Como bien sabemos, el debate y la decisión alrededor del TLC con Estados Unidos generaron una coyuntura de aguda polarización ideológica en la sociedad costarricense. El «no» estuvo a un tris de ganar por vapuleada: unos días antes de la realización del referendo ganaba por 12 puntos porcentuales, lo que obligó a la inmensa maquinaria […]
Como bien sabemos, el debate y la decisión alrededor del TLC con Estados Unidos generaron una coyuntura de aguda polarización ideológica en la sociedad costarricense. El «no» estuvo a un tris de ganar por vapuleada: unos días antes de la realización del referendo ganaba por 12 puntos porcentuales, lo que obligó a la inmensa maquinaria propagandística del «sí» a desatar una campaña de terror de alcances masivos. Todo ello resulta bastante sorprendente si recordamos que al «sí» le sobraba dinero y tenía a su favor todos los altavoces mediáticos. En cambio, el «no» se construyó desde el trabajo de hormiga, con escasos recursos y a punta de voluntariado y compromiso. Estaba liderado básicamente por estratos sociales medios, pero en muchas barriadas y en áreas rurales logró incorporar parcialmente a sectores populares.
La polarización fue una característica distintiva de aquel momento. Las avanzadas del «no» y del «sí» -entre los cuales mediaban significativas diferencias sociológicas y culturales-, evolucionaron de una forma tal que se convirtieron en dos universos ideológicos incomunicados e irreconciliables. Aunque no hubo violencia material, sí la hubo en el plano simbólico y, sin duda, la refriega ideológica fue muy acalorada.
La realidad que observo en este momento, me parece que guarda similitudes con la de entonces, al menos en un aspecto en particular: la sociedad costarricense actual parece moverse hacia la polarización.
Esa polarización ha venido siendo alimentada por el gobierno Chinchilla y su fracción legislativa (con muy probable influencia de los Arias), de forma metódica y persistente. Las decisiones recientes en relación con el asunto del magistrado Cruz y el nombramiento de la sub-contralora lo ilustran con claridad. En este segundo caso, por ejemplo, se hace un nombramiento urdido de forma misteriosa y sorpresiva, el cual desconoce de forma grosera el trabajo de la comisión legislativa de nombramientos así como todos los atestados y propuestas de las varias docenas de personas que sometieron su nombre a consideración. Y entonces ¿para qué todo ese escabroso ritual si luego demuestra ser un teatro inútil? Esto sin duda alienta la radicalización en las posiciones y, en consecuencia, la polarización.
La forma como el gobierno ha manejado el diferendo con los motociclistas alrededor del pago del seguro obligatorio a que este angurriento INS-post-TLC les quiere obligar, aporta otros elementos ilustrativos. En ese sentido la propia presidenta se ha mostrado especialmente pródiga: desde una propuesta sociológica de lo más cool , ella nos habla de los «malos» y los «buenos» costarricenses, lo cual es simplemente una muy torpe invitación a la polarización. Con el agravante de que en su discurso la presidenta quiere poner a su favor a los «buenos». Puesto que poquísimas personas querrían verse en tal posición, lo que entonces Chinchilla arriesga es que la mayoría terminemos del lado de los «malos».
Pero en realidad estos no son más que detalles agravantes y más bien accesorios que actúan sobre el telón de fondo de tendencias más perdurables y profundas. Estas últimas se manifiestan en los ámbitos más diversos: en lo político (ejemplo: la desconfianza hacia los partidos); en lo institucional (ejemplo: la pérdida de eficacia de los sistemas de seguridad social); en lo económico (ejemplo: los graves problemas del empleo); en lo social (ejemplo: la pobreza jamás resuelta o la agudización de la desigualdad).
Este síndrome tan complejo (que en otra parte se me ocurrió designar como crisis del proyecto histórico costarricense), tiene exasperada e impaciente a gran parte de la ciudadanía, la cual se siente no solo abandonada, sino de hecho engañada y traicionada por las dirigencias políticas y sus partidos. Ahí probablemente está el detonante del proceso de polarización a que nos estamos precipitando: de un lado dirigencias y partidos políticos cada vez más aislados de la ciudadanía; del otro esa ciudadanía -y en general el pueblo- que mira lejanos -e incluso enemigos- a esos sectores que detentan el poder político. Y, sin embargo, detrás del escenario actúa un actor terriblemente influyente: el gran poder económico (nacional y transnacional). Las actuales dirigencias políticas actúan básicamente en función de tales intereses económicos, y de esa forma les proporcionan el parapeto detrás del cual se ocultan.
El problema viene de muy atrás, sin duda. En coyunturas de auge económico podría quedar disimulado, pero en los marcos de una economía débil y vacilante -como la que ha predominado por los últimos cinco años- fácilmente tendería a agudizarse. En este momento parece estar alcanzando puntos de ebullición, y ello lo percibe incluso el gobierno de Chinchilla y su fracción legislativa, cuyas actuaciones arbitrarias, precipitadas e impacientes claramente son reflejo de la ansiedad que les domina.
En las elecciones de 2010, las dirigencias políticas opositoras que suponían compartir un ideario más o menos «progresista», se mostraron incapaces de articular un liderazgo que lograra aglutinar y movilizar un malestar ciudadano que ya por entonces se movía latente pero vigoroso. Hoy ese malestar alcanza cotas extraordinariamente altas y amenaza desbordarse, pero carece de una fuerza que actúe como factor aglutinante que clarifique un objetivo hacia el cual moverse. Durante el debate alrededor del TLC, éste proporcionó ese elemento coagulante y, a la vez, indicó una dirección. Ello posibilitó la confluencia de una amplia gama de expresiones sociales, dentro de un movimiento multicolor que se coordinaba de forma flexible y descentralizada. Se podría decir que el TLC generaba muchos frentes opositores al mismo tiempo y por ello mismo posibilitaba una coalición de amplio espectro.
Esas condiciones no existen más. La crisis múltiple que afronta el ya esclerótico modelo neoliberal, genera múltiples focos de malestar y protesta, pero seguramente será necesaria una organización política apropiada, un programa coherente y creíble, y liderazgos inteligentes y muy transparentes y dialógicos, para que todo ello pueda confluir en una fuerza política viable y dotada de alguna capacidad de cambio.
Luis Paulino Vargas Solís Director interino del Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo (CICDE)
Fuente: http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=72692