Diez meses de guerra civil entre el ejército ucraniano y las fuerzas separatistas en el Este rusófono han dejado un paisaje de devastación con miles de muertos y desplazados. El conflicto ha elevado las tensiones entre la Unión Europea y EEUU con Rusia al máximo nivel desde el fin de la Guerra Fría. Al visitar […]
Diez meses de guerra civil entre el ejército ucraniano y las fuerzas separatistas en el Este rusófono han dejado un paisaje de devastación con miles de muertos y desplazados. El conflicto ha elevado las tensiones entre la Unión Europea y EEUU con Rusia al máximo nivel desde el fin de la Guerra Fría. Al visitar el frente en la región del Donbás, se hace evidente que la moral de los soldados ucranianos está baja. Muchos llevan meses de duros combates sin ver a sus familiares. Han perdido a muchos compañeros en enfrentamientos con las tropas separatistas prorrusas, algo que también ocurre al revés. El desgaste psicológico y físico se acentúa por la sensación de estar perdiendo la guerra, ya que desde agosto del año pasado las fuerzas de Kiev han estado a la defensiva, resistiendo como han podido varias ofensivas rebeldes.
Con la guerra, la población a ambos lados del frente se ha radicalizado y la división del país ya parece difícilmente reparable, como reconocen en el propio gobierno ucraniano. «Es difícil creer que la gente del Donbás y el resto de ucranianos puedan vivir en un Estado conjunto», admite Volodymir Ariev, diputado de la Rada -el Parlamento ucraniano- por el partido del actual presidente del país, el Bloque Petro Poroshenko. «Ya no combatimos por recuperar el Donbás, sino por no perder más terreno», agrega este periodista y director de documentales que también es el jefe de la delegación ucraniana ante el Consejo de Europa.
Los acuerdos firmados en Minsk, la capital de la vecina Bielorrusia, en la noche del 11 al 12 del pasado febrero entre el Gobierno ucraniano y las autoridades de los territorios sublevados de Donetsk y Lugansk, con la mediación de Alemania, Francia y Rusia, han logrado una tregua en el frente que se cumple básicamente, con sólo algunos enfrentamientos esporádicos. Poco después, el 18 de febrero, el mismo día que se hacía oficial la conquista de la ciudad de Debaltsevo por parte de las tropas rebeldes, el presidente Poroshenko anunció que buscaría la intervención de la ONU mediante el envío de cascos azules al Donbás. La petición se hizo formal el 2 de marzo ante el consejo de Seguridad Nacional de Ucrania. Moscú puede bloquear la petición en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde es una de las cinco potencias con derecho a veto. El 17 de marzo, el Parlamento de Kiev votó una ley que otorgaría a las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk un autogobierno bajo un «estatus especial».
Todas estas iniciativas para acabar con el conflicto no responden sólo a intenciones pacifistas sino a una necesidad cada vez más urgente: Ucrania está al borde de la bancarrota. Han pasado unos valiosos meses en los cuales el Gobinero ucraniano, que cuenta con varios ministros de partidos de ultraderecha, se ha movido lentamente, sin hacer grandes cambios en sus políticas económicas. Como señala Oleg Rybachuk, «cada vez queda menos tiempo para empezar a llevar a cabo las reformas que necesita el país. Simplemente no se puede esperar más». Rybachuk fue viceprimer ministro en tiempos de la presidencia del pro occidental Víctor Yuschenko. Aquel gobierno fue el primero que dio la espalda a Rusia desde que Ucrania consiguiera la independencia de la Unión Soviética. Pero fracasó, entre otras cosas, por su incapacidad para vencer a la corrupción endémica en el país.
Rechazo a la oligarquía
También el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que son las pocas fuentes a las que Kiev puede acudir para obtener financiación, están presionando con el fin de que el Gobierno emprenda las reformas necesarias para acabar con esta lacra. El problema, sin embargo, es que la corrupción no es algo ajeno a los dirigentes que ahora deberían combatirla. Ahí están oligarcas como Igor Kolomoiskiy, el gobernador de la región de Dniepropetrovsk y dueño del mayor banco de la nación; Rinat Ajmetov, el hombre más rico del país y propietario de la mayoría de las industrias en el Donbás, y el propio Poroshenko, un próspero hombre de negocios.
Lo estaban en la paz, y lo están en la guerra. Así, Kolomoiskiy financia varios batallones voluntarios del Ministerio del Interior ucraniano, a los que utiliza para presionar mediante la fuerza a sus oponentes. Ajmetov emplea su fortuna tanto para traer ayuda humanitaria a la población que la necesita en el Donbás, como para pagar a las fuerzas de ambos bandos para que eviten en la medida de lo posible la destrucción de sus fábricas. La hostilidad de Poroshenko hacia Rusia no le impide tener negocios en ese país, como una fábrica de dulces en Lipetsk.
El rechazo a esa oligarquía fue lo que motivó a una parte de los manifestantes -hubo otros con fines más oscuros, como los grupos fascistas- a participar en las protestas del Maidán, que paralizaron el centro de Kiev en el invierno de 2013-2014 y que terminaron en el derrocamiento del presidente Víctor Yanukovich. «En el Maidán nació una sociedad civil pero, por desgracia, los que han llegado al poder la han defraudado», se lamenta Anatoliy Bashlovka, abogado y uno de los líderes más populares de aquellos días. «El sistema oligárquico ha capitalizado la protesta en beneficio propio. Sólo una presión sistemática de esta sociedad civil sobre el poder dará la oportunidad de construir un estado realmente democrático», opina este activista.
