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Zelaya busca un apoyo político más decidido en Chile

Fuentes: Argenpress

Hoy el presidente constitucional de Honduras Manuel Zelaya llegará de visita en Chile. Viene a pedir un apoyo político más decidido del gobierno que encabeza Michelle Bachelet, cuando se cumplen 46 días desde que los militares golpistas lo sacaron a la fuerza y de madrugada desde la residencia presidencial de Tegucigalpa para llevarlo a una […]

Hoy el presidente constitucional de Honduras Manuel Zelaya llegará de visita en Chile. Viene a pedir un apoyo político más decidido del gobierno que encabeza Michelle Bachelet, cuando se cumplen 46 días desde que los militares golpistas lo sacaron a la fuerza y de madrugada desde la residencia presidencial de Tegucigalpa para llevarlo a una base militar de EEUU y luego, al aeropuerto de San José de Costa Rica, sin darle tiempo ni siquiera para cambiarse la ropa con que durmió. Esto ocurrió el domingo 28 de junio y en mes y medio, los golpistas no han podido consolidar su dictadura porque tienen en contra el repudio universal.

Pero de ese repudio no participa abierta y francamente EEUU, que sólo se ha manifestado de palabra, en algunos dichos del gobierno de Obama expresados con cierta suavidad por la Casa Blanca, el departamento de Estado, que encabeza Hillary Clinton y otros voceros gubernamentales. Si EEUU cerrara la llave del «apoyo espiritual» y material, la dictadura se desplomaría instantáneamente.

Washington tiene un doble discurso característico, e histórico, respecto a la democracia, tal como la entienden los gobernantes de EEUU y sus poderes fácticos, no tan formales pero poderosos, en particular aquellos que el saliente presidente Dwight Eisenhower en 1961 describió como el complejo militar-industrial, que hoy también es mediático, y cuyo propósito esencial es promover guerras, no importa que no se ganen, pero que sean largas y consuman la producción de armamento de las corporaciones que abastecen los pedidos del ministerio de Defensa, o Pentágono, entre cuyos accionistas relevantes se encuentran cientos de distinguidos políticos y congresistas como el ex candidato presidencial demócrata, el senador John Kerry.

Ese doble rasero estadounidense lo grafica la famosa frase de Franklin Delano Roosevelt, considerado por algunos el «mejor presidente» de ese país, o el «más progresista», cuando en la década de 1930 más o menos dijo: «Somoza será un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra», refiriéndose al dictador de Nicaragua de esos años. Pareciera que hoy esa sentencia se aplica con entusiasmo a Roberto Micheletti, que usurpó el gobierno de Honduras hace un mes y medio. Micheletti es un hijo de perra que sostiene subrepticiamente EEUU, y por supuesto la oligarquía hondureña y sus pares latinoamericanos, más los medios de comunicación como El Mercurio, CNN, Clarín y la mayoría de los diarios reaccionarios de América Latina

Dicen que allá en EEUU existen halcones y palomas, duros y blandos. Pero no está claro quien ejerce el poder real: si el presidente Obama, elegido por los ciudadanos, o los militares estadounidenses empeñados permanentemente en guerras alrededor del mundo, y los mega proveedores de los aviones bombas y demás armamento que se utiliza en esas guerras. Esas corporaciones de la guerra también manejan hoy los grandes medios de información para condicionar las mentes de los ciudadanos a favor de sus incursiones militares y golpes a través del mundo, influyen en los cerebros no sólo de los habitantes-consumidores de EEUU sino de todo el planeta.

EEUU no sólo es la potencia militar más poderosa en el mundo de hoy, también es la potencia mediática dominante. Ha convertido la información en propaganda y decide qué deben saber e ignorar los ciudadanos, no sólo de EEUU, sino de todo el mundo. Con sus redes mundiales de prensa, televisión y sistemas satelitales de imágenes y noticias instantáneas previamente censuradas, estos poderes fácticos buscan dominar las mentes de todos los habitantes del planeta, mientras sus corporaciones extraen la riqueza minera petrolera y todos los recursos naturales que necesitan su industria y las corporaciones transnacionales.

En rigor, el golpe de Honduras jamás se habría producido sin el apoyo, el empuje o el visto bueno de Washington. Y tampoco se habría sostenido un mes y medio si ese apoyo no hubiera continuado subrepticiamente, bajo cuerda, mientras la diplomacia estadounidense manifiesta palabras ambiguas «de buena crianza». El apoyo de EEUU a los golpistas hizo fracasar los esfuerzos latinoamericanos para restituir rápidamente en su sillón presidencial a Manuel Zelaya. EEUU impuso una mediación de Costa Rica que sólo sirvió para ganar tiempo, pues el reloj marca las horas y los días en favor de los golpistas.

Pese a todo, el presidente Zelaya conserva plenamente su legitimidad. El gobierno de Chile participó en las reuniones de la OEA y de Naciones Unidas que exigieron la restitución del presidente legítimo, pero en un doble discurso característico de estos parajes todavía está en su puesto el embajador que traicionó a su jefe, Zelaya, y se pasó al bando de los golpistas, y sigue siendo el representante diplomático de un gobierno que Chile no ha reconocido. Entonces la pregunta es ¿por qué Chile ha tolerado la presencia de ese embajador, llamado Francisco Martínez, todavía a un mes y medio de las decisiones políticas internacionales en que participó y se comprometió a desconocer al gobierno de facto y a abogar por el retorno del presidente constitucional?

