«El día del triunfo vendremos a ofrecer en el altar del Padre americano, el fruto de nuestra redención y el brillo y el honor de nuestra historia». José Martí. Sin lugar a dudas fue el Libertador Simón Bolívar la figura histórica más destacada de nuestra América en el siglo XIX. Su personalidad fue el espejo […]
Sin lugar a dudas fue el Libertador Simón Bolívar la figura histórica más destacada de nuestra América en el siglo XIX.
Su personalidad fue el espejo que descifra la epopeya emancipadora anticolonialista y revolucionaria de nuestros antepasados. El más consecuente y avanzado de nuestros libertadores. Fue él, quien vislumbró por primera vez la importancia estratégica que para el futuro de su verdadera independencia tenía la unidad de América Latina, y delineó proyectos concretos para transformar la sociedad mediante la alianza de los elementos más progresistas de la incipiente burguesía con los sectores más humildes y explotados, hacia la construcción de un sistema social más avanzado, equitativo y justo. Bolívar ha pervivido en el recuerdo de las sucesivas generaciones, no solo como padre de la unidad latinoamericana, sino también como símbolo de la revolución y de los oprimidos.
Paradójicamente pese a su arrolladora personalidad, genio político y victorias militares, no fue su pensamiento el que terminó por imponerse ni su sueño el que hizo realidad, sino el de sus enemigos políticos, representantes de los intereses más retardatarios de la sociedad.
El gran propósito bolivariano fue la transformación de la lucha anticolonialista por la independencia en un régimen revolucionario el que asumiera los profundos cambios democráticos, por el camino del progreso de la situación material y social de las masas populares. Pero una correlación de fuerzas adversas impidió que los revolucionarios de la época (a cuya cabeza estaba Bolívar) ocuparan el poder de manera definitiva para ponerlo al servicio del pueblo. En el fondo de la gran frustración histórica nacional sigue trunco el proyecto bolivariano. Como dijera José Martí: «Lo que Bolívar dejó sin hacer, sin hacer está hasta hoy. Porque Bolívar tiene que hacer en América todavía».
Tal vez si logramos aclarar bien el contenido revolucionario del pensamiento bolivariano y comprender las causas que impidieron transformar la emancipación latinoamericana del dominio de las metrópolis europeas en una revolución social que redimiera de la explotación y el atraso a los sectores más pobres de la sociedad, podríamos entender mejor nuestra razón » fariana » de ser bolivarianos.
Capítulo I
A comienzos del siglo XIX, los territorios actualmente conocidos como América Latina vivían bajo el dominio de las grandes metrópolis colonialistas de Europa, que se encontraban en la etapa del absolutismo monarquista feudal. Los máximos defensores en estas tierras de ese sistema explotador eran: – Terratenientes explotadores de los indios – Los dueños de minas – Los propietarios de esclavos y la Iglesia católica. En dicha sociedad, además del modo de producción feudal existían rezagos del esclavismo en su fase de plantación, asomos -valga la palabreja- del capitalismo, expresados fundamentalmente en los comerciantes (portuarios y distribuidores del interior del país), propietarios de pequeñas manufacturas, así como pequeños burgueses urbanos, principalmente artesanos. Esta era la composición de clases de los propietarios, de los ricos, de los pudientes de aquella época.
A su vez, las masas populares, estaban compuestas por: – Pequeños campesinos blancos – Arrendatarios de tierras – Mestizos – Indígenas (que servían la servidumbre o vivían en sus tradicionales comunidades agrícolas) y – Esclavos de origen africano Tal era el complejo espectro de clases que enfrentó Bolívar al diseñar una estrategia de unidad contra el enemigo común -el colonialismo- y a su vez por alcanzar un sistema social más avanzado, equitativo y justo.
Era un hecho -y la posteridad se encargó de constatarlo- que a la hora de hablar de la lucha contra el colonialismo y por la independencia no había problemas de unidad entre los patriotas pero a la hora de hablar de cambio social y tránsito hacia un sistema mejor y más avanzado, aparecían las diferencias
El genio de Bolívar en materia política consistió en comprender con perspicacia que el momento exigía una creadora política de alianzas que evaluara correctamente los intereses y exigencias de cada grupo sin menoscabo de los objetivos generales. Solo así sería posible erigir un amplio frente revolucionario y democrático que permitiese superar las posiciones elitistas de la burguesía y arrastrar a la mayoría de la población. Por este camino Bolívar confiaba en llevar a cabo su gesta internacionalista que implicaba profundas transformaciones democráticas para nuestro pueblo.
Estas transformaciones solo serían posibles, a condición de obtener un cambio en la correlación de fuerzas, aislando los sectores más conservadores, dentro de la coalición, a favor de los más revolucionarios. La gran tragedia para nuestro pueblo consistió en que dicha tendencia no pudo imponerse, pues la correlación de fuerzas entre las distintas clases no permitió materializarla dada la tenaza resistencia ejercida por los sectores reaccionarios. Para vencer, la revolución necesitaba reivindicar los derechos generales de la sociedad y expulsar de su seno a los colonialistas junto a sus aliados internos, componentes ambos de la reacción feudal. Eso fue lo que no consiguió hacer Bolívar. De allí provino su fracaso a pesar de su empeño por evitarlo durante toda la vida.
