La desorientación con respecto a la estructura social del Perú, e incluso con respecto a su historia más reciente, está llevando a sectores de la izquierda a apoyar un golpe de Estado oligárquico, en el peor de los casos, o “en el mejor” a relativizarlo adoptando posiciones “ni-ni”.
Por ello se impone analizar lo sucedido y esbozar algunas conclusiones que intenten situar el debate en un punto menos viciado y más independiente de la habitual “mitología democrática”.
Si Vargas Llosa, en un tiempo anterior a su abyecta deriva, se preguntaba “en qué momento se jodió el Perú”, hoy más bien se trataría de establecer responsabilidades y determinar quién lo ha jodido. Y no, no ha sido Pedro Castillo quien ha jodido, una vez más, al Perú. Sino los mismos de siempre: la oligarquía golpista, sus instituciones y sus medios de comunicación.
Antecedentes
Castillo ganó las elecciones presidenciales y estuvo a los mandos del país andino durante año y medio, desde julio de 2021 hasta diciembre de 2022. Alcanzó el gobierno con la promesa de convocar una asamblea constituyente que barriera por fin la constitución del fujimorismo, la de 1993. Representó a unos sectores populares abandonados por todos los gobiernos que siguieron al de Juan Velasco Alvarado, hace ya casi medio siglo. Generó una gran ilusión. Pero defraudó.
De manera muy esquemática, Castillo debía decidir si gobernar desde la realpolitik, o movilizar a la población para transformar el país. Lamentablenmente, escogió lo primero. Y lo hizo con el árbitro en contra: con un Parlamento de mayoría fujimorista, apoyada por los oligopolios mediáticos, al cual debía pedirle permiso para nombrar a sus ministros. Ese fue su primer error, digamos interno.
Su segundo error fue en materia internacional. Buscó en la OEA una tabla de salvación o de legitimación. Para ello, dio la espalda a sus únicos aliados internacionales posibles: los países del eje bolivariano. Ambos errores lo dejaron solo, sin aliados.
La reacción atacó a Castillo y quiso sacarlo de la presidencia desde el primer día. En solo año y medio, el presidente sufrió tres mociones en su contra que se acogían, de manera surrealista, al artículo 113 de la Constitución, que hablaba de la “incapacidad moral o física” del presidente para seguir desempeñando su cargo. Como si estuviera en coma o enajenado mentalmente. En fin, la misma vulgar excusa golpista que intentaron emplear contra Hugo Chávez. Incluso le abrieron un juicio político por “traición a la patria”. ¿Y por qué? Por expresar su simpatía con la demanda histórica de Bolivia de recuperar su salida al mar. El Congreso, en manos del fujimorismo, aprobaba en primera instancia todo este hostigamiento y estas burdas provocaciones.
Crónica de un golpe anunciado
Pero, naturalmente, no podía esperarse otra cosa. El problema estuvo en la reacción del presidente ante los furibundos ataques: decidió ceder para intentar aplacar al enemigo. Nada más empezar, destituyó al mejor canciller peruano: Héctor Béjar. Y nombró a Óscar Maúrtua en su lugar: un lacayo de los EE UU, como le reprochó agriamente Vladimir Cerrón, el secretario general de Perú Libre. Por si fuera poco, ratificó al ortodoxo Julio Valverde al frente del Banco de la Reserva del Perú.
Igualmente, fueron cayendo uno tras otro los mejores ministros de su gabinete, acusados de “senderistas”, “comunistas”, “corruptos”, etc. Desde las bases le aconsejaron que profundizara el proceso, que nacionalizara el gas, que se aliara al eje bolivariano. Pero no hizo caso. Muy al contrario, se acercó más y más a la “izquierda caviar”, nombrando incluso a importantes cargos de la derecha y rompiendo las relaciones con su propio partido, Perú Libre. A nivel internacional, coqueteó con los yanquis, marcó distancias con Venezuela, apoyó los delirios de Zelensky, se acercó a Luis Almagro e incluso apoyó las pretensiones de los inversores mineros.
Sin embargo, ninguno de estos sacrificios en al altar de la oligarquía y el imperialismo sirvió para calmar a la bestia. Muy al contrario, sus pretensiones se radicalizaron y, precisamente por tener más poder, decidieron expulsar de una vez al maestro rojo y “cholo” del palacio presidencial. Llegamos así a los hechos de esta semana. Porque ante esto, y viéndose acorralado, Castillo decidió por fin convocar la asamblea constituyente que se había prometido a las masas para acabar con la constitución fujimorista. De este modo, disolvió el parlamento y convocó elecciones constituyentes. Pero era tarde.
Perú es una república presidencialista. El presidente puede disolver el parlamento, en virtud del artículo 134. Sin embargo, y como es natural, todos los medios pintaron la decisión del presidente como un “golpe de Estado”. De este modo, con la excusa de un supuesto golpe de Castillo, orquestaron el único y verdadero golpe: el golpe contra Castillo. El maestro rural, el sindicalista llegado a presidente fue detenido y trasladado a un cuartel en Lima, y asumió el cargo la vicepresidenta Dina Boluarte, traicionando el mandato popular y sumándose al golpismo. Una abogada ambiciosa que se había ido derechizando y había sido expulsada de Perú Libre. La sexta presidenta del país en seis años.
