No hay lugar para la confusión y las dudas. La decisión de un poco más de la mitad de los ciudadanos británicos de abandonar la Unión Europea (UE), el llamado brexit, es una cosa positiva, buena, plausible, gratificante, esperanzadora. Y esto es así por varias y poderosas razones. En primer lugar porque es un golpe […]
No hay lugar para la confusión y las dudas. La decisión de un poco más de la mitad de los ciudadanos británicos de abandonar la Unión Europea (UE), el llamado brexit, es una cosa positiva, buena, plausible, gratificante, esperanzadora. Y esto es así por varias y poderosas razones.
En primer lugar porque es un golpe demoledor para la ultrarreaccionaria canciller alemana, Ángela Merkel, implacable promotora de las políticas neoliberales que implican el empobrecimiento de las clases trabajadoras y mayor riqueza para los sectores sociales ya de por sí muy ricos: el tristemente célebre uno por ciento dueño de todo.
El golpazo, desde luego, no fue sólo para Merkel. También lo fue para Obama, ese otro impulsor del neoliberalismo. No en vano, como ella, Obama luchó contra el brexit. Y lo mismo puede decirse del francés Francois Hollande y del británico David Cameron. Y de otros jerarcas europeos de semejante ralea.
Pero dejando aparte los nombres propios, es evidente que el golpe fue fundamentalmente para las políticas neoliberales, ideología y práctica actuales del imperialismo. El brexit fue un no mayoritario para las políticas de contención salarial, de recortes en el gasto para educación y salud públicas, de reducción o eliminación de las pensiones de los jubilados. ¿Cómo, entonces, no celebrar el brexit?
Ese no mayoritario a la Unión Europea fue la expresión de la protesta contra sus promesas incumplidas. Prometió prosperidad y entregó pobreza. Prometió una prolongada era de paz y desató varias y sangrientas guerras coloniales: Irak, Afganistán, Chad, Libia y Siria. Sin olvidar la guerra de los Balcanes, de la cual la Comunidad Europea, antecedente inmediato de la UE, fue entusiasta y perversa promotora.
La Unión Europea prometió ser un contrapeso poderoso para el dominio abrumador de la economía y de la diplomacia de Estados Unidos, y terminó siendo un dócil sirviente de los dictados de Washington. Recordemos la metáfora aquella de Tony Blair como perrito faldero de la Casa Blanca y del Pentágono. Y lo que se dice para el inglés cabe para el español Aznar.
Los propagandistas de las bondades de la Unión Europea ofrecieron el reino de la democracia. Y para mirar claramente la falsedad de esa oferta tuvimos que ser testigos del trato antidemocrático que Bruselas dio a las decisiones democráticas del pueblo griego que exigía en las urnas el fin de las políticas de austeridad, desempleo, estancamiento económico y empobrecimiento mayoritario.
Como ya puede verse nítidamente, la moderna Unión Europea es una reedición de la vieja Europa colonialista, racista, intervencionista e imperialista. Por eso también, más allá de los asuntos puramente económicos, el desencanto y la frustración de vastos segmentos de la población del Viejo Continente. No será pronto ni rápido, pero cabe esperar que el brexit sea el primer paso de la disolución de ese engendro del capitalismo neoliberal que es la UE. Ese es el temor de unos y la esperanza de otros. El temor de las élites y del conservadurismo, y la esperanza de las fuerzas y grupos progresistas, antineoliberales, anticolonialistas, antiimperialistas, antiguerreristas.
Las posibilidades de justicia económica y, consecuentemente, del mantenimiento de la paz, pasan necesariamente por el fin de la Europa vasalla del capital y cómplice de Estados Unidos.
En una época en que América Latina vive un nuevo avance de las fuerzas neoliberales, la incipiente disolución de la UE es una buena noticia. Porque, a fin de cuentas, se trata de un duro revés para el capitalismo en su expresión más salvaje.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor.
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