En 1966 la República Dominicana, con una extensión equivalente a 10 veces la de las Islas Baleares, era el destino menos turístico del Caribe, con sólo 45.000 visitantes internacionales. En 2010, con 4,1 millones, lideraba la economía turística de la región, después del Mediterráneo, la más puntera del mundo. A primera vista, una auténtica proeza […]
En 1966 la República Dominicana, con una extensión equivalente a 10 veces la de las Islas Baleares, era el destino menos turístico del Caribe, con sólo 45.000 visitantes internacionales. En 2010, con 4,1 millones, lideraba la economía turística de la región, después del Mediterráneo, la más puntera del mundo. A primera vista, una auténtica proeza nacional que debería llenar de orgullo a toda la ciudadanía, entre otras cosas porque se supone que este inmenso crecimiento («un 2.000% en 40 años» recordaba recientemente uno de los principales rotativos del país) debería haber beneficiado a todos.
Desgraciadamente, el triunfalismo oficial en ocasión de la muerte reciente de Ángel Miolán, el ideólogo del turismo dominicano desde 1967 desde la Secretaría General de Turismo con Joaquín Balaguer, no se corresponde con la realidad del bienestar social de la mayoría dominicana. Uno de los misterios más inexplicables del boom turístico mundial desde 1950 es la falta de evidencias fiables de cómo la apuesta por el turismo habría ayudado a «desarrollar» las sociedades no industriales del Sur. El mantra del «turismo es riqueza» cacareado desde Naciones Unidas (cuando proclamó 1967 como «Año internacional del turismo»), y que ha dado tantas alegrías a las corporaciones turísticas transnacionales en lugares como el Caribe, parece distraer de todo interés investigador por el análisis científico de si realmente ha salido a cuenta o no la apuesta por el «todo turismo» en sociedades como la dominicana. Es en este trasfondo de secretismo y medias verdades interesadas que debemos entender por qué los economistas Miguel Ceara y Pável Isa acaban de ser destituidos como jefes de investigación social de la Oficina de Desarrollo Humano en la República Dominicana por los responsables del Plan de Desarrollo Humano (PNUD) de las Naciones Unidas. Ceara e Isa han cometido el «delito» de meter la nariz donde no toca y, como en el cuento de Andersen, han tenido la osadía de probar que el Emperador (el turismo) va desnudo. Porque como leemos en una frase clave de su estudio: «Las condiciones de vida medias de las provincias de turismo son peores que la media nacional y en La Altagracia [la que incluye, por ejemplo, el emporio de Bávaro] son peores que en Puerto Plata «.
El trabajo ejemplar y lleno de coraje cívico de estos investigadores merece ser puesto en relación con un documento muy poco conocido sobre los orígenes del boom turístico en la República Dominicana. Corría abril de 1968 y el señores Miolán y Balaguer se las ingeniaron para que un simpático y solícito consultor español, Juan de Arespacochaga, los trazara un diagnóstico de las potencialidades turísticas del país, que era el que menos turistas tenía de toda la región. La jugada era perfecta para pagaba la UNESCO, la agencia de las Naciones Unidas dedicada a la cultura. El recurso al Banco Mundial o a la propia UNESCO, instituciones globales de gestión de los intereses imperiales estadounidenses en plena Guerra Fría, era frecuente y la única duda es si, en realidad, fue un encargo dominicano o, mucho más plausiblemente, un ofrecimiento poco inocente de un consultor extranjero con contactos con el gran mundo del turismo internacional.
El trabajo, 125 páginas inolvidables, partía de la base de que «no existe proceso de desarrollo más directo, más rápido y más viable que lo que se pueda alcanzar en Santo Domingo a través de la expansión del turismo». Había que aprovechar una geografía que colocaba la república junto a los paraísos turísticos de México y Florida y superar un Puerto Rico que se hacía de oro para el fin del destino cubano. Arespacochaga, buen conocedor del milagro español desde finales de los 50, calculaba el techo teórico de crecimiento turístico máximo para la República y lo cifraba en 710.000 plazas (¡aproximadamente 10 veces más que en 2011!). Para empezar, en ocho años, quería multiplicar por 20 los 45.000 turistas de la época. Se permitía señalar cuatro «polos de desarrollo» especialmente explotables. El más destacado, donde preveía el máximo de inversión, era Macao, la región donde se encuentra hoy Bávaro y Punta Cana, «sin duda, la mejor de la República Dominicana». Allí había más de 100 km lineales de playa virgen esperando inversiones exteriores porque «el estado dominicano no parece tener terrenos dentro del perímetro de la zona de playas pero todas ellas son utilizables para un desarrollo turístico a gran escala». En conjunto, preveía que el sector público mediante préstamos internacionales invirtiera una millonada en infraestructuras (el 90% en carreteras y tres nuevos aeropuertos, uno de ellos precisamente en Macao) que hicieran accesibles el litoral más puro a las masas turísticas exteriores. Arespacochaga miraba lejos y avisaba que, como «en el futuro las playas se verán totalmente cubiertas por las instalaciones turísticas», era necesario darse cuenta de la rentabilidad de construir una potente oferta residencial. Dos tercios de este boom tendría que provenir de inversores extranjeros pero había que establecer exenciones fiscales y facilidades para que, de cara a hacer hoteles y apartamentos, «la debida utilización de los terrenos pueda efectuarse de manera inmediata».
