles, sin embargo, que Francia «no quiere actuar como una potencia post colonial, sino como una potencia que comparte con ustedes, en igualdad, una comunidad de valores».
Esta aclaración habría sido bienvenida si no fundase la igualdad en un reparto de roles que consagra una relación de subordinación entre la «inteligencia» de uno y la «mano de obra» del otro. Semejante sistema presenta malos augurios para la viabilidad del ambicioso proyecto, ya que confirma la persistencia de una postura racista en las relaciones de Francia con sus antiguas posesiones, una xenofobia institucionalizada formulada por el primer magistrado de Francia, sesenta años después de la descolonización.
La combinación de la mano de obra árabe con la inteligencia francesa es una variación sobre un tema recurrente del pensamiento subliminal francés, la traducción del sueño extasiado de una parte de la población francesa, desde hace generaciones, que se resume en esta fórmula lapidaria pero altamente expresiva «faire suer le burnous» (enriquecerse a costa de otros). Un tópico que guía una lamentable reedición de un mal programa de televisión, «la tête et les jambes» (la cabeza y las piernas), que a su vez era un mal remake de una mala película que durante todo el siglo XX reforzó el imaginario francés con términos que van de «carne de cañón», «indígenas» o «salvajes» a «chusma» o «karcher» (*), hasta la última ocurrencia de Sarkozy en Túnez.
Esto nos remite a los peores estereotipos coloniales, a pesar de que el conocimiento grecorromano llegó a los europeos por medio de los árabes, a pesar de que la lengua francesa está impregnada de terminología científica árabe -logaritmo, álgebra, química, alcohol, diván- y también a pesar de que los árabes y africanos se movilizaron masivamente para ayudar a Francia, dos veces en el siglo XX, un hecho insólito en la historia, para paliar la insuficiencia del comando político militar francés, es decir, la quintaesencia de la inteligencia francesa (1).
Más allá de la descolonización y las declaraciones verbales de amistad, Francia permanece inmutable en su forma de considerar el «indigenat» (**) como un estatus permanente y un elemento consustancial de la condición humana de los pueblos de ultramar. El autóctono ultramarino es un indígena que conserva esa condición toda su vida, sea en su hogar o fuera de su país natal, por lo menos desde la perspectiva de los franceses.
El que nació indígena, al margen de que su país de nacimiento esté colonizado o sea independiente, sigue siendo considerado un aborigen en el país de acogida, cualquiera sea su grado de integración o su nivel social. Por una perversión mental originada en una rigidez psicológica que se alimenta de una nostalgia de grandezas, el inmigrante en Francia -por una transposición del esquema colonial al espacio metropolitano y, más ampliamente, al contexto occidental- es percibido, en efecto, como un aborigen. Esto convierte al inmigrante en lo que es etimológicamente, un indígena y una mano de obra que trabaja preferentemente en la servidumbre y cuya expatriación le asegura una subsistencia que a su vez lo obliga, allí también, a un deber de gratitud hacia el país que lo ha admitido.
Esté donde esté, haga lo que haga y ocurra lo que ocurra, el inmigrante está obligado a sentir gratitud hacia sus antiguos colonizadores, ahora sus nuevos socios en el proyecto euromediterráneo, porque que son poseedores del conocimiento y portadores del progreso y la civilización.
El punto culminante de esta caricatura ocurrió durante la crisis del petróleo de 1973, derivada del boicot decretado por los países árabes contra los Estados occidentales que apoyaban a Israel. Y aunque Francia se libró oficialmente del embargo petrolero y fue la principal beneficiaria del boom de los hidrocarburos, la mayor beneficiaria de los contratos con las petromonarquías y la socia privilegiada del mundo árabe, sin embargo, los franceses siguen dando rienda suelta a su xenofobia.
Todo el mundo recuerda las ingeniosidades de una época en la que los franceses se ufanaban de compensar su falta de recursos naturales con una pretendida superioridad intelectual basando su orgullo en «no tenemos gasolina pero somos la quintaesencia de la inteligencia». Humor en el que subyacía una «arabofobia» ambiental en una época en la que los árabes musulmanes -ya entonces- estaban en la picota por haberse atrevido a hacer pasar frío al pueblo de Francia con su embargo energético, pese a que el aumento en el precio del petróleo, visto como un crimen de lesa majestad, era el resultado del reajuste de los precios del crudo, que durante mucho tiempo fueron escandalosamente favorables para las economías occidentales.
