Con la oposición de la marina, el 27 de junio de 1973 el presidente electo Juan María Bordaberry y otro ejército latinoamericano deciden salvar la libertad, la democracia, la patria y el honor contra la influencia extranjera.
Para eso deben suprimir las libertades individuales, el parlamento, los derechos humanos y permitir que el plan de Washington se lleve a cabo al mismo tiempo que se culpa a alguien más (en este caso, los Tupamaros) de la necesaria dictadura. Como otros casos en América latina, la campaña electoral de Bordaberry había sido en parte financiada por la dictadura brasileña, otra hija de la desestabilización programada de Washington que terminó con el gobierno progresista de João Goulart en 1964, la instalación de otra dictadura militar y la creación de los Escuadrones de la muerte.
Por entonces, el agente de la CIA asignado a Uruguay en 1964, Philip Franklin Agee, se encontraba en Londres escribiendo sus memorias, de donde sería expulsado, no por sus operaciones encubiertas sino por sus revelaciones. Durante la década anterior, escribió Agee, los grandes medios en Uruguay, como en otros países latinoamericanos, estaban inoculados. Con un presupuesto de un millón de dólares anuales (equivalente a más de ocho millones en 2021) y siguiendo los lineamientos de Mockingbird Operation, cada día se plantaban “dos o tres artículos de propaganda” en diarios como El País, La Mañana y El Día. Los artículos eran pasados como editoriales sin firmas, lo cual aumentaba la idea de realidad objetiva y luego eran, previsiblemente, citados por otros medios.
Estas eran prácticas comunes en el continente y más allá. En 1976 la Comisión Otis Pike de la Cámara baja y la comisión Church del Senado de Estados Unidos reprodujeron uno de los informes de la CIA fechado en octubre de 1970 sobre su actividad sistemática de plantar editoriales y proveer información falsa o conveniente en los medios locales para influir o preparar una intervención. En sus propias conclusiones, la comisión Church revelará el “uso sistemático de la prensa, de las radios, del cine, de panfletos, de posters, de correo directo” por parte de la CIA.
Las memorias de agentes de la CIA, como las del poderoso Howard Hunt, reconocerán estas prácticas y sumarán otras. Diversos agentes de la CIA también operaban encubiertos o con permiso en agencias de noticias como Reuters, The Associated Press y United Press International. En algunos casos, como Combate, ni siquiera sus editores sabían del origen de la financiación. Radios como La Voz de la Liberación fueron creadas de la nada para el golpe de Estado en Guatemala en 1954, pero la práctica más común por sus costos y, sobre todo, por su credibilidad fue la inoculación de medios establecidos y con algún prestigio. La televisión y algunas radios de Uruguay también habían caído en esta red, pero se prefería a los diarios porque eran el espacio ideal para introducir ideas e información política que luego sería repetida por los otros medios.
En el tranquilo país del extremo Sur, la CIA, que también había trabajado con funcionarios, policías y políticos, había encontrado dificultades en la universidad y en las organizaciones populares. Diferente a su anterior experiencia en otros países del continente, había reconocido el agente Agee, Uruguay era más difícil de corromper con dinero debido a su alto desarrollo social y económico y a una fuerte educación que procedía de los tiempos de José Batlle y Ordóñez. Por esta razón, en lugar de infiltrar grupos de izquierda y organizaciones universitarias como la FEUU, habían decidido trabajar más a nivel de la educación secundaria, esperanzados de que estos estudiantes más jóvenes un día serían universitarios. También habían invertido en la promoción de “sindicatos libres” alternativos y en políticos mediáticos y ruralistas como Benito “Chicotazo” Nardone, quien había sido reclutado por el jefe de la CIA en Uruguay, Howard Hunt, uno de los autores intelectuales del golpe de Estado en Guatemala contra Jacobo Árbenz en 1954, participante de la invasión de Bahía Cochinos en Cuba en 1961 y futuro cómplice del presidente Richard Nixon en el escándalo de Watergate. Cuando Herrera y Nardone ganaron las elecciones, el lunes en 1958 el diario El País tituló: “Venció el pueblo”.
El plan resultó según lo previsto. No sólo se estableció una dictadura por once años en uno de los países más democráticos de América Latina, sino que, además, como en cualquier otro país al sur del río Grande, se inoculó la idea de que la barbarie militarista no era un ataque sino una defensa contra las injerencias extranjeras. Por las generaciones por venir, una considerable proporción de la población y de los políticos continuará justificando la dictadura militar y culpando de sus violaciones de los derechos humanos a un grupo guerrillero llamado Tupamaros, surgido en los años sesenta y desarmado mucho antes del golpe de Estado. El argumento de que un país puede suprimir los derechos humanos para luchar contra quienes desean destruir los derechos humanos seguirá siendo un éxito casi absoluto de la propaganda organizada en Washington desde el siglo XIX. La idea de que los grandes medios de prensa y los ejércitos latinoamericanos defienden el honor y las injerencias extranjeras, también.
La CIA opera en cada país desde dentro de compañías aéreas, mineras y de servicios de limpieza (en mucha de las cuales es accionista) hasta sindicatos y centros de educación. Pero los medios de información y entretenimiento siempre han sido un área de extrema sensibilidad y utilidad. Los medios son los principales creadores de opinión y de sensibilidades y, como lo reconoció Edward Bernays mucho antes de que se inventara la CIA, la mejor forma de administrar una democracia es decirle a la gente lo que deben pensar. Como lo practicó innumerables veces el mismo Bernays cuando fue contratado por Washington para vender un golpe de Estado o por una empresa privada para vender tocino, la Opinión pública es un producto, algo que se fabrica y se vende como cualquier otro producto.
En Argentina, la decepción de los peronistas por el nuevo peronismo de derecha y la actividad subversiva (nacida bajo la dictadura de Onganía en los 60) habían alcanzado niveles de nerviosismo nacional y sirvieron para una nueva excusa de las fuerzas de represión. Pocos meses antes de las elecciones de 1976, con una violencia paramilitar de la extrema derecha actuando a su antojo, los militares decidirán dar un nuevo golpe de Estado y evitar el triunfo del ala izquierda del peronismo, representado por Héctor Cámpora, candidato favorito para esas elecciones.
En Uruguay, el golpe de Estado de 1973 tampoco tuvo como objetivo derrotar a los tupamaros que ya habían sido derrotados. Había que eliminar la amenaza de una opción popular por la fuerza de los votos. En Chile, el golpe de Estado no fue posible antes del triunfo de Allende, sino después. Esta fue la diferencia.
Años después, las elites en el poder político y social no se cansarán de repetir que, de no haber sido por los grupos rebeldes de izquierda como los Tupamaros, las dictaduras militares nunca hubiesen existido. Esta fabricación se convertirá en un dogma. Como los traumas de las dictaduras, sobrevivirá en las generaciones por venir.
Durante la Guerra Fría la estrategia era subsidiar los grandes medios de prensa latinoamericanos con dinero secreto o a través del pago de publicidad. Durante la Era de Internet la estrategia será posicionarlos en las autopistas más transitadas de Internet, en manos de las compañías estadounidenses con frecuentes conexiones con Washington. Como lo demostrarán diversos estudios de instituciones como la American Institute for Behavioral Research and Technology, para 2015 las grandes compañías habrán invertido 20 mil millones de dólares anuales sólo en forzar la búsqueda de información para privilegiar una opción política sobre otra.