Un trimestre, tres meses, 90 días. Eso es el tiempo que lleva la pandemia del COVID-19 asolando Europa. En todo este tiempo la UE ha dado muestra de su muerte cerebral, sin posibilidad alguna de cambio ni reforma. Tres meses de desesperación porque los países del norte han demostrado quién manda y bajo qué parámetros. Tres meses en los que el sueño de una “Europa solidaria” ha desaparecido del paisaje. Tres meses en los que se ha evidenciado que no hay una Unión Europea, sino tres (o cuatro). Y cuando todo parecía perdido, la UE ha hecho un movimiento equiparable al estertor del agónico y ofrece préstamos, que hay que devolver con sus respectivos intereses (principal pretensión de los países del norte), y subvenciones (principal pretensión de los países mediterráneos).
Y la euforia se desata por los de siempre: informes entusiastas por la gran cantidad de dinero, historias de redención de la UE. Pero no. De eso irá este artículo.
No fue hasta el 27 de mayo cuando la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, anunció una propuesta de “revitalización de las economías europeas” afectadas por la pandemia. Pero no es más que un programa “temporal y transitorio”, como ella misma dijo, y que todavía tiene que ser examinado por el Parlamento y el Consejo Europeo. Traducido: en el caso más optimista, eso son otros tres meses.
Por lo tanto, hablar de cantidades es incorrecto o, cuando menos, incierto porque el alcance final de ello está aún sujeto a negociaciones en las que todos los países, y sobre todo los del norte, tienen el cuchillo entre los dientes. En cualquier caso, en su formulación actual, que no va a ser la final, se permite a la Comisión Europea endeudarse en los mercados por un montante total de 750.000 millones de euros, de los que 500.000 deberían transferirse a los países en un fondo no reembolsable y los 250.000 restantes en forma de préstamos que hay que devolver. Pero tanto esos recursos, sea en la forma que sean aprobados, no estarán disponibles hasta abril de 2021 y solo por período de tres años aunque, eso sí, se otorga un plazo de 30 años para su devolución. Es decir, una generación quedará endeudada de por vida.
Frente a este plan, ha aparecido uno mucho más ambicioso del Banco Central Europeo ofreciendo 1’35 billones de euros.
En cualquier caso, entre lo que plantean unos y otros hay un trecho largo, muy largo, por recorrer y la crisis ya está aquí y todo este tiempo ya está dejando cadáveres en las cunetas, en sentido literal y figurado. Sobre todo, porque como consecuencia de la fractura de la UE, el enfrentamiento entre la Europa del norte y del sur se está agudizando hasta extremos que hacen dudar sobre su futuro, si es que ahora tenía alguno.
Tres Europas (o cuatro)
Estos tres meses hemos asistido no a una disputa ideológica entre gobiernos, sino una simple disputa monetaria entre aquellos que quieren mantener las viejas reglas para seguir teniendo una posición privilegiada que les ha permitido obtener ganancias a costa de los países del sur, y que han impuesto sus criterios, y quienes buscaban algo de comprensión y solidaridad. Y es aquí donde lo que se ha visto es que hay tres Europas: la nórdica o alemana, la mediterránea y la de Visegrado. O cuatro, si se tiene en cuenta el tratado franco-alemán.
1.- La Europa nórdica o, mejor, la Europa alemana (Alemania, Austria, Países Bajos, Dinamarca y Finlandia) insistiendo en el Mecanismo Europeo de Solidaridad para que ningún país se escape de la troika (de nuevo Grecia). Aunque en el discurso que se ha transmitido se insiste en que no se va a repetir el caso griego, que no habrá “hombres de negro” que impongan políticas austericidas, sí va a haber “hombres de gris” que reflejarán los gastos y en qué partidas aunque, aparentemente, dejando fuera de ello los gastos sanitarios. Pero eso está por ver. Se intenta evitar la impresión de que se vuelve a las famosas primas de riesgo, pero eso es algo que será inevitable. Por lo tanto, de solidaridad hay muy poco. Los países con deuda alta (Italia, España, Portugal, Irlanda y Grecia, incluso Francia) van a tener dificultades porque tendrán que devolver grandes cantidades. Es decir, de nuevo «recortes», aunque no serán inmediatos como con Grecia sino espaciados en el tiempo porque los países de la Europa nórdica o alemana se niegan en redondo a compartir los beneficios de las emisiones comunes.