Una salida humorística de amarga ironía que resume mejor que nada los derroteros mentales de los franceses, inmortalizada por el vilipendiado humorista Coluche: «esos árabes que comen el pan de los portugueses, el pan de los franceses». Las razones de esta ironía son muchas y convierten al extranjero en doblemente extranjero, incluso para sí mismo. De origen modesto, condenado a tareas subalternas e ingratas y por añadidura denigrantes, los inmigrantes, hacinados en los suburbios de las ciudades son, por definición y por destino, seres al margen de la sociedad, elementos marginales y no integrantes de la sociedad francesa, que no tienen derechos de ciudadanía, ni derechos políticos ni, mucho menos, derecho a opinar.
Invisibles para el público, no tienen una existencia propia fuera de los lugares de trabajo. Y lo mismo sucede en los países de la periferia de Europa. Si en el subconsciente francés los inmigrantes son «los indígenas de la República», los países extra europeos del área mediterránea son, por extensión y por su destino, los «indígenas de Europa». Al menos eso es lo que se puede deducir del discurso de Nicolas Sarkozy en Túnez, lo que lleva a plantear la cuestión de si la Unión para el Mediterráneo, que agruparía a trece países árabes o musulmanes (Argelia, Marruecos, Túnez, Libia, Egipto, Palestina, Líbano, Siria, Jordania, Turquía, Albania, Kosovo y Bosnia) y su corolario, el pacto migratorio de Brice Hortefeux, no será, a fin de cuentas, una «Unión ilusoria para frenar a la mayoría musulmana de las vecindades de Europa».
II. Los objetivos subyacentes de la Unión para el Mediterráneo: ¿Unión para el Mediterráneo o «Unión ilusoria para la mayoría musulmana próxima a Europa»?
Anunciada en su primer discurso como presidente de Francia, el 7 de mayo de 2007, la puesta en marcha de este proyecto ahora aparece como un imperativo para Nicolas Sarkozy, preocupado por disimular un primer año de mandato presidencial caótico y escabroso como consecuencia de una acelerada decadencia de su popularidad por su forma de ejercer el gobierno, por la exacerbación del conflicto latente que mantiene con los sindicatos, con el ejército y con los medios audiovisuales públicos y por los sucesivos desaires sufridos en el plano europeo por parte de Irlanda y Polonia.
Más allá de las grandes alabanzas de las ventajas de esta naciente cooperación, más allá de los avatares que rodean su puesta en marcha, entre ellos la firme oposición de la presidenta de Alemania, Angela Merkel, a financiar un liderazgo francés en el Mediterráneo bajo la tutela de de las instancias comunitarias, y más allá de las dificultades dirigidas a reducir considerablemente su margen de actuación, la Unión para el Mediterráneo se presenta como proyecto grandioso cuyo objetivo final es hacer del Mediterráneo un eje fundamental del siglo XXI que respondería a tres objetivos subyacentes, alineados con la estrategia neoconservadora estadounidense.
Primer objetivo: Aproximar la República de Turquía a Europa pero sin incluirla en la Unión Europea. Un premio de consolación, con una adhesión de segunda fila, para la principal ex centinela del flanco meridional de la OTAN en la época de la guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos.
La idea subyacente del proyecto es reducir al mínimo la presencia musulmana en el conjunto de Europa, como lo demuestra la oferta simultánea a Serbia de integrarla en la Unión Europea en compensación por la pérdida de Kosovo, es decir, la parte musulmana de su antiguo territorio. Nicolas Sarkozy, igual que su lejano antecesor Valéry Giscard d’Estaing o el primer ministro italiano Silvio Berlusconi, teme que la adhesión de Turquía, importante país musulmán con 80 millones de habitantes, pueda alterar el carácter occidental y cristiano de la Unión Europea.