Los orígenes de la lucha
España ofendía a todos los americanos sin excepción creando las condiciones objetivas para la unidad anti -española, situación esta, brillantemente percibida por el Libertador cuando en la carta de Jamaica describía esta situación de la siguiente manera: » Los americanos en el sistema español que está en vigor, y quizá con más fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de los propios para el trabajo y cuando más el de simples consumidores y aún esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el Rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias americanas para que no se traten, entiendan ni negocien; en fin, ¿quiere usted saber cual era nuestro destino? Los campo para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón; las llanuras solitarias para criar ganado; los desiertos para cazar las bestias feroces; las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar esa nación avarienta….
Estábamos como acabo de exponer, abstraídos y digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado.
Jamás éramos virreyes, no gobernadores, sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos, pocas veces; diplomáticos, nunca; militares, solo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin ni magistrados ni financistas, y casi ni aún comerciantes: todo en contravención directa de nuestras instituciones… pretender que un país tan felizmente constituido, extenso, rico y populoso sea meramente pasivo. ¿No es un ultraje y una violación de los derechos de la humanidad? » Como se ve, Bolívar confiaba en que solo, mediante la apelación a la ascendente nacionalidad y a la usurpación de los derechos políticos de todos los americanos, por parte de los españoles, sería posible agrupar a los ricos plantadores criollos, ganaderos, comerciantes del interior y algunos representantes de la aristocracia latifundista en la lucha por la conquista de un gobierno soberano e independiente de la corona.
Sin embargo, su idea de unidad no se quedaba allí, sabía que no bastaba unir a los ricos; Bolívar fue el primero en entender la necesidad de incorporar la gran masa del pueblo a la lucha por las transformaciones revolucionarias. Estaba convencido que sin el respaldo popular a la guerra independentista, la revolución sería nuevamente derrotada.
De la misma manera, comprendía que la incorporación de esos sectores a la lucha contra el absolutismo solo sería posible reivindicando sus necesidades y derechos. Sabía que resultaba imposible construir un amplio frente revolucionario sin garantizar a los esclavos el fin de la esclavitud, y la solución al problema de la tierra exigida por indígenas y campesinos. Era imposible construir el amplio frente sin contar con la mayoría de la nación: esclavos, indígenas y campesinos.
Ese es el sentido de toda la estrategia política y militar bolivariana. De allí sus permanentes llamados a la igualdad y a la abolición de la esclavitud como condición para sacar adelante su proyecto revolucionario.
La derrota de la primera República Venezolana en 1.812 dejó en el Libertador la más profunda huella, pero sobre todo, la más honda lección acerca de la importancia cardinal que la unidad tenía para el triunfo de la revolución. «Nuestra división y no las armas españolas nos tornaron a la esclavitud», había escrito en su célebre Manifiesto de Cartagena haciendo el balance de esos años.
No olvidaba el Libertador que la primera (I) y segunda (II) Repúblicas se habían derrumbado porque la revolución se había orientado exclusivamente a la eliminación de los privilegios personales o fueros de naturaleza feudal y a la proscripción de títulos nobiliarios en beneficio exclusivo de los ricos propietarios venezolanos o neogranadinos sin tener en cuenta para nada a la masa de esclavos o campesinos pobres que constituían el grueso del ejército independentista.
No le extrañaba al Libertador que esa revolución ajena al pueblo, lejana de sus intereses, poco a poco fuera perdiendo interés para las masas que no veían ninguna mejora en su situación sino simplemente el cambio de unos explotadores por otros. Esta situación fue hábilmente por los colonialistas para alentar al interior, el germen de la contra-revolución mediante el surgimiento de una terrible fuerza paramilitar que a la postre daría al traste con el régimen Republicano en Venezuela: los llaneros de Boves . Esos míticos jinetes de las planicies ganaderas, ubicadas entre las montañas del litoral y márgenes del río Orinoco se agruparon en torno a un torvo caudillo peninsular llamado José Tomás Boves , quien apelando a su sentido de Clase, les hacía ver a los grandes hacendados criollos, dueños de las plantaciones como sus verdaderos enemigos. Para lograr que los llaneros respaldaran la causa de España, el astuto Boves proclamó en sus territorios la abolición de la esclavitud y entregó a la furia de su tropa los bienes y mujeres de los ricos propietarios de Venezuela. Al poco tiempo había logrado consolidar un poderoso ejército de raíces populares aunque con fines contrarrevolucionarios.
Ni siquiera los desesperados esfuerzos del Libertador, quien en 1.814 en San Mateo, otorgó la libertad a sus propios esclavos, logró alterar la situación, pues, aún la mayoría de sus propios oficiales repudió dicha medida. No podían aceptarlo, porque ellos mismos eran esclavistas que rechazaban cualquier ejemplo de disposición contraria a sus intereses de clase.