2.- La Europa mediterránea (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, España, Bélgica, Chipre, Luxemburgo y Francia; es decir, los famosos y despectivamente llamados PIIGS). Es la más afectada y la que ha presionado más para una iniciativa financiera conjunta para abordar la pandemia, intentando la fórmula de los «coronabonos» y no la del Mecanismo Europeo de Solidaridad. Únicamente ha conseguido que las ayudas a la sanidad no estén bajo control de la troika.
3.- La Europa de Visegrado (Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Lituania, Estonia y Letonia), grupo visceralmente antirruso y la gran cuña de EEUU para debilitar la UE porque, al mismo tiempo, aisla a Alemania en sus pretensiones de suavizar la relación con Rusia (véase, por ejemplo, su postura con el gasoducto «Corriente del Norte 2»). Aunque han tenido una postura matizada en esta crisis, han permitido la relajación de las condiciones solo para molestar a Alemania y a los «nórdicos».
4.- El tratado franco-alemán. Francia es el eslabón débil de la Europa mediterránea porque siempre tiene aspiraciones de convertirse en pivote de casi todo. Por un lado apuesta y mantiene las mismas reivindicaciones y peticiones que la Europa mediterránea pero, por otro, no pierde su intento de convertirse en el otro polo de Europa junto a Alemania. De hecho, el enero de 2019 firmó un tratado con Alemania para «revitalizar la UE» y que sea capaz de competir con EEUU y China. Por esa razón los dos países llegaron a un acuerdo que pretendía sacar a la UE del atasco proponiendo 500.000 millones de euros que si algún mérito ha tenido ha sido la de abrir la posibilidad de superar el pacato montante que inicialmente había propuesto la Comisión Europea (350.000 millones), superarlo ahora con la cantidad ofrecida de 750.000 millones y dando pie a la propuesta que a principios de junio hizo el BCE, y que parecía, sobre el papel, una deuda conjunta para gastar más donde fuese necesario según las necesidades de cada país y consiguiendo así que la Europa nórdica o alemana cediese algo en sus pretensiones.
Es decir, que de los 27 países que forman la UE un total de 21 están alineados ya con una u otra vertiente y el resto se decanta coyunturalmente por unos u otros en función de las circunstancias. Luego lo de Unión Europea es muy cuestionable porque es solo de forma y ya no de fondo.
Si algo ha dejado claro en este tiempo la UE es que no existe ninguna «unión» solidaria, que todo es condicionado y que todo es en función de determinados intereses. La derrota de la Europa mediterránea es clara, pese a los matices, porque quienes llevan décadas beneficiándose del diseño europeo no van a renunciar a él voluntariamente y lo han vuelto a dejar muy claro. Y que nadie da dinero gratis, por lo que bajo la apariencia de “solidaridad” se oculta un nuevo paquete de “reformas” porque al mismo tiempo que se ofrece el chocolate del loro se está señalando que hay que volver a lo de siempre, aunque con otras formas: “se necesita un proceso repentino de reducción de la deuda, cambiando las prioridades de gasto de manera tal que haya espacio para inversiones adicionales». Traduciendo el lenguaje tecnocrático, cambiar las prioridades del gasto se refiere al gasto social y como nadie se va a atrever a tocar la sanidad de forma abierta, se está abriendo en camino, y diciéndolo de forma encubierta, para atacar el sistema de pensiones, por ejemplo, que ya estaba bajo ataque antes de la pandemia.