Con 12 millones de personas, cinco millones en Francia según las cifras de 2002, la comunidad árabe musulmana de Europa occidental conforma la mayoría de la población inmigrante a pesar de su heterogeneidad lingüística y étnica. Su importancia numérica y su implantación en los principales países industriales, le confieren un valor estratégico y la convierten en el campo privilegiado de la guerra de influencias que libran las diversas corrientes del mundo islámico y en el barómetro de las convulsiones políticas del mundo musulmán (2).
La integración de Turquía, Albania y Kosovo en la Unión Europea elevaría el número de musulmanes a una cifra cercana a los 100 millones de personas, que representarían el 5% de la población total de Europa y podrían lesionar, según la derecha radical europea, la homogeneidad demográfica, la blancura impoluta de su población y las «raíces cristianas de Europa»; hasta el punto de que el UPM, el partido de Sarkozy, en Francia, acaricia el proyecto de instituir una cláusula de salvaguardia según la cual debería someterse a referéndum la adhesión de cualquier país cuya población exceda en un 5% al conjunto demográfico europeo, antes de proceder al consenso (3).
Segundo objetivo: Fusionar en el mismo espacio de cooperación a árabes e israelíes, lo que implica regular previamente el conflicto árabe israelí, especialmente la cuestión palestina, es decir, la cuestión de Jerusalén y la construcción de un Estado palestino viable y por último, pero no menos problemático, las relaciones con Siria.
No está de más señalar a este respecto que el presidente de Estados Unidos, George Bush, se impacientaba por la demora de la declaración de la independencia de Kosovo considerando un plazo excesivo los 10 años que necesitó la ex provincia serbia para conseguir su soberanía internacional, mientras que se sigue dando largas a la creación de un Estado palestino desde hace sesenta años con la imposición de múltiples condiciones previas, y que Estados Unidos amenazó con utilizar la fuerza contra Yasser Arafat si el líder del Movimiento de liberación nacional palestino hubiese declarado unilateralmente la independencia de Palestina.
Hay que señalar, de paso, que Israel y Kosovo son los dos únicos Estados del mundo que accedieron a la soberanía internacional por una declaración unilateral de independencia, y además subrayar que este método de conveniencia favorece generalmente la emergencia de estados alineados con la estrategia occidental.
Incidentalmente, la unión de Turquía e Israel, las dos principales palancas de la estrategia estadounidense en Oriente Próximo, en un foro mediterráneo, por añadidura, tendería a diluir el conjunto árabe en una estructura multiforme que reduciría la homogeneidad de dichos países árabes y los colocaría en una posición de minoría frente a los demás socios.
Por consiguiente, esta estrategia tendería sustituir a Israel por Irán como el nuevo enemigo hereditario de los árabes, absolviendo a los occidentales de su responsabilidad en la tragedia palestina, trivializando la presencia israelí en la zona en detrimento del vecino milenario de los árabes, Irán, cuya presunta capacidad nuclear lleva sesenta años de retraso con respecto a la amenaza nuclear israelí y al despojo del pueblo palestino.
Como señal de un auténtico desconcierto en el campo árabe pro estadounidense, Arabia Saudí, el más sumiso de los estados musulmanes, que libró, bajo la batuta de EEUU, un furioso combate contra el ateísmo marxista, tanto en Asia (Afganistán) como en América Latina (Nicaragua) -a miles de kilómetros del campo de batalla palestino- aparece como paralizada por el nacimiento de un nuevo estado musulmán en el continente europeo, Kosovo.
En lugar de recordar a sus aliados estadounidenses su obligación de ordenar la proclamación de la independencia de Palestina, requerimiento totalmente legítimo a un país autor de un doble plan de paz para la solución del conflicto árabe israelí, la dinastía wahabí, lejos de alegrarse por esta introducción del Islam en Europa, teme los efectos centrífugos sobre su reino, particularmente por parte de su ex brazo armado, Osama Bin Laden, que reivindica, frente «a los impíos wahabíes», la creación de una «República Islámica de Hiyaz» en una zona que incluye los lugares santos del Islam -La Meca y Medina- alrededor de la metrópoli portuaria de Yedda. Efectos centrífugos también en Iraq (Kurdistán) y Marruecos (República Árabe Saharaui y Democrática), que afectarían a la integridad y estabilidad de los aliados de EEUU. En resumen, un justo vuelco de la situación.
