Desde la invasión militar, extranjera y mercenaria, planeada, organizada y financiada por Estados Unidos para derrocar a Muammar Gadafi, todo el mundo sabía que el siguiente paso de Washington sería derrocar a Bashar al Assad, presidente del gobierno de Siria. Y dicho y hecho. Pero Al Assad, a diferencia de Gadafi (y a diferencia de […]
Desde la invasión militar, extranjera y mercenaria, planeada, organizada y financiada por Estados Unidos para derrocar a Muammar Gadafi, todo el mundo sabía que el siguiente paso de Washington sería derrocar a Bashar al Assad, presidente del gobierno de Siria. Y dicho y hecho.
Pero Al Assad, a diferencia de Gadafi (y a diferencia de Saddam Hussein antes) no renunció, no huyó y no se escondió. Y no esperó a ser derrocado, violado, linchado y asesinado por la turba, como el libio, o colgado en el patíbulo, por órdenes de la Casa Blanca, como Hussein. Assad se dedicó a preparar la defensa de su patria y, hasta el momento, se mantiene al frente de su país.
Todo el mundo también sabía, cual numerosos observadores lo habían señalado, que la planeada invasión militar, extranjera y mercenaria, podría tener «consecuencias imprevisibles», fórmula retórica para decir que la región y el planeta podrían entrar en una etapa de caos social, económico, cultural, sanitario y político.
Así aconteció con las guerras desatadas por Estados Unidos en Afganistán, Irak y Libia: millones de víctimas entre muertos, heridos, lisiados y desplazados. Sólo que en estos casos las consecuencias «imprevisibles» nada más afectaron a los pueblos víctimas de la codicia yanqui, sin afectar grandemente a otras zonas del planeta.
El caso de Siria ha sido muy distinto en cuanto a esos efectos «imprevisibles». El caos social, cultural, económico, político y sanitario producido por la agresión estadounidense, en contubernio con algunos gobiernos europeos, ha producido el éxodo habitual de las víctimas y de los sobrevivientes. Sólo que a diferencia de otros casos, ese éxodo, ese desplazamiento forzado de cientos de miles de personas ha elegido como destino a Europa occidental.
De modo que, como en un efecto bumerán, el caos y los sufrimientos generados por los países imperialistas en Siria ha llegado hasta sus mismos promotores europeos.
Uno de éstos, Inglaterra, la bien llamada «pérfida Albión», que hasta el momento y por ser una isla, no ha resentido la llegada de refugiados a su territorio, ha advertido que permitir el ingreso de quienes huyen de la guerra, del sectarismo religioso de los invasores mercenarios y de la ruina económica provocará que haya más demandantes de asilo en suelo europeo. Y no hace falta mucha ciencia para darse cuenta de que entre esos demandantes no sólo habrá, como hasta ahora, sirios, sino que más temprano que tarde aparecerán más refugiados provenientes de otros países y regiones víctimas de la política criminal y tóxica de Estados Unidos y de sus cómplices y vasallos europeos.
Otra consecuencia imprevisible de la guerra desatada en Siria por Washington está siendo el fortalecimiento político y militar del presidente Assad. Porque si Estados Unidos y los otros países imperialistas quieren que se detenga el éxodo de demandantes de asilo en suelo europeo tienen necesariamente que detener la agresión. No se puede continuar la guerra y esperar que se frenen éxodo y demanda de asilo.
Y otra consecuencia «imprevisible» de la agresión contra Siria ha sido la aparición de claras señales del divorcio entre los pueblos de Europa y sus criminales gobiernos. Y este hecho también juega en favor de Assad y de la integridad territorial de Siria.
No es igual que Alemania, Inglaterra y Francia desaten otra guerra imperialista contando con la pasividad de esos pueblos que hacerlo teniendo que enfrentar la censura y la oposición de sus ciudadanos. ¡Ah, sorpresas que da la historia!, como diría Lenin.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor
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