Estamos ante un mundo de apariencias porque en una carta (1) que el director del Mecanismo Europeo de Solidaridad, el alemán Klaus Regling, envió a los países europeos se habla de que «la Comisión Europea aclarará el monitoreo y la vigilancia» de los fondos, o sea, se está intentando decir, sin decirlo, que no va a pasar lo que en Grecia y que habrá una «vigilancia mejorada», como se dice más adelante, «por parte de la Comisión [Europea] y el Banco Central Europeo». Estas dos instancias, junto al FMI, son la famosa troika que destruyó a Grecia en el 2015. En cuanto aparezca el FMI por alguna parte, y aparecerá, la situación será igual, exactamente igual que la de Grecia en 2015. Ahora se escudan en eso, en que no está formalmente el FMI para decir que la situación no será como la de entonces con Grecia. Es por eso que no hablan de “hombres de negro” aunque, a tenor de la carta, que nadie ha desmentido, ahora serán “hombres de gris”.
Pero ¿qué significa «vigilancia mejorada»? Pues no es otra cosa que un control más estricto del gasto público, por eso es por lo que desde los Países Bajos, el correveidile de Alemania, se ha dicho que los préstamos hay que pagarlos y que «no son descartables» nuevos «recortes», es decir, más destrucción de lo público en beneficio de lo privado. O sea, más de lo mismo.
Lo único que se puede apuntar es que en la carta en cuestión se especifica que las condicionalidades, el pago del préstamo, no se activarían automáticamente sino que se harán de acuerdo con los plazos que se establezcan en la negociación. Esos plazos que ha marcado la Comisión Europea reseñados más arriba.
Alemania manda
En medio de toda esta vorágine de digo, dices, vuelvo a decir, propongo yo, propone otro, hay dos cosas que hay que tener en cuenta: la primera, que es Alemania quien hace y deshace en Europa. Es quien manda, ordena, decide y mata; la segunda, que o hay rebelión o la sumisión será total.
El 6 de mayo el Tribunal Supremo de Alemania lo volvió a dejar muy claro: es él quien decide qué es legal y qué no. Porque en una sentencia que hizo pública se leía la cartilla al Banco Central Europeo por la compra masiva de bonos del 2015 con la que salvó a los Estados (eso de «haremos lo que haga falta para salvar al euro») de otra crisis como la de 2008. Según el mismísimo Tratado de Maastrich (1992), refrendado en Lisboa (2007) con modificaciones para, supuestamente, «mejorar el funcionamiento de las instituciones europeas y reforzar las políticas comunes» son las instancias europeas las que priman sobre las nacionales. Pues no, Alemania lo ha dejado claro una vez más.
El TS alemán se permite el lujo de pedir «aclaraciones inmediatas» al BCE –y le da un pazo de tres meses para ello- sobre su política monetaria en unos momentos en los que todavía no se ha tomado ni una sola medida para combatir ni sanitaria ni económicamente la pandemia. Se habla, se propone, pero aún no hay nada concreto. Es el vacío que aprovecha el TS alemán para arremeter contra la misma idea de la UE diciendo, por si quedaban dudas, que si no le satisface la respuesta el Banco Central de Alemania no participará en los programas del BCE.
¿Qué hay detrás? Pues ni más ni menos que la constatación de que el «dinero alemán» no tiene que ir a los países más débiles si estos no «ajustan» sus instrumentos fiscales. Es decir, si no aumentan sus políticas destructoras de lo público y «ajustan» sus presupuestos para hacerlos más austeros. Todavía más.
En la práctica, lo que ha hecho el TS alemán es dar un ultimátum: o juegas como yo digo o se acaba la historia. Alemania ya se negó a los coronabonos, impuso el Mecanismo Europeo de Solidaridad (que son préstamos que hay que devolver) y ahora lo refuerza con este claro chantaje demostrando que es el único y verdadero poder «comunitario».
Porque al rapapolvo al BCE hay que añadir el que le da al Tribunal de Justicia de la UE, que había avalado la postura del BCE. Y se supone que el TJUE es la máxima autoridad judicial de la UE. Pues no, ni mucho menos.
