Don Luis Miro Quesada de la Guerra, uno de los pro hombres de «El Comercio», acuño una frase a la que se suele acudir sobre todo cuando se celebra el «Día del periodista». El periodismo -decía- puede ser «la más noble de las profesiones, o el más vil de los oficios». Seguramente nunca se imaginó […]
Don Luis Miro Quesada de la Guerra, uno de los pro hombres de «El Comercio», acuño una frase a la que se suele acudir sobre todo cuando se celebra el «Día del periodista».
El periodismo -decía- puede ser «la más noble de las profesiones, o el más vil de los oficios».
Seguramente nunca se imaginó que el diario al que entregó gran parte de su vida, abandonaría la primera opción, y optaría por la segunda. En otras palabras, actuaría -convertido en El Komercio- como vocero de la mafia en todos los planos.
Así, daría carta blanca al más vil de los oficios.
Porque, en efecto, es un oficio vil incubar el odio y alentarlo; denigrar personas sin fundamento alguno, difamar sin escrúpulo; hacer mofa del adversario que no puede responder porque está distante, y pretender agraviar a pueblos hermanados por la historia, y por la vida.
No otra interpretación puede darse a la caricatura publicada por el Diario de La Rifa en su edición correspondiente al domingo 25 de enero. En ella, el trazo ágil y rápido del caricaturista Molina, hace mofa indecente del Mandatario de un país hermano, Presidente electo en la Venezuela Bolivariana mediante el sufragio universal y directo, con el apoyo de la mayoría de sus compatriotas.
Resulta comprensible que Nicolás Maduro no cuente con el beneplácito ni la complacencia de ciertas gentes, sobre todo de quienes encarnan los intereses de la clase dominante en nuestro continente.
Pero a la vez, luce inaceptable que se envilezca la imagen de quien simboliza a una Nación amiga, y que se denigren los símbolos patrios de cualquier país.
Esa es una práctica que aquí, en el pasado, sólo la ejecutaron los vándalos que prendieron fuego al Pabellón Nacional el 27 de julio de 1974 en el Ovalo de Miraflores para «protestar» contra la expropiación de los diarios de circulación nacional, dispuesta por el gobierno de Velasco Alvarado.
Fue esa una medida legítima orientada a devolver al periodismo la categoría de «la mas noble de las profesiones», que se estaba perdiendo en la medida que se afirmaban en el país cambios de naturaleza patriótica y antiimperialista.
No debiera, sin amargo, sorprendernos el «gaffe» del Decano de la Prensa Nacional -como gusta llamarse-.
Después de todo, sus antecesores odiaron también a Simón Bolívar y a San Martín; a Antonio José de Sucre y a los Libertadores. Para decirlo en el verso literario de Gonzalo Rose, los consideraban «enviados secretos de El Maligno» pues se atrevían «a negar la autoridad del Rey, que es de natura…».
Después, en los primeros años de la vida republicana y ya como expresión del «periodismo peruano», el diario se asoció a capitales chilenos, y eso lo llevó a apoyar al invasor del sur en la Guerra del Pacífico. ¿Lo han olvidado?
El Comercio, en los años 60 del siglo pasado, tuvo su cuarto de hora de patriotismo y espíritu nacional. Fue precisamente bajo la dirección de don Luis MQ, el hombre de la frase que tomamos como referencia, y al que los apristas odiaban.
En la circunstancia, el diario apoyó la lucha por la expulsión de la IPC y la recuperación de los yacimientos de La Brea y Pariñas. La nacionalización del petróleo, que fue bandera legítima, fue resistida y denigrada por quienes hoy aplauden al Komercio en la otra barricada.
Por eso, es bueno que nosotros digamos que la campaña que impulsa hoy ese rancio vocero de la oligarquía peruana, es parte de la estrategia internacional que impulsa el gobierno de los Estados Unidos contra Venezuela en el empeño de destruir el proceso liberador que hoy dirige Nicolás Maduro desde Caracas.