A partir de ese momento las pugnas internas en el bando revolucionario se reavivaron y resurgieron las mismas contradicciones políticas que dos años antes habían derrotado a Miranda. En estas condiciones ante el empuje de Boves , la segunda República de Venezuela se desplomó poniendo punto final a todo lo conseguido por el Libertador en su famosa «Campaña Admirable».
Esa experiencia lo marcó para siempre. Por eso en 1.815 cuando Bolívar comenzaba a trazar nuevamente su estrategia política y militar con miras a la reconquista del poder, le concedía la mayor importancia a la cuestión de unir los dispersos contingentes revolucionarios que ya existían en Venezuela para construir el gran ejército de la revolución.
Lo mismo le había ocurrido a Nariño en 1.813. En Julio de ese año, la República vivía tiempos difíciles, pues las tropas colonialistas procedentes de Perú y Quito intentaban enlazar con sus congéneres de Pasto y Popayán. Avanzando con el propósito de frenar dicha envestida, Nariño decidió marchar personalmente al frente sur. Por eso anunció el 13 de Junio de 1.813 que se sometería a las exigencias que le hiciera el Congreso y a los principios de lo que se llamaba «El acta Federal», con quienes mantenía él agudas contradicciones, todo esto, a cambio de la aceptación de su proyecto militar, que consistía en concentrar la fuerza de la Nueva Granada en esta zona, e iniciar una ofensiva que culminara en el Perú, principal bastión del feudalismo español.
Tras lograrse un acuerdo en dicho sentido, los contingentes federalistas y cundinamarqueses partieron hacia la zona de combates bajo el mando de Nariño, quien a su paso y para acrecentar su ejército, liberaba a los esclavos negros de las minas, a condición de que lucharan a favor de la independencia. Esta decisión suscitó el rechazo airado del Congreso Federal, muchos de cuyos integrantes eran esclavistas que veían lesionados sus intereses. Así fue que el 3 de Febrero de 1.814, se emitió un decreto prohibiendo que Nariño tomara medida alguna con respecto a la esclavitud, porque «dicha materia no le estaba expresamente atribuida por el Acta Federal». Posterior a esto, las contradicciones se siguieron ahondando y después de la toma de Popayán, los oficiales que respondían ante la Jefatura del Congreso, se negaron a continuar su marcha al sur. En estas condiciones, ya divididas y debilitadas las fuerzas, el asalto cundinamarqués a Pasto fue un desastre que culminó con la captura del propio Antonio Nariño por parte de los españoles el 14 de Mayo de 1.814.
Estas experiencias las tenía muy presentes el Libertador en su Tercera Campaña.
No en vano, en su trascendental documento: «Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla» más conocido como la «Carta de Jamaica», concluye: «Yo diré a usted lo que pueda ponernos en actitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno: Es la unión, ciertamente; más esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y bien dirigidos». No obstante tener claridad en los objetivos, la vida le tenía reservados otros obstáculos. Nuevas dificultades confrontaría el Libertador antes de sacar adelante su proyecto.
De Haití partió con rumbo a la Isla Margarita y a las costas orientales venezolanas, donde contingentes de mulatos y negros que habían escapado de su condición de esclavos, mantenían la región fuera del control absolutista. Tras enviar parte de las armas de su expedición a esos patriotas en Guaira y los Llanos orientales, Bolívar se dirigió a Carupano en donde proclamó el fin de la esclavitud. Un mes después en Ocumare reiteró en estos términos sus planteamientos: «Esa porción desgraciada de nuestros hermanos que ha gemido bajo las miserias de la esclavitud, ya es libre. La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos; de aquí en adelante solo habrá en Venezuela una clase de hombres: todos serán ciudadanos». También en este caso la situación volvió a repetirse. Su radical medida motivó que muchos esclavistas dueños de plantaciones rechazaran a Bolívar y abandonaran el apoyo a su ejército. A su vez, él sin el apoyo de la opulenta burguesía exportadora del litoral y carente de fuerza para lograr imponer su revolucionario decreto que otorgaba libertad a los esclavos, no tuvo más remedio que regresar a Haití, a solicitar nuevamente la solidaridad de Alejandro Petión , quien con infinita generosidad se la concedió nuevamente. Así armó su segunda expedición. Pero ahí no pararon las cosas. De nuevo tuvo problemas al tocar las costas de Barcelona y fue entonces cuando decidió dirigirse a la Guyana desde donde intentaría unir los diversos grupos guerrilleros que operaban en los Llanos Orientales de Apure y Casanare , pues resultaba imposible construir el frente revolucionario por la zona costera, debido a la naturaleza reaccionaria de esa burguesía que mantenía inmutable su negativa a suprimir la esclavitud.
