El actual régimen de Estados Unidos que encabeza el presidente Donald Trump anda desesperado, y sin el menor disimulo, intentando destronar a toda costa a la Revolución Bolivariana en Venezuela y a los gobiernos progresistas de Nuestra América, para así impedir la independencia e integración definitiva de la región. Con ese evidente y fundamental propósito, […]
El actual régimen de Estados Unidos que encabeza el presidente Donald Trump anda desesperado, y sin el menor disimulo, intentando destronar a toda costa a la Revolución Bolivariana en Venezuela y a los gobiernos progresistas de Nuestra América, para así impedir la independencia e integración definitiva de la región.
Con ese evidente y fundamental propósito, el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, realiza una gira por la Patria Grande que ha incluido Colombia, Argentina, Chile y Panamá, cuyos ejecutivos se muestran «complacientes» a los intereses hegemónicos de Washington, similar al brasileño del golpista Michel Temer, al del Perú de Pedro Pablo Kuczynski, y al de México de Enrique Peña Nieto.
Pence se ha reunido en las naciones visitadas con sus respectivos dignatarios en busca de materializar el viejo plan de la Casa Blanca y el Pentágono de pretender cercar a Venezuela, su principal blanco en Latinoamérica.
Washington no ha escondido que derrocando a la Revolución Bolivariana mataría dos pájaros de un tiro: se apoderaría nuevamente del codiciado petróleo venezolano, y al mismo tiempo crearía un efecto dominó que acabaría con los procesos progresistas que subsisten en la región pese a las continuas agresiones del imperio del Norte.
En su periplo, el «ordenanza» del «emperador» ha solicitado pública y descaradamente a sus anfitriones asfixiar al gobierno legítimo y democrático del presidente Nicolás Maduro, al estilo de los tiempos de la guerra fría y las dictaduras sangrientas que imperaron en la pasada centuria en la Patria Grande.
Esa ofensiva agresiva y por supuesto nada diplomática de Estados Unidos ocurre después de que Trump no descartó la pasada semana una eventual intervención militar en Venezuela, aseveración que recibió el rechazo de la comunidad internacional.
En su apresurado recorrido injerencista, el vicepresidente norteamericano ha evitado hablar del uso de la fuerza castrense, sin embargo su lenguaje ha sido en todo momento amenazante, e incluso humillante para sus interlocutores «complacientes».
Pence ha promovido sanciones y ataques contra Caracas, al tiempo de subrayar que su régimen usará toda su «fuerza económica y diplomática» con el fin de «restaurar» la «democracia» en Venezuela.
Más claro que el agua, Washington está empleado a fondo en una evidente ofensiva final dirigida a derrumbar a la Revolución Bolivariana, e intentar restaurar el neoliberalismo salvaje en esa nación sudamericana y en toda la Patria Grande, a imagen y semejanza de los reinstaurados en Argentina y Brasil.
La «complacencia» de varios gobiernos de la región hacia Estados Unidos fue criticada por el presidente de Bolivia, Evo Morales, quien en su cuenta en la red social twitter subrayó hace pocas horas que con esa conducta se claudica a la dignidad y la soberanía.
Morales, otro de los líderes progresistas que la Casa Blanca mantiene permanentemente en su mirilla, expresó además que defendiendo a la Revolución Bolivariana se protege a Nuestra América, su decoro, y su independencia.
Similar a como escribió sobre Cuba su Héroe Nacional, José Martí, en el siglo XIX, hoy debemos decir que con la defensa de la independencia de Venezuela impediremos que Estados Unidos caiga, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
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