Tercer objetivo: Finalmente, acercar el Magreb al mercado europeo, en detrimento del mercado común árabe que se está gestando, estableciendo, con la esperanza secreta de aprovechar los flujos migratorios, una zona de deslocalización de empresas europeas y de subcontratación de productos industriales de menor calidad, combinando la «mano de obra árabe», barata por definición, y la «inteligencia francesa», por fuerza con un alto valor añadido. Teniendo en cuenta estas consideraciones, la Unión para el Mediterráneo aparece como una maniobra destinada a afianzar el antiguo mercado cautivo de Europa en el momento en que China -que ya es el segundo inversor en el continente negro, por delante de Francia, con inversiones del orden de 50.000 millones de dólares- ha efectuado una notable ofensiva en el flanco meridional del continente europeo.
III. El desafío de Nicolas Sarkozy: Limpiar el mar sin levantar olas
Los sinsabores de los dos principales aliados diplomáticos de Nicolás Sarkozy, el Primer Ministro israelí Ehud Olmert y el presidente estadounidense George W. Bush, se superponen con el rechazo irlandés al proyecto del Tratado Europeo de Lisboa, del que Sarkozy fue uno de los principales artífices, con el efecto de un mazazo que puede comprometer la presidencia francesa de la Unión Europea.
Para conjurar el maleficio de lo que parecía ser la crónica de un fracaso anunciado de su mandato europeo, el presidente de Francia desplegó una energía desesperada para vencer la resistencia de dos pilares de la diplomacia rebelde árabe, Siria y Argelia, con el fin de obtener el acuerdo de su participación en un proyecto que aparece ante los escépticos ribereños del sur del Mediterráneo como un «OINI», objeto inquietante no identificado, hasta el punto de que la presencia del presidente sirio, Bashar al Assad, por otra parte vilipendiado, ahora se desea fervientemente en la Cumbre Euromediterránea de París, igual que la del presidente argelino Abdelaziz Bouteflika. Ambos jefes de Estado aparecen, paradójicamente y contra todo pronóstico, como los salvadores supremos de una diplomacia sarkozista en pleno naufragio.
Nicolas Sarkozy, que esparció encantado la arrogancia mediática durante su visita oficial a Argelia en diciembre del 2007, hoy aparece convencido de las virtudes del realismo político. Francia se ha comprometido a suministrar a Argelia una central nuclear, hacia 2020, y la asistencia técnica para la creación de un instituto de ingeniería atómica con miras a formar profesionales en el campo del desarrollo nuclear y la investigación, exploración y explotación de los yacimientos de uranio del sur del país. El segundo aspecto del acuerdo franco-argelino trata sobre la cooperación industrial en el área del armamento, especialmente el suministro de cuatro fragatas polivalentes Fremm, proporcionadas por la empresa francesa de barcos de guerra DCNS, de las cuales dos se construirán en Argelia, así como el suministro de helicópteros Eurocopter.
Desde cualquier punto de vista, el discurso de Sarkozy en Túnez, como el de Dakar en julio del 2007, señalan la reaparición de sentimientos reprimidos en el subconsciente francés.
El efecto más inmediato, y sin duda el mas duradero, de esta asociación transmediterránea será la concesión de cargos cómodos y bien remunerados a personas de confianza y el desarrollo de una nueva estructura que adelgazará al mamut francés para engordar al mamut euromediterráneo. ¿Y todo esto para qué?
En la política estatal de alto nivel la chulería no ha lugar. Dejando a un lado la fanfarronería, la presidencia francesa de la Unión Europea debería empaparse de las realidades históricas que han gobernado el destino del Mare Nostrum, este mar común a todos los ribereños cuya complementariedad sólo ha sido igualada por su antagonismo y cuyos impulsos contradictorios han estructurado el imaginario colectivo de un conjunto humano de casi quinientos millones de personas que patentizan la fractura del mundo mediterráneo, una zona que constituye, además, el punto de convergencia de las líneas quebradas de la modernidad y, por consiguiente, uno de los lugares principales lugares de competencia del siglo XXI: El mar en medio de las tierras exige un equilibrio justo y no atascarse en pamplinas o sus variantes diplomáticas modernas, especialmente la ambigüedad falsamente constructiva que revela un paternalismo post colonial.