Amargamente había llegado a la trascendental conclusión, de que solo los llaneros podían convertirse en la fuerza social que arrastrase a los plantadores y esclavos a la lucha contra el colonialismo. Ambas clases estaban objetivamente interesadas en liquidar el dominio español aunque tuvieran contradicciones entre sí. Además ya no defendían el colonialismo como lo hicieran en vida de Boves sino que militaban en las filas patrióticas. El milagro lo habían conseguido Páez, Monagas, Zaraza, Cedeño y Santander; al respecto es interesante leer lo que escribió José Antonio Páez en su autobiografía, al comentar la organización de su ejército: «Después de haber con tropas colecticias derrotado a los españoles en todos los encuentros que tuve con ellos, organicé en el Apure un ejército de caballería…en su mayor parte se componía de los mismos individuos que a las órdenes de Boves habían sido el azote de los patriotas…yo logré atraérmelos; conseguí que sufrieran contentos y sumisos todas las miserias, molestias, escaseces de la guerra, inspirándoles al mismo tiempo amor a la gloria, respeto a las vidas, propiedades y veneración al nombre de la patria». Una vez en territorio venezolano el Libertador reanudó su febril actividad revolucionaria. Con el propósito de estimular la permanencia de los llaneros en la tropa, ordenó que los bienes confiscados al enemigo fuesen repartidos entre los combatientes según su rango y méritos y no mediante la subasta, como era la costumbre, ya que esta solo beneficiaba a los ricos. La propuesta bolivariana sustentada en la proporcionalidad de la riqueza y la jerarquía, sin ser perfecta, si era muy avanzada para su época. Para tal efecto ordenó: – «Artículo Primero: Todos los bienes raíces e inmuebles que se han secuestrado y confiscado, o deben secuestrarse y confiscarse, y no se hayan enajenado ni pueden enajenarse a beneficio del erario nacional serán repartidos y adjudicados a los generales, jefes, oficiales y soldados de la República en los términos que abajo se expresan. – «Artículo Tercero: Los oficiales, sargentos, cabos y soldados que obtuvieron ascenso posterior a la repartición tendrán derecho para reclamar el déficit que hayan entre la cantidad que recibieron cuando ejercían el empleo anterior y la que les corresponde por el que últimamente se les hubiera conferido y ejerzan al tiempo de la última repartición.» Bolívar también dispuso que se interviniera la mayor parte de las producciones agropecuarias de las regiones que iba liberando para intercambiarlas por armas y pólvora con el exterior.
Todo esto dentro del más estricto cumplimiento de la Ley. Los transgresores eran severamente sancionados, aunque se tratase de oficiales de la más alta graduación: «Ponga usted en arresto (escribió por esos días al Fiscal militar) al jefe del Estado Mayor de la Caballería por malversación de los intereses del Estado». Siempre se mostró inflexible contra quienes abusaban del cargo para apropiarse de los bienes públicos. Por esos días dirige encendidos mensajes a todos los jefes guerrilleros, Piar, Mariño, Arismendi , Bermúdez, invitándolos a la unidad, mientras tanto se reúne con Páez. Tiene la vista puesta en el objetivo fundamental de unir todas las fuerzas guerrilleras revolucionarias bajo un mandato político y militar único e indiscutible. Tarea no muy fácil, si tenemos en cuenta las ambiciones caudillistas de todos ellos.
Un año después, ante el Congreso de Angostura, buscando apoyo a la ratificación de sus medidas insistió en dos cuestiones que consideraba los pilares de su estrategia para dotar a la revolución de contenidos populares: la abolición de la esclavitud y la redistribución de los bienes nacionales. «Hombres que se han desprendido de todos los goces, de todos los bienes que antes poseían, como el producto de su virtud y talentos, hombres que han experimentado cuanto es cruel en una guerra horrorosa, padeciendo las privaciones más dolorosas y los tormentos más acervos; hombres tan beneméritos de la patria, han debido llamar la atención del gobierno. En consecuencia he mandado recompensarlos con los bienes de la nación. Si se ha contraído para el pueblo alguna especie de mérito, pido a sus representantes que oigan mi súplica como el premio de mis débiles servicios. Que el Congreso ordene la distribución de los bienes nacionales conforme a la Ley que a nombre de la República he decretado a beneficio de los militares venezolanos». Refiriéndose a la abolición de la esclavitud hizo este vehemente llamado ante el Congreso, para que fueran ratificados sus decretos: » La esclavitud rompió sus grillos y Venezuela se ha visto rodeada de nuevos hijos, de hijos agradecidos que han convertido los instrumentos de su cautiverio en armas de libertad. Si, los que antes eran esclavos, ya son libres; los que antes eran enemigos de una madrastra ya son defensores de una patria. Yo quiero encareceros la justicia, la necesidad y la beneficencia de esta. Nadie puede ser libre y esclavo a la vez, sino violando las leyes naturales, las leyes políticas y las leyes civiles». Remataba su argumentación con este patético llamado al Congreso: «Abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación que todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República «. En este contexto y en la perspectiva de amalgamar los intereses vitales de los plantadores, con los de grupos sociales humildes y explotados, Bolívar esboza ante el Congreso un audaz proyecto constitucional que resume con brillantez inusitada sus ideas políticas, democráticas y republicanas. Es tal vez el discurso ante el Congreso de Angostura, escrito bajo las más difíciles circunstancias, asediado por las plagas y padeciendo fiebres palúdicas mientras navegaba por el Orinoco, después de una agotadora campaña junto a Páez y sus míticos «Centauros del Llano», la más importante pieza política de cuantas escribiera su pluma iluminada. Todo colombiano debería leer este documento. Es allí, donde mejor está expuesto el pensamiento bolivariano.
