No es la primera vez que surgen ciertos comentarios y análisis relativos a que en Latinoamérica se acerca lo que se ha dado en llamar «el fin del ciclo progresista», y «casualmente» suelen salir a la luz pública cuando en algún país de la Patria Grande se acercan elecciones, o el candidato presidencial de la […]
No es la primera vez que surgen ciertos comentarios y análisis relativos a que en Latinoamérica se acerca lo que se ha dado en llamar «el fin del ciclo progresista», y «casualmente» suelen salir a la luz pública cuando en algún país de la Patria Grande se acercan elecciones, o el candidato presidencial de la izquierda tiene que ir a una segunda vuelta para conseguir triunfar en las urnas.
Sin pretender hacer larga la historia, esa especie de «síndrome» se observa con mayor frecuencia desde que la actual mandataria brasileña, Dilma Rousseff, tuvo que ir al denominado balotaje para imponerse ante su contrincante conservador Aécio Neves, en la consulta popular celebrada en octubre de 2014 en el gigante sudamericano.
En los últimos días han resurgido los pronósticos del «fin del ciclo progresista», luego que el aspirante a la presidencia de Argentina por el Frente para la Victoria (FpV), Daniel Scioli, no consiguió derrocar en la ronda electoral inicial a su principal adversario de la derecha Mauricio Macri, al no alcanzar el porcentaje suficiente de sufragios a su favor.
Lo preocupante de esa frase poco convincente, pero ya acuñada, es que se repite desde posiciones de izquierda, y no es menos cierto que genera pesimismo y desunión entre millones de ciudadanos de pueblo que respaldan las verdaderas y autóctonas transformaciones revolucionarias en curso en América Latina, con sus virtudes e imperfecciones, y al mismo tiempo atacadas constantemente desde Estados Unidos y el conservadurismo regional.
Es como ir a un juego de fútbol o béisbol pensando únicamente en el revés y deschabando de sus principales jugadores, mientras miles de espectadores desde las gradas confían en el éxito de su equipo, y mantienen levantadas sus banderas hasta el último minuto o inning del partido.
Verdaderamente causa cierta alarma que representantes de las fuerzas progresistas, en medio de procesos electorales y ante una derecha que se aprovecha de la más mínima pifia, hacen públicas faltas internas, antes que cualquier árbitro las marque, o que sus contendientes reclamen.
La autocrítica y la crítica son válidas, pero siempre con un enfoque constructivo y optimista, que genere entre los partidarios de las causas justas esperanzas y no desalientos, y en la oligarquía desesperación y dudas.
Me pregunto si la derecha tradicional latinoamericana e internacional, respaldada por Estados Unidos, ha reconocido alguna vez que el capitalismo está crisis, y lo está, y si antes de una consulta popular examina críticamente sus errores de campaña.
Por supuesto que hace todo lo contrario, defiende el sistema en crisis, incluso utilizando el lenguaje de la izquierda para engañar y confundir a los electores, y usa las amenazas y hasta la violencia para tratar de llegar al poder al precio que sea necesario.
Hay que despojar del progresismo de la Patria Grande cualquier indicio derrotista, y estimular la lucha por el logro de la definitiva independencia y la unidad de Nuestra América, sin triunfalismos desmesurados, pero confiados en que se pueden hacer realidad esos anhelos.
Siempre recuerdo a Cuba cómo supo sobreponerse y salir victoriosa en diferentes momentos difíciles de la historia de su Revolución, en medio del bloqueo norteamericano, que aun persiste, invasiones, agresiones terroristas y mediáticas, y durante la severa crisis económica que padeció en la década de los 90 tras la caída de la Unión Soviética y el derrumbe del campo socialista en Europa del Este.
La Isla caribeña es ejemplo de perseverancia y certidumbre, y nunca ha creído en fines de ciclos revolucionarios, sino todo lo contrario, en nuevas etapas de luchas para vencer.
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