La Cumbre Euromediterránea reunió a una cuarentena de dirigentes en París el 13 de julio, aprovechando que Nicolas Sarkozy asumía su cargo, y están previstos más de treinta actos en Francia durante los seis meses de la presidencia francesa de la Unión Europea. Que nadie se llame a engaño, la presidencia de Sarkozy de la Unión Europea se ocupará de este desafío: conseguir su objetivo declarado reprimiendo sus inclinaciones naturales, es decir, limpiar el Mediterráneo sin levantar olas. Están en juego la credibilidad de Francia y la confiabilidad de su presidente
Notas:
(1) Du racisme français, quatre siècles de négrophobie, Odile Tobner Biyili, Editions les Arènes, noviembre 2007. Reseña en español:
http://www.rebelion.org/
(2) Du bougnoule au sauvageon, voyage dans l’imaginaire français, René Naba Editions l’Harmattan, 2002:
El desglose, según las cifras disponibles en 2002, es el siguiente: sólo la aglomeración parisina concentra un tercio de los inmigrantes de Francia, el 37% para ser exactos, sin distinción de orígenes (africanos, magrebíes, asiáticos y antillanos) mientras que el 2,6% de la población de Europa occidental es de origen musulmán, concentrada fundamentalmente en las aglomeraciones urbanas.
El diez por ciento de la población de Berlín, Bruselas y Bradford es de origen musulmán, mientras que entre el 5 y el 10% de Colonia y Birmingham también tiene el mismo origen, y se contabilizan más de 4.000 mezquitas en toda Europa, lo que significa que en 20 años los lugares de culto musulmán se han multiplicado por 40. Francia está a la cabeza, con unos 1.500 centros de devoción, seguida por Alemania en segundo lugar, con 800 mezquitas, y el Reino Unido en tercer lugar con 500 mezquitas. En el cuarto lugar se encuentran los Países Bajos, con 230 sitios de culto, y Bélgica ocupa el quinto puesto con 220 lugares de oración, seguida de Suecia, con 150 mezquitas, Italia (séptima posición) y España (octava), que cuentan con 60 y 50 mezquitas respectivamente.
(3) A falta de acuerdo sobre una fórmula para la ratificación de futuras adhesiones a la Unión Europea, la Comisión legislativa de la Asamblea Nacional francesa decidió, el miércoles, 2 de julio, dejar como estaba el texto de la Constitución, modificado en 2005 por iniciativa de Jacques Chirac. El texto impone un referéndum automático para ratificar cualquier nueva adhesión. El proyecto de reforma de las instituciones gubernamentales permitirá al presidente de la República optar por la vía parlamentaria o el referéndum, ajustando de esta forma la normativa en materia de ampliaciones a las revisiones constitucionales. Los opositores a la entrada de Turquía en la Unión Europea obtuvieron en una primera lectura en la Asamblea Nacional la adopción de una cláusula específica aplicable a los países cuya población supere el 5% de la población total de la UE.
(4) Los cinco proyectos estrella de la Unión para el Mediterráneo son los siguientes: Construcción de la autopista del Magreb (de Mauritania a Libia, que se finalizará en 2012), descontaminación del Mediterráneo (2020), desarrollo de la energía solar y cooperación en materia de protección civil contra catástrofes naturales así como la creación de una zona de libre comercio (que se implementará en 2010)
Notas de traducción
(*) Hace referencia a una frase común en ciertos franceses xenófobos que sostienen que «Les arabes sont des hyènes puantes qu’il faut nettoyer au Karcher», «los árabes son hienas apestosas a las que hay que limpiar con la Karcher, una marca de lavadoras de automóviles de alta presión muy conocida en Europa
(**) El «indigenat» se refiere al conjunto de los pueblos originarios de las colonias, cuyo régimen se instituyó en Francia, en 1887, por el «Code del indigenat». Esta norma distinguía entre dos categorías de ciudadanos: los ciudadanos franceses (originarios de la metrópoli) y los súbditos franceses, es decir los africanos negros, malgaches, argelinos, antillanos, melanesios, etc., a quienes el código negaba la mayoría de las libertades y derechos políticos.
Original en francés:
http://renenaba.blog.fr/2008/
Jorge Aldao y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.