Capítulo II. Su proyecto político
Su audaz propuesta de gobierno apuntaba a la búsqueda de una solución duradera a los problemas que afrontaba la nación, garantizando el dominio revolucionario y estableciendo un sistema democrático capaz de superar la anarquía y la tiranía de una minoría oligárquica, puesto que abolía la esclavitud, la aparcería y la servidumbre feudales.
En esta dirección escribió: » Un gobierno republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de todos los privilegios». El proyecto de Estado propuesto por el Libertador constaba de los mismos tres poderes planteados por Montesquieu -ejecutivo, legislativo y judicial- más un cuarto poder, llamado por Bolívar «El poder Moral o Electoral». «Era una original adaptación creadora del pensamiento de Montesquieu en relación con el equilibrio de poderes divididos, pero influido por las ideas democráticas de Rousseau , adecuadas al momento político venezolano», ha dicho el historiador cubano Prieto Rozos.
El primer poder residiría en la creación de un prestigioso ejecutivo vitalicio, que fungiese como poder moderador entre un senado burgués hereditario (que garantizara la hegemonía de esa clase, como en Gran Bretaña) y una Cámara de Representantes de origen popular, electa mediante sufragio universal.
El Segundo Poder, el Legislativo constaba de tres cámaras electas que serían: La de Tribunos, encargada de la Hacienda y de la paz o guerra; la de senadores, referente a la emisión de leyes y de los códigos que rigen la nación, la de censores, celosa guardiana de la Constitución y de los Tratados públicos internacionales.
El tercer poder, el Poder Judicial gozaría de la máxima independencia y de una judicatura inamovible, la Primera Magistratura residiría en la Corte Suprema de Justicia, que sería nombrada por los censores a pedido de los Senadores.
El cuarto poder llamado por Bolívar el Poder Moral o Electoral, estaría integrado por jueces, y recibiría, de los ciudadanos las quejas acerca de las infracciones a las leyes o sobre el procedimiento incorrecto de algún magistrado.
Tratando de explicar ante el Congreso el origen de esta nueva concepción del Estado, el Libertador expuso lo siguiente: «Meditando sobre el modo efectivo de regentar el carácter y las costumbres que la tiranía y la guerra nos han dado, me he sentido en audacia de inventar un poder Moral, sacado del fondo de la oscura antigüedad y de aquellas olvidadas leyes que mantuvieron, algún tiempo, la virtud entre griegos y romanos.
Bien puede ser tenido por un cándido delirio, más no es posible, y no me lisonjeo, que no desdeñareis enteramente un pensamiento que, mejorado por la experiencia y las luces puede llegar a ser muy eficaz». Siete años más tarde, al hacer la presentación de sus propuestas de Constitución para Bolivia y refiriéndose al mismo tema escribió: «El poder electoral ha recibido facultades que no le estaban señaladas en otros gobiernos que se estiman entre los más liberales. Me ha parecido no solo conveniente y útil sino también fácil, conceder a los representantes inmediatos del pueblo los privilegios que más pueden desear los ciudadanos de cada departamento, Provincia o Cantón. Ningún objeto es más importante a un ciudadano que la elección de sus legisladores, magistrados, jueces, Pastores…de ese modo se ha puesto un nuevo peso contra el Ejecutivo, y el gobierno ha adquirido más garantías, más popularidad y nuevos títulos para que sobresalga entre los más democráticos.» Se trataba pues, como se puede ver, de un interesante proyecto de creación de una nueva República, que se adaptara a las condiciones específicas latinoamericanas y evitara toda imitación servil de algún documento similar existente y cuyos lineamientos se trasladarán de forma mimética o calcada a nuestros países.
Finalmente, su alocución ante el Congreso concluía con este vehemente llamado: «Legisladores: Dignaos conceder a Venezuela un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión de la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humildad y la paz. Un gobierno que haga triunfar bajo el imperio de las leyes inexorables, la igualdad y la libertad». Lo que pasó después era un indicador bien claro que la correlación de fuerzas no favorecía el proyecto revolucionario, pues a pesar que el Congreso designó a Bolívar como Presidente Provisional de Venezuela y a Francisco Antonio Zea como Vicepresidente, la burguesía latifundista que dominaba la constituyente desestimó el llamamiento del Libertador a erigir una República Democrática, Centralista e Igualitaria. Tampoco fue aceptada su solicitud de abolir la esclavitud y al mantener la exigencia de poseer propiedades de valor superior de 500 pesos para obtener el derecho al sufragio, se arrojaba por la borda todo el esquema de gobierno propuesto por el Libertador.
En estas condiciones, consideró el Congreso, que ya no era necesaria la creación de un Senado hereditario, que sirviera de equilibrio a unas cámaras elegidas democráticamente, en adelante todo el legislativo sería burgués, pues como ya dijimos, para ser elegidos se requería un altísimo censo. Tampoco sería necesario el poder ejecutivo vitalicio que sirviera de moderador entre los otros poderes y mucho menos el poder moral que fiscalizara a las otras ramas.