Los jóvenes que se manifestaron en el Maidán hace más de un año, y que vieron como morían ante sus ojos varios de sus amigos en la represión de la protesta, ahora están confusos. Anastasiya Sosnova, que hizo de voluntaria en los días en los que se produjo la masacre en la calle Institutskaya, resume lo que piensan sus compañeros hoy en día: «Nos mantenemos a flote. El Maidán hizo falta, sigo apoyando los ánimos revolucionarios de entonces, pero la situación económica es tremendamente triste».
Ucrania vio cómo su economía se contraía el año pasado entre un 7% y un 10%, según quien presente las cifras. Eso fue en 2014, cuando los seis primeros meses fueron relativamente normales para la industria, y el país pagaba el gas ruso todavía a un «precio amigo», que había conseguido el presidente Yanukovich. Para este año, el FMI calcula que la economía caerá un 5,5% y la inflación será del 27%. Para 2016, los expertos del organismo de Washington auguran una vuelta al crecimiento. Pero otros economistas presentan pronósticos bastante más negativos, con una inflación de hasta el 272% y sin recuperación económica a la vista en 2016. Un cuarto de las industrias del país están en zonas controladas por los rebeldes. El Donbás es una de las regiones industriales más importantes del país y su pérdida de facto ya es un duro golpe para Kiev.
Sin embargo, si se rompe la tregua y sigue el avance de las tropas prorrusas, otras regiones del Este como Járkov o Dnipropetrovsk también podrían caer en manos de los separatistas y, con ellos, toda la realidad industrial ucraniana. Por culpa de la guerra, el mayor socio comercial, Rusia, es ahora considerado como un enemigo por las autoridades ucranianas, con lo cual el volumen de comercio está cayendo a mínimos históricos desde la desintegración de la URSS. Con este panorama, las perspectivas del país no parecen muy halagüeñas. Las arcas públicas están vacías y el país depende de ayudas desde el exterior.
Los organismos internacionales dispuestos a prestar dinero a Ucrania quieren garantías de que su capital será devuelto, con los intereses pertinentes. Por ello, el FMI y el Banco Mundial piden a Ucrania más transparencia y una lucha decidida contra la corrupción. Estas instituciones ven con malos ojos apostar por el futuro de naciones en guerra. Así que, mientras haya combates, también es más difícil que llegue financiación desde fuera. Si no se cumplen las condiciones, no llega el dinero; sin el dinero, el país roza la bancarrota.
Crédito del FMI
Ante este complejo panorama, el FMI aprobó recientemente un nuevo crédito a fondo perdido de 17.500 millones de dólares. Una cantidad que se le va a entregar a lo largo de cuatro años, con la condición de que Ucrania respete la tregua acordada en Minsk. Haciendo un simple cálculo, sale que la ayuda representa casi 12 millones de dólares diarios para las arcas ucranianas. El conflicto, incluso con el alto el fuego, le cuesta a Kiev un mínimo básico de al menos seis millones, entre sueldos de los militares, manutención, combustible y demás. Evidentemente el coste se dispara si hay combates. Este nuevo dinero servirá para estabilizar la grivna, la moneda nacional, pagar en parte intereses de préstamos anteriores y la factura del gas ruso. El resto se utilizará para mantener a flote un Estado que de otra manera declararía la bancarrota.
«Estamos esperando la ayuda de otros Estados, nos gustaría mucho recibir ayuda de la Unión Europea. La ayuda del FMI y el Banco Mundial está muy bien, pero ante todo esperemos que la UE finalmente nos ayude», afirma la voluntaria del Maidán, Sosnova. Sin embargo, la Unión Europea, por ahora, no ha anunciado ningún programa sustancial de apoyo a Ucrania. Quizás no sea solo una falta de voluntad, sino más bien una falta de recursos económicos ante la crisis interna que vive la propia Unión. Además los países europeos necesitan que el gas ruso siga llegando a sus hogares y fábricas, especialmente naciones como Alemania, donde la industria depende en un elevado porcentaje del suministro de empresas como Gazprom.
Los objetivos geoestratégicos de la UE y EEUU frente a Rusia por asegurarse la lealtad de Ucrania se mezclan con intereses económicos muy básicos. Por ahora, el conflicto está haciendo daño a ambas partes, aunque mucho más a Rusia. Las sanciones económicas de Bruselas contra Moscú por la anexión de la República de Crimea tras un referéndum por la independencia de Ucrania están haciendo mella en la economía rusa. En sentido contrario, el gobierno de Putin ha vetado un abanico de importaciones europeas que perjudica a muchos productores en la UE. Mientras algunos países, especialmente EEUU y Reino Unido, apoyado por Estados del Este como Polonia o las repúblicas bálticas, mantienen un discurso más agresivo hacia el Kremlin, otros, encabezados por Alemania y Francia, se empeñan en buscar una solución pactada. La canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés François Hollande se están implicando personalmente en la gestión de la crisis.
La solución se antoja muy difícil en un país ahora más dividido que nunca. Por lo menos, el enfrentamiento militar ha dado paso a la diplomacia. Por ahora.
Fuente: http://www.lamarea.com/2015/04/04/ucrania-tregua-por-agotamiento-economico/