El TS alemán aha anulado la jerarquía de poderes, tanto judicial como económica, en los que supuestamente se basa la UE. Se supone, y es un suponer, que esa es la esencia de Maastricht y Lisboa. Es decir, se ha puesto en negro sobre blanco que los tratados europeos se subordinan permanentemente al interés alemán.
Una pequeña revuelta
La sentencia del TS alemán encendió todas las alarmas en lo poco que queda de dignidad europea y se recordó a Alemania que la normativa europea establece que si un país no sigue las reglas (como ha sido el caso de Alemania con esta sentencia) primero la UE emite una «advertencia» y luego pasa a los ámbitos judiciales. O sea, al Tribunal Superior de Justicia de la UE y se tendría que denunciar formalmente a Alemania por incumplimiento de las normas. Pero se hizo con la boca pequeña, emitiendo una simple amenaza verbal sin dar el paso el paso formal de la «advertencia». La diferencia es significativa y no banal. Primero, porque la amenaza es eso, una amenaza. Segundo, porque el dar el paso legal de «advertencia» significa la guerra abierta con el gran poder alemán. Y eso nadie lo va a hacer en Europa.
La UE está en una encrucijada: no puede dejar pasar la sentencia del Tribunal Supremo alemán porque ningunea al TJUE y significaría la voladura total de la UE. Por lo tanto, la UE está obligada a responder aunque está en la situación del perro que ladra pero que no muerde. Y aquí aparece Cristine Lagarde, ex directora del FMI y ahora directora del Banco Central Europeo, echando balones fuera y diciendo que el BCE no está bajo la competencia del TJUE sino del Parlamento Europeo y que por eso va a seguir actuando de la misma forma que ahora. ¿Buen discurso, no? Depende como se mire porque de inmediato añadió: “espero una buena solución al conflicto que respete la independencia del BCE, la primacía del derecho europeo y la validez de la sentencia” (2). O sea, ni Salomón lo hubiese hecho mejor contentando a todos.
Es en este turbio contexto en el que aparece Francia intentando llegar a un acuerdo con Alemania y el BCE ofreciendo el triple de lo que proponía la Comisión Europea. Lo que hay el juego es, ni más ni menos, que el futuro de la UE y aunque se salga de esta está tan tocada que difícilmente aguantará una nueva embestida. Pese a las apariencias, la UE está mucho más debilitada de lo que parce y se ha llegado a una situación en la que solo puede mantenerse, y con ella su moneda, de dos formas: reforzar aún más la subordinación a Alemania (asumiendo lo que dice su TS) o asumir algún acuerdo salomónico como los que ahora aparecen que, de todas formas, solo supondrá una tregua temporal sin la menor duda.
La alternativa
¿Hay alguna alternativa a todo esto? Podría haberla, condicional. Seis países de la Europa Mediterránea (Francia, Italia, España, Portugal, Grecia y Chipre) pidieron formalmente a mediados de mayo un fondo de recuperación de 1’5 billones de euros, que es casi la cantidad que acaba de ofrecer el Banco Central Europeo. No se atrevieron a replantear el tema de los coronabonos, pero sí pedían una rapidez mayor a la hora de tomar las decisiones y con ello presionaban al resto de países, sobre todo a la Europa nórdica o alemana para ver si a finales de ese mes o a principios de junio había algo.
Ha sido a primeros de junio cuando ha respondido el BCE con su oferta, lo que sin duda ha reforzado algo la postura de estos países dentro de la UE. Si el paso dado por la Europa Mediterranea no se quedase ahí, sería una fórmula intermedia perfecta para plantear una alternativa al desastre que vemos en la UE. Porque la UE está muerta por más que aparente vida y tal vez la haya por partes; en la Europa mediterránea, por ejemplo.
Notas
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es “Las brujas de la noche. El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial”, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que ya va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a [email protected] o bien a [email protected]
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