La Constituyente sancionó pues, la creación de una República ajena totalmente a los intereses populares. Allí empezaron las dificultades institucionales de la estrategia política coalicionista bolivariana.
No es de extrañar que esas hayan sido las conclusiones del Congreso de Angostura si tenemos en cuenta la procedencia de los delegados al Congreso: de los 30 que componían la totalidad de los delegados, 4 eran generales, 4 coroneles, el intendente general del ejército, 1 edecán del Libertador, 3 Consejeros del Estado, 1 Triunviro del Consejo de Gobierno, 2 de los diputados del gobierno de la Primera República de 1.811, tres representantes del Congresillo de Cariaco, 1 redactor del Correo del Orinoco, el periódico fundado por el Libertador en esos días y el Secretario de la Comisión Electoral. Los otros 5 provenían y representaban la provincia de Casanare, que aunque pertenecía a la Nueva Granada se consideraba unida con los venezolanos en la guerra de Independencia. ¡Ni un solo representante de los pobres en ese Congreso!
Sin embargo, no todo había sido fatal para el Libertador. Se habían logrado dos cosas positivas, de enorme trascendencia para la estrategia bolivariana: La una era la autorización y el respaldo tácito para que Bolívar marchara a la Nueva Granada a procurar su liberación, aún cuando Venezuela estuviera aún bajo el yugo español. Y la otra, que el Congreso hubiera elegido como vicepresidente a un granadino, pues con la elección de Zea se desdibujaban los criterios fronterizos de la Gran Patria Hispanoamericana.
Pasado el Congreso de Angostura toda la actividad de El Libertador va a girar en torno a la preparación de su próxima campaña, la de la batalla de Boyacá que anunció a sí en su Proclama: «Granadinos! Reunid vuestros esfuerzos a los de vuestros hermanos: Venezuela conmigo marcha a libertaos, como vosotros conmigo en los años pasados libertasteis a Venezuela.
Ya nuestra vanguardia cubre con el brillo de sus armas provincias de vuestro territorio, y esta última vanguardia poderosamente auxiliada, ahogará en los mares a los destructores de la Nueva Granada. El sol no completará el curso de su actual periodo sin ver en nuestro territorio altares a la libertad» (Proclama a los Granadinos aparecida en el Correo del Orinoco, Agosto de 1.818). Después del triunfo de Boyacá con el que Bolívar correspondió a la solidaridad que los granadinos habían depositado en él desde la época de la Campaña Admirable , regresa nuevamente a Venezuela, (Diciembre de 1.819), cuando nuevos y graves acontecimientos reclaman su atención.
Los desaciertos de Zea en la conducción del gobierno, uno de los cuales consistió en devolver a los Estados Unidos las goletas «Tigre» y «Libertad», retenidas por el Libertador desde hacía más de dos años, suscitó el repudio de toda la población de tal manera que a los siete meses de instalado en el cargo, fue depuesto por un golpe militar. El primero que ocurría en Venezuela. Ante la ineptitud de Zea , el general Arismendi había asumido el mando. Al enterarse de lo acontecido, Bolívar regresa presuroso a Angostura donde estaba reunido por segunda vez el Congreso.
Al presentarse ante la Asamblea su voz tronó majestuosa con la autoridad moral que le daba la victoria: «Cuatro batallas cámpales ganadas, cuatro millones de hombres devueltos a la libertad y cuatro millones devueltos en las cajas del ejército; tal ha sido el motivo de mi ausencia».
Ante semejante argumento, nada podían responder los golpistas y los miembros de la oposición parlamentaria. El propio general Arismendi se vio impelido a declarar: «Jamás podremos recompensar dignamente a un héroe que nos ha dado patria, vida y libertad». Sin pérdida de tiempo, El Libertador propuso allí mismo la creación de una vasta república que integrase en una sola nación los territorios de Venezuela, Quito y la Nueva Granada. A instancias del Libertador, esa nación llevaría el nombre de COLOMBIA . El Congreso accedió y el 17 de Diciembre de 1.819 se dicta la Ley Fundamental por medio de la cual se constituye la República de Colombia. La nueva república se dividirá en tres departamentos: Venezuela, Quito y Cundinamarca . De los tres, solo Cundinamarca era libre, Venezuela y Quito aún estaban por liberarse.
Pasado el Congreso Bolívar regresa otra vez a Bogotá, (Marzo de 1.820), desde donde inició una intensa campaña legislativa. Reglamentó las confiscaciones de bienes del enemigo, con el mismo criterio de fragmentarlas y repartirlas, en vez de subastarlas; orientó acerca de las rentas del fisco; la fijación de precios y la organización de la superestructura del país de manera centralista; ordenó convertir los conventos en escuelas. «Tiempo es de hacer ya algún bien a costa de los abusos y de las sanguijuelas que nos han chupado el alma hasta ahora. Los bienes eclesiásticos nos pueden ser muy útiles para la educación pública. He dado rentas de los padres ricos, a los colegios y hospitales pobres, y han quedado ricos, según me dicen», escribiría después a Santander.
