Tenemos el deber de dar asilo a los refugiados que llegan a Europa huyendo de la guerra y la destrucción. Es un deber primario, fundamental, que concierne a todos los ciudadanos y ciudadanas europeos y que debemos intentar hacer efectivo luchando por cambiar la actitud de nuestros gobiernos y de la Unión Europea (UE). De […]
Tenemos el deber de dar asilo a los refugiados que llegan a Europa huyendo de la guerra y la destrucción. Es un deber primario, fundamental, que concierne a todos los ciudadanos y ciudadanas europeos y que debemos intentar hacer efectivo luchando por cambiar la actitud de nuestros gobiernos y de la Unión Europea (UE). De lo contrario seremos cómplices voluntarios o involuntarios de un atentado contra un derecho humano fundamental y en el futuro se nos comparará con razón con los que convivieron con la esclavitud o el apartheid y no hicieron nada para combatirlos.
Existen por lo menos cuatro razones para justificar este deber de asilo.
1) Por solidaridad humana elemental con personas que están en una situación de peligro grave y necesitan nuestra ayuda. Si no somos consecuentes con este deber elemental, pre-político, estamos destruyendo uno de los principios de la civilización y acercándonos a la barbarie. En la sociedad actual todos estamos expuestos a amenazas y riesgos masivos, tanto si tienen su origen en una guerra, una catástrofe natural, una crisis ecológica, un accidente industrial, una epidemia global, etc. Sólo la solidaridad humana, la protección mutua, la hospitalidad, pueden paliar la situación y evitar la barbarie. Javier de Lucas lo explicó mucho mejor que yo en un artículo titulado Un deber universal: el asilo es de todos.
2) Por respeto a la Declaración Universal de derechos Humanos que han suscrito todos los países europeos y cuto artículo 14.1 dice: «En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo y disfrutar de él, en cualquier país». Esta Declaración a veces es criticada porque es ambigua en algunos puntos o no cita ciertos derechos, pero casi nadie cuestiona los derechos que sí proclama. En este sentido representó y representa un avance muy importante, porque significa el reconocimiento internacional de unos derechos básicos con carácter universal, es decir, sin excepciones, aplicables a todas las personas en todas las circunstancias. El derecho de asilo es uno de estos derechos humanos que, sin embargo, está siendo violado cotidianamente, por activa o por pasiva, por todos los estados de la Unión Europea en la actual crisis de refugiados. Luego la alternativa es clara: o exigimos a nuestros gobiernos y a la UE que se cumpla con el deber de dar asilo o aceptamos que la Declaración Universal de Derechos Humanos se ha convertido en papel mojado y damos un paso decisivo hacia la barbarie.
3) Todos los países europeos han promulgado o suscrito leyes que desarrollan más precisamente el derecho de asilo: la Convención de Ginebra, el Convenio Europeo de Derechos Humanos, la Carta de Derechos fundamentales de la Unión Europea, el Derecho Internacional de los refugiados, etc. Pero en el curso de la actual crisis de refugiados actual estas leyes se están incumpliendo. Seguir permitiéndolo significa tolerar la actuación ilegal de los gobiernos y los estados respecto de leyes que han promulgado ellos mismos y que afectan a un derecho fundamental. Sentar este precedente es otro paso hacia la barbarie. Los más graves actos de ilegalidad, hasta el momento, se están desarrollando al amparo del acuerdo firmado entre la UE y Turquía, que está significando la devolución forzada de personas refugiadas desde Turquía a Siria, tal como denuncia Amnistía Internacional: «Todas las devoluciones forzadas a Siria son ilegales en virtud de las leyes turcas, la legislación de la UE y el derecho internacional».
4) Cumplir con el deber de asilo no exige un esfuerzo titánico, es algo perfectamente asumible por la Unión Europea y por el Estado español. Sí podemos hacerlo. El incumplimiento de los acuerdos del pasado septiembre no se debe a ninguna dificultad importante, sino a una política inhumana, contraria a la Declaración Universal de Derechos Humanos y contraria a las leyes internacionales, de la Unión Europea y de sus estados miembros. Repasemos las cifras de los acuerdos de septiembre.
La UE se comprometió a reubicar a 180 000 personas, de las cuales 160 000 provenían de Italia y Grecia y 20 000 de campos de refugiados de países limítrofes a Siria. España se comprometió a reubicar 10 772 de estas personas, 9323 de Italia y Grecia y 1449 de los campos de refugiados. Son unas cifras ridículas si las comparamos con la magnitud de la tragedia: solo en el 2015 llegaron a Europa más de un millón de personas en busca de asilo y más de 3 700 murieron en el camino.
Pero ni siquiera estos compromisos se cumplieron. Según datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), a principios del pasado mes de marzo la UE había reubicado a 660 personas y el Estado español a 18. Se trata sin duda de datos escandalosos por el incumplimiento de un compromiso muy insuficiente: en el caso español se trataba de acoger 2 refugiados por cada 10 000 habitantes; o, para hacerlo más gráfico de 628 refugiados en la ciudad de Madrid, 321 en Barcelona, 157 en Valencia, 138 en Sevilla, 133 en Zaragoza, etc.
El pasado 30 de marzo el Secretario General de la ONU hizo un llamamiento a los países miembros para reubicar a 480 000 refugiados sirios. Si todos ellos fueran acogidos en la Unión Europea y se añadieran a los 180 000 ya comprometidos seguiría siendo una cifra perfectamente asumible porque significaría acoger un poco más de 1 refugiado por cada 1000 habitantes de la UE.
Hasta el momento el gobierno del PP no solo no ha cumplido sus compromisos con los refugiados, sino que ha hecho oídos sordos o ha ridiculizado las ofertas de ayuntamientos y comunidades autónomas. El gobierno del PP es el único responsable de que no estemos cumpliendo con nuestro deber de asilo y, si no queremos ser cómplices, debemos obligarle a cumplirlo. Todas las formas de presión son buenas y necesarias pero, como casi siempre, la más efectiva es la que se ejerce en la calle. De momento llevamos retraso. Debemos poner manos a la obra.