¿Quién quería convocar elecciones para que el pueblo decidiera? Castillo. ¿Quién ha anulado dicha posibilidad? Dina Boluarte. Y, sin embargo, El País y el resto de mercenarios del periodismo seguirán diciendo que el golpista es el primero y la demócrata, la segunda.
Reacciones (sesgadas o no)
Como por desgracia viene siendo habitual, los actores de la clase dominante han tenido ante esta crisis una visión mucho menos cortoplacista y miope que otros actores políticos. Así, el gobierno de España “condenó firmemente” lo que consideraba una “ruptura del orden constitucional en Perú” por parte de Castillo, apoyando a la golpista Dina Boluarte y congratulándose por “el restablecimiento de la normalidad democrática”. Igualmente, EE UU reconoció a “la Guaidó peruana”, Dina Boluarte, solo unas horas después de su golpe. Hasta aquí todo normal.
Pero resulta que el PCP (Partido Comunista del Perú) también ha reconocido a Dina como presidenta legítima, como puede leerse en el punto cuarto de su comunicado titulado, de forma ridícula y biempensante, “Exigimos respeto a la democracia y derechos humanos”. Igualmente, sectores supuestamente maoístas muy activos en YouTube han declarado que el pueblo no debía movilizarse porque la única contradicción en juego era entre la “burguesía financiera” y la “burguesía burocrática”, a las que situaba al mismo nivel. Todo ello con una jerga mecanicista y, como diría el Che, quietista, como si la movilización popular no pudiera generar una nueva contradicción.
Ya conocemos, por desgracia, la política de muchas sectas comunistas de América Latina (por lo demás, totalmente estériles). El Che, que acabamos de citar, la conoció igualmente cuando fue abandonado en Bolivia por Mario Monje. Afortunadamente, hay actores mucho más relevantes y fértiles en el campo antiimperialista y revolucionario latinoamericano.
De este modo, Miguel Díaz-Canel ha declarado que la situación en Perú es resultado de un proceso dirigido por las oligarquías dominantes para subvertir la voluntad popular. De forma aún más clara, Maduro ha declarado: «Una vez que se juramenta [Castillo], comienza la conspiración para un golpe parlamentario y comienza el ataque, el desgaste: votos de censura contra los ministros, contra los jefes del gabinete, un acoso permanente, hasta que golpe a golpe, acoso a acoso en una persecución parlamentaria, política y judicial sin límites, lo llevaron al extremo de intentar disolver el Congreso del Perú. Son las élites oligárquicas, que no permiten que un simple maestro llegue a la presidencia del Perú e intente gobernar para el pueblo. Es el mensaje que envía la extrema derecha a los movimientos populares, a los movimientos progresistas: no los vamos a dejar gobernar”.
Además, el boliviano Luis Arce ha declarado lo mismo y López Obrador le ha ofrecido a Castillo asilo en México. Incluso aunque el ya ex presidente peruano diera la espalda al bloque bolivariano, este ha tenido mayor madurez y está siendo, finalmente, su único apoyo ahora que ha caído en desgracia. ¿No es para tomar nota?
Los errores de Castillo están claros pero ¿eso justifica apoyar a un gobierno golpista que ha tomado el poder junto al ejército y tras el que se esconden claramente la oligarquía patria y los norteamericanos?
¿Qué hacer?
El hecho de que, pese a los ataques mediáticos,Castillo lograra ganarle las elecciones presidenciales a Keiko Fujimori implica algo: existe un caldo de cultivo popular, existen ansias de cambio en un Perú que va mucho más allá de los barrios pijos de Lima.
La CGTP, fundada por Mariátegui hace casi un siglo, así como otros actores tradicionales de la izquierda, están, por desgracia, desprestigiados. De ahí que Perú Libre se convirtiera, en su día, en un actor importante. Hoy día, esta organización está también desprestigiada y acabada (si bien su fundador Vladimir Cerrón, cuyo padre fue asesinado en 1990 por el terrorismo de Estado, ha sido de los pocos en llamar a la movilización popular). Pero el surgimiento de otra estructura de parecidas características es posible, justa y necesaria.
Será importante que el referente político de masas que surja tenga clara la necesidad de establecer una línea de demarcación clara en materia internacional, aliándose al eje bolivariano y estableciendo relaciones comerciales normales con los BRICS. Asimismo, hay que movilizar a las masas en torno al reclamo olvidado y traicionado de la asamblea constituyente, generando un contrapoder popular que pueda equilibrar un poder parlamentario que está pensando para bloquear todo cambio político. Claro: habrá que desmitificar, de una vez por todas, la estafa de la democracia burguesa y sus instituciones.
El pueblo peruano ha sufrido un cúmulo de traiciones: Castillo traicionó el mandato popular, Boluarte le dio la espalda a Castillo y conspiró con la derecha en pro de un golpe, y los diputados “de la izquierda” votaron (ellos también) un golpe de Estado. Ahora el pueblo debe gritar “que se vayan todos” y constituir su propia alternativa popular.
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