Posterior a esto, dispuso medidas concernientes a la emisión de moneda y a su circulación. Y el 20 de Mayo de 1.820 en Villa del Rosario de Cúcuta, expidió su célebre decreto de tierras, tendiente a hacer justicia y restablecer sus derechos a los indígenas expropiados diez años antes por los terratenientes. Dicho decreto ordenaba que se le devolviera «como legítimos propietarios, todas las tierras que formaban los resguardos según sus títulos, cualquiera que sea el que aleguen para poseerlos, sus actuales tenedores». Ahí fue Troya, porque muchos de los «actuales tenedores» eran los mismos reaccionarios que militaban en el bando republicano y siempre se habían opuesto a la abolición de la esclavitud y que la revolución implicara algún tipo de reforma que elevara el bienestar material de las masas. Era obvio que no iban a aceptar pasivamente que los despojaran de sus privilegios.
El decreto de Bolívar era consecuente con su estrategia revolucionaria y al mismo tiempo revelaba su comprensión de las necesidades del campesino, cuyo respaldo a cualquier causa, dependería ante todo de las medidas concretas que se adoptaran con respecto a la tierra. De ser beneficiados en ese sentido por los independentistas, El Libertador estaba seguro que las grandes masas se colocarían para siempre bajo las banderas de la revolución.
Pero de nuevo las viejas disputas de antaño se hacían presentes marcando las diferencias entre unos y otros. Con su oposición a esta medida los santanderistas le asestaron un golpe mortal al proyecto bolivariano.
Es ahí donde debe hallarse el origen de la gran contradicción que ha llevado Colombia como un estigma durante casi dos siglos y aún hoy enfrenta a los colombianos, entre partidarios y enemigos de la reforma agraria; entre bolivarianos y santanderistas ; entre reaccionarios y partidarios del progreso social. Es en esta etapa, cuando empieza a fraguarse la gran traición a las masas y al espíritu que había inspirado la lucha por la emancipación de España y cuando se manifiestan con mayor nitidez las diferencias ideológicas, que separaban a Bolívar y Santander.
Veamos lo que pasó después:
Bolívar, que sí andaba pensando en grande, consideró llegado el momento para lanzar su ofensiva militar contra la costa y obtener mediante un ataque por el litoral la definitiva liberación de Venezuela. Los otros, por su parte, andaban pensando en otras cosas. En cómo encontrar una forma legal y jurídica que dejara sin piso el decreto de tierras del Libertador. Encontraron la situación propicia en el Congreso Constituyente de Cúcuta de 1.821.
Argumentando los santanderistas que el Primer Congreso de Angostura, donde se creó la Gran Colombia , no representaba jurídicamente la voluntad de Cundinamarca y Quito, y para llenar el vacío que significaba la ausencia de un ordenamiento legal y administrativo para toda la nación, se convocó para el 6 de Mayo de 1.821 el Congreso Constituyente de Cúcuta, sin la participación del Libertador.
Al Congreso concurrieron 57 diputados de los 95 que correspondían a las 19 provincias. El quórum se fue completando en el curso de la reunión, con los representantes indecisos o que con retardo fueron llegando. Un mes después de instalado el Congreso -sesionó 4 meses- el Libertador libraba la batalla de Carabobo y conquistaba con ella la independencia de Venezuela.
Obtenido el triunfo exclamó jubiloso: «La intención de mi vida ha sido una: la formación de la República libre e independiente de Colombia entre dos pueblos hermanos. Lo he alcanzado. ¡Viva el Dios de Colombia!». La emoción del triunfo sin embargo no le evitaba la preocupación por lo que pudiera pasar en el Congreso. El tiempo se encargaría de demostrar que no le faltaba razón al Libertador para estar preocupado. Su preocupación y su opinión con respecto al Congreso quedaron reflejados en el mensaje que en víspera de la Batalla de Carabobo le escribió al mismo Santander: «Por aquí poco se sabe del Congreso y de Cúcuta…Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército…Todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad o con más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos…Piensan esos caballeros que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No han echado sus miradas sobre las cumbres del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos del Patía , sobre los indómitos pastusos, sobre los Guajibos del Casanare y sobre las hordas salvajes de África y de América que, como gamos, recorren la soledad de Colombia». ¡Cuánta razón hay en estas palabras del Libertador!
El Congreso terminó confirmando a Bolívar como Presidente de Colombia y a Santander como vicepresidente en oposición a Nariño que era el candidato del Libertador. Bolívar estaba muy irritado porque el Congreso había establecido nuevamente altos censos para obtener el derecho a ser elegido representante a las corporaciones públicas y en abierto desafío a la opinión del Libertador que proponía una Ley electoral más avanzada y democrática, el Congreso Constituyente de Cúcuta ratificó la condición para ejercer el derecho al voto, de poseer propiedades de valor superior a los 500 pesos, con lo que eliminaba de tajo la posibilidad de ejercer ese derecho a los estratos medios y bajos de la sociedad. No se le escapaba que así se dificultaba aún más, sacar adelante su estrategia política.