No debiera haber duda de la presencia de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos en este operativo. Finalmente, involucra a tres países: Argentina, contra la Kichner; Perú contra Humala; y Venezuela, contra Maduro.
«Operación Defector» la llaman.
Más allá de las valoraciones que se hagan de uno u otro de estos gobiernos, lo real es que la Mafia no los quiere ni en pintura. Y por eso los denigra y ataca de manera concertada. En el fondo, lo que busca es cambiar el escenario latinoamericano afirmando nuevas autoridades serviles al Imperio -como ocurría en el pasado- Y piensan que hoy pueden hacerlo.
En el Perú, una suerte de «gurú»· de política internacional, ha resultado Luis González Posada, que asoma invitado cada día por uno u otro programa de la Tele y responde a constantes entrevistas de la prensa escrita «opinando», sobre todo, contra Venezuela.
¿Recuerdan que hace ya un buen tiempo se supo de muy buena fuente que este ex ministro aprista era formalmente funcionario de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos? ¿A eso se deberán las invitaciones que le llueven? Hoy se apresta a oficiar de chaperona de la esposa de Leopoldo López, que visitará próximamente nuestro país. Exige que la reciban Humala, el Canciller, y la Presidente del Congreso «por todo lo alto».
En Venezuela se están rompiendo las cadenas seculares de dominación que ataron a ese pueblo. Por eso se genera grita y resistencia, en quienes ven afectados sus privilegios mal ganados. Hay lucha dura, lucha de clases en todo su esplendor. Unos construyen un nuevo régimen social; y otros, lo combaten con lo que tienen a mano. ¿Resulta difícil comprenderlo?
La contrarrevolución alienta en cada ciudad venezolana los mecanismos de crisis, en el empeño por generar el colapso de la economía y caotizar la vida pública recurriendo para ese efecto, a los procedimientos más perversos.
Lo hicieron antes, en Chile contra Allende. Y lo intentaron también aquí, en el Perú, a su manera.
Ellos -proclamados «verdaderos demócratas», se encaramaron en la capital venezolana, en la aventura golpista de abril del 2002, liderada por Pedro Carmona, el fantoche de los empresarios antinacionales, y cantaron victoria aquí y en todas partes.
La grita les duró apenas unas horas, porque el pueblo venezolano, en las calles, les demostró que la Democracia tenía otro carácter, y un nuevo sentido. Que era realmente la voz soberana de un pueblo consciente, y que miraba con esperanza el horizonte socialista que se afirma en nuestro tiempo.
Perdieron fuerza, y legitimidad quienes tensaron las cuerdas hasta el extremo golpista. Pero de ellos, podría decirse lo que se afirmó, en su momento, de los desterrados de Coblenza: Nada han aprendido, y nada han olvidado. Ahora buscan repetir la historia y, por lo menos aquí, tienen áulicos que los aplauden.
Ni en Caracas -ni acá- han asimilado las lecciones de la vida. Y hoy insisten en la misma prédica ponzoñosa y soberbia que los llevó, en el pasado, a la derrota. A ellos podemos responderles ahora con las palabras del Maestro de Bolívar, don Simón Rodríguez, también de muy grata recuerdo en nuestra historia:
El curso natural de las cosas, es un torrente
que arrastra con lo que encuentra
y vuelca lo que se le opone
Esta es la fuerza que hace las revoluciones;
los hombre que figuran ellas
son instrumentos de la necesidad.
Son actores, no autores
Abramos la historia: y por lo que aún no
esté, lea cada uno en su memoria».
Nicolás Maduro es un actor que representa los intereses de su pueblo en el escenario venezolano de nuestro tiempo. El autor del proceso que remece la patria Miranda, es el pueblo. Ese pueblo que engendró a Bolívar y a Sucre; y más recientemente, a Hugo Chávez Frías, cuya memoria vive en la conciencia de quienes no nacieron para ser vencidos.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera.