El movimiento popular no solamente derrocó al dictador Salazar, fue mucho más allá.
Hace 40 años, Portugal demostró que la revolución no es algo ajeno a Europa occidental. Durante un año y medio, las calles, los lugares de trabajo y hasta los cuarteles se convirtieron en un festival de las personas oprimidas. Después de 50 años de dictadura fascista, trabajadores y trabajadoras, gente de los barrios pobres, entraron de repente en un proceso lleno de lucha, de política y de libertad. Oficiales del ejército, pertenecientes al Movimiento de las Fuerzas Armadas, tumbaron la dictadura el 25 de abril de 1974. Sus soldados pusieron claveles en sus escopetas para simbolizar la solidaridad con la gente en la calle, por lo que se la llamó «La Revolución de los Claveles».
La revolución no terminó con la caída de la dictadura. Por el contrario, los acontecimientos del 25 de abril resultaron ser sólo el inicio. Por una parte, con una oleada de luchas que tuvo el nombre «saneamiento». La gente quería limpiar todos los lugares de los amigos de la dictadura -espías, jefes, policías, burócratas. En barrios, fábricas, servicios públicos, hasta en los periódicos, la radio y la televisión, quienes venían de la dictadura fueron declarados «personas non gratas». Se obligó a jefes a abandonar sus compañías. Con esta nueva confianza, la clase trabajadora sobrepasó los límites de la lucha «política». La gente que había sufrido años de opresión y explotación encontraron la oportunidad de exigir una vida mejor, salarios, condiciones de trabajo y construir nuevos sindicatos. Durante varios meses se habían formado más de cinco mil comisiones, organizadas mediante asambleas en los centros de trabajo y con portavoces que eran inmediatamente revocables. Tomaron bajo su control democrático cientos de empresas que se quedaron sin jefes.
Un mundo nuevo
La lucha contra la dictadura alimentó las luchas económicas, a la vez que las luchas económicas incrementaron el nivel de radicalización política. La plantilla del diario República ocupó la sede durante una huelga y pusieron el periódico al servicio del movimiento. En la radio Renascensa el cambio fue más impresionante, pasando de manos de la Iglesia al control obrero.
El gran astillero Lisnave en Lisboa se convirtió en el centro de coordinación de las comisiones de los centros de trabajo. Allí se tomó la decisión de llevar a cabo una manifestación contra el paro el 7 de febrero de 1975. Una de las consignas fue: «El paro es el inevitable producto del sistema capitalista. Les toca a los trabajadores destruir este sistema y construir un mundo nuevo». Otro eslogan que se añadió los últimos días fue «Fuera la OTAN», ante una visita de la flota estadounidense. El gobierno envió a los paracaidistas a parar la marcha antes de que llegara a la embajada de EEUU, pero estos unieron sus voces (y sus armas) a la manifestación fuera de la embajada. La radicalización continuaba. Solo en aquel febrero se estima que se ocuparon 2.500 pisos en Lisboa.
La clase dirigente planteó un golpe de estado en marzo para acabar con esta situación. El general Spínola, junto con otros conspiradores, militares y capitalistas, intentó enviar secciones militares de derecha contra la gente en lucha. El resultado fue una victoria de la revolución. En cuestión de horas había barricadas en las carreteras principales y en la frontera con el Estado español para frenar a los golpistas. La gente expropió vehículos para reforzar las barricadas y en muchos casos los soldados les pasaron armas. En la prensa tenían el control y producían ediciones especiales contra los golpistas. En la banca de Oporto, el sindicato pidió a su afiliación: «Cerrad los bancos inmediatamente. No hagáis ninguna transacción. Organizad piquetes en todas las entradas y salidas. Cuidad el télex y los teléfonos». Los generales golpistas fueron arrestados, mientras Spínola se fue en helicóptero al Estado español franquista y después al refugio de la dictadura brasileña.
El verano de 1975 la ola de huelgas y manifestaciones masivas se intensificó.
La clase dirigente descubrió que había jugado con fuego. El propio Spínola había ayudado a la caída de la dictadura, porque secciones importantes del ejército y de los capitalistas sabían que la continuación del régimen fascista no era una opción viable. Necesitaban apertura en la economía, pasos hacia la Comunidad Europea y una manera de evitar una derrota vergonzosa en las guerras que mantenían en las colonias portuguesas en África (Guinea-Bisáu, Mozambique y Angola). Querían acabar con la dictadura para estabilizar el capitalismo. Pero la clase trabajadora no siguió estas previsiones.
Al fin, no fueron los golpistas ni la extrema derecha quienes estabilizaron el capitalismo portugués, sino los partidos de la izquierda reformista (comunista y socialista). Ambos partidos, tomando posiciones en el gobierno, giraron contra los sectores combativos y consiguieron dividir a la clase trabajadora. En noviembre de 1975 los generales retomaron el control sobre los militares y soldados revolucionarios en el ejército, sin mucha resistencia. La debilidad de la revolución portuguesa fue que no existía una fuerza política revolucionaria capaz de impulsar las luchas contra las iniciativas reformistas.
Las mujeres en la primera línea de la lucha por la libertad
Entre 1969 y 1974 el número de mujeres asalariadas aumentó rápidamente porque muchos hombres estaban luchando en las colonias o buscando un trabajo en otros países. Aun así, hacia 1974 sólo el 25% de trabajadores eran mujeres y percibían un salario medio un 40% inferior al de los hombres. Muchas habían comenzado a trabajar en fábricas textiles y de electrónica. Fue precisamente en estos sectores donde el movimiento obrero estalló al inicio de la revolución y donde las mujeres trabajadoras estuvieron en primera línea en las luchas laborales dentro de grandes multinacionales.
Sus demandas incluían mejoras en sus condiciones de trabajo, pero también defendían unas relaciones distintas en los hogares. Hasta entonces no se garantizaban sus derechos básicos: no existía el divorcio, el marido podía repudiar a la mujer si no era virgen al casarse, la mujer no podía tomar anticonceptivos sin la aprobación del marido, éste podía prohibirle trabajar fuera de casa y el aborto estaba penado en cualquier circunstancia. El marido tenía incluso el derecho de matar a la mujer si ésta cometía adulterio y sólo era condenado al exilio.
Algunos ejemplos de sus acciones son la huelga de trabajadoras de la fábrica Timex, en su mayoría mujeres, para reclamar un incremento salarial y la expulsión de seis informadores de la policia. Por otro lado, en Lisboa, mujeres trabajadoras ocuparon una gran lavandería para ofrecer servicio gratis para que las mujeres pudieran liberarse del trabajo del hogar. Por su parte, en la agricultura, donde el salario de las mujeres era la mitad del de los hombres, ellas estuvieron a la cabeza en la ocupación de tierras y de las cooperativas para el cultivo de las mismas, incluso después de la revolución, pues la radicalización de estos movimientos no se frenó.
Las luchas aportaron logros y libertad por los que las mujeres habían luchado y que sintieron en sus propias vidas. Así, una trabajadora de «Tinturaria Portugalia», una firma de tintorería, al ser preguntada por el mayor cambio que había experimentado después de aquel 25 de abril, respondía: «Antes, estaba encerrada en mi casa. No sé por qué. Después, salí a la calle, a las manifestaciones. No puedo describir las alegrías que he vivido después del 25 de abril».
Marta Castillo es militante de En lucha/ En lluita
Fuente: http://enlucha.org/diari/40-anos-de-una-revolucion-vecina/#.U1RXpsdJ9x9