El golpe de Honduras ocurrió justo cuando en América Latina creíamos que las dictaduras oligárquico-militares eran cosa del pasado, de la historia política del siglo XX, y que jamás volverían a repetirse. Micheletti y la brutalidad de su jefe militar, el general Romeo Vásquez Velásquez, nos han hecho despertar de esa ilusión. Vásquez Velásquez es la reencarnación viva de Juan Carlos Onganía y Rafael Videla, los antiguos dictadores argentinos; o del brasileño Humberto de Alençar Castello Branco, que en 1964 derribó al gobierno de Joao Goulart, elegido por un partido que lleva el mismo nombre que la tienda de Lula: Partido de los Trabajadores; y de nuestro detestado dictador en casa, Pinochet. La dictadura de Micheletti es comparable a la de Juan María Bordaberry en Uruguay, un civil que gobernó de facto con los militares en los años 70.

Al fin de cuenta, los miembros de la oligarquía son civiles ricos que gobiernan para exprimir a los pueblos y cuando la protesta de los ciudadanos, cuando los trabajadores se rebelan, llaman a los militares, que en la mayoría de nuestros países siempre han sido sus empleados, con la honrosa excepción de los militares de la Venezuela actual y otros casos que se han dado en nuestro continente, como Jacobo Arbenz de Guatemala, un ex militar elegido presidente que fue derrocado por la CIA en 1954 por querer hacer una reforma agraria que afectaba a la corporación estadounidense United Fruit Co. O un ejemplo de casa, de Chile: el líder fundador del partido Socialista, que en 1933 nació como un partido de los trabajadores, el partido de Salvador Allende, también fue un militar, el coronel Marmaduque Grove Vallejo, quien sublevó a la Aviación, que entonces pertenecía al Ejército, e instauró en Chile una República Socialista en 1932, secundado por el olvidado intelectual civil Eugenio Matte Hurtado. Este es un episodio olvidado de la historia que ni siquiera se enseña en las escuelas chilenas.

Manuel Zelaya parecía un político más de la oligarquía hondureña cuando ganó las elecciones en 2005 y se convirtió en presidente, por el partido Liberal, la misma tienda de Micheletti y sus secuaces. Pero en el ejercicio de la presidencia Zelaya comenzó a tomar medidas a favor de su pueblo, y no de la oligarquía de Honduras, considerado el país más pobre de América Latina después de Haití, y también la nación donde los trabajadores y los campesinos son el sector más expoliado o explotado, al igual como ocurre en la mayoría de nuestros países latinoamericanos. Para conseguir petróleo a precios más favorables para Honduras ingresó a PetroCaribe a comienzos de 2008 y un año más tarde, a comienzos de 2009, incorporó a su país al Alba Alianza Bolivariana de las Américas). Entonces, los grandes medios de información lo satanizaron como amigo de Hugo Chávez y lo inscribieron en «el eje del mal latinoamericano».

Las medidas de gobierno de Zelaya fueron aplaudidas por su pueblo, como ocurrió en su tiempo con Salvador Allende, pero fueron criticadas por la oligarquía, que además de detentar el poder económico controla la prensa, radio y televisión del país. Zelaya gobernó todos estos cuatro años con los medios de comunicación en contra, atacándolo y calumniándolo a diario, tal como le ocurrió a Allende y le pasa también a Hugo Chávez en Venezuela, a Evo Morales en Bolivia, a Rafael Correa en Ecuador, etcétera.

En Honduras existen cuatro diarios de circulación nacional, propiedad de tres familias, en tanto la radio y televisión están controladas por un cuarto grupo. También tienen relevancia dos revistas de papel, una de ellas en inglés. Un reducido grupo de empresarios se apropió del «derecho» a informar y monopoliza «la libertad de expresión» puesta al servicio de sus propios intereses económicos y políticos, a la vez que explota una rentable veta de negocios.

Hasta la propia embajada de EEUU en Tegucigalpa informó a Washington sobre el control oligárquico de los medios: «Un pequeño número de empresarios poderosos con influencias comerciales, políticas y vínculos familiares, son dueños de la mayoría de los medios de comunicación del país». Esta afirmación aparece en el informe 2008 de derechos humanos de la embajada de Estados Unidos en Honduras, y fue elaborado cuando todavía gobernaba George Bush.

Zelaya debe hacer grandes esfuerzos para romper el ostracismo mediático que favorece a los golpistas, mientras sus partidarios no cesan de exponer la vida en Honduras exigiendo su regreso. También está recabando la solidaridad, no sólo de los gobiernos (apoyo que al parecer no ha sido muy efectivo en términos reales), sino de los pueblos latinoamericanos. En Santiago será recibido por una multitudinaria concentración organizada por el Comando de Solidaridad con los Pueblos de América Latina, en la Alameda. Las «grandes alamedas» que invocaron las últimas palabras de Allende deberían abrirse para Zelaya en todo el continente.