Una evocación de la Revolución de los Claveles desde su vigencia presente, desde la vecindad extremeña, desde la frontera, la radicalidad y la ruptura.
«Em cada esquina, um amigo
Em cada
rosto, igualdade
Grândola, Vila Morena
Terra da
fraternidade”
Es difícil conmemorar una revolución sin caer en la costumbre de la nostalgia, del tiempo pasado siempre mejor, del pudo ser y no fue. Yo no nací en Extremadura ni tampoco soy portugués, pero transito las dos geografías y memorias, ya, como si fueran la propia, saltando al modo partisano sobre la maldición de las soberanías. Miro desde aquí más al oeste, al país abrazado entre el Atlántico y nuestra desgastada e hispánica sonata imperial, como se mira al hermano olvidado y reencontrado tras un doble exilio de siglos, exilio de cada uno con su verdad y exilio de la posibilidad de lo compartido en común. Contemplo dos pueblos que serían uno si atendiéramos a las historias escritas desde abajo, desde las heridas del dominio, de la explotación, de la migración. No nos une ningún vigoroso pasado imperial (esas vacas son siempre ajenas), ninguna gesta que no sea la de la mera supervivencia cotidiana, donde el pan era el tesoro, la isla de la abundancia, la auténtica tierra prometida. Nos unen las maletas, las despedidas, la desposesión última de la partida.
Me gustan las calles pacíficas de las poblaciones del Alentejo, su pulcritud proletaria de abuelos sonrientes con gorra, de cafés calmados, de canciones cantadas en común. Creo intuir que los países de canciones compartidas están hechos a la medida de revoluciones, de desafíos, de espíritus libres y de construcciones de comunidad más allá del establecimiento pétreo del Estado, del gobierno y de las profecías autocumplidas; esas que aquí se apoyan, paradójicamente, en la desaparecida gloria de un pasado del que, sin duda, se hicieron dueños los de siempre, como lo eran de bueyes, de yuntas, de yunteros, de barcos y de la plata circulando, volátil, entre manos con pocos callos.
Soy extremeño por decisión. Lo hago sin dejar de ser nada de lo que fui y de lo que nací, una forma de crear patria (si éstas existieran más allá del propósito) que no se condiciona por la casualidad de un alumbramiento y que escapa de la normativa de la esencialidad teñida por la sangre (la propia, heredada, y la derramada). He elegido por vecino a Portugal y resulta todo lo suyo tan próximo que hasta aquí me llega el olor a quemado de sus malditos incendios de verano, las palabras de sus paisanos de visita, sus duelos, sus hijos e hijas; en mi boca retengo su gusto por el cilantro y cada primavera, en esta fecha, canto su Revolución y la intento proyectar a futuro para que no se acabe nunca, para que sea una verdad sostenida en el tiempo y la materia.
No sé si habito tierra de conquistadores, pero sí que a mi lado vive un pueblo que un día dejó de ser conquistado.
Hace un mes fue 25 de Marzo, aniversario de nuestro levantamiento jornalero silenciado, y hoy, siempre, es 25 de Abril. Una fecha que hizo historia al otro lado de esa línea sobre el mapa que no veo en la dehesa, que a veces es río y a veces es raya difusa, espacio de fuga, punto de encuentro, de contrabando de mercancías y afectos, creando un país mestizo e irreverente cuyos límites son los estados que le quedan a los dos lados. Un país referenciado no frente al otro, sino desde la necesidad común, desde el territorio del contacto, desde el idioma que no se sabe donde acaba porque no es necesario saber donde comienza.
Escribir de lo que hizo la gente aquí al lado es hablar de cuestionar la historia, de obviar los límites de la política como delegación, de hacer efectivo ese poder que no se tiene, sino que, como acertadamente afirma el Comité Invisible, se ejerce. Una revolución, se hizo una Revolución aquel 25 de abril de 1974 aquí cerca, a tiro de cañón colonial. Se tumbó a un tirano con su tiranía, mientras el nuestro, apenas un año después, murió en la cama y, desde esa misma cama, se empezó a tejer una transición tan larga, tan larga, tan larga, que no parece terminar nunca.
Deberíamos, en homenaje al 25 de abril, en vez de entonar sonsonetes de lamentación, hacer nuestro propio encuentro de voluntades en cada pueblo, en cada ciudad, libres de lugares comunes, de santos y de inocentes, de tópicos; deberíamos mirarnos en el espejo de lo necesario, no de lo posible, hacer del eco de aquella sublevación nuestra propia canción roja, negra, blanca y verde, labrar una terra de fraternidade, donde o povo é quem mais ordena dentro de ti, ó, cidade…
Y hacerlo pronto.
Porque ha habido décadas, desde el día mágico de los claveles, para que pasaran muchas cosas. Como casi siempre, la mayoría de éstas dibujando una línea sinuosa en dirección a una normalidad de poco compromiso con los cambios necesariamente radicales, escribiendo un libro donde, en sus márgenes, van quedando disueltas, borrosas, las demandas populares, los nombres y apellidos de quienes de verdad conforman el latido de lo cotidiano. En Portugal todo tomó el camino lento pero inexorable de la pulcra vida parlamentaria, diluyendo suavemente la enérgica materialidad de las primeras demandas populares y sus construcciones iniciales. En Extremadura, enterrado el dictador, unos mandarines sucedieron a otros, sencillamente adquiriendo las costumbres de sus predecesores, haciéndose un hueco a su lado y preservando todas y cada una de sus prerrogativas.
No tuvimos, no tenemos, capitanes ni capitanas de abril; tenemos buscavidas, mercachifles, usureros, empresarios a la busca de botín, de metales raros y caros, de electricidad y un espacio que ven vacío, de plusvalía. Tenemos un lenguaje circular e impostado de progreso, tenemos lo que no (no) nos merecemos, tenemos remolques llenos de falsas promesas. Por faltar, nos falta hasta nuestra melodía, nuestra Grândola vila morena, pero bajar los brazos no puede ser una opción, como no lo es el ejercicio constante de la autoflagelación, el recurso cansino y permanente a una invisible docilidad cargada como se carga un fardo de siglo en siglo, de oportunidad en oportunidad. Ver el pasado, aprender de sus enseñanzas y proyectarlo a futuro, ese es el encargo que deja cada pueblo sublevado. Nos falta creernos y empezar.
Miremos con optimismo al 25 de abril, busquémonos entre las fotografías felices de sus multitudes. Siempre se puede, siempre se debe, siempre se está a tiempo de cambiar preguntas y enunciados, de buscar respuestas en lógicas fuera de aquellas que vienen impuestas por las leyes del mercado, de la delegación, de la clientela, de la subordinación, de la colonia. En esta época confusa, sí, todo lo sólido, se desvanece en el aire, nunca dejó de hacerlo. Y mientras determinamos los cambios inaplazables, pasan las cigüeñas; en el suroeste de todo, periferia de periferias, todo el año tenemos cigüeñas.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/25-de-abril-todavia