Así fue como se empezó a imponer la costumbre -después hecha tradición por las clases dominantes-, de excluir al pueblo de la participación democrática en la decisión de los asuntos del Estado. Fue así, como se empezó a configurar una República de «Señores», de letrados y minorías ricas, una república de camarillas en la que el pueblo no cuenta. Fue así como empezó el proceso de la revolución frustrada y como empezó a reconstruirse nuevamente, pieza por pieza, el orden social y económico de la colonia; esta vez bajo el dominio de la nueva aristocracia criolla.
No sería ese sin embargo, el único golpe asestado a los planes políticos del Libertador en ese Congreso. Faltaban otros, tal vez más significativos por su contenido e implicaciones futuras para el proceso transformador.
La verdadera traición a las esperanzas revolucionarias de las masas de ver mejoradas sus condiciones de vida, se produjo cuando el Congreso abocó las discusiones de fondo: La abolición de la esclavitud, la abolición de los privilegios y el problema de la tierra.
A opinión conocida de Bolívar y defendida por sus partidarios era: – Dar libertad a los esclavos. – Abolir el sistema fiscal fundamentado en las alcabalas y los estancos. – Desconocer todos los privilegios originados en la sangre y el poder económico – Dar cumplimiento al Decreto de tierras dictado por el Libertador. – Abrir la posibilidad democrática en los cuarteles de permitir que cada persona sin importar su origen social, color o su riqueza pudiese conquistar por méritos un determinado rango social. En contraposición, la opinión defendida por Santander y sus partidarios se aferraba a la tesis que defendía la «invulnerabilidad del derecho adquirido con justo título». Es decir que anulaba la posibilidad de expropiación, ahogando así cualquier intento de redistribución de tierras.
En el Congreso, terminó por imponerse la tesis santanderista , legitimando nuevamente la aberrante institución del esclavismo alegando que sus esclavos habían sido adquiridos con «justo título». Lo mismo ocurrió con la reforma agraria. Erigido en principio constitucional el concepto de la «invulnerabilidad del derecho adquirido…», se echaban por la borda las aspiraciones del Libertador de devolver la tierra a los indígenas y fortalecer la pequeña propiedad en beneficio de los sectores más pobres de la población. Las tierras se adjudicaron en miles de hectáreas para pagar servicios militares y mientras los beneméritos de la independencia se convertían en una nueva aristocracia y en dueños de inmensos territorios, los hombres del pueblo que habían regado con su sangre los suelos de la patria para obtener su libertad, no tuvieron participación en ese reparto de tierras.
La médula de la estructura política de ese nuevo estado oligárquico y excluyente, radicaba en que no admitía la participación de negros, mulatos, mestizos e indios en este juego institucional y solo admitía a los poderosos, propietarios y a toda la caterva de «letrados», militares y políticos que a su alrededor iban surgiendo.
Santander a la cabeza de los grandes contra-reformadores de la época, fue el inspirador de esta legislación que se nos impuso después como camisa de fuerza, al costo de incontables guerras civiles y golpes de cuartel, que no obstante su crudeza, dejaron si resolver los grandes problemas sociales, que aún subyacen en el seno de la sociedad colombiana.
Estos son los hechos históricos que no podrán ser borrados ni disminuidos por nadie. Es la historia de nuestra formación como Nación.
En este sentido podemos decir que la gran lucha emancipadora encabezada por nuestro Libertador Simón Bolívar, terminó por ser, primero una revolución inconclusa y más tarde una revolución traicionada, por una clase dirigente que no solo no vaciló en arriar todas las banderas sociales que inspiraron ese formidable esfuerzo revolucionario, sino que terminó traicionando o asesinando a los mejores hijos de América, para dar paso en el poder a una cúpula dominante, egoísta y mezquina que se formó en las peores hazañas, en innumerables traiciones y deslealtades y aberrantes conductas sociales contra-revolucionarias.
Por eso nuestro planteamiento debe orientarse a demostrar que el Estado actual no representa legítimamente nuestra continuidad histórica, ni corresponde al diseño con el que soñaron quienes combatieron y murieron por darnos Patria y Repúblicas.
Son estas razones, las que explican que nuestro alzamiento armado este inspirado en las más íntimas tradiciones patrióticas de nuestro pueblo y porque creemos que es nuestro deber impedir que Colombia siga siendo impunemente el botín del pirata en manos de una clase dominante de salteadores, que históricamente le han usurpado los derechos a las grandes mayorías de la nación y le han arrebatado el futuro de la Patria.
De ahí la importancia del rescate de nuestra historia, porque allí, en su conocimiento, estudio y divulgación están contenidos los más caros valores de nuestra nacionalidad. Y porque es a nosotros, los bolivarianos de hoy, a quienes corresponde terminar esta tarea que los libertadores por las razones históricas antes expuestas, dejaron sin hacer. Para que nuestro pueblo sienta nuestra causa como la suya propia, debemos saber rescatar el legado de los verdaderos padres de la patria, de los mejores hijos de Colombia y seguir siendo fieles a los ideales del Libertador Simón Bolívar, al sacrificio del padre Camilo Torres, al optimismo de Jaime Pardo Leal y a la fe en el futuro que nos inculcó Jacobo Arenas.
He ahí por qué en las FARC-EP somos bolivarianos y nos reclamamos hijos de Bolívar.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.