El trabajo de consultoría del ínclito Sr. Arespacochaga dio sus frutos. En 1973 el ministro Miolán le condecoraba por la deuda contraída por la República Dominicana con él debido a los «estudios y actuaciones para el desarrollo del turismo en su país». Tan tarde como en 1990, el presidente Balaguer lo volvió a condecorar y lo nombró asesor permanente de la Secretaría de Estado para el Turismo porque «a usted se debe en gran parte el desarrollo que ha adquirido el turismo en la República Dominicana, porque de usted partió el impulso y fueron sus recomendaciones las que han servido de base a todo cuanto se ha hecho en esta importante actividad de nuestro país» [1] . Seguro que, justo en 1969, la inversión multimillonaria de un fondo de pensiones norteamericano en terrenos litorales vírgenes en Punta Cana, de la mano de Frank Rainieri y con apoyo financiero del Banco Mundial, fueron una primera respuesta al interés de Arespacochaga en «despertar interés en el campo puramente privado». Ciertamente, estas «recomendaciones» no debieron ser ajenas, tampoco, a la decisión lde los españolísimos hermanos Barceló a principios de los años 80 de abandonar la mina turística balear «amenazada» por los nuevos tiempos democráticos para, descartando Puerto Rico, crear un emporio de riqueza colosal para ellos en «Bávaro», aunque la población de La Altagracia aún ahora espera disfrutar de las migajas de este maná turístico[2].
Para una futura historia real del turismo internacional, vale la pena resumir quién era este inefable asesor. Después de hacer méritos ante Franco como abogado «defensor» de presos republicanos y anarquistas destinados a ser ejecutados, el ingeniero Juan de Arespacochaga comenzó a enriquecerse con participaciones en numerosas empresas inmobiliarias especializadas en viviendas populares y en la construcción de pantanos. Redactó el Plan Málaga, que dio cobertura ideológica a la conversión de su litoral en una costa del Sol al servicio de los negocios de cabecillas de la Falange (el partido fascista) con grandes constructoras internacionales. Con estos méritos, pasó a ser director general de promoción turística durante el mandato de Manuel Fraga Iribarne (1962-1967) como ministro de información y turismo en los años del primer boom español. En 1968, al mes siguiente de entregar su informe al presidente Balaguer, fundaba Renta Inmobiliaria, SA, un lobby especializado en la especulación financiera que reunía personajes clave de la élite dirigente franquista como Joaquín Viola (futuro alcalde Barcelona) o poderosos financieros en la sombra como Max Mazin (con quien acabará fundando la cadena hotelera Tryp a principios de los 70). Muerto Franco, el Rey Juan Carlos le nombró digitalmente Alcalde de Madrid. Al perder la alcaldía con las primeras elecciones democráticas en 1979, Su Majestad no dudó en hacerlo senador por designación real.
Si algo enseña la trayectoria de Arespacochaga en comparación con la de Miguel Ceara y Pável Isa es que, si te preocupas verdaderamente por la gente de abajo, no tienes futuro como consultor de Naciones Unidas. En cambio, si abres camino con tus estudios a los negocios turísticos e inmobiliarios de los poderosos puedes acabar siendo una referencia pionera en la historia de la industria sin chimeneas (pero con mucha suciedad).
Joan Buades, del equipo de investigación de ALBA SUD
Notas:
[1] Arespacochaga, Juan de (1994), Cartas a mis capitanes, Madrid, Incipit, p. 129.
[2] Buades, Joan (2009), Do not disturb Barceló. Viaje a las entrañas de un imperio turístico, Barcelona, Icaria, pp. 49-57.
Puede descargar el informe de Juan de Arespacochaga aquí : http://albasud.org/blog/es/